Capítulo 17

 

Más tarde Isabella veía un programa en la tv, hacía unos minutos apremió a todos para que fueran a comer, deseaba un momento de soledad. Estaba a un día de salir y se sentía bien físicamente y un poco más tranquila mentalmente. Una escena cómica logró, para su asombro, hacerla sonreír…

—Bella —esa voz inconfundible, era él. Sintió que el aire le faltaba y que su corazón se iba a salir del pecho, de pronto el oxígeno no circulaba. Agachó la vista hasta sus manos con los ojos bien abiertos y sintiendo pequeños temblores recorriéndole el cuerpo. No lo miró, no podía hacerlo.

Al verla al fin después de tanto tiempo, sintió el deseo de besarla, de rodearla y decirle que todo estaría bien, que ya todo había terminado, quería pedirle, rogarle que lo dejara estar de nuevo a su lado, que no lo apartase más de su vida, que lo perdonara. Con alegría notó que no era ni el asomo de la persona que llevó hacía varias semanas a ese hospital, definitivamente estaba mejor. Había recuperado peso, su rostro ya se veía más repuesto; prácticamente era la Bella de siempre, aunque todavía faltaba un buen trecho. En unos meses, comprendió, no habría señales de lo que ocurrió, por lo menos no físicas.

Se acercó lentamente poniéndose al pie de su cama. La joven parecía no tener la mínima intención de encararlo.

—Siento entrar así, pero… tenía que verte… Ha sido demasiado —se excusó esperando ver esos ojos por los que moría volver a perderse.

—Está bien —habló al fin juntando todo el valor que tenía para poder verlo. Pero fue un error; el hombre que tenía de frente la deslumbró enseguida; era hermoso y aunque se veía ciertamente mayor, fatigado incluso, era… perfecto y la miraba como si fuera lo más preciado en el mundo. Una sensación conocida y ahora algo incómoda recorrió su cuerpo.

—Supe que mañana regresas a casa —dijo sin moverse, no quería asustarla.

Parecía estar a punto de saltar de la cama y salir corriendo de la habitación, eso le dolió mucho más de lo que pudiese siquiera imaginar, sin embargo, logró mantener a raya el sentimiento.

—Sí… Paco vino hace unas horas a decirnos —sonrió sin alegría. Se veía tan hermosa con su cabello oscuro completamente trenzado que pasaba provocador por su pecho casi hasta su cintura. Y con ese rubor pintado en su tez trigueña que sabía solo él le provocaba y que echó de menos tantos meses.

—Eso es una muy buena noticia, Bella —expresó torciendo la boca en un intento de sonreír.

—Isabella… me llamo Isabella —lo corrigió molesta y dolida al haber escuchado esa abreviatura de su nombre que sólo él usaba.

—Lo sé, pero para mí tú eres: Bella —se encogió de hombros como si fuera cualquier cosa, algo insignificante.

—Se—Sebastián ¿A qué viniste? —Se atrevió a preguntar cada vez más desesperada porque se fuera, desaparecería. La hacía recordar a lo más hermoso que había vivido y al mismo tiempo lo más doloroso. De inmediato se comenzó a sentir alterada, ansiosa… preocupada. No deseaba verlo, pero a la vez lo ansiaba cerca.

—Sé que no querías que me presentara, pero como te dije… esto ya fue demasiado. Sé que necesitas tiempo, pero… creo que tenemos que hablar —la observó serio y suplicante. Isabella al oírlo se sintió furiosa, tenía ganas de saltarle a la yugular, arañarlo, lastimarlo, herirlo, gritarle que por su culpa ella perdió a lo único que de verdad le pertenecía, que jamás debió creer en él, en sus malditas palabras.

—¡¿Quién te crees?! —Le gritó apretando los dientes al tiempo que se hincaba sobre la cama para acercarse con odio. Pensó que él se movería, al contrario, la enfrentó sin inmutarse, era como si hubiese esperado esa reacción–. ¡Vienes aquí! ¡Después de todo lo que pasó! ¡¿Y dices que es demasiado?! Lárgate, vete de aquí Sebastián, no quiero volver a verte, entre tú y yo no hay nada, nunca más habrá nada —bramó señalando la puerta.

