Capítulo 15
Cuando el sol comenzaba a asomar Sebastián llevó café para todos, la noche fue larga y fría. Ciro llegó con un refrigerio caliente aún consternado con todo lo ocurrido. Mientras los acompañaba a ingerir los alimentos en una de las terrazas del hospital que se encontraban pegadas al ala donde Isabella estaba, Carmen y Marco lo pusieron al corriente del estado de salud de la muchacha. Sebastián se veía muy demacrado, casi no hablaba y permanecía la mayor parte del tiempo con la mirada perdida. En cuanto a Raúl sólo los observaba hablar pero parecía también muy pensativo.
A media mañana Paco les informo que Isabella iba igual, que pasadas unas horas más podría asegurar que salía prácticamente del peligro. El nuevo asistente de Sebastián, un muchacho simpático y muy eficiente, llegó con varios papeles para que su jefe los ojeara y firmara, hicieron varias llamadas, se pusieron de acuerdo y después desapareció asegurándole que no se preocupara de nada.
La noticia tan esperada llego en la noche.
–Isabella pasó el periodo crítico —les informo Paco tranquilamente y notoriamente agotado–. A partir de ahora debe empezar a mejorar. El proceso va a ser paulatino, lento. Debe recuperar fuerza, peso y comenzar a comer poco a poco, va a dormir mucho, eso va ayudarle a reponerse. Pero si todo sigue igual, pasado mañana la trasladaré a terapia intermedia —declaró con esperanza.
—Y… ¿No ha despertado? —Deseó saber Sebastián.
—Sí, pero enseguida vuelve a dormir. Para ella decir una palabra, es como correr un maratón, así que prefiero que descanse e intente usar sus energías recuperándose —le explicó a su amigo.
—Entonces… ¿No la podemos ver? —Dedujo Marco triste.
–No, lo siento, si mañana sigue así te prometo que podrás entrar un momento ¿De acuerdo?
—Está bien Paco, ni hablar…
Esa noche Sebastián y Marco convencieron a Carmen y Raúl que fueran a dormir a su casa, Dana ya llevaba mucho tiempo sola y ellos debían descansar. Después de mucho rogarles ambos aceptaron. Raúl regresó más tarde con algo de cenar para ambos, un termo de café y unas pequeñas almohadas que se enroscaba en el cuello.
—Sebastián, no es tu culpa todo esto —musitó Marco ya que se quedaron solos, mientras tomaban café.
—No te engañes, Marco —contestó en desacuerdo.
—Si lo piensas bien, era lógica tu reacción, te sentiste traicionado, usado. Cualquiera hubiera reaccionado así, además sé lo que viviste con aquella mujer y… Bueno, pensar que mi hermana te estaba haciendo lo mismo para ti fue muy duro…
—Quisiera ver las cosas como tú las ves, creo que eres demasiado indulgente conmigo. Le fallé, eso es lo único real —reconoció torciendo la boca.
—Ella y Dany son lo que más quiero en el mundo y no perdonaría a nadie que les hiciera daño, pero ahora que sé está mejor, puedo pensar con mayor claridad, Sebastián. Sé cuánto la amas, y sé que no sabías lo que yo te dije sobre mi madre. Bella, como tú le dices —le señaló sonriendo–. Es una caja fuerte cuando del pasado se trata, sé que jamás te dijo nada sobre lo que vivimos, sé que intentó olvidarlo todo y comenzar una nueva vida. Si tú hubieras conocido esa parte de la historia… probablemente hubieras dudado más de todo lo que se decía. Así que… esto no es culpa tuya o suya, es culpa de esos infelices que creen que las clases sociales deberían estar tatuadas en la piel para que nadie pueda ostentar un título que no le corresponde, imbéciles.
—Gracias Marco, ojalá lo que me dices limpiara un poco la culpa y el dolor que siento. Tu hermana es mi mundo, es mi todo, ahora que estuvimos separados estuve a punto de buscarla y rogarle que volviera conmigo, cada día era peor que el anterior, era como sentir que algo moría dentro de mi… —le confesó ya rendido.
—¿Ibas a buscarla a pesar de lo que pensabas de ella? —Preguntó el muchacho con los ojos muy abiertos.
