Capítulo 23
Pasaron unos días de ensueño, Sebastián la llevó al apartamento de Milán y ahí le mostró parte de la ciudad. Visitaron museos y lugares que pensó la enamorarían de tan sólo verlos.
La última noche en Italia cenaron en la terraza de un Café muy íntimo que tenía una hermosa vista, desde ahí se veían la ciudad iluminada.
—Bella… me gustaría que llegáramos a mi piso en Londres… no quiero que Raúl piense que abusamos de su confianza. Sin embargo, no pienso separarme de ti ni unsegundo más del necesario —le pidió mientras tomaba su mano.
—¿A tú piso?... ¿También tienes propiedades ahí?... —Preguntó desconcertada, desde que lo volvió a ver iba de sorpresa en sorpresa, se daba cuenta de que no tenía ni idea de lo que él en realidad poseía y mucho menos de su importancia en el mundo. Tenía propiedades prácticamente en Europa y América, aviones a su disposición, empleados que se dedicaban sólo a darle gusto y acatar cada una de sus órdenes. Era como si en realidad el tiempo que convivió con él no lo hubiera conocido del todo y aunque no lo justificaba, alcanzaba a comprender porque los accionistas de su empresa pensaron que ella no era suficiente, ella misma se sentía insignificante en ese momento.
—Bella… —habló preocupado al ver su rostro de incertidumbre y miedo–. Por favor no temas… Es sólo dinero. Y si para estar contigo tuviera que perderlo todo lo haría sin dudarlo… No hay nada más importante para mí que tú, nada ¿Comprendes? Sé que no sabías muy bien quién era, pero confiaba que con el tiempo te fueras dando cuenta y te fueras acostumbrando poco a poco, pero ya ves… nada salió como lo planeé —y en realidad así siempre lo pesó; no quería asustarla, sabía que el dinero podía ser muy abrumador en algunas ocasiones, y en especial para ella. Nunca le ocultó algo, pero tampoco le mostró todo lo que poseía ya que no hubo la necesidad, además sabía que para ella el que poseyera todo eso no significaba nada.
—Jamás te pediría algo así… Es sólo que es… apabullante… Yo no sabía —y su mirada ratificó su respuesta. Cualquier mujer de las que él conoció en el pasado estarían brincando de la alegría, pero ella era diferente… Sentía la necesidad de convencerla de que todo aquello no se interpondría entre ellos.
—Lo sé y te pido una disculpa, es sólo que no quería asustarte. Bella te amo, confía en mí, necesito de verdad que esto no cambie lo que piensas de nosotros. Para mí todo esto no es importante, siempre he vivido así, pero comprendo que después de lo que pasó dudes, déjamelo a mí ¿Sí? Tú solo déjate llevar… por favor… —le suplicó con un tono de voz firme.
—Yo no dudo de estar contigo, ni si quiera lo pienso Sebastián, te amo y por nada te dejaría, yo ya tomó una decisión. Dejar de estar a tu lado ya no es una opción para mí… Pero me va a llevar tiempo acostumbrarme a todo esto ¿Sabes? Es increíble que unos tengan tanto y otros tan poco —reflexionó mientras jugaba con sus grandes dedos. Al escucharla con un dedo alzó su barbilla y la acercó.
–Eres increíble y cuando pienso que no puedo amarte más, dices o haces algo que logra que rebase esa idea. Realmente eres única, mi Bella —le dio un beso tierno, después con una mueca de fastidio, continuó—. Verás que no es tan mala mi vida, con el tiempo te acostumbrarás —sonrió intentando descargar el ambiente.
—Y… ¿Si no encajo? —Quiso saber preocupada.
—Eso es imposible. Primero; porque tu personalidad va a atraer a las personas como abejas a la miel, cosa que me mantendrá muy ocupado —refunfuñó celoso–. Y segundo; porque quien quiera evitarse problemas conmigo —de pronto su rostro se volvió amenazante y peligroso—, tendrá que tratarte igual que a mí ¿Comprendes?
Bella nunca más me tentaré el corazón con la gente que intente si quiera hacerte daño y lo he dejado muy claro, créeme —la piel se le erizó al escucharlo, por su tono se daba cuenta de que no bromeaba. En seguida cambió su gesto y le sonrió dulcemente—. Entonces… ¿estás de acuerdo en vivir en mi piso, mi Bella?
