Capítulo 11
Minutos después entraba a la gran casa. Isabella todavía no había llegado, su coche no estaba ahí, al pensar en ella sintió ganas de gritar de impotencia. Su vida, sus sueños se habían ido en tan solo unas horas. Ya lo esperaban Carmen y Raúl preocupados.
—¿Qué pasa Sebastián? ¿Isa está bien? —Ella fue la primera que habló.
—¿Dónde están los niños? —preguntó observando su alrededor.
—Ambos están en la escuela, llegan en dos horas, Isabella en menos, un hora quizá
—contestó Raúl observándolo preocupado, estaba demacrado, desaliñado y su mirada estaba llena de dolor y rencor.
–Hablemos adentro —pidió, un segundo después entro a la casa sin esperarlos.
Ambos caminaron tras él sin entender nada, lucía muy descompuesto. Al llegar la sala les tendió el sobre que tenía en la mano y que ya se encontraba arrugado de tantas veces que lo había estrujado y revisado–. Léanlo, por favor —el matrimonio se sentó y sacaron su contenido. Después de varios minutos sus rostros se tornaron pálidos.
—Sebastián, ¿De dónde diablos salió esto? —exigió saber muy molesto Raúl poniéndose de pie para igualarlo en condiciones.
–Todo es verdad, todo, ya lo confirmé. Nos ha mentido todo este tiempo, es una cínica, una descarada, una… —no pudo continuar, se le estaba quemando el alma.
—Es… imposible hijo, no puedo creerlo —expresó Carmen desencajada.
—Lo mismo pensé, ustedes saben cuánto… la amo, pero es cierto —dijo dejándose caer muy cansado y desmejorado sobre el mullido sillón.
—Pero ella también te ama Sebastián, lo sé —murmuró la mujer con la voz quebrada. Raúl pasó un brazo por su hombro y la atrajo hacia él. No lo podía creer.
—Lo siento Carmen, eso mismo pensé, pero ya ves… me equivoqué, me equivoqué en tantas cosas… todo lo que está ahí es verdad, llevo toda la mañana en eso… les juro que daría mi alma porque fuera mentira, porque ella fuera inocente.
–Si esto es cierto no puede permanecer ni un minuto más en esta casa — advirtió Raúl abatido y profundamente desilusionado. La mujer ya estaba llorando –Primero debemos hablar con ella, que nos explique, por favor… dejemos que por lo menos se defienda.
—Carmen, sabes que nunca te niego nada, pero esto es delicado. Tiene que ver con nuestros hijos, con su seguridad, esa mujer al acecho, con nosotros. Nos engañó, nos ha mentido todo el tiempo. Nosotros confiamos en ella le abrimos nuestra casa, lo siento, no los expondré —expresó tristemente, de los tres ella era como una especie de sol para él, siempre sonriente, siempre dispuesta… ¿Cómo se habría reído de ellos?
Los tres permanecieron en silencio durante unos minutos perdidos en su dolor, en la desilusión. De pronto la escucharon entrar. Chayo le decía que todos estaban en la sala, ella llegó corriendo como siempre envuelta en esa vitalidad que la caracterizaba, sonriendo como solía. Al ver a Sebastián corrió hacia él, se sentía un tanto agotada, la jornada fue algo pesada y el día anterior él no le dio tregua, recordó ruborizada.
–¡Qué bien que estás aquí! ¿Comeremos juntos? Tengo que contarte que… —pero al ver que no la veía paró se detuvo en seco y se dio cuenta de que algo sucedía. Todos parecían consternados. Frunció el ceño desconcertada—. ¿Qué pasa? —preguntó extrañada. Siguió la mirada llorosa de Carmen, unas fotos en la mesa llamaron su atención y las tomó, al verlas se puso pálida y sintió nauseas—. ¿Qué—qué es esto? —indagó asustada al verse medio desnuda con un hombre que en su vida había visto en una cama que no recordaba. Vio la siguiente y la siguiente. En ellas aparecía recibiendo dinero del mismo hombre y así sucesivamente con diferentes acompañantes, las últimas fotos reconoció a la mujer que salía con ella muy amorosa–. Mamá—susurró con lágrimas resbalando por sus mejillas. Alzó la mirada con pánico, consternada y muy indignada—. ¡¿Qué es todo esto?! —Se dirigió a Sebastián aterrorizada, con un nudo enorme en la garganta, con la rabia bullendo por sus venas–. Por favor dime ¿Qué es esto? —él parecía ausente, vació.