—Sí —confesó Sebastián apenado–. Sí, sentía que ya no tenía nada que perder… no tengo idea de a que extremos hubiera llegado si esto hubiera durado más tiempo… —sorbió café abatido al reconocer su debilidad por aquella mujer que volteó su mundo de cabeza.
—Sebastián, quiero que sepas que cuentas con todo mi apoyo ahora que ella se recupere, para mí tú eres el único hombre que se merece a una mujer como Isabella —le informó como si fuera el padre y le estuviera dando permiso de cortejar a su hija, de todos modos para Sebastián saberlo de su lado era un alivio porque en la batalla que se avecinaba iba a necesitar todo tipo de armas, y con el apoyo de su hermano él ya tenía una muy buena, aunque sospechaba que no bastaría.
—Gracias Marco, yo también sé lo que está por venir, pero voy a luchar por ella hasta el final aunque a veces no lo parezca, tu hermana es la única mujer que quiero a mi lado, la única… y te juro que la recuperaré —se prometió sabiendo que iba a ser bastante complicado y extenuante, pero que jamás se rendiría, no tratándose de ella, de su Bella.
Marco entró a verla algunas veces más, pero Isabella duró muy poco despierta, así que solo le siguió infundiendo ánimos y diciéndole cuanto la quería.
El cuarto día Paco la trasladó al fin a terapia intermedia. Las visitas allí eran menos restringidas, sin embargo, Sebastián estaba consciente de que no debía entrar, no quería alterarla. El médico fue muy claro en cuanto a eso; cualquier cosa que la pudiera alterar debía evitarse en esos momentos, su estado físico era tan frágil como el mental. Sólo esperaba que Marco le hiciera saber que estaba ahí.
—Hola, Isa —saludó su hermano acercándose a la cama. El cuarto ahí era más grande, ella ya no tenía el respirador, solo unas pequeñas mangueritas que se metían por su nariz, el brazo todavía lo tenía canalizado, pero los chupones en su cuerpo tampoco estaban ya. Ella lo miró con una media sonrisa, aún se encontraba muy ojerosa, pero ya no tenía tan marcado ese mortecino color en la piel y sus ojos se veían menos vidriosos. Tomó su mano y la besó como siempre en la frente. Olía a limpio, al parecer la habían bañado, porque su cabello ya no se pegaba a su rostro y lo tenía acomodado en una trenza de lado derecho.
—Veo que te peinaron —la joven asintió observando su cabello—. ¿Cómo te sientes? —Le preguntó mirándola fijamente a los ojos.
—Mejor… aunque muy cansada —murmuró con la voz todavía débil y ronca ya que no había hablado mucho en esos días.
—Qué bueno Isa, vas a ver que poco a poco te vas a ir sintiendo con más fuerza. ¿Sabes? A partir de hoy ya puedo estar mucho más tiempo aquí, de hecho puedo estar todo el día y dormir aquí, contigo —le anunció animado.
—Marco… tú debes de ir a dormir a tu casa, yo estoy bien… no… te preocupes, mira… hasta me… peinan —consiguió decir con ternura. No obstante, el adolescente negó serio.
–No Isabella, yo aquí voy a estar hasta que salgas por las puertas de este hospital ¿Entiendes?
—¿Y… Dana? Se va a preocupar… por ti —replicó débilmente.
—No, Dana está bien y ella ahora no me necesita, la que me necesita eres tú y no lo pienso discutir ni negociar ¿De acuerdo? —Cuando quería ser testarudo, lo era, ella lo sabía mejor que nadie, en eso era muy semejantes.
—Pero… tu… escuela, no… puedes faltar.
—Isa, estoy de vacaciones, es Diciembre… navidad será en unos días —le informó acariciándole el rostro. La joven pestañeó desorientada. ¿Cómo era posible? Ni siquiera se percató de que noviembre hubiese concluido.
—¿Diciembre? —Lo último que recordaba fue cuando… aquello sucedió, después de eso todo era una mancha borrosa donde no había ni día, ni noche.
—Sí… pero no te preocupes por nada, ¿de acuerdo?, ahora todo irá bien y tú estarás bien.
