Capítulo 13
Esa misma noche, después de hablar con el equipo de investigación que Paco contrató, regresó a la casa de Carmen.
–Perdón por la hora —se disculpó entrando.
–No te preocupes hijo, nadie se ha acostado aún, después de lo de hace unas horas es imposible —le explicó. Ambos se dirigieron al comedor donde se encontraban Raúl y M arco en silencio, al verlo el mayor lo saludó con la mirada, pero el muchacho ni siquiera le prestó atención.
—Ya hable con los investigadores y puse mucho más gente a su disposición — comunico intranquilo. Marco lo atendió ahora sí interesado–. Sí Marco, voy a encontrarla, te lo juro —él sonrió sin muchas ganas. Enseguida se puso de pie y salió sin siquiera voltear.
—Está muy angustiado, ya no sé qué decirle... Y aunque no nos culpa, creo que no nos va a perdonar hasta que se la traigamos de vuelta —expresó Raúl lúgubre, lleno de ansiedad y culpa— —Lo sé, es un chico muy tenaz y hoy me enseñó una gran lección —reconoció Sebastián derrotado.
–Sí, esos muchachos no se merecen todo esto, creo que jamás los conoceremos lo suficiente, a ninguno —asumió Carmen sin dejar de mirar el lugar donde hacía unos momentos Marco estuvo.
—Es increíble lo que hizo Isabella con ese dinero, si nos lo hubiera dicho no la hubiéramos dejado ir sin dinero —se reprendió Raúl cerrando los parpados con la mano en su frente. Ninguno en ese lugar lograba encontrar consuelo, algo que los hiciera sentir medianamente mejor. Todo se salió de proporción sin preverlo, desconfiaron de una joven dulce y buena que jamás les dio motivos y ahí estaba el precio a pagar, o eso pensaron en aquel momento.
Sebastián no podía dejar de temer por ella, toda la noche permaneció despierto pensando en todo lo que ocurrió ¿Cómo pudo dudar? ¿Cómo? Necesitaba encontrarla, suplicarle que lo perdonase, jurarle que nunca volvería a desconfiar…
No, no era ningún imbécil, Isabella no lo perdonaría, lo sabía, lo sentía. La hirió… ¿Pero cómo les pudo creer, como puso en tela de juicio todo lo que vivieron, lo que compartieron? Él fue el primero hombre en su vida, el único, una parte de él siempre lo supo, pero esa maldita espina, esa vieja herida volviéndose a abrir evocando lo que hacía tanto tiempo le hicieron dos personas por las que también hubiera metido las manos al fuego, esa espantosa costumbre de desconfiar, de no creer ¿Cómo remendaría todo esto? ¿Cómo lograría llegar de nuevo a ella? M ierda, no tenía ni una jodida idea de cómo la vería siquiera a los ojos cuando la encontraran.
Al día siguiente convocó a junta urgente, todos los accionistas se presentaron. Sin vacilación, ni contemplación alguna, los desenmascaró con las pruebas en la mano.
Por supuesto no tuvieron más remedio que admitirlo. Sebastián hizo lo que temían si los descubría. En frente de ellos comenzó a acabar con su reputación y negocios con tan solo levantar el teléfono. Todos lo miraban suplicantes, sabían muy bien que si él se enteraba de la bajeza que maquinaron, se meterían en grandes problemas pues dependían directamente de ese hombre despiadado y letal en el plano empresarial, demasiadas personas le debían favores como para que no se los pagaran de forma inmediata y Sebastián se las estaba cobrando sin dudar. No los dejo marchar iracundo hasta que hubo acabado con el último.
–Esto no me hace sentir mejor, no me satisface en lo absoluto, pero por ahora me conformo con que hasta cierto punto estén viviendo un infierno como el que yo estoy viviendo por su causa. Llegaron muy lejos, demasiado y no confió más en ustedes, sin embargo, no poder hacer nada al respecto salvo decirles que si vuelven a cruzarse por mi camino les juro que no solo los destruiré ¿Comprenden? —Todos asintieron asustados, ese hombre parecía haber perdido el juicio; su mirada era turbia y amenazante. Siempre supieron que los tenía en sus manos, se arriesgaron y perdieron.