–Tú explícanos, Isabella —se acercó a Sebastián intentando tocarlo, pero la esquivo rápidamente de forma hiriente.
—Por favor… dime que no lo crees. Sebastián por favor, tú mismo me dijiste que podían inventar cosas… Sabes que no sería capaz… ¡No soy yo! —le gritó desesperada. Raúl se acercó a ella furioso y la hizo girar.
–Nos mentiste, nos mentiste muy bien Isabella, pero se acabó, hasta aquí llegó este embuste —intentó zafarse del fuerte apretón. No podía estarle ocurriendo algo así, simplemente no.
–No entiendo Raúl, yo en mi vida he visto a esos hombres, por favor créanme —y miró a Sebastián angustiada–. Tú sabes que solo he estado contigo, por favor — imploró llorando al notar el desprecio en su mirada. No podía estar ocurriendo aquello, ella no había visto a su madre desde el día que los abandonó y en su vida estuvo ni cerca de esos hombres. ¿Qué era todo eso?
Él se puso de pie furioso, Raúl la soltó enfermo de rabia. Isabella intentó de inmediato abrazar a Sebastián esperanzada, pero este la empujó a un lado lleno de rabia y asco.
–No me toques, no vuelvas a tocarme nunca más, Isabella. Te creí, te creí siempre. Creí en cada una de tus mentiras, pero por fin se te cayó la careta ¿Qué planeabas? ¿Casarte conmigo y sacarme hasta el último centavo? ¡¿Eso querías?! —le gritó fuera de sí.
—¡No! Tú sabes que no, tu dinero jamás me ha importado. Yo… te amo —le decía llorando desesperada, mientras veía como él iba abriendo un abismo inmenso entre los dos.
—Jamás, nunca vuelvas a decir eso entendiste, ¡Nunca! —le escupió rojo de ira. La joven sentía que eso era una pesadilla, que no podía estar pasando.
—¿Cuándo fue la última vez que la viste? —Le preguntó Carmen con lágrimas en los ojos desde el sillón.
–Hace más de diez años, ella nos dejó… Ustedes lo saben, no he mentido, les juro que no la he vuelto a ver, no entiendo esas fotos, no son verdaderas —y buscaba una mirada que le creyera.
—Eres una… —bramó Sebastián con furia y apretando los dientes. Isabella sintió como iba cayendo a un abismo del que no podría salir, no con facilidad. Pero de eso a que soportara sus insultos, jamás, no cuando no tenía nada de qué avergonzarse.
–¡No lo digas, no te atrevas a insultarme! —Vociferó a punto de desmoronarse.
—Tienes razón, tú no vales nada —le restregó cerca de su rostro. Provocándole una nueva oleada de dolor–. No vuelvas a cruzarte por mi camino, te lo advierto por que como enemigo puedo ser tu peor pesadilla, estás advertida —Isabella lo odio en ese momento como nunca a nadie, se quitó el anillo de la mano y rabiosa se lo aventó.
–Te equivocas Sebastián, la que no quiere volver a verte soy yo, algún día sabrás que todo esto es una gran mentira y grábatelo muy bien… No te lo perdonaré ¿Entendiste? Nunca. No eres mejor que ellos, me juraste protegerme, que nada de esto ocurriría, que no lo permitirías, pero con qué rapidez te hacen cambias de opinión —intentaba hacerlo entrar en razón, que le creyera.
—¿Y qué pensaste?... ¿Este imbécil jamás se dará cuenta de mis tretas? Eres despreciable, di lo que quieras y espera sentada que jamás te buscaré, para mí estás muerta, bien muerta Isabella —caminó hacia la puerta y de pronto giro–. ¡Ah! Y quédate con ese anillo, tómalo como una recompensa de tu gran actuación, aunque créeme que yo te habría podido dar mucho más por tus servicios —y salió sin más de la casa.
No podía creer lo que sucedía; Sebastián la acababa de dejar, ya no la quería incluso estaba segura la odiaba. Sintió que un sudor frio se apoderaba de ella. De pronto se acordó de Raúl y Carmen y los encaró suplicante. Ambos se levantaron claramente decepcionados.
