Capítulo 9

 

Isabella ya esperaba a Sebastián ansiosa, de pronto el timbre sonó y como rayo salió a su encuentro.

—¡Hola! —Lo saludó sofocada besándolo al instante.

—¡Guau! Qué recibimiento, Bella —logró decir contra sus labios. Ella sonrió inocentemente.

—¿Por qué te extraña? Sabes que siempre cuento los minutos para verte —admitió como si fuera lo más lógico del mundo.

–Lo sé mi Bella, porque es justo lo que yo hago —y la arrancó del suelo con un abrazo que casi la asfixia—. ¿Nos vamos? —Sugirió ansioso. M inutos después manejaba rumbo a su destino con ella a un lado cambiándole a las estaciones de la radio una y otra vez como era su costumbre.

–¿A dónde vamos? —Quiso saber concentrada en el aparato que manipulaba, la observo negando con la cabeza.

–¿Habrá alguna vez que puedas dejar que suene una canción completa, Bella? — Ella no lo miró, pues solían discutir sobre eso y realmente a él no le molestaba, sólo le divertía verla tan activa todo el tiempo.

–Ya sabes que no, me desespera nunca encontrar nada interesante –contestó concentrada.

–Será porque nunca dejas que suene nada —señaló vencido. Ella frunció el ceño observándolo al fin pensativa.

–Puede ser, pero no lo puedo evitar —aceptó sonriente.

Estacionó el auto y no se bajó. Ella estudió su entorno con curiosidad intentando reconocer dónde estaba, en un segundo abrió la puerta sin darle tiempo a él de usar la galantería que tanto le gustaba y abrírsela, eso era otra de las cosas a las que también se estaba acostumbrando, ella actúa siempre así, como un huracán sin control –¿Y estos apartamentos? —Deseó saber. Al ver que su novio no bajaba, asomo surostro por el sitio que dejó la puerta abierta, él tenía una ceja enarcada. Rodó los ojos comprendiendo lo que quería. Entró de nuevo y cerró cruzándose de brazos–. Ya te he dicho que tengo dos manos, pero si insiste, hazlo, puedes abrir la puerta tú —él sonrió al tiempo que besaba su cabello. Ya habían intercambiado su punto de vista de aquel tema más o menos un millón de veces, pero al final lograba convencerla de que le agradaba hacerlo, por lo que sus argumentos terminaban y lo dejaba hacer su voluntad en ese sentido. Unos segundos después tomó su mano y cerró la puerta tras ella.

–¿Ves? ¿Qué te cuesta esperar? —Le señaló divertido. Isabella volcó lo ojos pegándose a él, ciertamente no le costaba nada, solo le desesperaba un poco que alguien hiciera algo que ella podía hacer sin problemas. Un conserje los saludó educadamente en el enorme y elegante recibidor. Después subieron por un moderno ascensor que Sebastián activó con una llave extraña y una vez que llegó al último piso, la puerta se abrió silenciosamente. Ahí, de pie, no supo que hacer, así que él la invitó a pasar, la joven entró curiosa notándolo de pronto algo extraño. No conocía ese sitio y no tenía la menor idea de por qué se encontraban ahí, pero al ver el interior se quedó de piedra sin conseguir dar un solo paso. El apartamento estaba en penumbras, sólo lo iluminaban velas y lámparas con luz muy tenue, había pétalos de muchos colores por todos lados. Dios ¿Era para ella?

–Entra, mi amor —caminó automáticamente en silencio. No sabía qué sentir, eso era impresionante, bellísimo. Observó todo encantada, parecía que lo había decorado un profesional, todo era… perfecto. Las manos de Sebastián le rodearon la cintura suavemente, para después recargar la barbilla en su hombro–. ¿Te gusta? —lo miró de reojo y asintió tragando saliva con dificultad, las palmas le sudaban y la saliva no pasaba–. Es para ti, mi Bella —cuando pronunciaba su nombre así sentía burbujas en el estómago–. Ven —la tomó de la mano e hizo que lo siguiera.

Estudiaba todo sin poder articular palabra, situación rara en ella.