En cuanto a Abigail, mandó a llamar a toda la empresa, medios y prensa. La descubrió ante el mundo, exigiéndole que confesara todo si no iría a prisión por difamación y fraude, ya que los socios firmaron la denuncia formal del faltante de dinero que ellos mismo le dieron. Toda la gente coludida fue destruida sin el menor miramiento. Mario, el hombre que mintió acerca de las fotografías y en quien él confiaba desde hacía muchos años, se quedó sin negocio en un pestañeo y el reportero, que creyó en aquel entonces era incorruptible, fue despedido, desprestigiado y demandado por muchísimas personas, de varios años en la cárcel no se iba a salvar pues había falsificado información en más de una ocasión, incluso el periódico que lo tenía contratado Sebastián lo hizo caer en un enorme bache financiero, no dejó a nadie sin pagar aunque fuera en mínima proporción lo que le hicieron. Si dudaban de su poder, ahora ya todo M éxico lo sabía y nadie, nunca, volvería a siquiera intentar bromear con ese hombre que había perdido el corazón a casusa de un asqueroso plan para desprestigiar a la mujer con la que se casaría.
Los días siguientes Sebastián citaba a los investigadores por las noches en casa de los padres adoptivos de Marco y Dana. Todos se juntaban en una de las salas ya que la menor se encontraba dormida, pues acordaron que ella no supiera por ahora la verdad. La relación con su ex cuñado mejoraba a pasos de tortuga, sin embargo, ya lo volvía a ver con el respeto de antes. Paco también estaba involucrado en todo, pero no asistía a diario pues su trabajo en el hospital no siempre se lo permitía.
—Ya tengo información —anunció uno de los detectives por fin. Paco ese día pudo llegar a tiempo para ver cómo iban las cosas. Estaba sentado al lado de su amigo y notó como se tensó de inmediato. Lo admiraba y compadecía a la vez. Sebastián siempre fue un hombre fuerte, duro y muy inteligente, pero cuando las cosas se trataron de Isabella no pensaba con claridad, de hecho esa era una de las razones por las que creyó todo, la amaba de esa manera en la que sólo se puede amar una vez y solo si por suerte se encuentra con aquella persona que hace despertar por completo a la vida. Era una lástima. La gente a su alrededor abusó de aquel sentimiento y confiaron en que jamás se enteraría; error y la verdad es que no deseaba estar en los zapatos de ningún involucrado, Sebastián podía ser caritativo y humilde, pero también el peor y más implacable de los enemigos.
—¿Cuáles? ¿Dónde está? —Saltó Marco con el rostro iluminado. Pero el gesto del hombre le indicó que no era agradable lo que encontró y enseguida se puso serio.
Sebastián sintió un sudor helado que le recorría la columna vertebral, sabía que algo no andaba bien.
—Temo que no es muy alentador lo que debo informarles —hizo una pequeña pausa aflojando el nudo de la corbata, su trabajo le gustaba, pero esas noticias nunca eran gratas–. La señorita Isabella estuvo internada en un hospital comunitario hace más de una semana —Sebastián sintió de inmediato que le hacía falta el aire, que un hormigueo de horrible presagio su posicionaba sobre sus hombros torturándolos.
Asustado se pasó las manos por el rostro aflojando la corbata–. Llego en estado y perdió a la criatura —murmuró afligido el detective. Un silencio hondo y apabullante se apoderó de aquel lugar. Todos los presentes lo miraron perplejos.
Sebastián no pudo más, se puso de pie nauseabundo, parecía que iba a perder la conciencia de un momento a otro.
–Explíquese por favor —le exigió Paco al ver a todos anonadados de la impresión.
—La señorita llegó ahí con una fuerte hemorragia, el producto… venía sin vida, tenía… seis meses de gestación —concluyó mirando sobre todo a su contratante.
Intuía que él era el principal interesado en esa joven a la que buscaban y si su teoría no fallaba, el padre de la pobre criatura.
Sebastián comenzó a ver borroso y las fuerzas comenzaron a esfumársele. “Un hijo, un hijo, mi hijo” se repitió como un demente. Pronto comenzó a tambalearse como si hubiera ingerido cantidades estratosféricas de alcohol. Marco, que estaba cerca, lo sujetó para que no cayera y lo ayudó a sentarse sobre el sillón logrando que se recostara en el respaldo, su cara estaba deshecha de dolor y pánico, profundas ojera se adivinaban, además de una pálidos desmesurada.