–Isabella, recoge tus cosas y vete. No intentes ponerte en contacto con tus hermanos ¿Comprendes? —Raúl ni siquiera la veía a los ojos.
—No… no por favor. Se los ruego, no me hagan esto. ¿A dónde voy a ir? —lloraba desesperada.
–Ese es tu problema. Si sabemos que te contactas con ellos te denunciaremos ¿Entiendes? Tus hermanos no se merecen que les hayas engañado también — expresó Carmen muy dolida, aún en shock— —No les he mentido, lo juro, por favor créanme, por favor —les suplicaba sobre el tapete, con las manos cubriendo su rostro por el llanto.
–Lo siento, tienes quince minutos para dejar esta casa —y salieron sin decir más.
Isabella lloró sin poder parar. No entendía nada, ¿quién podría haberle hecho algo así? Su vida en diez minutos terminó. Lo que sí sabía era que lo había perdido todo y que ahí no podía regresar. Subió corriendo a su recámara llena de furia y frustración, no podía pensar con claridad, lo único que veía era a él despreciándola, odiándola. Tomó sólo algunas cosas que ella se compró, dejando el resto ahí, no quería que la acusaran también de ladrona. Tras meterlo todo en una pequeña maleta, echó un vistazo a su alrededor. Hasta ahí había durado el sueño, comprendió herida.
Observo las fotos en las que parecía feliz y pensó que todo fue una burla, no entendía por qué la felicidad que creía propia desapareció de esa manera. Cerró la puerta tras ella y descendió despacio las escaleras. No había nadie cuando salió, así que dejó solo una nota de agradecimiento a los que hasta ese momento consideró como sus padres.
Vagó horas sin rumbo, se sentía entumida de dolor, su cabeza intentaba buscar una explicación a todo aquello, no la encontraba. Cuando anocheció se dio cuenta de que necesitaba un lugar donde quedarse. De pronto recordó que no tenía ni un centavo.
Su cartera apenas tenía un billete de mediana denominación y el dinero que juntó lo donó repartido anónimamente a varias instituciones que cuidaban niños en situación de calle esa misma mañana. No tenía prácticamente amigas a quienes acudir sin provocarles un problema en su casa y olvidó su móvil en el recibidor, no contaba tampoco con tarjetas de crédito, así que no tuvo más remedio que caminar buscando un lugar donde pasar la noche. Encontró un parque medio iluminado y se sentó en una banca. Subió la maleta a su lado. Y se quedó ida. Recordó todo con dolor e intentando pensar con más claridad, buscando descifrar inútilmente los acontecimientos. De pronto comenzó a amanecer, ni cuenta se había dado, se levantó de la banca entumida, no se movió prácticamente por horas, ni siquiera tenía noción del tiempo. Su mente comenzó a caminar rápidamente, después de la desesperación y conmoción en la que se sumió las últimas horas, trató de pensar que debía hacer con su nueva situación. No tenía donde ir, no tenía dinero y estaba sola completamente. De pronto recordó que en la universidad ponían anuncios para compartir casas o rentaban cuartos de asistencia. Y con los ojos rojos de tanto llorar se dirigió hacia allá más esperanzada.
Sebastián decidió que esta vez no se iba dejar caer. Pero no pegó el ojo en toda la noche. Aún no podía creer lo que sucedió, la amaba, le costaba reconocerlo. No entendía por qué la traición, por qué la mentira, él le hubiera dado todo sin dudarlo ¿Qué no se daba cuenta de lo que hubiera sido capaz por ella? ¿No notó que por una de sus caricias hubiera matado? Se sentía cansado, frustrado, decepcionado e impotente. Miró el departamento recordando la primera vez que la hizo suya, una lágrima se le escapó sin remedio. Nunca podría olvidar lo bello que fue ese día.
Nunca más regresaría. Jamás la volvería a sentir temblar entre sus brazos cuando la besaba. Nunca se volvería a perder en su mirada. Y era mentira. Furioso comenzó a aventarlo todo, gritaba mientras rompía cada adorno de aquel lugar que fue testigo muchas veces de su amor. Volaron las sillas, con un cuchillo rompió el colchón y destrozó todo hasta que, sin fuerzas, quedó de rodillas llorando en el piso en medio de toda la destrucción gritando una y otra vez “¿Por qué?, ¿por qué Isabella?”.
