Capítulo 23
De todas las cosas con las que Katarina Bishop debería sentirse cómoda, meterse a hurtadillas en una mansión (sobre todo en aquella mansión en concreto) a las tres de la mañana tendría que haber estado en los primeros puestos de la lista. Al fin y al cabo, conocía los pros y los contras del sistema de seguridad (porque ella lo había recomendado), estaba familiarizada con la casa, y era plenamente consciente de que las puertas del patio estaban selladas con pintura y los rosales bajo las ventanas del comedor contaban con unas espinas pero que muy desagradables.
Sin embargo, aquella noche, mientras cruzaba la puerta principal de la propiedad de Hale, se sentía como si volviera a la cocina del tío Eddie, como si se hubiera ido sin permiso y quizá ya no perteneciera a aquel lugar.
Así que intentó pegarse a las sombras, deseando que todos estuvieran dormidos.
—¿Kat?
Se quedó quieta y maldijo los crujidos del suelo.
—¿Kat, eres tú? —preguntó Gabrielle con voz aguda y ronca.
A pesar de la oscuridad, Kat distinguió fácilmente a su prima, que estaba sentada en lo alto de las escaleras. Se abrazaba las rodillas y tenía el pelo recogido en un desordenado montón sobre la cabeza.
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Es Taccone? ¿Ha…? —balbuceó Kat.
—Es tu padre, Kat, lo han detenido.
En una de las habitaciones de arriba se encendió una luz, y Kat oyó voces que se acercaban.
Miró a Gabrielle, rezando para que la comprendiera, y dijo:
—Lo sé.
—¿Que has hecho qué?
Kat no sabía quién lo había dicho primero, ya que era como si todo el equipo hubiera soltado la pregunta a la vez. Ni siquiera sabía dónde mirar, porque todos los ojos de la sala de billar la observaban con tanto celo y atención que era como mirar al sol.
—He tomado una decisión ejecutiva —respondió Kat.
—¿Ir a la policía? —preguntó Simon, como si hubiera metido aquel dato en su prodigiosa mente y no lograra encontrarle la lógica.
—A la Interpol, en realidad —respondió ella, logrando encogerse de hombros como si nada—. Técnicamente, fui a la Interpol.
—¿Y entregaste a tu padre? —preguntó Angus.
—Está mejor allí, créeme.
—Pero eres su hija, Kat —dijo Hamish, abriendo mucho los ojos—. El tío Eddie te va a matar.
—También soy la chica que intenta deshacer el único trabajo de Pseudonima de nuestros tiempos, Hamish. Ni siquiera el tío Eddie puede matarme dos veces.
—Creo que no me iría bien en la cárcel —comentó Simon al dejarse caer en el sofá.
Kat intentó no fijarse en la forma en que Hamish y Angus agarraban sus palos de billar, o en que Gabrielle guardaba silencio junto a la ventana, con cara de preocupación.
—Chicos…
—Ha hecho lo correcto —dijo Hale, sentándose en una otomana; Kat jamás se habría esperado aquellas palabras de aquella persona—. Si esto no funciona, y sería un milagro que lo hiciera —añadió, sonriendo—, tu padre va a necesitar poner todo lo posible entre Arturo Taccone y él.
La miró y algo se transmitió entre ellos; Kat supo que nadie se opondría a Hale ni dudaría de él, que nadie se atrevería a enfrentarse a los dos. Quizá podrían haberlo dejado así, quizá la tensión habría desaparecido por completo si un chico desconocido no hubiera escogido aquel preciso instante para aparecer y decir:
—Hola.
Simon saltó sobre el portátil que había sobre la barra y lo cerró de golpe. Hamish lanzó un abrigo sobre la maqueta del Henley que tenían en el suelo, al lado del sofá, mientras que Hale no movió ni un músculo. Se limitó a mirar al recién llegado y después a Kat.
—¿Quién es ese chico? —preguntó, señalando con la cabeza al chico que le ofrecía la mano.
—Hola, soy Nick. Kat me dijo…
—Que esperaras fuera —lo cortó ella.
