Capítulo 18
El resto del día se sintió ansiosa, Sebastián no le dijo a qué hora las recogería y no quería hablarle para saberlo. Jugo con los animales lo que sus fuerzas le daban, pero al llegar Marco y Dana ya no tuvieron descanso, entre los dos no pararon de mimarlas y jugar con ellas, mientras Isabella los veía sentada en un pequeño columpio.
Por la noche Carmen le comentó que él habló para avisar que no tuvo tiempo de ir por ellas, así que al día siguiente iría temprano. Quería golpearlo, todo el tiempo la mantuvo expectante y ansiosa, necesitaba que eso no volviera a suceder, debía decirle todo lo que ya había decidido y debía lograr que lo comprendiera de una maldita vez. Entre menos trato existiera entre los dos mucho más sencillo iba a ser retomar su vida.
Durante la noche no logró dormir bien. Los sueños, o en realidad pesadillas sobre sus recuerdos, no le permitieron descansar. Más de una vez despertó con lágrimas en los ojos y sintiendo la desesperación de aquellos meses. Jamás podría olvidar todo; esa pesadilla, su tiempo en el orfanato donde vivieron completamente privados de cariño y respeto, su niñez con una madre, que además de maltratarla una y otra vez sin hartarse, la intentó vender y de alguna manera consiguió peleando y pataleando que no lo hiciera, después de todo si ella no cuidaba a sus hermanos ¿Quién lo haría?.
Cuando por fin amaneció ya no intentó dormir más. Cada que cerraba los ojos todo se le venía encima. Se duchó y bajó desanimada a desayunar.
—Hola, mi niña —la saludó Carmen dándole un beso en la frente mientras apresuraba a sus hermanos para que terminasen de comer. Pero al ver su semblante hizo una pausa y la observó más detenidamente–. Isa, hoy no traes buena cara… mejor sube a descansar un rato más —ella negó nerviosa.
–Prefería estar donde hay gente, Carmen… —le explicó angustiada. Se veía agotada, no la presionaría, pero no le gustaba nada su talante.
–Está bien mi niña, pero en cuanto termines, te recuestas —ella asintió mientras comía un poco de fruta y escuchaba a sus hermanos quejarse por lo temprano que era.
Cuando todos se fueron Isabella ya se sentía exhausta, sin fuerzas. Fue directo al jardín, ahí se sentía menos agobiada. Los animales al verla corrieron hasta ella, tomó uno de los palos que traían en el hocico y se los aventó de nuevo para que fueran corriendo por él. Se acercó a la tumbona que ocupó el día anterior, se recostó y sin ya poder mantener los parpados abiertos se durmió. Más tarde una de las mujeres que trabajaban ahí le colocó una frazada sin despertarla.
No eran más de las diez de la mañana pero ya se sentía ansioso, así que salió de su oficina y condujo hasta su casa. Esperaba que su estrategia hubiera funcionado, que Bella estuviera desconcertada por su indiferencia e intranquila por verlo. Lo cierto era que estaba resultando muy difícil no verla a diario, no poder hablar con ella. Sin embargo, era la mejor forma; darle un poco de tiempo y espacio para que fuera acomodando todo en su cabeza y por fin por lo menos conversaran, que le permitiera acercarse, lograr su perdón.
Llegó y al entrar rodeó la casa por la parte trasera, el jardinero le informó que ahí se encontraba. Al acercarse vio que Luna y Miel jugaban con algo al lado del diván donde la vio el día anterior. Las mascotas lo observaron llegar pero no se movieron de ahí. Frunció el ceño. Al estar más próximo se dio cuenta de que se hallaba cobijada y que dormía profundamente. Se sentó a su lado y la observó sin que el tiempo le importara.
Se veía un poco más ojerosa que el día anterior y parecía inquieta, movía mucho su rostro y susurraba cosas que no entendía. “Debo despertarla…” pensó viéndola tan inquieta, pero necesitaba contemplarla. Dios… como la amaba, esa mujer era todo para él. Acercó una mano lentamente hasta su mejilla deseando tocarla aunque fuera un poco, de pronto ella se agito aún más. Sebastián alejó la mano de inmediato, estaba teniendo pesadillas, eso era evidente. Tomó su rostro entre las manos y la llamó suavemente.