Tenerla así de cerca le hizo perder la razón, su rostro trastocado por la furia era digan de una diosa y su boca temblando de coraje era más de lo que podía aguantar. No pudo, simplemente no lo pudo resistir. Con un movimiento ágil y veloz sujetó su cintura y con la otra mano su nuca acercándola de esa forma hasta él sin que le diera oportunidad de luchar y estampó su boca con la suya. Era imposible sentir ese deseo avasallador en ese momento, sin embargo, era así, siempre fue así con ella y en esa ocasión no era la excepción; la amaba, la deseaba con desesperación.

Isabella no supo qué hacer al verse atrapada en ese cálido lugar, intentó luchar para quitárselo de encima muerta de miedo ya que sabía muy lo que le despertaba, no obstante, era muy tarde. Al sentir sus labios sobre los suyos logró evocar todo el amor y deseo que tantas veces compartieron. Su cuerpo se rindió a él sin voluntad, se pegó a su pecho y le rodeó el cuello desesperada. Su boca la dominaba sin tregua, la invadía y la saboreaba como si fuera un delicioso manjar, como si el mundo se fuese a acabar. De repente una alarma mortal la hizo entender que su cuerpo la traicionaba de aquella forma tan imperdonable, de inmediato comenzó a sentir impotencia, dolor, ansiedad y miedo de evocar. Las lágrimas corrieron sin poder contenerlas, sintió de nuevo la desconfianza, los momentos de soledad, la angustia diaria, el terror a no volver a verlo, el descubrimiento de su embarazo y el pánico de darse cuenta como su cuerpo se consumía sin poder evitarlo. Sebastián sintió su rostro húmedo, se separó arrepentido por dejarse llevar de esa manera. Apoyó el rostro sobre su pequeña frente agitado, ansioso y preocupado por el impulso del que acaba de ser víctima. Nervioso colocó ambas manos en sus mejillas.

–Bella, mi Bella —murmuró contra su piel. Al escucharlo salió del trance del que la tenía presa y se soltó abruptamente.

–¿Por qué hiciste eso? —Le reclamó—. ¿Por qué? No tenías derecho… —y hundió su rostro en las manos sollozando. Sebastián la observó sintiéndose miserable y a la vez sin una gota de culpabilidad.

—Bella te amo… Por favor, hay que hablar… —le suplicó sin querer moverse.

—No, no quiero… ¿Entiendes? No puedo… No me creíste… Me… dejaste —lloraba viéndolo con todo el dolor que sentía en el corazón reflejado en esos estanques que él tanto amaba y evocaba, sin embargo, ahora no tenían luz, parecían vacíos, desconfiados. Sintió una fuerte opresión en el pecho.

—Bella… —musitó acongojado.

—No, no Sebastián, no. Tú eras lo único seguro que he tenido ¿No comprendes?, me dejaste sin nada cuando les creíste. Yo… te amaba —murmuró bajando la mirada.

—Por favor Bella… Necesito explicarte, yo… —al verla así sentía mucha impotencia y la rabia regresaba con doble intensidad.

—Vete, no vuelvas a buscarme… Jamás vuelvas a tocarme… Ya no hay nada entre tú y yo… Por favor —le rogó al final viéndolo a los ojos. Lo decía en serio.

—Bella, no nos hagas esto, sé que si hablamos podremos…

—¿Olvidarlo todo? No puedo, no quiero, era mi hija ¡Mi hija! Sebastián, la amaba… —y su llanto ya fue incontenible, tanto que logró preocuparlo, ella aún no se encontraba bien y él no debía estarla alterando de esa forma. No pudo más, rodeó la cama y la abrazó nuevamente. Ella intentó alejarse, no pudo, por lo que con rabia comenzó a pegarle en el pecho buscando que la soltara–. Déjame, vete —pero él seguía soportando y luchando hasta que poco a poco se fue rindiendo sin poder dejar de llorar–. Yo la quería… Déjame… Era mi hija —sollozaba desesperada, deshecha. Sentirse cobijada en sus brazos rompió todas las defensas que construyó durante las últimas semanas. Se dejó llevar.