—¿C—cómo… supieron… dónde… vivía? —Quiso saber confundida. Su cabeza registró vagamente unos brazos fuertes que la arrancaban de las garras de la muerte, al principio creyó que todo había terminado para ella, pues ese rostro tan perfecto sabía que lo volvería a ver sólo de aquella forma, pero luego… ya no supo más, sin embargo, estaba segura de que Sebastián era el que la sacó de aquel lugar y que gracias a él… seguía viva. Marco posó su atención en las blancas sábanas.
–Isabella, siempre supe que no te habías ido a España, si tan sólo hubieras confiado en mí —la vista se le nubló y giró al otro lado de la cama.
—No podía —replicó con voz quebrada.
—Lo sé Isa, lo sé —tomó una de sus manos y le dio un beso. Ella giró de nuevo hacia él. Marco acarició su delgado rostro—. Ya todo está aclarado, Sebastián fue el que te encontró… él fue el que te trajo, pero es una larga historia que no creo que aun estés en condiciones de aguantar, lo único que debes saber es que ya todo se descubrió y estarás bien… ¿De acuerdo? —Isabella asintió con millones de preguntas en el rostro, pero lo conocía muy bien, él no le diría más, no ahora. Así que ya no creían que era una… prostituta y que los traicionó… ¿Qué más daba?...
El daño ya estaba hecho.
—Y… tus… padres, ¿están aquí? —Su desprecio dolió también bastante.
—Ahora no, pero están aquí todo el tiempo Isa, sólo van a dormir a la casa y a veces se turnan para no dejar sola tanto tiempo a Dana —le explicó. Ella no contestó–. El que no ha salido a ningún lugar es… Sebastián —Isabella se tensó de inmediato y lo observó turbada. No quería verlo, no quería verlo ni ahora ni nunca–. Isa… él ha estado muy preocupado… está muy arrepentido —intentó convencerla, pero ella veía hacia otro lugar y ya corrían de nuevo lagrimas por sus ojos.
–No quiero verlo, Marco. No lo quiero ver —logró decir con voz ahogada.
—Él no va a entrar si tú no quieres ¿De acuerdo?, por favor ya no llores —pasó un dedo por sus ojos intentado limpiarlos–. Raúl y Carmen también se sienten muy culpables.
—Actuaron… como hubiera actuado… cualquiera —señaló seria.
—Ellos te quieren tanto como a Dana y a mí, y… han sufrido mucho con todo esto, sé que es muy prematuro, sin embargo… ojalá puedas perdonarlos —le pidió triste.
–No… te preocupes…yo a ellos… no les guardo ningún rencor, Marco. Ellos creyeron… porque no había…. manera de no hacerlo… los comprendo —dijo cerrando los ojos debido al cansancio. Él quería preguntarle si creía lo mismo en cuanto Sebastián, pero no era el momento y algo le decía que no era así, para ella, él, era harina de otro costal.
—Duérmete Isabella, cuando despiertes aquí voy a estar, te quiero —le murmuró al oído. La joven solo alcanzó a dibujar una pequeña sonrisa y quedó profunda.
Marco de inmediato salió y buscó a Sebastián, hablaba por su móvil en un pequeño patio que contaba con varias mesas que se encontraba a unos metros de ahí. Este al verlo colgó enseguida.
—¿Cómo está? —le preguntó impaciente.
—Mejor, ya no tiene ese color horrible que tenía, la asearon y habla mucho más, pero… todavía se cansa muy rápido —admitió mientras se sentaba en su misma mesa.
—¿Conversaron? —Quiso saber.
—Un poco… no sabía en qué mes estamos, se desconcertó mucho al saber que en unos días sería navidad, tampoco no le gustó la idea de que durmiera aquí…
—¿Eso es todo?… —Era evidente que deseaba saber más… sobre él específicamente.
—Bueno, también le dije que tú… estabas aquí, que no te habías separado desde el primer día y… comenzó a llorar, Sebastián. Era como si recordara algo y me dijo que….
—No quería verme —completó la frase entristecido, sabía que así sería, pero le dolía de todas formas.
—Sebastián, no te preocupes, todavía es muy pronto, ella no está bien… ya verás que poco a poco va a ir cediendo, además todavía no sabe qué fue lo que en realidad ocurrió, sólo pude decirle que ya todo se había aclarado. No se asombró, está muy dolida, parece indiferente, ajena, pronto le podre contar todo y… espero que lo entienda —intentó animarlo.