–Bella… Bella despierta, Bella… —la joven poco a poco fue saliendo de ese mundo inconsciente, cuando al fin logró abrir los ojos habían lágrimas dentro de ellos–. Bella, ya pasó, tranquila… —comenzó a susurrarle intentando abrazarla, verla así lo llenaba de impotencia. Pero ella se separó de él de inmediato.
–No, no, ya estoy bien —expresó temblorosa limpiándose las mejillas.
–Pero Bella…
—No, ya pasó —negó girando su rostro al lado contrario. Se quitó la frazada, se iría. Él se levantó de inmediato afligido.
–Bella no te vayas, yo me voy, sólo vine por ellas —y señaló a los animales que los observaban atentos. Nada estaba saliendo como lo planeó, pero debía aprender que las cosas con ella así eran, impredecibles.
—Gracias por traerlas… pero prefiero ir adentro —se excusó torciendo la boca en algo que intentaba ser una sonrisa de agradecimiento. Iba a intentar convencerla cuando ella se puso de pie y las piernas se le doblaron, su reacción fue instantánea. Se acercó a toda velocidad y amortiguó con sus brazos lo que hubiera sido un golpe. La cargó sin preguntarle, acurrucándola junto a su pecho–. Bájame… —le rogó sin fuerzas.
—Por supuesto que no, Bella estás muy débil, debes descansar. Te llevaré a tu recámara para que duermas, no te ves bien —decidió caminando hacia la casa.
—No… —suplicó llorando por miedo a cerrar los ojos. Sebastián la pegó más a su cuerpo intentando tranquilizarla.
–Sh… estoy aquí mi Bella, todo va estar bien… —pero ella continuaba ansiosa, llorosa.
Subió con ella a cuestas sin el mayor esfuerzo, siempre fue delgada, pero en ese momento lo era aún más. Anduvo hasta su habitación, abrió la puerta y la recostó delicadamente sobre su cama.
–Bella, duerme… —imploró preocupado, le hablaría a Paco y a Carmen. La joven negó temerosa, estaba demasiado agobiada y sabía que era por todo lo sucedido. Se sentó a su lado al verla así, acarició su cabello esperando que ella en cualquier momento le pidiera que parara, pero al contrario, miraba hacia un lugar sin prestar atención y el llanto comenzó a cesar.
Poco a poco con su contacto comenzó a sentirse más tranquila y la angustia comenzó a ceder. De pronto él dejó de hacerlo, parecía que se iba. El desasosiego la volvió a envolver, en ese momento su orgullo o dignidad no le importaron, necesitaba paz y Sebastián, paradójicamente, era lo único que se la brindaba en ese momento, era como una medicina para un mal.
–No te vayas —le suplicó con hilo de voz.
Al verla así no supo si moría de alegría o de preocupación, pero le importó una mierda, eso quería, eso haría.
–¿Segura, Bella? —Ella asintió asustada. Agarró una cobija, se la puso encima, se recostó a su lado y la abrazó teniendo su espalda de frente. Recargó su rostro sobre las almohadas con la barbilla encima de su cabeza. La joven no puso ninguna resistencia, así que comenzó acariciar su cabello. Conforme pasaron los minutos escuchó como su respiración se relajada se fue acompasando hasta que se dio cuenta de que cayó profundamente dormida.
Tenerla así de cerca era mucho más de lo que esperó lograr en meses, pero aunque se sentía muy feliz por olerla y poder tocarla, su miedo y angustia no le gustaron en lo absoluto, de echo sentía que esa era la causa por la que no se quiso quedar sola y eran los culpables de que al parecer no hubiera podido descansar y estuviera de nuevo tan débil.
Algún día todo eso pasaría y esa pequeña joven que tenía pegada a su cuerpo volvería sonreír y ser aquella mujer que no paraba, optimista, alegre, impulsiva y que disfrutaba la vida sin complicaciones. Pero en lo que eso sucedía lucharía, no existía nada que se lo impidiera, ni siquiera ella.