—Bella… mi amor… Dios —tenerla tan cerca era como sentir que había llegado a su puerto después de un largo viaje, que estaba por fin en casa después de tantos meses. Lo malo era que en ese momento estaba destruido, corroído y muy deteriorado gracias a su gente, a él mismo.

—¿Por qué?... ¿Por qué?... Lo intenté… No pude… La perdí… —al escucharla, las lágrimas también salieron por sus ojos sin poder detenerlas. Hablaba de su hija, de aquella personita que juntos crearon con tanto amor, a la que dejó igual de desprotegida que a ella. M ás tranquila se comenzó a separar de él.

–Bella… Por favor escucha… —le suplicó acunando su mejilla, pero ella se alejó de inmediato.

–No sabes lo que pase… No tienes idea lo eternas que eran las noches y los días…

Cuando descubrí que ella estaba dentro de mí… ya no me sentí sola y… no supe cómo protegerla… Nunca me lo voy a perdonar, nunca te podré perdonar Sebastián —lo último se le clavó tan hondo que sintió se ahogaba.

—Bella… pasemos esto juntos por favor… —se daba cuenta de que la perdía, se le escurría entre las manos y no podía hacer nada para evitarlo. Pero ¿Qué esperaba después de lo que corrió? Aun así dolía, dolía como los mil demonios saberla perdida.

—No, no estuviste ahí cuando te necesitamos. Estaba sola y yo tengo la culpa… — su palabras dejaban ver mucho odio y rencor.

—No digas más, por favor —presintió que lo seguía iba a ser la peor parte del encuentro, lo veía en esa mirada que ahora estaba tan apagada y triste.

—¡Sí! Sí lo digo porque es la verdad, porque no debí enamorarme de ti, no debí amarte, jamás debí haber aceptado casarme contigo… —veía como sus palabras se clavaban en el corazón como cuchillos fulminantes, quería lastimarlo aunque nada de eso fuera cierto, quería que sufriera por lo menos un poco de lo que ella sufrió–. Jamás debí entregarte mis sueños, mi vida ¡Jamás!

—No Bella, no digas eso, no lo piensas de verdad, por favor —le decía sin poder reconocerla, ella lo odiaba, lo odiaba en serio.

—Si no quieres escucharlo vete, lárgate y no vuelvas nunca. No quiero volver a verte, no quiero volver a saber nunca de ti ¿Entiendes? Nunca, maldigo el día en que te conocí, que tu vida se cruzó con la mía —quería maltratarlo, quería herirlo y por su talante y sus lágrimas lo estaba logrando, nunca lo había visto así, estaba acabando con él, lo veía en sus ojos. Pensó que al hacerlo se sentiría un poco aliviada, que podría hacerlo sentir un poco de su dolor, pero estaba sucediendo lo contrario, lastimarlo la estaba lastimando más a ella.

—¡Isa! —Gritó Marco impresionado por lo que acababa de presenciar. La joven lo observó y no supo qué decir, de repente se dio cuenta de lo que había hecho.

Sebastián elevó una mano para detenerlo y hacerle ver que estaba bien después de aquel monumental ataque que lo acababa de herir de muerte.

–Bella, yo te amo y escúchame muy bien eso jamás cambiará por mucho que te empeñes. Sé que has sufrido mucho más de lo que alcanzo a imaginar… Para mí también ha sido un golpe muy duro, nunca olvides que ella… también era mi hija, que era producto de lo que tú y yo compartimos. Y olvida esas ideas; lucharé por ti, no podrás hacer nada, ni decir nada que logre cambiar eso. Al final serás mía, eso te lo juro y de alguna manera lograré que me perdones y me perdonaré, esto también te lo prometo —la miró fijamente para que ella notase la determinación en su mirada. Isabella sentía nauseas, no podía moverse–. Hasta luego, Marco —y Salió sin decir más.

Isabella permaneció mirando el lugar donde hacía un segundo él estuvo. M arco se acercó al verla tan pálida, parecía que se desvanecería en cualquier momento.

–Isa, no tenía que ser así… —expresó afligido mientras le veía completamente vulnerable y con los ojos rojos de tanto llorar. La abrazó y la dejó que sacara todo lo que tenía dentro. Cuando la sintió más tranquila la recostó quedándose a su lado hasta que se el sueño la venciera.