—Yo también lo espero, aunque lo dudo. Lo que pasó es algo muy difícil de perdonar… En fin… por ahora lo importante es que está mejor, que habla y su organismo responde a los medicamentos y cuidados —declaró deseando sentirse más optimista, pues aunque sabía que con él las cosas probablemente nunca volverían a ser iguales, si ella estaba viva y sana todo lo demás no importaba.
Esa noche sólo durmió ahí Marco. Sebastián decidió irse a su apartamento, regresó al día siguiente después de pasar a revisar pendientes al conglomerado y atender algunos asuntos que sólo él podía solucionar. No obstante, aunque lo intentó, le era imposible concentrarse estando lejos de ella, así que tomó su ordenador personal, algunas carpetas y volvió al hospital. Le habló a Marco por el móvil para avisarle que ya estaba ahí y lo alentó para que fuera a su casa a ducharse y comer.
El chico regresó a mediodía junto con Raúl y Carmen, ambos deseaban verla, así que Marco entró primero para ver cómo se encontraba. Ella estaba comiendo con la ayuda de una enfermera, lo hacía despacio y poco a poco. Su semblante cada vez era mejor, las profundas ojeras muy lentamente iban desvaneciéndose. Obviamente su peso todavía era el mismo y aún faltaba mucho para que fuera la Isabella de antes.
Al verlo lo saludó con la mirada.
—¿Puedo? —Preguntó a la enfermera señalándole la cuchara que estaba volviendo a llenar de sopa.
–Claro, yo regreso en un rato —se la tendió y salió de la habitación. La llenó y se la acercó a la boca.
–Qué bueno es verte comer, Isa —ella sonrió mientras pasaba el líquido. Cuando terminó de ingerir todo ya se encontraba de nuevo agotada. Cerró un momento los ojos.
–Me canso muy rápido, Marco. Ni siquiera puedo comer sola —sudaba y de verdad parecía que había hecho un gran esfuerzo.
—Isa... gracias por luchar, sé que te está costando mucho trabajo, pero… gracias — le dijo mientras besaba su frente.
–Tú sabes que por ustedes… soy capaz de todo —consiguió decir, pero enseguida se volvió a dormir. M arco se frustró, no pudo decirle que sus padres deseaban verla y tampoco habló sobre todo lo que sucedió. Más tarde regresó. Ella tenía la mirada perdida y ni siquiera se percató de su presencia. Parecía triste y ausente.
–Isa… —la llamó despacio, al escucharlo lo volteo a ver.
—Hola…— susurro. El chico beso su mano con dulzura.
—Estás triste ¿Verdad? —Ella asintió con los ojos razados—. ¿Qué pasó, Isabella? ¿Cómo fue que terminaste en ese lugar? ¿Por qué no me dijiste nada en tus correos? —Le rogó saber.
—Marco… por favor… —suplicó llorando.
—No Isa, siempre haces eso, y ya no más, quiero saberlo todo —ordenó muy serio.
Pero su hermana sollozaba con los ojos cerrados y no pronunciaba palabra–. Por favor Isa… no te hagas esto. Dime ¿Qué pasó?...
—Fue… espantoso, Marco —hipeó al tiempo que se limpiaba las lágrimas temblorosa—. Me echaron de la Universidad, nadie me dio la oportunidad de hablar… Me quedé sola y sin dinero, sin nada… No comprendo ¿Quién? ¿Por qué inventaron cosas… tan aberrantes?
—Y… ¿Qué sucedió después? —La apremio delicadamente. Ella miró hacia la
ventana mientras lloraba al recordar esos días de infierno.
–Caminé… caminé mucho… solo tenía un poco de dinero en la cartera y… me sentía muy cansada, había olvidado el móvil y… ya no contaba con el dinero de mis trabajos…. Encontré ese lugar pensando que sería provisional… ya no pude salir de ahí —él la escuchó atento, sintiendo mucha rabia por saber todo lo que tuvo que pasar—. Busqué trabajo… pero nadie me lo daba… no podía buscar en lo de mi carrera Marco… lo que… inventaron… salió en todas partes —se cubrió el rostro con ambas manos estremeciéndose por la lágrimas—. ¿Por qué me hicieron eso?, ¿por qué?... —Preguntó desesperada. Su hermano la abrazó intentando hacerse el fuerte.