–Sebastián, parece un cuento —la ayudó a sentarse en un silla colocó una servilleta de lino oscura sobre sus piernas.

–Es tu cuento —le susurró provocador al odio. Le sirvió una copa de vino y luego se sentó a su lado mientras llenaba la propia—. ¿Brindamos? —La invitó mientras acercaba su bebida a la de ella.

–Sí —él apresó sus ojos y se perdió en ellos como le encantaba hacer.

–Porque esto duré por siempre —ambos bebieron sonriendo.

—Sebastián ¿Qué es todo esto? —Por fin se animó a preguntar viendo a su alrededor.

–Ya te dije… tu cuento.

—Sí… pero ¿Por qué? —Expresó extrañada. Aún no comprendía el motivo de todo aquello.

–Porque te amo —al escucharlo sonrió olvidando sus dudas. También lo amaba, como una loca y sabía que sería así toda la eternidad, no podía ser de otra forma.

Comieron todo lo que se encontraban en la mesa sin hablar mucho, sólo intercambiando miradas y caricias tiernas. Cuando terminaron, Sebastián se disculpó un momento. Isabella no se movió, jamás había ido a ese lugar, sabía que el apartamento anterior lo vendió y que estaba por adquirir otro, así que ese debía ser. De repente apareció de nuevo hincado a su lado, ella lo pestañeó sorprendida mientras él abría una pequeña caja negra que sostenía con ambas manos. La chica sintió que su pulso se frenaba y la sangre dejaba de circular por su torrente. Eso no podía ser. Dios.

Mi Bella, la razón de todo esto es porque quiero hacerte una pregunta, la más importante en mi vida. Sabes que te amo, que desde que te vi viven en mí, así que con toda la seguridad que me brinda este sentimiento deseo saber si ¿Quieres ser mía para siempre? —Y le enseñó lo que el pequeño envoltorio tenía. Era una sortija enorme con una piedra de las mismas proporciones en el centro.

–Se-Sebastián —se llevó la mano a la boca mientras sus ojos se nublaban por el agua que pujaba por salir. Le estaba pidiendo matrimonio, él, su ángel, su vida, su todo.

–Sí, Bella ¿Me harías el extraordinario honor de casarte conmigo? —Ella parecía consternada, ni siquiera se movía–. Te amo y sé que eres la mujer con la que quiero compartir toda mi vida, incluso después —Isabella se sentía absorbida por la felicidad, por la incredulidad, maravillada porque el hombre que adoraba le estuviera pidiendo algo como eso. Asintió ya llorando de la emoción, él tomó su mano delicadamente y sin dejar de verla le colocó el anillo en el dedo anular–. Te haré feliz Isabella, te lo juro.

Enseguida se abalanzó sobre él y lo besó ansiosa. Sebastián la recibió más que encantado, enseguida la bajó de la silla con un brazo y le respondió desesperadamente. No creía que un simple “sí” lo hiciera sentir fuera de este mundo, pero así se sentía, con ella todo era posible, ahora lo sabía. El ritmo fue incrementando más de lo usual, se deseaban y se tocaban como si fuera la primera vez. Gemían y jadeaban ya sin detenerse, envueltas en la bruma del placer, de la expectación, de la necesidad ignorada. Él paso un brazo por debajo de sus piernas sin dejar de besarla la levantó llevándola hasta la recámara. No tenía planeado eso, pero si ambos lo deseaban al carajo todo, lo tendrían, ella pronto sería su esposa y la agonía de saber que era tenerla también en ese plano, lo consumía. Moría por probarla, por sentirla piel con piel, arrancar de su pecho gemidos de placer, de sorpresa y de ansiedad.

Cuando llegaron, la dejó de pie junto a la mullida superficie y continuaron inmersos en su qué hacer. La ropa comenzó a ser un obstáculo más rápido de lo que creyeron.

