Capítulo 7

La gente visita Las Vegas por muchas razones. Algunos van porque quieren hacerse ricos. Otros van porque quieren casarse. Algunos quieren perderse y otros quieren que los encuentren. Algunos corren hacia alguien y otros huyen de alguien. A Kat siempre le había parecido que Las Vegas era una ciudad en la que casi todos esperaban sacar algo por nada: una ciudad entera de ladrones.

Sin embargo, cuando Kat y Hale subieron en el ascensor para ir desde la planta del casino a las salas de conferencias de arriba, se dio cuenta de que esas razones seguramente no tenían nada que ver con la Asociación Internacional de Matemáticas Avanzadas e Investigación.

—No sabía que hubiera tantos tíos matemáticos —dijo Hale cuando se metieron en la atestada reunión, y Kat se aclaró la garganta—. Y matemáticas, claro. Mujeres matemáticas.

Kat veía por todas partes hombres con trajes malos y chapitas con su nombre alternando y riéndose sin prestar atención ni a las máquinas tragaperras ni a las camareras con bandejas de cócteles que poblaban la planta inferior. Suponía que el ponente principal debía de ser tan genial y fascinante como se rumoreaba, si es que te interesaban las derivadas, los teoremas y los polinomios, claro. Kat y Hale siguieron al grupo hasta el interior de la sala de baile en la que el hombre daba su conferencia. Encontraron asientos en la última fila.

—Así que éstas son las personas más listas del mundo, ¿eh? —susurró Hale.

—Al menos una de ellas —respondió Kat, examinando a la audiencia.

—¿Dónde está? —preguntó el chico, que tenía la mirada fija en el programa de conferencias que llevaba en las manos.

—Junto al proyector, quinta fila, asientos del centro.

El catedrático seguía divagando delante de ellos en un idioma que sólo unas cuantas personas en el mundo eran capaces de entender del todo.

—¿Sabes qué? —susurró Hale al oído de Kat, y ésta fue consciente de lo cálido que resultaba su aliento en aquella sala tan fría—. Me parece que no hace falta que estemos los dos aquí…

La diapositiva cambió y, mientras cientos de matemáticos esperaban conteniendo el aliento, el chico sentado al lado de Kat susurró de nuevo:

—Podría hacer algunas llamadas, comprobar algunas cosas…

—¿Jugar un rato al blackjack?

—Bueno, en Roma…

—Roma es mañana, guapo —le recordó Kat.

—Vale.

—Chisss.

—¿Tú estás entendiendo algo? —insistió Hale, señalando las líneas y símbolos que cubrían las enormes pantallas.

—Algunas personas entienden el valor de la educación.

El chico se estiró y cruzó las piernas para después poner un brazo sobre los hombros de Kat.

—Muy bonito, Kat, quizá te compre una universidad. Y un helado.

—Me conformo con el helado.

—Trato hecho.

Se quedaron en la sala, que tenía el aire acondicionado demasiado fuerte, escuchando la primera conferencia entera y parte de la segunda. Cuando vieron a un miembro del personal audiovisual del hotel salir por la puerta de atrás, las manos de Kat ya estaban heladas y le gruñía el estómago, así que agarró a Hale sin pensárselo dos veces y salieron por la puerta abierta.

Mientras el genio matemático seguía a lo suyo en el interior de la sala de baile B, tres adolescentes se reunían en secreto en el vestíbulo vacío del casino.

Nadie oyó a Hale decir:

—Hola, Simon.

—Bueno, Simon, ¿qué te ha parecido la conferencia? —dijo Hale, haciendo una pausa para leer el nombre en la camiseta que llevaba el chico—. ¿O es Henry?

Pero el chico se limitó a sonreír como si lo hubieran pillado (cosa que habían hecho) dos de las pocas personas de la faz de la tierra cuya opinión le importaba.

—¿Cómo me habéis encontrado? —preguntó, pero Hale arqueó las cejas, así que añadió—: Da igual.

El ascensor los alejó de los doctorados y las salas enmoquetadas; el silencio dio paso al ruido de las máquinas y los gritos de los turistas. Kat casi tuvo que gritar para preguntar:

—¿Cómo está tu padre?

—Jubilado —respondió Simon—. De nuevo. Esta vez en Florida, creo.

—¿Jubilado? —repitió Hale sin intentar ocultar su asombro—. Pero si tiene cuarenta y tres años…

—La gente hace muchas locuras cuando llega a los números primos —explicó el otro chico, encogiéndose de hombros y acercándose un poco más—. En realidad está de consultor con Seabold Security.

—Judas —lo pinchó Hale.

