Historias de Gloria

ROCKY GÁMEZ

Todas las niñas sueñan con ser algo cuando sean mayores. A veces, estas aspiraciones son totalmente ridículas, pero por proceder de la mente de una niña se perdonan y, con el tiempo, se olvidan. Son los pequeños sueños normales de los que la vida bebe su sustancia. Todo el mundo ha aspirado a ser algo en uno u otro momento, y muchas de nosotras hemos deseado ser muchas cosas. Recuerdo que deseaba con tal intensidad ser monaguillo que cada vez que me encontraba delante de una imagen hacía una reverencia, ya estuviera en una iglesia o en una casa particular. Cuando esta aspiración quedó olvidada, quise ser un piloto kamikaze para estrellarme contra la iglesia que no permitía que las niñas ayudasen en el altar. Tras lo cual viví una gran transición: quise ser enfermera, luego doctor, más tarde bailarina de variedades, y por último elegí ser maestra de escuela. Todo lo anterior obtuvo su perdón y quedó en el olvido.

Por el contrario, mi amiga Gloria nunca fue más allá de desear una cosa y sólo una: quería ser un hombre. Mucho después de que yo me marchara a estudiar a la universidad para aprender los enredos de ser educadora, mi hermana pequeña me escribió unas cartas largas y alarmantes en las que me contaba que había visto a Gloria a toda velocidad por la calle en un antiguo Plymouth, tocando la bocina a todas las chicas que paseaban por la acera. En una carta me decía que la había distinguido en la oscuridad de un teatro manoseando a otra chica. En otra, me decía que había visto a Gloria saliendo de una taberna con una prostituta de cada brazo. Pero lo más molesto fue cuando me contó que había visto a Gloria en una de esas tiendas que abren de siete a once, con un corte de pelo masculino y lo que, según parecía, eran unos polvos oscuros a ambos lados de la cara que imitaban una barba.

Rápidamente me senté a escribirle una carta en la que le manifestaba mi preocupación y cuestionaba su cordura. Una semana más tarde recibí de ella una abultada carta. Decía así:

Querida Rocky:

Aquí me tienes, lápiz en mano para saludarte y esperando que goces de una inmejorable salud, tanto física como mental. En cuanto a mí, estoy bien, gracias a Dios Todopoderoso.

El tiempo en el valle es una mierda. Como seguramente habrás leído o escuchado por la radio, hemos tenido un huracán llamado Camille, un verdadero asesino que ha dejado a muchas familias sin techo. Nuestra casa sigue en pie, pero el valle parece Venecia sin góndolas. Como las calles están inundadas, no puedo ir a ningún lado. Mi pobre coche está sumergido, pero está bien. Creo que el buen Dios nos envió una tormenta asesina para que me quedara en casa sentada y pensara seriamente en mi vida, que es lo que he estado haciendo estos tres últimos días.

Tienes razón, mi más querida amiga, ya no soy una niña. Ya es hora de que empiece a pensar qué hago con mi vida. Desde que te marchaste para trabajar en la escuela, he estado saliendo con una chica llamada Rosita, y ahora le he pedido que se case conmigo. No está bien andar por ahí jodiendo sin las bendiciones de Dios. En cuanto pueda utilizar el coche veré qué puedo hacer.

Tu hermana está en lo cierto; he estado saliendo con prostitutas, pero ahora que he conocido a Rosita, todo va a cambiar. Quiero ser un marido digno de su respeto, y cuando tengamos hijos, no quiero que piensen que su padre fue un borracho inútil.

Puede que pienses que estoy loca al hablar de ser padre, pero, de veras, Rocky, creo que puedo. Nunca te he hablado de algo tan personal como lo que voy a decirte, pero, créeme, es verdad. Cada vez que hago tú ya sabes qué, soy como un hombre. Ya sé que estás riéndote en este momento, pero, Rocky, es la pura y santa verdad. Si no me crees, te lo enseñaré algún día. De todas formas, no falta mucho para que vengas para las Navidades. Te lo mostraré y te prometo que no te reirás ni me llamarás idiota como siempre.