Sus palabras lo lastimaron más de lo que hubiera querido aceptar. Sabía que hablaba desde su dolor, desde su enojo. Pero igual lo hirieron. Condujo sin rumbo durante unas horas. Su móvil sonaba y sonaba, pero no quería hablar con nadie.

Volverla a tener tan cerca, entre sus brazos, sentir de nuevo sus labios sobre los suyos solo logró que el dolor de sus palabras lo penetraran aún más. Se estacionó un momento, bajó el vidrio y el aire helado de finales de enero lo tranquilizó. Ella era su mujer, se pertenecían y no se iba a dar por vencido. Ir ahí fue un impulso pero tenía que hacerlo y desde que iba en dirección al hospital sabía que las cosas no iban a ser fáciles, sabía que Isabella iba sacar contra toda su rabia, que iba a luchar contra él cómo solo ella sabía. Sin embargo, al verla, lo que sentía se intensificó. Lo iba a lograr, iba a pelear por ella aun contra sí misma, no la iba a perder. Esa era la primera confrontación de muchas que seguro iban a ver, porque si pensaba que con lo que le dijo ya se libró de él para siempre, se iba a llevar una gran sorpresa, no iba a parar hasta tenerla de nuevo en su brazos, en su cama, en su vida…

Isabella era cada vez más independiente, poco a poco fue recuperando su peso y el reflejo de ella en los espejos cada vez le era más familiar.

No volvió a saber de Sebastián después aquel día. Una semana y todavía se sentía mal por todo lo que le gritó. Pero al verlo, al sentir sus labios y darse cuenta de que su cuerpo no lo rechazó lo quiso herir.

La pérdida de su hija jamás la olvidaría, sin embargo, estaba consciente de que él no tenía la culpa de su precaria salud, de lo que esos hombres hicieron, de que ella hubiese donado todo su dinero y se hubiera visto desprovista de todo, él fue, hasta cierto punto, tan víctima como ella.

Aun así no podrían volver a estar juntos por mucho que lo amara. Viviría con un miedo constante de que alguien más quisiera hacerle daño, de que inventaran algo tan magistralmente bien planeado que ella no pudiera defenderse de nuevo… o él.

Voló demasiado alto al creer que alguien como ella podía estar junto alguien como Sebastián. Eran de dos mundos muy diferentes y por mucho que lo intentara jamás lograría estar a la altura de su cosmos. Él debía entenderlo, si se empeñaban en continuar con esa terquedad otra vez, tarde o temprano, uno de los dos iba a salir de nuevo lastimado, y ella ya no tenía la fuerza para otro golpe igual o de las mismas proporciones que el anterior.

Le debía mucho a ese hombre, siempre le iba a estar agradecida por la vida que les regaló, pero no era tonta y ya había aprendido la lección; Él no era para ella y ella no era para él. Tendría que vivir con ese amor siempre, sabía que jamás estaría con alguien más, nunca podría encontrar al hombre de sus sueños porque simplemente ya lo había hecho y un abismo los separaba. Comprenderlo costó demasiado.

Carmen y Raúl se desvivían de atenciones por ella, la hacían sentir su hija y aunque no volvieron a insistir respecto a la adopción, Isabella sabía que eso era lo que realmente querían.

En cuanto a la universidad le hablaron a Raúl disculpándose por todo lo que sucedió con la joven y para reparar su falta de sensibilidad deseaban que regresara con el resto de la carrera pagada y el acceso a una beca por seis meses fuera del país. El único problema era que Paco ordenó que detuviera sus estudios por un semestre, no quería arriesgarse a una recaída, después de todo estuvo a punto de morir. Le explicó a detalle todo lo que su condición conllevaba y cómo debía cuidarse para poder tener una vida sana. Así que le haría caso y después se iría, era lo mejor para todos y con suerte manteniendo el promedio que tenía lograría terminar su carrera en ese lugar y no tendría que regresar nunca más. Sus hermanos la podrían ir a visitar y ella empezaría de nuevo en otro lugar.

Sebastián ya no estaría en su vida. Sólo de pensarlo se sentía de nuevo muy sola, pero sabía que así tenía que ser. Era lo mejor para todos. Discúlpalo.