Llegó a la universidad sin sentir ya el cuerpo del cansancio y tristeza. En la puerta una mujer estaba mirándola llegar, por no mencionar la forma en la que los estudiantes la veían, con lujuria algunos y desprecio otros.
–¿Eres Isabella Fuentes? —Asintió exhausta–. Acompáñame a la dirección —su tono no daba lugar a replicas.
—¿Por qué? —Preguntó alterada.
—Por favor, señorita —le mostró el camino, más miradas extrañas a su alrededor ¿Qué ocurría? Isabella la siguió sin chistar sintiéndose demasiado incómoda.
Incluso chicos le guiñaban el ojo o simulaban un beso, mientras las mujeres la estudiaban con desdén y asco. Cuando llegó al cubículo la mujer la hizo pasar. Adentro estaba otro hombre que la evaluó con cara de pocos amigos.
–Señorita Fuentes, tenemos que pedirle que abandone la Universidad, acaba de ser suspendida de forma indefinida —ella lo miró asombrada. ¡¿Qué?!
—¿Por qué?
—Gente con su reputación mancha a esta institución. A lo que se dedica es su problema, pero hacerlo aquí, en el recinto, con los estudiantes, es motivo de expulsión. Así que haga el favor de ir por sus papeles y marcharse —le informó hiriente el que, por el letrero frente a su escritorio, era el director de su carrera.
Ella no comprendía
–¿De qué habla? —exigió saber ya sin muchas ganas.
–¿De verdad desea que lo repita? Del tipo de… relación que mantenía con el alumnado vendiendo… su cuerpo. Como le digo, ese es su problema, pero no dentro de este lugar —expresó apenado–. Desde ayer los periódicos solo hablan de eso, al igual que las redes sociales y medios de comunicación, su rostro está en circulación por todo México. Así que… le pido que se retire. Lo siento mucho —Isabella sintió que iba a perder el conocimiento.
–Pero…
—Por favor abandone el campus, ahora —le ordenó indicándole serio la salida.
–Por favor escúcheme, por favor, es un error —suplicó ya al borde de la locura.
—Lo siento, si no sale ahora, tendremos que pedir que seguridad le ayude a hacerlo —la joven agarró sus cosas y salió lo más rápido que pudo de aquel sitio completamente humillada y desgarrada por dentro.
Corrió y corrió sin detenerse. Chiflidos y frases obscenas fueron las que recibió al salir huyendo de ahí. Cuando vio que estaba lo suficientemente lejos de esa pesadilla, dejó su maleta en la banqueta y se sentó a llorar descontrolada, aterrorizada. Algo muy grande estaba pasando, algo que jamás entendería ¿Quién querría hacerle tanto daño? ¿Quién, por qué? Después de unas horas en las que no encontraba sosiego continuó. Ya casi era mediodía y el sol comenzó a esconderse tras nubes bien cargadas, pronto llovería, tenía que encontrar donde quedarse, y pronto. No sabía dónde se encontraba, la colonia no se veía muy segura, pero eso no la intimidó. De pronto, después de varias cuadras recorridas sin éxito, encontró en una casa que apenas se mantenía en pie de lo vieja y mal cuidada, un letrero mal escrito anunciaba cuartos. La cara se le iluminó por primera vez en horas y cruzó la calle hacia esa dirección. Tocó y apareció una mujer con muy mala aspecto y ceño de fruncido.
—¿Qué desea? —Le preguntó mascando un chicle y mostrándoselo al mismo tiempo.
—¿Tiene un cuarto libre? —Quiso saber Isabella con determinación.
–Sí —contestó la mujer de malas– ¿Cuánto cuesta?
—Cien la semana, no incluye comidas, solo es el cuarto que comparte baño con el resto —masculló evaluándola con cara de desprecio.
—Lo tomo —anuncio un poco aliviada, traía quinientos en la cartera, además no tenía tiempo de buscar otra cosa. Ya el día siguiente vería qué hacer, por ahora necesitaba dormir y pasar la noche en un lugar con techo.
La dueña de aquel andrajoso lugar la escudriñó de arriba abajo y enarcó las cejas en señal de no importarle en lo absoluto la procedencia de su nueva inquilina. La casa estaba aún peor por dentro, olía a humedad mezclada con años de suciedad. La pintura de las paredes se hallaba completamente pelada y todo estaba en condiciones deplorables. Llegó a una puerta que por lo menos se veía que cerraba y la abrió.
