Capítulo 28

A veces, Katarina Bishop no podía evitar preguntarse si habría sido víctima de algún colosal error genético. Al fin y al cabo, casi siempre prefería el negro al rosa, los zapatos planos a los tacones y, mientras permanecía inmóvil sobre una de las sillas tapizadas en seda del vestidor de la tatarabuela de Hale, en lo único en que podía pensar era en que quizá ni siquiera fuera una chica…, al menos, comparada con Gabrielle.

Miró a su prima, que estaba de rodillas al lado de la silla, con un alfiletero en una mano y un móvil en la otra.

—Claro que quiero ir a tu fiesta de compromiso —decía Gabrielle, suspirando, por el teléfono—. Son divertidas, pero ya sabes cómo está Suiza en esta época del año —añadió, mirando a su prima—. No, madre, no he visto a Kat desde hace siglos, ya sabes que no estamos muy unidas.

Gabrielle guiñó un ojo.

—Está demasiado corta —susurró Kat justo cuando Gabrielle movía los labios para decir en silencio:

—Me parece que está demasiado larga.

—Claro, creo que deberías llamar al tío Eddie —dijo Gabrielle por teléfono, aunque miraba a su prima directamente a los ojos—. Está claro que el que haya vendido al padre de Kat debería pagarlo.

Kat la miró, y Gabrielle hizo un gesto y le pidió en silencio que se volviera.

La chica hizo lo que le pedía y notó cómo su prima seguía subiendo el dobladillo, aunque no protestó. Al fin y al cabo, Kat era una acróbata, conductora e infiltrada nata, mientras que Gabrielle era una chica nata. Así que se quedó quieta encima de la silla, mirando por las ventanas en saliente, y contemplando el jardín y la estatua, mientras intentaba recordar qué partes de la noche anterior habían sido un sueño.

—Entonces… —dijo Gabrielle lentamente; había colgado el móvil y la falda estaba casi terminada—. ¿Dónde os metisteis Hale y tú anoche? —preguntó, sin poder disimular su emoción.

—En ninguna parte.

—Vuélvete —le ordenó; Kat se movió medio paso, pero sin dejar de mirar el jardín—. A ver, ayúdame a hacer memoria: ¿siempre se te ha dado tan mal mentir?

—Probablemente —respondió Kat, suspirando.

A pesar de tener un alfiler cogido entre los dientes, Gabrielle consiguió asentir y responder:

—Eso me parecía a mí.

Después agarró el borde de la falda y gritó:

—¡Ay!

Kat miró a tiempo de verla sacarse del dedo un alfiler olvidado.

—No tienes por qué hacer esto, ¿sabes? —dijo Kat—. Marcus está preparando los disfraces.

—La última vez que Marcus nos hizo los disfraces, tenías pinta de monja.

—Es que era una monja.

Gabrielle se encogió de hombros como si aquello no tuviera nada que ver.

—Además, tienes piernas —afirmó su prima, y Kat notó que volvía a usar el tono de guasa.

—Gracias —respondió sin más.

—¿Qué pasa? ¿Te da miedo que tus hombres se enteren?

—¿Qué hombres?

—Ya sabes… —siguió pinchándola Gabrielle—. Tus novios… Hale y el chico nuevo.

—Hale no es mi novio.

—Claro que no —repuso Gabrielle, poniendo los ojos en blanco—. Está clarísimo que Hale no es tu novio.

—Pero acabas de decir…

—Acéptalo, Kitty Kat: de todos los hombres que has conocido, Hale es el primer tío que podría ser tu novio. —Kat empezó a protestar, pero su prima la calló con un gesto—. Y una diminuta parte de esa gran mente tuya siempre ha pensado que algún día sería tu novio.

Kat quería negarlo, pero había perdido el don del habla.

—Vuélvete —le ordenó Gabrielle, pero ella no se movió, se limitó a mirarla mientras terminaba de hablar—. Y Nick… Bueno, Nick es el nuevo Hale.

—No, no es verdad —respondió Kat con un tono tan hiriente como los alfileres que Gabrielle tenía en la mano.

—Bueno, entonces quizá deberías decírselo al viejo Hale —dijo su prima, arqueando las cejas.

Kat se quedó quieta un buen rato mientras pensaba en los chicos de su vida: aquéllos en los que podía confiar y aquéllos a los que podía timar. Se preguntó si de verdad veía la diferencia y si, en ese aspecto, sería alguna vez tan lista como Gabrielle.

—¿Te gusta Nick? —le preguntó tímidamente—. Quiero decir…, ¿confías en él?

—Querida Kat —respondió su prima, apartando las manos de la falda—, son dos preguntas muy distintas. ¿Por qué quieres saberlo?

—¿Recuerdas el día que llegué tarde del Henley, el día antes de conocer a Nick? Vi a Taccone esa tarde y me dio esto…

—Perdone, señorita.

Kat se volvió y vio a Marcus en la puerta del vestidor con un enorme ramo de rosas, lilas y orquídeas tan inusuales que Kat creyó que se las habían robado a la misma naturaleza.

Gabrielle chilló y corrió hacia ellas.

—¡Oh, Sven! —gritó al hacerse con la tarjeta, pero se paró en seco y una sombra pareció cubrirle la cara—. Son para ti.

Su prima intentó pasarle la tarjeta, pero Kat retrocedió, mirando las flores. Algo le decía que los regalos de tanta belleza siempre tenían truco, así que no intentó tocar las flores. Ni siquiera quiso escuchar a Gabrielle cuando empezó a leer:

—«Lamento mucho que tu padre no esté disponible en estos momentos. No obstante, espero poder verte muy pronto. Un saludo, A. Taccone».

De repente hacía mucho frío en la habitación y el olor de las flores resultaba abrumador.

—A veces odio a los chicos —comentó Gabrielle, suspirando, y a Kat le pareció la persona más lista del mundo.