No supo cuánto tiempo pasó, pero terminó igual que Isabella sin percatarse; perdido en el país de los sueños. El cansancio de meses, la ansiedad, la angustia y preocupación le cobraron factura en ese momento y durmió como en mucho tiempo no lo hacía, sintiéndola así de cerca nada importaba.
En la inconsciencia sintió su cuerpo removerse, de inmediato recordó donde se encontraba. Bella se agitaba, se movía y lloraba de nuevo aún dormida. La despertó moviéndola insistentemente pero con suma ternura.
–Bella, Bella —sus parpados revolotearon hasta que lo logró enfocar. Al verlo ahí, se giró del todo y lo abrazó desbordada en llanto. De inmediato la rodeó intentando que se calmara. Odiaba a los que provocaron todo, se odiaba a si mismo por ser parte de ello. Era inaudito lo que el dinero y las mentes torcida podían llegar a causar en la vida de las personas y ahora por mucho que se vengara de ellos, que su pecho sangrara al saberse parte de todo aquello, ya nada podría cambiar lo que pasó, lo que sufrió, al fango que la arrastró.
—La sueño Sebastián, la sueño todo el tiempo… —el hombre supo de inmediato a quién se refería. No la interrumpió aunque eso deseaba, ella se estaba desahogando, necesitaba hacerlo y él tendría que enfrentarlo. La pegó más a su pecho mientras lo empapaba con sus lágrimas—. ¿Por qué nos hicieron esto? Era una bebé, no tenía la culpa, era nuestra… —se separó buscando su mirada, de pronto le dio pavor que lo echar de ahí, no podía dejarla así–. Era tuya… — susurró buscando duda en su rostro.
–Lo sé, Bella… —necesitaba que se diera cuenta de que nunca más iba a dudar de ella. Cometió un error, el peor de su vida, lo sabía y lo tendría presente hasta el último de sus días pues la vida de su hija y la de ella casi se va en ello. Sin embargo, la amaba, necesitaba demostrarle que podía ser quien se merecía, que podía ser un hombre en todos los sentidos para protegerla incluso de sí mismo, que lograría, de alguna manera, darle todo lo que le arrebató y aún más.
—¿De verdad?… Yo pensé que… —la silencio con un dedo obre sus tiernos labios y perdiéndose en sus estanques aceituna.
–En cuanto lo supe no lo dudé, nunca cometería el mismo error dos veces, Bella. Nunca —su mirada era de incredulidad y eso le dolió.
–Pero… tú… Bueno… nos cuidábamos… ¿Cómo pudo pasar?... —Le preguntó confusa.
—No todo el tiempo y por otro lado, nada es completamente seguro. Esas cosas pasan, siempre hay posibilidades, eso fue lo que sucedió… —ella recargó de nuevo el rostro sobre su pecho.
–Sebastián… —hizo una pausa, él sabía qué continuaría así que no la presionó–. Fueron noches horribles… me sentí perdida, sola, más sola que nunca —cada palabra se le estaba encajando en el corazón no obstante, quería saber lo que esa mujer por la que daría la vida y lastimó tanto, sentía. Necesitaba saber lo que tuvo que pasar, el dolo que vivió, la miseria a que la arrastró por desconfiado, por no escuchar lo que su corazón decía, por… miedo a ser traicionado una vez más–. Cuando pasó todo… sentí que me volvería loca… Era como si las mentiras fueran ciertas y yo no me hubiera enterado… Fue espantoso —continuaba hablando sin soltarlo, al contrario, con cada frase apretaba más sus manos torno a su cuerpo–. Yo siempre salí sola adelante y… no supe cómo… Tenía mucho miedo… Sin poder comprenderlo, ni creerlo; ya no volvería a ver a mis hermanos, no podía estudiar, nadie me contraria si sabían… lo de que inventaron y… tú me odiabas. No tenía nada, nada… —volvió a romper en llanto. Cerró los ojos mordiéndose el labio por el dolor que esas confesiones le producía, se sentía un bastardo, un hijo de puta, pero a la vez, más enamorado que nunca, desesperado por encontrar la forma de borrar lo ocurrido y que todo fuese como solía. Frustrado, lleno de impotencia, le acarició la espalada una y otra vez.