–Este es el cuarto —anunció la casera esperando que Isabella saliera corriendo de ahí al verlo.
–M uy bien, gracias —sacó el dinero acordado y le pago una semana. La mujer lo agarró y desapareció.
Una vez sola, entró y cerró tras ella con seguro, recargó su maleta en la pared observando la suciedad de ese sitio que sería su guarida provisional. La recámara era del tamaño de un alfiler, apenas si cabía una cama individual desvencijada con una pequeña mesita de noche a lado que no tenía ningún adorno. Lo que parecía ser una colcha tenía manchas por doquier y olía terrible. La quitó cerrando los ojos, el olor que despidió casi la hacen devolver el estómago.
—Qué rápido se te olvidó de dónde vienes —se regañó a sí misma. La sabana que estaba debajo, no se hallaban mejor y la almohada ni se diga, pero decidió que ya no importaba, qué más daba todo. Se tumbó boca arriba e intentó pensar en qué iba hacer. Su vida dio un giro de ciento ochenta grados en tan solo veinticuatro horas, el día anterior durmió como una princesa y ahora dormía en ese lugar que olía tan desagradable. No había comido nada desde el la mañana que todo ocurrió y sus tripas comenzaban a rugir, pero no podía levantarse del agotamiento. Sin percatarse cerró los ojos y a lo lejos escuchó un trueno, la lluvia no tardaría en caer, pensó agradeciendo haber encontrado ese lugar.
Marco sabía que le mentían, Isabella jamás se hubiera ido de intercambio de última hora sin avisarles, además no eran fechas. Por otro lado sus padres estaban muy extraños desde el día anterior. Y una mierda, tenía un mal presentimiento. Prendió su ordenador y al estar buscando un artículo que le encargaron de tarea vio las fotos de su hermana y comenzó a leer todo sin poder detenerse. Cada renglón le provocaba un serio dolor de cabeza y rabia contenida. Imposible, todo era una mentira, ella no era capaz de algo así. Él la vio sufrir por ellos, estar desesperada por darles algo de comer, pero jamás se prestó a cosas semejantes. Navegó más por el artículo y al ver a su madre con ella abrazándose supo que en definitiva todo era una gran calumnia. Una de enormes proporciones. Se sintió furioso, impotente.
¿Dónde estaba su hermana?, ¿Qué diablos había pasado? Bajó corriendo las escaleras y buscó a Carmen desesperado. Estaba leyendo en un sillón.
–Carmen —su madre adoptiva lo miró tiernamente.
–¿Qué pasa mi niño?
—¿Dónde este mi hermana? —la encaró sin rodeos.
—Arriba, con Raúl haciendo la tarea supongo… —contestó y volvió a su libro consumida por la pena.
–No, Dana no, Isabella, ¿Dónde está? —de inmediato el dolor regresó. Lo observó rendida, cerró el libro y se quitó los lentes.
–Marco, ya te lo dijimos —le recordó fingiendo tranquilidad.
—De acuerdo, pero… me puedes explicar si todo esto tiene que ver con lo que se está diciendo sobre ella —la retó enarcando la ceja con los brazos cruzados.
–No sé de qué hablas, mi cielo —musitó desolada.
—Sí lo sabes y ya no soy un niño, Carmen quiero la verdad —exigió sin perder la calma.
—Marco, por favor, sé que no eres ningún niño.
–Te lo suplico, necesito saber si ella se fue a España por eso —la mujer se levantó y lo tomó por los ambos brazos con la cabeza gacha, no tenía sentido mentir.
–Sí hijo.
—Muy bien —asintió el adolescente pensando rápidamente en sus opciones. Estaba seguro de que algo no estaba bien, algo no embonaba pero debía saber bien lo que pasó–. Una cosa más —deseó saber–. Sebastián ¿Cómo lo tomó? —su madre no pudo fingir más.
–Está muy mal hijo, no habrá boda —él volvió a asentir.
–Gracias —y salió rápidamente de ahí. Carmen lo siguió con los ojos, no comprendía su actitud, parecía… indiferente. O a lo mejor estaba herido por lo que acaba de descubrir, de cualquier forma trataría de estar al pendiente de sus estados de ánimo.