Mientras tanto, como ahora estás cerca de la biblioteca de la universidad, puedes ir y comprobarlo por ti misma. Una mujer puede ser padre si la naturaleza le ha dado suficiente semen como para penetrar a una mujer. Apuesto a que no lo sabías. Lo que demuestra que no hace falta ir a la universidad para saberlo todo.

La sombra que tu hermana vio en mi cara no es carbón ni nada que yo me restregara en la cara para que pareciera una barba. Es de verdad. A las mujeres también les puede crecer la barba, si se afeitan todos los días para estimularla. Me importa un bledo que tú o tu hermana penséis que es ridículo. A mí me gusta, y a Rosita también. Dice que estoy empezando a parecerme a Sal Mineo. ¿Sabes quién es?

Bueno, Rocky, creo que por esta vez termino aquí. No te sorprendas si Rosita está embarazada cuando vengas en Navidad. Tendré una caja entera de Lone Star para mí y una de Pearl para ti. Hasta entonces, se despide tu mejor amiga.

Un abrazo, Gloria.

Aquellas Navidades no fui a casa. Sufrí un grave accidente de automóvil con un amigo mío poco antes de las vacaciones y tuve que quedarme en el hospital. Mientras estaba en traumatología, con casi todos los huesos de mi cuerpo hechos añicos, una de las enfermeras me trajo una carta de Gloria. Ni siquiera podía abrir el sobre para leerla y, como creía estar al borde de la muerte, no me importó que la enfermera me la leyese. Si aquella carta contenía algún dato que pudiera impresionar a la enfermera, tampoco me importaba. La muerte es hermosa en la medida en que concede absolución, y, una vez que se ha dado el último suspiro, todos los pecadillos son perdonados.

—Sí —le dije a la respetable enfermera—, puede leerme la carta.

Aquella mujer de mirada severa encontró un rincón cómodo a los pies de mi cama y, ajustándose las gafas en su enorme nariz, empezó a leer.

Querida Rocky:

Aquí me tienes, lápiz en mano, para saludarte y esperando que goces de una inmejorable salud tanto física como mental. En cuanto a mí, estoy bien, gracias a Dios Todopoderoso.

La enfermera hizo una pausa para mirarme y sonrió maternalmente.

—¡Oh, parece una persona muy dulce!

Asentí.

El tiempo en el valle es una mierda. Ha estado lloviendo desde el día de Acción de Gracias y ya casi estamos a finales de diciembre y sigue lloviendo. En lugar de crecerme un pene, creo que me va a salir una cola, como un renacuajo. ¡Je, je, je!

La respetable enfermera se sonrojó un poco y carraspeó.

—Qué gráfico, ¿no?

Yo volví a asentir.

Bueno, Rocky, no hay muchas novedades en esta gilipollez de ciudad, aparte de que Rosita y yo nos hemos casado. Sí, lo has oído bien, me he casado. Nos casamos en la iglesia de Santa Margarita, pero no fue el tipo de boda que seguramente te estarás imaginando. Rosita no iba vestida de blanco y yo no llevaba un esmoquin, como me hubiera gustado.

La enfermera arrugó tanto la frente que le aparecieron dos profundos surcos. Cogió el sobre y lo dio vuelta para ver el remitente, y luego reanudó la carta con la expresión más estupefacta que he visto en mi vida.

Deja que te lo explique. Desde la última vez que te escribí, fui a hablar con el cura de mi parroquia y le confesé lo que era. Al principio se mostró muy comprensivo y dijo que fuera lo que fuese, seguía siendo una hija de Dios. Me animó a ir a misa todos los domingos y hasta me dio una caja de sobres para entregar mi limosna semanal. Pero luego, cuando le pedí si podía casarme con Rosita en su iglesia, casi me echó a la calle.

La enfermera sacudió despacio la cabeza y su rostro se contrajo intensamente. Quería decirle que no leyese más, pero mis mandíbulas estaban como inmovilizadas por un cerco de hierro y no podía emitir ningún sonido inteligible. Ella interpretó mis esfuerzos como un gemido y continuó leyendo mientras se sonrojaba más y más.