Sin embargo, Kat apenas los escuchaba, estaba demasiado ocupada examinando el casino. Los turistas con riñoneras se sentaban en las tragaperras. Las camareras flotaban entre la multitud. Allí era fácil sentirse solo, perdido en el caos, pero Kat era una ladrona y sabía que no era cierto.

Le dio una palmadita a la funda cilíndrica que tenía en la mano y miró a los chicos.

—Vamos a encontrar un punto ciego.

Mientras caminaban por el laberinto del casino, Kat no pudo evitar darse cuenta que Simon andaba con más energía cuando charlaba sobre la conferencia, los avances en la tecnología, y los genios y leyendas que habían presentado sus ponencias aquella mañana, a la hora del desayuno.

—Sabes que eres más listo que ellos, ¿no? —repuso Hale sin más—. De hecho, si quisieras probarlo… —añadió, mirando a las mesas de blackjack.

—No cuento cartas, Hale.

—¿No las cuentas o no quieres contarlas? —preguntó el otro, sonriendo—. Ya sabes que, técnicamente, no es ilegal.

—Pero está mal visto —respondió Simon, mientras la frente se le perlaba de sudor, como si alguien le acabara de sugerir que nadara después de comer o corriera con unas tijeras en la mano—. Está pero que muy mal visto.

Encontraron una mesa en el exterior, cerca del borde de la abarrotada piscina, lejos de cámaras y guardas jurados.

Simon arrastró su silla para ponerla debajo de la sombrilla.

—Me quemo —explicó mientras Kat se sentaba frente a él; el chico respiró hondo, como si reuniera el valor suficiente para preguntar—: ¿Es por un trabajo?

Hale se estiró en una tumbona; ocultaba los ojos tras unas gafas de sol oscuras.

—Más bien por un favor —respondió.

Simon pareció desinflarse, así que Kat añadió:

—Por ahora.

—El aire del desierto era seco, aunque Kat notaba el olor a cloro (y a dinero) mientras desenrollaba los planos en la mesa de cristal.

Simon se inclinó sobre ellos.

—¿Son Macaraff 760?

—Sí —respondió Hale.

El otro chico silbó igual que Hale silbaba a veces, aunque Simon sonaba más a pájaro herido.

—Eso es mucha seguridad. ¿Un banco? —aventuró, pero Kat sacudió la cabeza—. ¿Gobierno?

—Arte —dijo Kat.

—Colección privada —añadió Hale.

—¿Tuya? —preguntó Simon, mirándolo.

—Ojalá —respondió el aludido entre risas.

—¿Nuestro objetivo es que sea tuya? —preguntó Simon, abriendo mucho los ojos.

Hale y Kat se miraron. La sonrisa de Hale daba a entender que la idea se le había pasado por la cabeza; después se acercó más a su amigo y dijo:

—No es una operación típica.

Simon no se inmutó; tenía la cabeza demasiado llena de teorías, algoritmos y alternativas exponenciales para que la palabra típica significara algo para él.

Examinó en silencio los planos durante diez minutos antes de mirar a Kat:

—En mi opinión profesional, diría que mejor pasar, a no ser que esto sea Fort Knox. Espera un momento… —dijo, con ojos brillantes—. ¿Es Fort Knox?

—No —respondieron Hale y Kat al unísono.

—Pues entonces pasaría de él —respondió el chico, apartando los planos.

—Ya lo han robado —le confió Kat.

—¿Tu padre?

—¿Por qué todo el mundo dice lo mismo? —exclamó Kat.

Hale se quitó las gafas y miró a Simon a los ojos. Apenas se le oía por encima de las risas y los chapoteos de la piscina:

—Estaríamos muy interesados en saber quién lo robó.

—¿Quién robó aquí? —preguntó Simon, dejando caer un dedo en el centro de los planos—. Os puedo decir desde ya que la lista no es muy larga.

—Cuanto más pequeña, mejor, amigo mío —respondió Hale, dándole una palmada en la espalda—. Cuanto más pequeña, mejor.

—¿Me los puedo quedar?

—Claro —le dijo Kat—. Tenemos una copia. Y, Simon…, gracias.

Cuando se levantaba para marcharse, Simon le preguntó:

—Por eso has vuelto, ¿no?

Kat entrecerró los ojos para protegerlos del sol; se sentía a un millón de kilómetros del cielo gris que cubría el colegio Colgan.

—Sí —respondió, mirando a Hale—. Es como…

—No necesito saberlo —la interrumpió Simon—. Sólo me preguntaba si tendría algo que ver con los dos tipos que nos han estado siguiendo desde que salimos de la conferencia.