Sebastián comenzó a lamer su cuello pasando la lengua por zonas que erizaban la piel de su prometida. Ella en medio del torrente de sensaciones únicas y fascinantes comenzó a buscar los botones de su camisa con ansiedad. Pronto desabotonó todos, con sus dos manos le pasó la fina prenda por los hombros y luego la liberó de sus brazos. Al tenerlo expuesto de esa manera no pudo evitar soltar un suspiro de admiración. Su tórax estaba marcado por el ejercicio, su piel levemente bronceada, sus bellos lo hacían ver demasiado masculino. Acercó una mano para poder tocarlo envuelta en un trance, parecía esculpido en piedra. Sebastián sonrió satisfecho al ver la aprobación en su mirada y la besó de nuevo ardientemente mientras buscaba la parte baja de su blusa para quitársela. Cuando la encontró, se deshizo de ella sin dificultad. Bella tenía apoyadas las manos sobre su pecho provocando pequeñas descargas con su simple tacto y entonces se observaron embelesados, llenos de anhelo, de expectación, ambos buscaban alguna razón para detenerse, pero esta vez no llegó ninguna, así que decidido pasó una mano por su espalda y desbrocho el sostén juguetonamente, ella le ayudó a deshacerse de él sin la menor timidez.

–Qué hermosa eres, mi Bella –logró decir al tiempo que posaba sus manos sobre aquellos sus senos y tiernamente comenzó la mayor seducción de su vida, los torturó con sus dedos sin perder de vista cada una de las reacciones de la que pronto sería su esposa, cuando ella empezó a gemir asombrada por lo que su tacto provocaba, él bajó el rostro y la probó con desenfreno y vehemencia mientras Isabella, presa de la sorpresa, lo aferró por el cabello pegándolo aún más su menudo cuerpo.

Saboreándose, de muchas maneras, el tiempo transcurrió dentro de aquella neblina que el deseo logra infiltrar al presentarse en una situación similar. Con destreza la acostó debajo de él y consiguió quitarle y quitarse los pantalones. Ansioso tocó todo su cuerpo mientras no dejaba de asaltar sus labios ya húmedos e hinchados, y de jugar con sus delicados pechos, cuando las bragas estorbaron las desapareció y la recorrió con la mirada asombrado de su perfección.

–Dios… te amo —ella le tendió los brazos para que pudieran sentirse por primera vez piel con piel, la sensación fue placentera e irreal, con nada la podía comparar porque simplemente sería absurdo, equivoco. El bóxer salió volando sin que ella se diera cuenta y de pronto sintió como su mano acariciaba su femineidad. Gimió al sentir sus dedos hurgar en su interior y en aquel lugar donde a nadie nunca le había permitido acceder–. Me estás volviendo loco, Bella —la joven sonrió excitada, completamente sonrojada y demasiado ansiosa. Eso era nuevo y generaba en su interior sensaciones ajenas y maravillosas. Él la invadía lenta y delicadamente, deseando con toda su alma proporcionarle el mayor de los placeres, que esa primera vez, fuese perfecta. Se sentía tan estrecha, tan caliente, era increíble, pero mejor aún era verla contorsionarse y arquearse asombrada, perdida en aquel sitio que quería conociera de su mano.

–Quiero que seas mío… —le suplicó apenas si audiblemente, se sentía lista y desesperadamente urgida de él, no tuvo que esperar más invitación y se posicionó entre sus piernas, la besó como si el mundo no existiera y entró en su estrecho ser firmemente atrapando su pequeño grito de dolor con sus labios. No se movió por un instante esperando a que se acostumbrase a su invasión, era tan angosta que solo haciendo acopio de una voluntad desconocida, consiguió no moverse de una maldita vez. Isabella mantuvo los ojos cerrados con sus manos aferradas a su espalda y un par de lágrimas se le escaparon sin poder evitarlo, dolía, dolía mucho.

–¿Estás bien, Bella? —Preguntó preocupado, ella asintió abriendo los parpados.