Recostada sobre una tumbona en el gran jardín de la casa de sus hermanos, intentó tomar un poco de sol a media mañana. El aire de febrero era frío pero la hacía sentir bien, y por instrucciones del médico tenía que volver a recibir la luz y calor de aquel astro unos minutos al día. Unos ladridos la hicieron incorporarse y girar hacia el interior de la casa. Luna y Miel corrían hacia ella, Sebastián venía caminando muy detrás. Al verlas se levantó de inmediato y las recibió con un abrazo lleno de alegría. Los animales la saludaron efusivamente tumbándola sobre el pasto.

–¡Guau! Están hermosas, las extrañé —Dijo tomando a una y otra de la cara—. Están guapísimas… —se sentía feliz de verlas. Ambas le lamian el rostro excitadas y no la dejaban pararse del césped.

–Luna, Miel —las llamó el recién llegado con autoridad. Ambas se detuvieron al instante poniéndose más dóciles como siempre que él les daba una orden—. Ellas también te echaron de menos… —dijo mientras le tendía la mano para ayudarla a levantarse, no obstante, prefirió hacerlo sola. Sabía perfectamente lo que su contacto provocaba en su cuerpo y no quería flaquear.

–Yo también… —sonrió observándolas jugar–. Gracias —musitó viéndolo a los ojos. Ese hombre sabía cómo doblegarla, pero no lo iba lograr.

—No es nada —contestó guiñándole un ojo. Al ver que el nerviosismo de Bella y su confusión, la invitó a que se sentara nuevamente, él lo hizo en la tumbona que se encontraba frente a ella.

Era impresionantemente varonil, moría de ganas de enredar una mano en su cabello como solía hacerlo cuando lo veía llegar y lo besaba. Enseguida se ruborizó al recordar esos lejanos momentos. Sebastián lo notó de inmediato y supo qué estaba pensando, la conocía muy bien, era una lástima que eso ahora no sirviera de nada. Pero es que Dios; se veía tan hermosa con esa sudadera rosa y esos jean. Su cabello caía como antes; suelto hasta la cintura y se había maquillado un poco por lo que las ojeras ya eran muy tenues.

—¿Cómo sigues? —Preguntó esperando a que lo viera de una vez. Y lo hizo. Amaba esos ojos, los quería tener para siempre mirándolo solo a él. Torció la boca.

–Bien… ya no me canso tan rápido —admitió frunciendo el ceño como quejándose de sí misma.

—Qué bueno, Isabella —no pasó desapercibido que no la nombró como siempre, algo se le removió en su interior— Y dime, ¿vas a regresar este semestre a la universidad? —Sabía que no, Paco lo mantenía al tanto al igual que todos sobre ella, pero quería romper el hielo. La muchacha se mordió el labio nerviosa.

–No, Paco quiere que descanse y me recupere… —susurró no muy convencida.

—Eso quiere decir que vas a tener unos meses de vacaciones ¿No es cierto?

—Sí, si se puede decir… —y miró a Luna y M iel jugar con un pedazo de soga que Sebastián traía en la mano cuando llegó.

—Bella... —ella giró enseguida asustada–. Tengo que irme, pero… ya le pedí permiso a Carmen y a Raúl y voy a pasar por ellas más tarde ¿Te parece bien? — Preguntó señalando a los animales. Ella estaba completamente confundida, hubiera jurado que él empezaría a hablar pero no fue así…

—Sí, gracias —su mirada atemorizada lo conmovió, todavía se le veía triste y la chispa que solía tener prácticamente se extinguió, lo veía cautelosa y podría jurar que un tanto arrepentida, pero decidió no hacerse ilusiones. Se puso de pie, se acercó a ella peligrosamente, le dio un beso en la mejilla al tiempo que absorbía todo su olor.

–Hasta luego entonces —y se fue dejándola completamente desconcertada.

En cuanto salió de su campo de visión y pudo pensar con mayor claridad se dio cuenta de su treta, pero no lo iba a permitir. Cuando fuera por Luna y Miel más tarde tendrían que hablar de una vez, las cosas tenían que terminar ya, aunque ella sabía que no se lo iba a dejar tan fácil.