–Sh, sh… ya pasó Isa, ya pasó… —cuando llanto disminuyó de intensidad la soltó de nuevo acomodándola sobre la cama.
–Marco… cada día me sentía peor, no sabía lo que me ocurría… sólo iba a esperar un tiempo a que pasara todo… pero… me enteré del… embarazo —y volvió a mirar a la nada–. Cuando lo supe… no lo podía creer… lo quise Marco, lo quise desde el primer momento… Pero no hice lo suficiente… Cada día era peor que el anterior, apenas si tenía fuerza para levantarme y… perdía peso casi diario a pesar de que intentaba comer bien —se detuvo un momento, no la presionó, quería que dijera todo, que sacara todo–. Nada se quedaba en mi estómago… era… horrible.
En un par de ocasiones fui al médico… me dijo que era normal, que así era al principio. Marco, yo quería luchar por ella, te lo juro… —y volvió a romper en llanto–. No pude… no pude, era como si algo me estuviera consumiendo por dentro… no podía pararlo… no pude cambiarme de empleo, no dije nada de mi bebé ahí… tenía miedo de que… me echaran, eso era lo único seguro que tenía.
Paco estaba escuchándolo todo de pie a un lado de la puerta sin que ellos se hubieran percatado de su presencia, ella lloraba desconsolada y Marco la dejaba intentado que enfrentara lo sucedido. Tenía miedo de interrumpirlos, pero lo cierto era que ella estaba aún muy delicada y no debía esforzarse tanto, ni estar bajo tanta presión, pero no podía dar un paso al oír lo que tuvo que pasar esa pobre joven. No lo superaría, no fácilmente y su amigo tendría que hacerse a la idea, lo que Isabella relataba parecía salido de un cuento de horror.
—No sé cuánto tiempo pasó, pero ya no tenía fuerzas para nada… y un día, el peor de todos... la perdí. Yo ya la quería Marco, la amaba, no la conocía sin embargo, ya la amaba, era mía, sólo mía, ella jamás me dejaría —su hermano recostó el dorso a su lado, la rodeó con su brazo y colocó su nariz junto a su mejilla.
–Lo sé Isa, lo sé… —ella poco a poco fue tranquilizándose, hasta que derramando lagrimas producidos por los recuerdo y el dolor, se perdió en el sueño. Cuando se dio cuenta que se había dormido, se levantó despacio, limpio sus mejillas con el dedo y salió—. ¡Paco! —musitó contrariado al verlo.
–Lo siento Marco… no quería interrumpirlos —se disculpó.
—No te preocupes… —aceptó con la cabeza gacha—. ¿Escuchaste todo?
—Sí y no sé qué decir… —el muchacho le dedicó una sonrisa que no reflejaba en lo absoluto alegría.
–Me dan ganas de matarlos ¿Sabes?
—Lo sé, pero… eso no va a cambiar lo que pasó, ella ahora necesita del amor y seguridad que todos ustedes le puedan dar, Isabella está sufriendo mucho —buscó tranquilizarlo.
–Voy a tomar aire un rato, lo necesito — pero Paco lo detuvo con un brazo en el hombro.
—¿Le vas a contar a Sebastián?
—Sí, él tiene derecho a saberlo, después de todo era su hija y ella… bueno se iban a casar ¿No?, sé que le dolerá, pero… podrá entender mejor su renuencia a verlo —le explicó muy serio. Paco asintió y lo vio salir.
Sebastián escuchaba cada palabra como si fuera acido que lo quemaba cada vez más y más. Su Bella sufrió más de lo que pensó y aún lo hacía. Pensó que si existiera el antídoto para ese dolor el entregaría su alma para que ella dejara de estar así.
—Siento haberte dicho todo Sebastián, pero creo que mereces saberlo… ella era también tu hija —le dijo mientras le ponía una mano en el hombro a manera de consuelo pues su cara ya no podía estar más descompuesta. Ambos sufrían mucho y nadie podía hacer que ese dolor desapareciera.
—Gracias Marco, no te preocupes… estaré bien —le contestó viendo hacia la nada.
Sebastián permaneció en aquella terraza, donde solía trabajar, el resto de la tarde. Parecía congelado, ido. Todos se preocuparon mucho al verlo así, pero comprendían que él también necesitaba vivir su propio duelo e intentar poner su cabeza en orden.