Me dijo que no sólo era una aberración a los ojos de Dios, sino también una locura a los ojos del Hombre. ¿Te das cuenta? Primero me dice que soy una hija de Dios; luego, cuando quiero hacer lo que la Iglesia ordena en su séptimo sacramento, soy una aberración. Te digo una cosa, Rocky: cuanto más vieja me hago, más confusa estoy.

Pero déjame continuar de todos modos. Esto no me desanimó en lo más mínimo. Me dije a mí misma: Gloria, no dejes que nadie te diga que no eres hija de Dios, aunque seas un poco rara. ¡Eres hija de Dios! Y tienes todo el derecho a contraer matrimonio por la Iglesia y que tu Padre del Cielo santifique la clase de amor que desees elegir.

La enfermera sacó un pañuelito blanco y se secó la frente y la parte superior del labio.

Así que, mientras iba camino a casa después de que me hubieran hecho sentir como una miserable, o lo que aberración signifique, se me ocurrió una brillante idea. Y ahora viene lo que sucedió. Un chico que trabaja en el mismo matadero que yo me invitó a su boda. Rosita y yo asistimos a la ceremonia religiosa, que se celebró en tu ciudad natal, y nos sentamos tan cerca como pudimos de la balaustrada del altar, lo bastante cerca para oír lo que decía el sacerdote. Simulamos que ella era la novia y yo el novio arrodillados ante el altar. Cuando llegó el momento de pronunciar las promesas del matrimonio, lo hicimos las dos, mentalmente, claro, para que nadie pudiera oímos y escandalizarse. Hicimos paso a paso lo mismo que mi amigo y su novia, salvo besamos, pero hasta deslicé un anillo en el dedo de Rosita, diciendo con el pensamiento: «Yo te entrego este anillo en prueba de mi amor y mi fidelidad».

Todo fue como de verdad, Rocky, excepto que no íbamos vestidas para la ocasión. Pero las dos estábamos elegantes. Rosita llevaba un precioso vestido moteado de color lila, de tela suiza, que me costó 5,98 dólares en J. C. Penny. No quise gastarme tanto dinero en mí, porque Dios sabe el tiempo que pasará hasta que vuelva a ponerme un vestido, así que fui a casa de una de tus hermanas, la gorda, y le pedí si me podía prestar una falda. Estaba tan contenta de saber que iba a ir a la iglesia que me abrió su armario y me dejó elegir lo que quisiera. Escogí algo sencillo: una falda negra con un perrito de aguas monísimo en un costado. Y luego hasta me rizó el pelo y me peinó. La próxima vez que me veas estarás de acuerdo en que me parezco a Sal Mineo.

La enfermera dobló la carta con parsimonia, la volvió a meter en el sobre, y, sin decir palabra, desapareció de la habitación, sin dejar tras ella más que el eco de sus pasos apresurados.

Cuando salí del hospital, volví al valle a recuperarme de las heridas del accidente. Gloria estaba muy contenta de que no regresara a la universidad para el segundo semestre. Aunque no me sentía precisamente en condiciones de seguir su ritmo de actividad, por lo menos podía servirle de oyente en aquel breve período de felicidad que vivía con Rosita.

Digo breve porque, pocos meses después de casarse, Rosita anunció a Gloria que estaba embarazada. Gloria la llevó al médico de inmediato y, cuando se confirmó el embarazo, vinieron a toda velocidad en su coche recién comprado para que fuera la primera en saber la noticia.

Gloria tocó la bocina desde afuera y yo salí de la casa cojeando. No había visto a Rosita hasta aquel día. Era menuda y de aspecto dulce; tenía el cabello castaño claro y sonreía permanentemente. Un poco torpe en su manera de expresarse, pero para Gloria, que no era precisamente un dechado de brillantez, estaba bien.

Aquel día, Gloria era toda sonrisas. Su rostro de tez oscura estaba radiante de felicidad. Incluso fumaba un puro colocado en una comisura de la boca y agarrado con los dientes.