Parecía tensa, más no asustada, sino a la espera. Le sonrió con dulzura, hizo a un lado un mechón que cruzaba su rostro iluminado por la pasión y la besó de nuevo sin moverse en su interior, dándole de ese modo tiempo a su cuerpo para que se acostumbrara, poco a poco la acción comenzó a surtir el efecto deseado; olvidar el dolor. Cuando creyó que enloquecería de placer, pues ya de lo único que era consciente era de su caliente interior, comenzó a moverse lentamente. Ella se tensó por unos segundos pero al notar su mirada oscura, cargada de anhelo volvió a relajarse–. Tranquila mi amor, sólo déjate llevar —una tierna embestida vino tras esas dulces palabras y no pudo salvo gemir enterrándole las uñas en los hombros.

Jamás imaginó sentir ese placer mezclado con molestia que cada movimiento del cuerpo de Sebastián le proporcionaba.

–No pares, ahora no —y comenzó a moverse un poco más rápido dentro de ella.

Varias veces estuvo a punto de perder el control de dejarse llevar por lo que ese menudo cuerpo le provocaba, cada terminación nerviosa explotaba y su mente colapsaba en cada segundo que pasaba, Isabella se estaba entregando por completo, sin restricciones, pero no lo haría, no en ese momento, la lastimaría y eso era lo último que deseaba. De pronto todos sus sentidos se agudizaron como nunca antes logrando así llegar de la mano a ese paraíso multicolor que solo se conoce cuando se ha visitado la cúspide del placer, del anhelo y amor consumado.

Cuando todo acabó, se dejó caer sobre ella agotado para poder recuperar el aliento.

–Dios, esto fue… increíble Sebastián —la escuchó murmurar asombrada. Levantó la cabeza y evaluó su rostro, tenía una fina capa de sudor sobre su frente y sus labios se hallaban hinchados a causa de lo compartido.

–Lo sé —y le depositó un beso tierno en su nariz. Dio vuelta para quedar de espaldas al colchón y la atrajo hacia su pecho. Isabella, como si de una niña se tratase, lo miró con los ojos chispeantes y rebosantes de picardía.

—¿Cuándo lo repetimos? —Sebastián rio fuerte al ver su frescura.

–Eres incorregible jovencita… ¿No te lastimé, estás bien?

—Ahora sí —confesó un tanto avergonzada. Su prometido acunó su barbilla y la acercó hasta rozar de nuevo sus labios.

—Prometo que seré más cuidadoso.

—¿Cuidadoso? —Preguntó extrañada. Él asintió con suficiencia—. ¿Por qué no me habías dicho que así era, Sebastián? —sonrió al darse cuenta de su actitud, para ella fue tan mágico como para él a pesar de su primera experiencia.

–Porque no lo sabía, mi amor —la joven quedó confusa y frunció el ceño.

–¿De verdad? Pero si yo pensé… —colocó un dedo sobre sus labios para silenciarla.

–Sí mi Bella, pero después de esto… creo que es la primera vez que hago el amor, al igual que tú —ella se acercó a su rostro y lo besó con dulzura.

–Qué bueno, me gusta también haber sido la primera —y volvió a recostarse sobre su pecho cálido y fuerte.

Los minutos pasaron, no querían despegarse el uno del otro, estar así, tan juntos, sintiendo su piel, escuchando su respiración, oliendo sus respectivos aromas, era inigualable, perfecto. En ese estado de relajación absoluta que viene después de la tempestad, no se dieron cuenta cuando se quedaron dormidos. Ya era de madrugada cuando él abrió los ojos al sentir su respiración muy cerda de su mejilla.

Enseguida recordó lo que hacía unas horas acababa de suceder. Sonrió complacido, extasiado adorando la sensación de despertar con ella ahí, a su lado, con su pequeño cuerpo desnudo pegado al suyo. Isabella se movió un poco dejando salir quejidos preciosos debido a su posición, apretó los dientes con fuerza, podía sentir sus tiernos y perfectos pechos sobre su piel. Mierda, el deseo volvió a atravesarlo un misil a su objetivo. De pronto ella elevó el rostro adormilada.

—¿Qué hora es? —Preguntó somnolienta. Sebastián besó sus labios fugazmente y busco el reloj que descansaba en la mesa de noche.