—Sí, creo que es lo mejor. Yo tampoco quiero que ellos sientan eso… —aceptó.
—Perfecto, entonces mañana vamos por tus cosas y listo.
Isabella veía todo impresionada. Un chofer llegó puntual por ellos en un auto demasiado lujoso. Cuando entraron al hangar se quedó pasmada. Ya iba a abrir la puerta del vehículo, pero de inmediato regresó la mano a su regazo recordando las formalidades de este nuevo mundo que a ella siempre le parecieron innecesarias.
Sebastián la observó y sonrió con ternura.
–Bella, quiero que seas tú ¿Comprendes? —Le rogó dulcemente. Ella asintió insegura. La situación lo divertía un poco, sabía que con el tiempo se iría acostumbrando a todo, pero en lo que eso sucedía le fascinaba ver su cara cada que algo la asombraba. Eso era inigualable.
Subieron al avión casi en seguida. Todo era de piel y terminados de lujo. Tenía su propia tripulación y contaba con todas las comodidades. Sebastián no la soltaba, la observaba muy atento, amaba sus ojos y la manera en la que viajaban de un lado a otro sin querer perderse nada. En cuanto se sentaron una azafata, con un cuerpo de modelo y cara espectacular, les ofreció algo de tomar.
—¿Algo más? —Preguntó educada una vez que les llevó lo que pidieron. Isabella la observó arqueando una ceja, no era tonta, se daba cuenta de que parecía un poco desilusionada por verla a lado de él. Cuando se fue, saboreó el jugo recién hecho en silencio sintiendo una pequeña oleada de celos.
—¿Qué pasa, mi Bella? —La conocía muy bien, algo pasaba en esa cabecita que pensaba, la mayoría de las veces, de aquella forma tan indescifrable para él. Ella sonrió entornando los ojos con picardía.
–Si no supiera lo que sientes por mí, me volvería una celosa posesiva —él frunció el ceño sin entender a que venía el comentario.
–¿Por? — Isabella lo taladró con sus enormes ojos.
–Porque estás rodeado siempre de pura belleza, Sebastián —le explicó señalando discretamente a la sobre cargo. No pudo más y soltó una carcajada incrédulo.
–Bella, en algo estoy completamente de acuerdo, tu eres la belleza que siempre quiero tener a mi alrededor… Imposible que me dé cuenta si alguien más existe, aunque te confieso que sería muy excitante verte montando una escena —y la besó sonriendo. La joven le dio un leve empujón haciendo un mohín perfecto. De inmediato tomó su rostro entre sus manos acercándola nuevamente a él— Fuiste, eres y serás quien ilumina mis días, lo más hermoso que tengo… Ninguna mujer jamás tendrá comparación contigo –su gesto se suavizó asintiendo.
—Contratar a alguien más grande me tranquilizaría aún más –musitó traviesa. El hombre besó nuevamente sus labios divertido.
—Me rodearé de pura mujer mayor ¿Contenta?
—Sí, mucho.
—Eres terrible.
El resto del viaje Sebastián tuvo que estar pegado al ordenador. Cada cierto tiempo la besaba o ponía una mano sobre su pierna mientras ella continúo leyendo el libro que se llevó y que infructuosamente intentó leer el día que iba a su encuentro.
Cuando llegaron a Londres, entre los dos empacaron todo y dio instrucciones para que llevaran a su apartamento ubicado en una zona muy lujosa no tan lejana de su, ahora, anterior piso, todas sus cosas.
Comieron en un lugar sencillo y fueron juntos a hacer las compras de los víveres para el lugar en el que vivirían los próximos meses.
Al estar paseando por los pasillos del súper mercado, lo veía tomar artículos de todos los estantes y preguntándole su opinión sobre cada cosa. De pronto comprendió que eso era justamente lo que no le dio en el pasado ninguna pista sobre la verdadera fortuna de Sebastián. Él era en general muy sencillo y poco ostentoso. Prefería hacer las cosas por sí mismo y aunque sí se podía adivinar dinero en su vida, nunca en los niveles que en realidad lo tenía.