—¿No te dije en una de mis cartas que podía hacerse? ¡Vamos a tener un hijo! —dijo, sonriendo.

—¡Venga, Gloria, no te enrolles! —me reí yo.

—¿Crees que estoy bromeando?

—¡ que estás bromeando!

Se inclinó hacia Rosita, que estaba sentada al lado del asiento del conductor, me agarró la mano y la apoyó sobre el estómago de ella.

—¡Aquí está la prueba!

—Oh, mierda, Gloria. ¡No te creo!

Rosita se volvió y me miró, pero sin sonreír.

—¿Por qué no le crees? —quiso saber.

—Porque es biológicamente imposible. Es… absurdo.

—¿Estás tratando de decir que es una locura que yo tenga un hijo?

Sacudí la cabeza.

—No, no es eso lo que quiero decir.

Rosita adoptó una actitud defensiva. Yo me aparté del coche y me apoyé en mis muletas, sin saber cómo reaccionar frente a aquella mujer a quien ni siquiera conocía. Ella empezó a hablar intentando hacerme tragar toda esa sarta de estupideces acerca de las secreciones vaginales que pueden ser tan potentes como la eyaculación del hombre y tener la capacidad de engendrar un hijo. Yo me callé de inmediato y la dejé hablar a sus anchas. Cuando terminó su perorata, persuadida de que me había convencido por completo, Gloria sonrió con expresión triunfante y me preguntó:

—¿Qué tienes que decir ahora, Rocky?

Moví la cabeza lentamente a uno y otro lado.

—No sé, la verdad es que no lo sé. Una de dos: o tu mujer está chalada o es una maldita embustera. En cualquier caso, me da un miedo tremendo.

—Vigila tu lenguaje, Rocky —espetó Gloria—. Estás hablando con mi mujer.

Me disculpé y di una excusa para volver a casa. Pero, de alguna manera, Gloria se dio cuenta de que algo me rondaba por la cabeza cuando me alejé cojeando. Dejó a Rosita en casa y, en menos de una hora, ya había vuelto y tocaba la bocina desde afuera. Llevaba un paquete de seis cervezas.

—De acuerdo, Rocky; ahora que estamos solas, dime lo que te ronda por la cabeza.

Me encogí de hombros.

—¿Qué quieres que te diga? Ya estás convencida de que está embarazada.

—¡Lo está! —me aclaró Gloria—. El doctor Long me lo ha confirmado.

—Sí, pero no es eso lo que estoy intentando decirte.

—¿Qué estás intentando decirme?

—Espera que vaya a casa y traiga mi libro de biología. Hay un capítulo sobre la reproducción humana que quisiera explicarte.

—Bueno, de acuerdo. Pero más te vale que me convenzas, porque, de lo contrario, te voy a hacer saltar las muletas de una paliza. No me gustó que llamases embustera a Rosita.

Después de explicarle a Gloria por qué era biológicamente imposible que hubiera dejado embarazada a Rosita, estuvo pensando en silencio durante un buen rato mientras se bebía casi todas las cervezas que había traído. Al ver que una gruesa lágrima le surcaba la mejilla, me entraron ganas de utilizar una de mis muletas para golpearme. Pero, al mismo tiempo, me dije a mí misma: «¿Para qué sirven los amigos sino para avisarnos cuando nos comportamos como idiotas?».

Gloria puso en marcha el coche.

—Muy bien, Rocky. ¡Largo de mi coche! Se me podría haber ocurrido algo mejor que venir perdiendo el culo para decirte que me había sucedido algo bueno en la vida. Desde que te conozco no has hecho otra cosa que estropearme la vida. ¡Largo! Tal como me siento ahora, podría partirte una de esas muletas en tu escuálido culo, pero prefiero ir a casa y matar a esa jodida Rosita.

—¡Oh, Gloria, no lo hagas! Irás a la cárcel. Hacer niños no es la cosa más importante del mundo. Lo importante es intentarlo. Y piensa en lo divertido que es si lo comparas con ir a la silla eléctrica.

—¡Sal de este coche, ahora!

La obedecí.