—¿Y? —preguntó Hale, sin apartar la vista de Kat.
—Nick es un carterista. Él y yo… nos encontramos en París.
Kat quería que vieran que lo tenía todo bajo control, como alguien que se merecía estar allí.
—Nick, ésta es Gabrielle —siguió diciendo, y su prima lo saludó débilmente con dos dedos—. Los Bagshaw, Angus y Hamish. Simon…, ya te hablé de él. Y éste es Hale. Hale…
—Hale se está preguntando qué hace Nick aquí.
Kat esperaba oír un tono burlón en la voz de Hale, pero sabía que aquello no le hacía nada de gracia.
—Lo dijiste tú mismo, Hale —respondió ella, bajando la voz—: necesitamos uno más.
—Dos más —la corrigió él—. En realidad, dije que necesitábamos dos más, y él…
—Está dentro —respondió ella sin más—. Podemos hacerlo con siete, y él está dentro.
Kat miró a su equipo: Angus era el mayor, Simon el más listo, Gabrielle la más rápida y Hamish el más fuerte. Sin embargo, Hale era el único dispuesto a decir lo que todos pensaban:
—Lo sabía, sabía que tendría que haber ido contigo. Primero le cuentas una historia estúpida a la policía sobre tu padre…
—A la Interpol —lo corrigieron Hamish, Angus y Simon a la vez.
—Y después vienes a casa con esto —añadió Hale, señalando a Nick como si el chico no lo oyera, como si Kat fuera una aficionada, una tonta.
Ella sacudió la cabeza y deseó poder decir con certeza que su amigo se equivocaba.
—¿Puedo hablar contigo fuera un segundo? —le dijo a Hale mientras le lanzaba una mirada asesina.
Salió por las puertas del patio al porche y, mientras Hale cerraba la puerta, Kat oyó decir a Angus:
—Oooh, mami y papi van a pelearse.
En el exterior hacía fresco. Kat deseó haberse llevado el abrigo o que Hale la rodeara con el brazo y bromeara con ella por dedicarse a recoger perros callejeros y casos perdidos. Sin embargo, su tono no era muy alentador.
—Estás demasiado metida en esto, Kat, demasiado involucrada para pensar…
—Lo sé —repuso ella, casi chillando—. Estoy metida, es mi vida, Hale, mi vida. Mi padre, mi trabajo, mi responsabilidad.
—Está claro —dijo él, muy tranquilo y frío; todo lo que ella no era.
—Sé lo que hago, Hale.
—¿Ah, sí? Porque juraría que en las últimas veinticuatro horas has entregado a tu padre…
—Hace cinco minutos creías que había sido una gran idea —le recordó ella, pero él siguió hablando.
—… a la poli y has traído a un desconocido a casa.
—Nick es bueno, Hale. Me robó sin que lo viera venir.
—Es una mala decisión, Kat. Si el tío Eddie estuviera aquí…
—El tío Eddie no está aquí. El tío Eddie no va a estar aquí —añadió ella; se le quebró la voz, pero Hale no lo oyó o no quiso oírlo.
—El tío Eddie te habría detenido.
Kat lo miró y vio la fría indiferencia de su expresión.
—Entonces, ¿eso es lo que vas a hacer? ¿Detenerme? —le preguntó.
Quería que Hale respondiera: «Claro que no». Sin embargo, la miró a los ojos y dijo:
—Debería hacerlo. —Después se acercó un poco y añadió—: Ese chico es…
—¿Qué, Hale? —le gritó ella—. ¿Qué es exactamente?
—No es parte de la familia.
—Sí, bueno… —repuso ella, suspirando—. Tú tampoco.
Katarina Bishop era una delincuente, pero nunca había llevado una pistola ni pegado un puñetazo. Hasta aquel momento no sabía qué se sentía al hacer daño a alguien y, en cuanto vio la expresión de Hale, quiso retirar sus palabras.
También deseó hacerle más daño todavía. Las dos cosas.
Así que volvió al interior, incapaz de llevar a cabo ninguna de las dos.