Todo lo acomodaron juntos al llegar, para sorpresa de Isabella el piso era acogedor y no tan grande como lo imaginó. Y por supuesto, no le hacía falta nada, al contrario, parecía que alguien lo habitaba ya que contaba con todo lo necesario.
Tenía una vista espectacular que rodeaba todo el apartamento, una recámara amplia y una estancia pegada a la cocina muy bien decorada.
—¿Te gusta? —Le preguntó abarcando con sus brazos todo el lugar una vez que se instalaron. Isabella lo rodeó por la cintura sonriente.
–Sabes que sí, me encanta la idea de empezar aquí mi vida contigo —él besó su cabello aspirando su dulce aroma.
–A mí también, mi Bella.
Por fin todo había quedado atrás, pensó ella satisfecha después de haber revuelto las sábanas de su habitación juntos.
—Sebastián… —se hallaba recostada sobre su pecho jugando con uno de los dedos de la mano que la rodeaba.
—M mm… —contestó completamente lánguido después de haberle hecho el amor en su nuevo hogar. Esa mujer era incansable y lo más increíble era que cada vez que la tenía cerca quería tomar todo de ella.
—Yo también quiero que lo sepas todo de mí… —sintió como ese cuerpo masculino que era su delirio, se tensaba–. No quiero quedarme con nada… —un tanto alterado hizo que lo mirase preocupado.
–Bella, no tienes que hacerlo… —le explicó conflictuado.
—Sí, sí tengo, quiero que lo sepas todo. Es parte de mí y deseo que conozcas mi pasado, ya no me quiero quedar nada para mí, necesito compartirlo todo y esa también soy yo —avaló perdida en sus ojos.
—No quiero que sufras al recordarlo, mi amor… No me gusta verte triste —le rogó. Pero la joven sonrió acariciando su rostro.
–Lo sé, pero quiero hacerlo…no te ocultaré nada más… —rozo sus labios y se volvió a recargar sobre él para poder comenzar sin sentirse observada.
—Está bien… si es lo que tú quieres —aceptó después de unos segundos no muy convencido. Pero para sorpresa de Isabella la sentó a su lado tiernamente y la miró atento. No quería verla triste de nuevo, su dolor lo quemaba, pero si necesitaba hacerlo él la escucharía con interés, jamás podría negarle nada.
—Yo… bueno… —llenó de aire sus pulmones e intentó comenzar nerviosa enrollando los dedos en la sábana que la rodeaba descuidadamente–. Lo primero que debes saber es que mi padre nos dejó aun antes de que naciera Dana. Él era un hombre… extraño, nunca fue cariñoso, iba de vez en cuando. Ahora creo que tenía otra familia… En fin, no tengo muchos recuerdos de él y si lo viera en la calle, creo que no lo reconocería –acepté encogiéndose de hombros con indiferencia. Sentía su mirada sobre ella, pero aun así continuó–. Mi… madre siempre tuvo un carácter fuerte e intolerante, estaba muy frustrada por el tipo de vida que llevaba, así que se iba por días y nos dejaba a M arco y a mí solos sin importarle si comíamos o no. Embarazada de Dana, todo empeoró… —prosiguió subiendo la vista hasta él–. No podía tomar y me parece que mi padre y ella habían terminado… Yo me hacía cargo de la casa y de cuidar a Marco. Iba a la escuela temprano y a medio día preparaba la comida para los dos, pero a veces ella llegaba a esa hora y por su abstinencia… — se mordió el labio nerviosa–, me… golpeaba, lo hacía… hasta que sacaba todo su coraje. Muchas veces lo intentó hacer con mi hermano, pero no la dejé, así que volvía a ser blanco de su enojo. Cuando Dana nació no se hacía cargo de cuidarla, la dejaba llorar horas y no la cambiaba. Era… espantoso oírla llorar así… —ya tenía la mirada perdida recordando esos momentos que parecían nuca hubieran existido.