—Las cuatro, mi amor —al escuchar la hora se sentó como un resorte, buscó su ropa ansiosa y respiró agitada.

–Ya es muy tarde, debo de regresar a casa, no quiero que Carmen y Raúl se preocupen —admitió agobiada. Al verla así, sobre la cama, con el cabello revuelto y despreocupada por su desnudez, se acercó como un felino y la rodeó por la cintura excitado.

–Lo sé, mi Bella —la joven sonrió avergonzada por su reacción, él comenzó a besarla de nuevo pero se detuvo enseguida.

—¿Qué pasa? —Le preguntó confusa, quería volver a repetir la experiencia.

—Creo que tienes razón, ya es hora de irnos —avaló quitándole un rizo de la cara.

Ella frunció el ceño turbada. Hubiera jurado que de nuevo estarían juntos–. Bella, hoy fue nuestra primera vez ¿Por qué no esperamos a que nuestros cuerpos se recuperen? —Aclaró su duda besándole las manos tiernamente. Aún sentía una leve punzada aceptó para sí, tenía razón, después de todo tenían toda la vida por delante ¿No?

–Está bien —asintió resignada. Volvió a poner sus labios sobre los de ella para tan solo rozarlos, él también moría de ganas de repetirlo una y mil veces, pero debía darle tiempo al cuerpo de Bella, no le gustó nada verla derramar aquel par de lágrimas por su causa, nunca estuvo con una chica que compartiera con él su primera vez, no era la clase de mujeres que el frecuentaba, sin embargo, sabía que no era lo mejor ir de prisa en esos casos y con Bella lo quería todo como debía ser, a su tiempo.

De camino a casa de Carmen y Raúl, ella se tornó de repente taciturna.

—¿Tienes sueño, Bella? —Negó perdida en sus pensamientos—. Entonces… ¿Por qué tan callada? —la joven volteó ansiosa.

–Tengo miedo Sebastián —susurró con hilo de voz. Ya estaba estacionando el auto frente a su casa, arrugó la frente y la observó confundido.

—¿Miedo? ¿De qué? —Ella observó la sortija que hacía unos momentos le colocó.

–De que esto sea un sueño —le quitó el cinto de seguridad al tiempo que hacía lo mismo con el suyo, tomó su rostro entre las manos y la besó suavemente.

–Esto no es un sueño mi amor, y te juro que si lo es, yo me encargaré de que nunca despiertes ¿De acuerdo? —la joven sonrió más tranquila.

–Te amo, Sebastián.

—Y yo a ti, mi Bella.

–Fue… todo tan hermoso, Sebastián. Gracias —el hombre la abrazó ya en el umbral de la puerta absorbiendo su aroma cítrico y embriagante, tan único.

—Yo soy quien te agradece, de verdad fue perfecto.

–No deseo entrar, quisiera quedarme así para siempre.

—Te entiendo… pero no queda mucho para que así sea próxima señora M olinaro

—la joven sonrió ante sus palabras, no le desagradaba en lo absoluto, lo cierto es que el apellido le daba lo mismo, ella solo quería que él estuviera a su lado toda la vida. Antes de despedirse en medio de besos apasionados y tiernos, acordaron que darían la noticia juntos, al día siguiente.

Sebastián llegó a mediodía, comieron en casa de Carmen y Raúl, y al terminar les dieron la noticia. Carmen lloró de alegría viendo el anillo de la muchacha una y otra vez. El resto los felicitaban animosos. Raúl propuso brindar y así lo hicieron en medio de sonrisas y abrazos.

Más tarde Bella jugaba muy divertida retando a todos en el domino y ganándoles junto con Raúl a los demás. El crepúsculo iniciaba cuando el dueño de la casa invitó a todos al cine. Isabella se negó educadamente mirando a su prometido de reojo.

Deseaba estar con él a solas, que la besara, que despertara cada una de esas sensaciones que solo a su lado había experimentado.