–Bella perdón, perdóname… —le suplicó con la voz quebrada.
—Era muy difícil darse cuenta de que nada era cierto… Yo también hubiera dudado… —admitió levantando el rostro–. Sé que intentaste… no creerles, no te culpo… —las lágrimas le nublaron la vista ahora de él. No podía creer lo que esa perfecta mujer le decía, fue el maldito responsable de todo, no la protegió lo suficiente, no cumplió su promesa–. Sebastián… no puedo volver a pasar por algo así… —expresó de pronto. Y una mierda, por supuesto que jamás sucedería nada siquiera similar, fue un imbécil, el más grande, pero si lograba tenerla nuevamente, desde luego que nunca volvería a derramar una sola lagrima que no fuera de felicidad.
—No volverá a suceder, te lo juro. No te cuide lo suficiente, pero esta vez será diferente —anunció con firmeza rogando que eso quisiera decir lo que esperaba.
Ella negó al tiempo que se separaba y se sentaba en la cama a su lado. El hombre hizo lo mismo arrugando la frente intrigado, con una molesta opresión en el pecho y un presentimiento que lo ahogaba.
–No comprendes… Tú y yo, nunca debimos… —al comenzar a entender por dónde iban sus palabras sintió un sudor helado que le recorrió todo el cuerpo, claro que no lo perdonaría… no así de fácil, aun así dolió como los mil demonios que cada noche lo acompañaban desde que la encontró.
–Por favor, Bella. No.
—Sí Sebastián, tú y yo somos de dos mundos que jamás se podrán juntar — palideció–. Lo intentamos… pero… el costo fue muy alto, ahora fui yo, pero…
—No, no Bella, no digas eso. Tú sabes que te amo, haré lo que tenga que hacer para que nada parecido vuelva a ocurrir. Dame otra oportunidad, esta vez no te voy a decepcionar te lo juro —sus palabras también la estaban quemando por dentro y ver la angustia en su rostro era más de lo que podía soportar, pero estaba convencida de que así tenía que ser, él debía entenderlo. Puso una mano sobre su mejilla y él la tomó enseguida sintiendo el terror recorrer todo su cuerpo.
–Sebastián, tú no puedes saberlo todo, no puedes controlarlo todo… Comprende, es lo mejor. Yo siempre seré lo que soy, nunca lo podré cambiar y tú siempre serás lo que eres…
—Lo dejo todo, todo. No quiero nada sin ti… por favor… —las lágrimas salieron por fin de sus ojos. La estaba perdiendo. No, no lo soportaría.
—Nunca lo permitiría y aun así nada cambia esto. Por favor comprende, tú eres lo que eres y yo soy lo que soy aunque nos empeñemos en lo contrario. Sebastián, volé muy alto. Tú… —pero él se levantó desesperado.
–¡No! ¡No lo voy a permitir! —Bramó–. Te amo ¿No entiendes? Amo lo que eres, amo quien eres, no me importa nada más… ¡No voy a permitir que nos hagas esto, Isabella! Fui un bastardo, cometí la equivocación más grande de mi vida, sé que te causé heridas que tardarán mucho tiempo en sanar, sé que me guardas rencor y que te fallé. Pero te amo, y si lo que necesitas en tiempo no hay problema, sabré esperar lo juro, por ti la vida entera si es preciso, pero no me digas eso, no lo soporto… —Isabella entendía su desesperación, ella misma quería gritar hasta que la garganta le ardiera, hasta que su cuerpo volviera a quedarse sin fuerza, pero era lo mejor para ambos.
–Por favor, entiéndeme, no puedo volver a estar contigo, no debo… —le contestó llorando, hincada sobre la cama.
—¡¿No debes?! —Repitió furioso. Bella se le estaba escurriendo entre las manos, no lograba que entrara en razón.