–Yo aprendí a cuidarla, las vecinas nos regalaban leche y yo improvisaba pañales, faltaba mucho a la escuela, no podía dejar a Dany sola, era muy pequeña. M i madre estaba desesperada por conseguir dinero, bueno… eso era común, pero un día se le ocurrió que… —le costó trabajo continuar evocando esos momentos infernales que aún dolían. Él no quería ni respirar, mil cosas se mezclaban en su interior al escucharla, pero ella de pronto lo observó y tomó fuerzas para continuar–. Se le ocurrió que podía venderme… y lo intentó… —calló unos segundos–. No pudo, yo me puse como una loca; grité, pataleé, y hui. Me escondí con una vecina y cuando regresé desquitó todo su frustración sobre mí, pero a no me importó —dijo orgullosa y con la barbilla elevada–. Jamás me separaría de mis hermanos y nunca haría nada para ayudarla. Ahora sé que M arco lo supo, pero era muy pequeño, tenía cinco años y Dana meses, no podía dejarlos solos con ella… era un monstruo, Sebastián —las lágrimas comenzaron a rasarle los ojos. Ya no pudo más y la abrazó lleno de impotencia, de dolor. Pero para su sorpresa ella continuó recargada sobre su pecho–. Intentó hacerlo un par de veces más, incluso una de ellas llevó al hombre a la casa, pero al ver lo que yo hacía, se arrepintió y se fue rompiendo el trato. Ese día me dejó inconsciente, no sé cuánto tiempo duré así, pero el llanto de Dana y la voz de M arco me hicieron reaccionar… Parecía que habían pasado días y estábamos solos. Ese fue la última vez que la vi —se alejó un poco para poder seguir—. ¿Sabes? Jamás voy a comprenderla… Me hizo mucho daño… Nunca se cansó de decirnos que nos perdió perdido su juventud y belleza por nuestra culpa…
—Sebastián recordó el día que la conoció y ciertamente en su momento debió poseer la belleza de su hija, sin embargo, no tenían ninguno de los tres nada de ella–.
Cuando pasaron los días, tuvimos que salir a buscar comida, una mujer de ahí, que odiaba a mi madre, nos llevó con un señor para que nos pusiera a trabajar en la calle…
—Bella, no continúes si no quieres… —la incitó completamente desencajado al escuchar por primera vez toda la historia completa de sus labios. Ella negó.
–No, Sebastián. Necesito hacerlo… —él la besó tiernamente en la boca.
–Como tú quieras…
—Como ya te había dicho el DIF* nos encontró y nos metió a un orfanato. Ahí vivíamos los tres en diferentes pabellones, en uno yo, en otro M arco y en el de los bebés, Dany. Retomé la escuela al igual que mi hermano. Y podía pasar parte de la tarde con ellos si cumplía con mis deberes y con los del hospicio. La gente de ahí no era muy… amable. Las mujeres eran muy duras, sin embargo, teníamos un techo, comida, aunque muy mala por cierto, y estábamos juntos. Conforme fui creciendo me empezaron a cargar más la mano en las labores del lugar y si no las cumplía me castigaban o no me daban de comer… —se quedó pensativa y luego como si algo hubiera descubierto lo miró con los ojos muy abiertos–. Creo que por eso tengo esta… enfermedad, aunque debo admitir que nunca fui buena para terminar lo que me debía ingerir, además de que… no siempre tenía que —él sujetó una de sus manos y la besó dulcemente. ¿Cómo era posible que esas cosas sucedieran, que la gente tuviera que vivir cosas similares o peores y no tuvieran la oportunidad que ellos tuvieron? ¿Cómo?
–Sí Bella, es justo por eso que tienes anemia y siempre tendremos que estar muy al pendiente de tu salud… —la joven asintió comprendiendo al fin todo.
–Era muy difícil Sebastián… ¿Sabes? Jamás cuestioné mi vida, era simplemente así; despertar cada mañana, estudiar, regresar, hacer las labores hasta reventar, escaparme para ver a mis hermanos cuando no me dejaban y de noche hacer tarea. No tenía tiempo de pensar en nada más. Ese lugar no era malo, le debo mucho… ha de ser muy difícil llevar un sitio así con tantos niños sin padres. Los años pasaron, yo busqué a mi madre al principio, eso ya te lo había dicho. Pero pues, nunca volví a saber de ella… hasta hace poco —y agachó la cabeza.