–Comprendemos que desean estar solos —bromeó Raúl observándolos. Sebastián levantó los hombros completamente sumiso. ¿Qué podría negarle a esa mujer, su mujer? Nada, ni en ese momento ni jamás. Unos minutos después se encontraron ya no había nadie, cuando estuvo segura de que no regresarían por los típicos olvidos de Carmen, Isabella lo atrajo tomándolo por el cuello de la camisa y lo besó con ardor y urgencia, ambos sintieron como el calor subía en tiempo record.

–Dios… toda la tarde tuve ganas de besarte así —le confesó radiante. Amaba su temperamento; era arrebatada y muy intensa en sus emociones.

–Yo también, pero… por favor no me provoques, Bella. No es el lugar y me cuesta mucho trabajo dominarme, sabes que eres todo una tentación ¿Por qué no vamos a caminar y así nos enfriamos un poco? —propuso sofocado. La joven hizo un pequeño mohín asintiendo resignada. Sujetó su mano y con gesto decidido lo sacó de ahí.

Sebastián sacudió la cabeza, jamás se cansaba, era indómita, testaruda y a pesar de contar con la mejor salud, nunca conoció a alguien con más energía que ella.

Anduvieron en dirección al mismo parque en el que hacía unos meses ella habló con Raúl. Tomados abrazados disfrutaban el calor de marzo, pues la brisa era agradable y el viento no tan fuerte.

–Bella ¿Te parece que planeemos la boda para verano ya que tú estés de vacaciones? —Enseguida sonrió con el rostro iluminado–. ¿En julio? ¿Qué dices?

—¡Sí! Suena perfecto —acordaron algo íntimo, con una recepción pequeña y que sería el tercer fin de semana de ese mes. Él moría por complacerla en todo y esos eran su deseos, así que sólo quedaba comenzar a darle forma a la idea, después la llevaría a ese viaje que le prometió en navidad.

Sentados en una banca, el abrazándola por la cintura y ella recargada en su pecho, planeaban su futuro. Si por él fuera, al día siguiente se casaban, si antes fue difícil la separación cuando tenía que volver a casa, ahora lo veía prácticamente imposible. La mujer que tenía entre sus brazos era un sueño, sentía que por ella sería capaz de todo y después de la noche anterior, todavía más. Hacer el amor con Isabella lo dejó noqueado, jamás sintió algo similar, ella fue generosa, pasional, sensual y se entregó sin dejar nada guardado, lo hizo sentir amado y deseado hasta enloquecer. De pronto, sin comprender por qué, Bella se tensó, estaba jugando con sus dedos distraída, no veía la razón a ese cambio de actitud.

—¿Qué pasa? —La joven lo miró desorientada–. Bella me asustas ¿Qué sucede?

—Se-Sebastián ayer que… tú y yo… bueno… Sebastián, no tomamos precauciones ¿Verdad? —No pudo evitar reír divirtió al ver su preocupación por lo que la besó tierno en la nariz.

–Sí, jovencita.

—¿En serio? —Dudó la muchacha–. Es que… yo no… me fijé —admitió con el rostro escarlata. Sebastián atrapó uno de sus labios embelesado.

—Sé que quieres terminar tus estudios y aunque moriría por un hijo tuyo, pues… es tu decisión, ademán no creo que sea el momento, será cuando te sientas preparada ¿De acuerdo? —más tranquila se le acurrucó escondiendo la cabeza en su pecho.

–No debí dejarte a ti toda la responsabilidad ayer, pero… es que…

—Sh… no te preocupes, cuidar de ti es mi parte ¿Está bien? —ella asintió feliz.

—¿Sebastián? —Continuó.

—Dime —contestó lánguido jugando con uno de sus mechones muy entretenido

—Unos compañeros en la Universidad… —y se detuvo como evaluando si continuaba, pero él la animo a seguir, levantando su rostro para ver sus hermosos ojos.

–¿Bella? No escondamos nada —rogó serio.

—No es eso, es sólo que… bueno… unos compañeros tenían una revista y aparecía yo junto a ti aquel día que fuimos al cine, creo que hace como un mes —se tensó enseguida, su mirada se tornó dura y calculadora.