—Sí, Sebastián —avaló mientras se levantaba y se paraba frente a él–. Esto que sucedió nos va a perseguir siempre, va a ser una sombra que jamás podremos quitarnos de encima. No puedo vivir con la zozobra de que a alguien más se le ocurra algo similar, no puedo, no quiero… por favor. Tú no tienes idea de lo que pasé, la angustia, la soledad. Cuando la… perdí ya no quería vivir ¿Comprendes lo que implica? ¡Cuando tú me encontraste me estaba dejando morir! —le confesó desesperada. El impacto de sus palabras casi lo hace tambalear, se detuvo y la miró azorado.
–Bella… —logró decir con la boca seca y las palmas sudorosas.
—Sí, y no sabes cómo me arrepiento de haber si quiera pensado en esa posibilidad, fui cobarde, debí haber luchado —intentó abrazarla, lo que acababa de decir era demasiado. Pero ella se hizo a un lado–. ¡No, no, Sebastián! No quiero que me consueles, quiero que comprendas en lo que me convertí con todo esto, nunca voy a volver a ser la misma ¿Entiendes?, lo que sucedió me marcó. No debí acostumbrarme a esta vida, no debí de haberme acostumbrado a ti —le dijo señalándolo llena de amargura.
–No digas eso, por favor no sigas…. —imploró cada vez más impotente y aturdido.
–Es la verdad, no te culpo, entiendo tu situación. Pero eso no cambia nada, nada. Las cosas sucedieron y… no hay arrepentimiento, no hay perdones, no hay justificaciones. Sólo la realidad nos guste o no —él se sentó al borde de la cama con la cabeza escondida entre sus manos. No lograría recuperarla, lo sentía…
—¿Así?... ¿Así termina todo?, ¿eso es lo que quieres de verdad? —Le preguntó quedamente.
—Sí… eso es lo que quiero, lo siento. De la mujer que te enamoraste ya no queda nada y… si realmente me amas me dejarás ir —lloraba mientras se lo decía. Él se acercó en un movimiento imperceptible y la besó presa de un arrebato. Isabella iba a rechazarlo al sentir su contacto, pero… no pudo, lo amaba y esa era la despedida, así tenía que ser, así debía ser. Sus labios la acariciaban ansiosos, desesperados, su lengua la invadía sin piedad y decidió seguirle el paso, se pegó a él lo más que pudo abrazándose por completo a su cuello e intentó arrebatarle hasta el último aliento.
Sintió por un momento que no iba a poder vivir sin ese hombre que aunque la aventó al vacío, también salvó a sus hermanos de una vida de miseria, la ayudó a ella, la amo como nadie, le dio los momentos más mágicos de su existencia y que presa de sus inseguridades le hizo conocer el paraíso e infierno de su mano. Jamás podría volver a sentir algo así por alguien, él ya estaba clavado en su corazón, era parte de su alma, no pretendía cambiarlo, pero tampoco vivirlo.
No se dio cuenta cuando Sebastián disminuyó el ritmo y de pronto agitado colocó su frente sobre la de ella.
—Bella, tú aún me amas, lo sé —susurró con otra grieta enorme en el pecho.
—Sí, pero… eso no siempre es suficiente… —puso las manos sobre su pecho y se alejó dándole la espalda de un solo movimiento–. Lo siento…
—Bella, si… esto es lo que tú quieres lo voy a respetar, no me perdonaría hacerte más daño, pero quiero que sepas que te voy a esperar todo el tiempo que necesites. Te amo nos pertenecemos ¿Recuerdas? —En ese momento esa primera noche en la que se entregaron el uno al otro la hizo derramar más lágrimas—. Eso… jamás lo podrás borrar… —de pronto escuchó la puerta cerrarse y supo que ya se había ido.
Nunca volvería a estar en sus brazos, jamás reirían juntos, nunca compartirían sus cuerpos de nuevo. Sintió que debía detenerlo, que debía decirle que era un error, que no le importaba nada, que jamás podría vivir sin él. Pero en lugar de eso, se acercó a la ventana y llorando lo vio irse sin mirar atrás. Todo había terminado.
Tenía que volver a empezar. Se sentó en el sofá abrazando sus rodillas y se quedó ahí despidiéndose de lo que fue y no debía de haber sido nunca.