—Bella…
—No te preocupes —acarició su mejilla–, estoy bien, Sebastián. Es solo que han sido tantas cosas. Los años pasaron ahí, varias parejas intentaron adoptar a mis hermanos, pero entre los dos hacían hasta lo imposible para que no los quisieran, y terminaban regresando. Yo ya era grande y… les servía muy bien en ese lugar, así que… nunca alguien quiso llevarme. Un día poco antes de que te conociera, nos amenazaron a los tres. La directora del lugar nos dijo que estaba todo listo para las adopciones de ellos y que si hacían algo para evitarlo nos iba a separar definitivamente, hicieron que los candidatos fueran a conocerlos pero… ambas parejas eran muy extrañas y en la media hora de visita los trataron de una forma que a ninguno de los dos les gustó. Ellos me lo contaron asustados y fue cuando decidí que debíamos escapar de ahí de una u otra manera. Sé que nos buscaron, pero nos escondimos con comida para un par de semanas, era finales de noviembre y hacía frío. La comida se terminó mucho antes de lo tiempo previsto y tuvimos que salir de aquel agujero, caminamos sin rumbo varios días con el estómago vacío, todo lo que nos daban se lo dábamos a Dana. Un buen día un señor nos ofreció techo y trabajo, a mí no me dio buena pinta, pero los rostros de mis hermanos me obligaron a aceptar. Era un lugar donde vivían indigentes, era como una mafia y nos ponían a hacer labores de la casa, era imposible hacerlo sin volver el estómago. Pero por lo menos teníamos un techo que nos cubriera del frío y un poco de comida segura.
—¿Y qué pasó? —Todo lo que le contaba era inaudito, asombroso y espantoso, ella era mucho más fuerte de lo que siquiera se hubiera atrevido a pensar. Un respeto inmenso creció dentro de él en ese momento, nunca la subestimaría y dedicaría su dinero, su vida para que ella pudiera borrar toda esa historia que parecía salida de una novela de drama y suspenso y peor aún, de una realidad común en el mundo en el que vivían.
—Pues… un día este señor llegó borracho… —él tensó la mandíbula enseguida al ver por dónde iba–. Intentó propasarse conmigo, pero… forcejeamos y en medio de la pelea me dijo que pensaba vendernos, que con nuestros rostros sería un estúpido si no lo hiciera. Yo me asusté mucho, encontré una botella de cerveza vacía y se la rompí en la cabeza, salí de aquel cuarto corriendo, y algunos indigentes que se encontraban ahí nos ayudaron a escapar a los tres. A los pocos días… te conocí y todo cambió… —le dijo ruborizada y mirándolo con recelo mientras se mordía los labios nerviosa.
Sebastián no podía siquiera pestañear, su historia era realmente increíble, se sintió insignificante a su lado al entender la grandeza que tenía frente a él, la entereza con la que sorteó todo, la madurez con la que lo enfrentó. Por un momento sintió que no la merecía. La abrazó con lágrimas en los ojos y ahí la retuvo varios minutos completamente mudo.
—Te amo, Bella… Hoy, más que nunca, te amo —ella correspondió al gesto con más fuerza haciéndole sentir que sentía lo mismo. Envuelta en su cuerpo, después de haberle mostrado todo lo que en realidad era y abrirle su pasado, sentía que podía olvidarlo, que podría algún conseguir borrarlo, lo único que necesitaba era tenerlo a lado, así, como en ese momento.
—Por eso mi hermano supo que lo que inventaron no era cierto, Sebastián y a lo mejor si tú lo hubieras sabido todo hubiera sido diferente… —vaciló llorosa.
—Sh… tú no tuviste la culpa… yo no lo debí de haber creído de todas formas… aquí el único culpable, soy yo —se reprendió a sí mismo. La joven elevó la cabeza para verlo.
–No digas eso… ¿Sí? Ahora… solo deseo estar contigo… quiero olvidarlo todo, haz que olvide todo. Ya no me importa nada, si tuve que pasar por todo eso para conocerte, entonces… valió la pena… —y lo besó intentando borrar todo de su memoria. Él respondió enseguida y la hizo suya de nuevo de la manera más tierna que jamás sospechó podría lograr. La amó completa; su alma, sus recuerdos, su historia. Era su mujer y la admiraba más que a nadie en el mundo. Lograría que todo fuera pasado, haría desaparecer para siempre esa nube negra que fue su vida.
Y la llenaría de nuevo con recuerdos hermosos, perfectos.