—¿Y qué?, ¿algo te molesto? —su semblante era serio y la observaba tratando de comprender cada una de sus reacciones.

—No, pero… No comprendo ¿Por qué salimos ahí? No eres una celebridad, yo menos. Decía que era una desconocida y hablaba de ti, no quise leerla la verdad, pero… ¿Podrías explicarme? —le pidió confusa, Sebastián de pronto parecía otro.

Su prometido la acomodó frente a él para poder hablar mejor y llenó de aire sus pulmones, sabía que esa charla llegaría y ella… no lo tomaría bien, pero era necesario.

–Bella, en mi mundo eso es común, la prensa busca noticias todo el tiempo, por favor no te alteres. Yo no voy a permitir que suceda nada ¿Sí? —Error, la chica se alertó de inmediato.

—¿En tu mundo? No entiendo ¿Qué puede suceder? —le preguntó extrañada.

Mierda, nunca creyó que explicar su vida fuese tan complicado y peor aún, lo avergonzara.

—Isabella, cuando posees un negocio y un apellido como el mío tu vida se vuelve publica ¿Comprendes?, así es el dinero. Y en cuanto a lo que puede suceder, debes de saber que no voy a permitir que ninguno de esos periodistas te haga daño — quería que estuviera tranquila pero se daba cuenta de que sólo la estaba preocupando con cada palabra dicha. Maldición.

—¿Qué es lo que puede pasar? Pueden hablar de mi pasado ¿Verdad? —conjeturo de inmediato poniéndose pálida enseguida. Sebastián sintió ganas de gritar, sujetó sus manos con dulzura y asintió sin remedio–. Pero ¿Por qué? A ellos ¿Qué más les da?

—Bella, mi amor, escúchame, no va pasar nada ¿Entiendes? Eso yo ya lo tengo controlado ¿Sí?

—¡¿Controlado?! Quieres decir que ¿Ya han investigado sobre mí? Sebastián ¡Es mi vida! ¿Por qué no me lo dijiste? Tenía derecho a saber esto ¿No lo crees? —Le reclamó furiosa mientras se levantaba y caminaba en dirección a su casa. Era demasiado orgullosa y… tenía razón, admitió turbado. La detuvo tomándola de los brazos con firmeza.

—Escucha por favor, lo siento —pero ella intentaba soltarse. No deseaba hablar con él, primero le decía que no escondiera nada y luego le sale con algo así… No, se sentía molesta, asustada—. Isabella, escúchame —le rogó levantando la voz alterado. La joven se calmó al ver su mirada agónica y dejó de luchar–. Mírame — obedeció llorosa–. No lo voy a permitir, te lo juro. Sé lo que para ti significa tu vida anterior y mataría a quien te hiciera daño sacándola a luz ¿Comprendes? —Ella asintió con las mejillas ya húmedas–. Mi Bella, por favor confía en mí, conmigo vas a estar segura, te ruego que no lo dudes —le suplicó conmovido por su reacción.

—No lo dudo, Sebastián —admitió triste y con la nariz enrojecida–. Es sólo que no quiero traer a mi presente… lo que fue, yo ya lo olvidé y me da miedo tener que revivirlo ahora, quisiera poder borrarlo para siempre —sollozó limpiándose las lágrimas temerosa. Comprendía su dolor, ni siquiera con él se abría para hablar sobre esos capítulos de su pasado, al principio lo intentó, pero con el tiempo desistió al ver que se ponía muy mal al recordar y preguntándose si tenía caso hacerla revivir una y otra vez algo que ya era parte de su vida anterior. La abrazó consolándola y buscando infundirle confianza y seguridad. Jamás dejaría que nada le pasara, nunca.

–Te ruego que no te preocupes por nada, no permitas que te afecte, es lo único que te pido, yo me encargo del resto, puedo hacerlo ¿Sí? —Isabella asintió sobre su pecho mientras rodeaba su cintura con posesividad. Odiaba a esa gente, pero así tuviera que gastar todo su dinero en sobornos y amenazas lo haría seguro, no permitiría que nadie le tocara ni siquiera una pequeña fibra de su alma.