–Sebastián, Sebastián —lo llamó el chico dándose cuenta de que estaba sumido en un extraño letargo al tiempo que todos se acercaban de inmediato. Pero él ya estaba perdiendo la conciencia.
—Mi hijo, mi hijo, mi mujer, Bella, Isabella, mi hijo —comenzó a decir incoherentemente sudando frío, sentía su cabello húmedo y los parpados pesados.
Paco le deshizo el nudo de la corbata, mientras Carmen le acercaba agua.
–Sebastián, bebe —lo animó el médico mientras todos lo veían entumiendo el dolor por un segundo. De repente las lágrimas comenzaron a brotar sin poder detenerlas.
–Mi hijo Paco, iba a tener un hijo mío, ¡Bella estaba embarazada! —sollozó como un niño al que se le había arrebatado lo único que le importaba en la vida.
El investigador le entregó el parte médico que había conseguido a Paco y éste comenzó a leerlo mientras los demás intentaban sacar de su semi inconsciencia a Sebastián. Al leer lo que en el reporte decía sus peores miedos, en cuanto a su salud, salieron a flote. Alzó consternado la mirada, eso logró que su amigo reaccionara. La vista se le empañó y las manos le temblaban.
–Isabella… su anemia subió prácticamente hasta el tope, ella… no creo que… debemos encontrarla ya —expresó sin poder decir más.
—¿Qué quieres decir? —Le preguntó todavía mareado y sintiendo que un golpe más ya sería demasiado. Pero al ver su mirada lo comprendió. Negó frenéticamente, como un loco al borde de otro ataque–. No ¡No! Paco ella va a estar bien —sin que nadie lo esperara se levantó fuera de sí y lo tomó por la camisa–. ¡Dime! ¡Dime que va a estar bien! ¡Dime que está bien! ¡Ella tiene que estar bien! —Gritó llorando de forma incontenible.
—Lo siento Sebastián… Isabella llegó en condiciones… muy precarias, no creo que lo logre —aseguró dejando que su amigo le arrugara la camisa. Lo entendía, lo que estaba ocurriendo enloquecería a cualquiera, el mismo se sentía devastado. Carmen logró quitárselo de encima con ternura y paciencia, para enseguida envolverlos en su abraso y permitirle llorar como un niño. Todos lo observaban sintiendo el dolor que experimentaba.
–No, ella no. ¿Por qué? Es mi culpa, Bella no, mi hijo Carmen, mi hijo… mi Bella, le fallé, le fallé —se alejó un poco y recargó su frente en uno de los muros sintiendo que su vida estaba terminando.
–Esto es de vida o muerte, búsquela hasta por debajo de las piedras, contrate a la gente que deba contratar, pero encuéntrela cuanto antes ¿Entendió? Esta mujer está… muy mal. Cada minuto vale — ordenó Paco con decisión. El hombre asintió serio.
–Cuente con ello, sé que esto es prioridad y… lo siento mucho —logró decir saliendo de inmediato por donde entró.
Sebastián ya se encontraba sentado de nuevo en otro sillón con la cabeza entre las manos. Paco se acercó hasta él colocando una mano sobre su espalda. Dios, lo que estaba ocurriendo era atroz.
–La vamos a encontrar, por favor tranquilízate, es necesario que tengas la cabeza fría, ella te necesita —le hizo ver. Él asintió sin mirarlo. Pero no podía dejar de pensar en Bella moribunda en algún lugar, o enferma, embarazada quién sabe en dónde. Era su hijo, aunque continuamente el usaba protección existieron ocasiones en las que no lo hizo ya que el encuentro los asaltaba en algún lugar desprevenidos, además esas cosas fallaban y no iba a dudar de ella, no después de todo lo que pasó.
Isabella estuvo sola, embarazada, enferma y él… no lo sabía. No tuvo a nadie con quien contar, las puertas de todos lados se le cerraron humillantemente. El detective se los dijo hacía unas noches. La echaron de la universidad por el puto escándalo, no tenía prácticamente amigos ¿Qué hizo todo ese tiempo? ¿Dónde estuvo? Alcanzaba a sentir un poco del dolor, la desesperación, la decepción que ella vivió todo ese tiempo. De tenerlo todo se vio sola de pronto, sin dinero, sin familia, sin sus hermanos y… embarazada. No podía siquiera imaginar lo que vivió. Jamás se perdonaría todo eso, jamás y dedicaría la vida para que por lo menos ella lograra perdonarlo. Si… la encontraban a tiempo. Tenía que ser así; suplicaba desesperado.