De todas las personas que Kat esperaba ver en Las Vegas, los matones de Arturo Taccone no estaban en su lista. No habían intentado mezclarse con los turistas y los grandes jugadores (no se habían sentado en las mesas ni colocado junto a las tragaperras), y eso más que nada era lo que más la molestaba. En conjunto, el matón 1 y el matón 2 sumaban unos doscientos cincuenta kilos de músculo europeo.

Y, aun así, Kat no los había visto.

Mientras se alejaba a toda prisa de la piscina con sus amigos, pensó, preocupada, en qué otras cosas se le habrían escapado.

Cuando miró atrás, vio que el matón 2 levantaba el brazo señalándose el reloj.

—¿Kat? —preguntó Simon.

—Sigue andando.

—¿Qué hora es? —se preguntó Kat en voz alta; Hale y ella caminaban por la pista en dirección al avión privado de la familia de Hale—. Déjame pensar… Doce horas en el aire… Eso nos deja allí a…

—A mediodía, más o menos.

—Vale, lo primero que haremos por la mañana es recorrer las calles que rodean la casa de Taccone. Alguien habrá visto algo.

—Lo tengo cubierto.

—Los DiMarco estarán en la ciudad.

—En realidad están en la cárcel.

—¿Los siete?

—Hemos tenido un octubre muy interesante —repuso Hale, encogiéndose de hombros.

Kat sacudió la cabeza e intentó decirse que no todo había cambiado.

—Vale, entonces deberíamos llamar…

—Te he dicho que lo tengo cubierto —insistió Hale en tono más firme.

Kat se paró para mirarlo.

—Define cubierto.

—Oye, soy algo más que un compañero de viaje encantador —contestó el chico, sonriendo—. No me faltan amigos.

—¿Quién? —preguntó Kat.

—Uno de esos amigos —respondió él, sin pararse, pero Kat lo agarró del brazo para detenerlo.

—¿Uno de tus amigos? ¿Uno de mis amigos? ¿O uno de nuestros amigos?

El chico se zafó de ella y se alejó con las manos en los bolsillos, esbozando una sonrisa algo siniestra.

—¿Vamos a tener un problema, Katarina? —preguntó; era espeluznante lo mucho que se parecía al tío Eddie.

—¿Qué? —repuso ella, fingiendo inocencia—. Sólo me preguntaba quién sería. ¿Alguien que trabajó con los Bagshaw y contigo en Alemania?

—Luxemburgo, en realidad —respondió él, haciendo una pausa para volverse—. Técnicamente, los Bagshaw y yo hicimos un trabajo en Luxemburgo. —Kat empezó a decir algo, quería decir algo, pero las palabras no le salían—. Tú no estabas, Kat —añadió Hale, que ya no bromeaba.

—Lo sé.

—Estabas en el Colgan.

—Sólo estuve tres meses.

—Eso es mucho tiempo, Kat. En nuestro mundo, eso es mucho tiempo —insistió, y respiró hondo—. Además, tu corazón nos abandonó mucho antes que el resto de tu cuerpo.

—Bueno, pues ya he vuelto —dijo ella, caminando hacia el avión—. Y hay una lista muy corta de personas que puedan hacer esto, y es más corta todavía si añadimos que sean de fiar, así que…

—Tu padre y el tío Eddie no fueron los únicos a los que abandonaste cuando te fuiste, ¿sabes?

Kat oyó cómo las palabras volaban hacia ella a través de la pista. Se volvió, recordó el aire rancio del dormitorio de la madre de Hale y supo que estaba mirando a la única persona de su vida que estaba más acostumbrada a que la abandonasen que a abandonar.

El chico apartó la cara un segundo y volvió a mirarla.

—O somos un equipo o no. O confías en mí o no. ¿Qué va a ser, Kat? —preguntó, acercándose a ella.

A una persona que se ha pasado la vida aprendiendo a mentir acaba por dársele mal decir la verdad; es un gaje del oficio. En aquel momento, Kat no tenía ni idea de qué contestar. «No puedo hacer esto sin ti» estaba muy trillado. Lo que estaban haciendo era demasiado gordo para un simple «por favor».

—Hale…

—¿Sabes qué? Da igual, en cualquier caso puedes contar conmigo, Kat —afirmó muy seguro mientras se ponía las gafas de sol—. Puedes contar conmigo para todo.

La chica lo observó subir las escaleras del avión y lo vio volverse para añadir:

—Además, quedo genial como hombre florero.

Kat quiso darle la razón, quiso dar las gracias, pero sólo consiguió preocuparse por quién (o qué) los estaría esperando en Italia.