Debían hallarla para que pudiera volver a vivir como sólo ella lo hacía: impulsiva, intempestiva, decidida, hiperactiva e intensamente. Esa joven era el aire en su vida, su motor para andar cada día, y podía perderlo, podía perderla para siempre…
Ya había salido hacía varios días del hospital y no pudo regresar al trabajo, apenas si logró ir a comprar algo para comer y desde hacía un par de días, ni eso. Las fuerzas que le quedaban eran mínimas. Pero ya no le importaba, ya nada le importaba. Ni el lugar donde estaba tumbada, lo sucedido, ni si perdía el empleo.
Sólo quería dormir y ya no despertar. La última vez que se vio en un espejo parecía más muerta que viva, cavilaba que ahora estaba mucho peor. Lloró por sus hermanos, hacía dos semanas que no le escribía a Marco y era mejor así… lo más probable era que ya no los volviera a ver, pero ellos estaban bien, serían felices y eso era lo único que importaba. De pronto escuchó la puerta abrirse, pero no tenía energía para voltear a ver quién era y tampoco le interesaba en realidad.
—¿Isabella? —Escuchó a esa voz ya tan familiar, era Gladis, su compañera del trabajo. La mujer se acercó preocupada hasta ella, hincándose a su lado para poder verla—. Isabella, te ves muy mal —soltó angustiada. La convaleciente asomó una débil y lamentable sonrisa –No… te preocupes, es sólo… que… me siento muy cansada —logró decir con voz pastosa.
—No Isabella, tú sigues mala ¿Por qué te sacaron del hospital? Todavía no te recuperas, solo hay que verte, tienes unas ojeras horribles y la carne bien pegadita al hueso —acercó su bolso y sacó un poco de fruta y pan–. Toma, come —puso un brazo detrás de ella y con facilidad la levantó para que se sentara en la cama, era ya tan ligera como una pluma y se podían sentir sus costillas sin la menor dificultad–. Ve nomas, no has de pesar ni cuarenta kilos, estas esquelética — Isabella sonrió sin alegría e intentó agarrar la manzana, pero sintió que le pesaba demasiado y rodó por sus manos sin poder evitarlo, sabía que estaba cada vez más cerca de terminar su existencia en ese mundo que al parecer se empeñaba en hacerle ver que nunca sería feliz. La mujer la alcanzó a tomar y se la colocó entre los dientes para que la comiera. Ella mordió un pequeño pedazo y comenzó a masticarlo con mucha lentitud.
Era la tercera vez que Gladis iba a verla, le llevaba comida e intentaba animarla, pero la veía cada vez peor, tenía miedo de que si no iba a visitarla un día llegaría y ella llevaría días muerta ahí, sola. Al parecer no tenía familia, pero se veía educada e inteligente y cuando recién la conocía, también muy hermosa. Sin embargo, ella nunca le platicaba nada, así que decidió respetarla. Cuando hubo dado varias mordidas a la fruta casi había pasado una hora e Isabella transpiraba por el esfuerzo a pesar de que era mediados de diciembre y hacía un frio endemoniado, sobre todo ahí, en ese cuartucho que olía a rayos y seguro ni le daba el sol en ningún momento. Abrió un pequeño jugó con la pajilla, también se lo dio a beber colocándoselo en la boca y ella soportándolo.
—Isabella, debes recuperarte, todas preguntan por ti, hasta el gerente. Por favor cuídate, come, aquí te dejo estas frutas, galletas y jugos. Acábatelos ¿Sí? Yo vengo de nuevo pronto. Intentaré traer a un doctor para que te revise —la ayudó a recostarse de nuevo y salió de la humilde recámara apagando la luz.
Sabía que tenía que luchar, ¿pero ya para qué?, la vida con ella fue muy dura y ya estaba cansada, ya no quería, no podía, pensó llorando mientras se quedaba de nuevo dormida.