Capítulo 9

—Este sitio es enorme —dijo Heather desde lo alto de la cabeza de Jake.

Estaba en mitad del patio mientras él trataba de decidir dónde llevarla primero.

La idea de sentarla sobre sus hombros no había sido buena. Se sentía desnudo sin su sombrero, pero no había manera de poder llevarlo mientras ella es tuviera agarrada a su pelo. Tenía las manos ocupadas, una sujetando a la niña y la otra con el sombrero.

—¿Sabes lo que se nos ha olvidado?

—¿El qué? —preguntó la niña.

—Se nos ha olvidado ponerte un sombrero. Si vas a montar a caballo, tienes que llevar uno.

—¿Como el tuyo?

—Sí, si puedo encontrarlo. Iremos a buscarlo a las cuadras.

Al llegar a las cuadras, Jake la levantó por encima de sus hombros y la dejó en el suelo.

—Eres muy fuerte.

—A veces. Pero he de admitir que pesas.

Ella sonrió.

—Porque como mucho, ¿verdad?

—Y porque estás creciendo.

Jake entró en las cuadras en busca de algo que ponerle en la cabeza para proteger su delicada piel.

—¡Oh! —exclamó la niña y se dio cuenta de que se había detenido. Heather había descubierto los caballos de Jordan—. Mira esos ponis. Son grandes, ¿verdad?

—No creo que a Jordan le guste que llames ponis a sus pura sangre.

—¿Puedo montar en uno de ellos?

—Encontraremos uno para montar, pero no de éstos.

Heather estaba fascinada con las sillas de montar, las bridas y todas las cosas que se utilizaban para los caballos.

Jake vio un pequeño sombrero colgado de un gancho. Seguramente era de uno de los chicos del rancho. Se lo puso en la cabeza y se arrodilló para ver cómo le quedaba. Era un poco grande, pero era mejor que nada.

El sombrero se ladeó, ocultando uno de sus ojos y la pequeña se rió.

—No puedo ver.

Él sonrió y se lo colocó.

—Ahí está, pero vas a tener que sujetarlo o se te caerá.

—Hola a los dos —dijo Jordan, acercándose a ellos—. ¿Qué tal va todo?

Heather se agarró a la pierna de Jake y se ocultó tras ella.

—¿Quién es? —preguntó en voz baja.

—Es mi primo Jordan Crenshaw. Jordan, te presento a Heather Ann Crenshaw, quien se va a quedar a vivir para siempre con nosotros.

Jordan arqueó las cejas.

—Encantado de conocerte —dijo alargando la mano.

Ella se quedó mirando a Jake desconcertada y de repente, pareció recordar algo.

—Éstos son tus ponis, ¿verdad? —dijo estrechando su mano y rápidamente volvió a ocultarse tras la pierna de Jake.

Jake se aclaró la voz, tratando de no reírse al ver la expresión de Jordan.

—Sí, así es.

—¿Y te montas en todos ellos?

El caminó hasta una bala de heno y se sentó para estar a la altura de la niña.

—No en todos, pero sí en algunos.

—Él me va a llevar a montar un poni —dijo la niña acercándose a Jordan.

—¿Él? ¿No le llamas papá?

Heather bajó la cabeza y la sacudió.

—Bueno, todavía no hemos llegado a eso. Cada cosa a su tiempo —dijo Jake.

—Bueno, a mí puedes llamarme tío Jordan si quieres. ¿Qué te parece?

—Tío Jordan. Está bien —dijo y mirando a Jake, añadió—: Y a él le puedo llamar papá Jake.

Jordan se rió y Jake lo acompañó.

—Tiene toda una personalidad, eso ya lo he descubierto.

—Mamá a veces dice que soy una peste —les confesó.

Jordan la levantó, la abrazó y la volvió a dejar en el suelo.

—Eres encantadora, eso es lo que eres. ¿Cómo es que tu papá tiene tanta suerte de tenerte?

Jake tragó saliva en un intento de hacer desaparecer el nudo que se le había formado en la garganta. Tenía que cambiar de tema de conversación o su hija acabaría preguntándose qué le pasaba.

—Jordan, ¿por qué no le cuentas a Heather aquel día en que uno de los caballos saltó la valla y se fue?

Mientras Jordan explicaba el incidente, Heather alargó los brazos hacia Jake y se sentó en su regazo. Apoyó la cabeza en su pecho y escuchó la historia de cómo habían capturado a un caballo que no quería dejarse capturar. Jake se inclinó y la besó en la cabeza suavemente.

Como April no trabajaba los domingos, Ashley recogió la cocina e hizo las camas. Después, salió fuera preguntándose dónde estarían sus Crenshaw favoritos.

Nada más entrar en el establo, los vio. Estaban contemplando los caballos de Jordan, quien estaba diciéndole algo a la niña. Heather parecía relajada con los dos, lo que era una señal de que se estaba acostumbrando a su nuevo entorno.

Ashley se quedó allí mirándolos. La química era algo extraño, pensó mirando a los dos hombres.

Jordan tenía el mismo porte de los Crenshaw que Jake, así que ¿por qué era Jake el que hacía que su cuerpo reaccionara?

Sacudió la cabeza y los llamó.

—Voy a casa de mi padre. ¿Quieres venir conmigo, Heather?

Los dos hombres se giraron al oír su voz, ambos sonriendo, otra señal del parecido que había entre ellos. Sus dentaduras blancas contrastaban con sus rostros bronceados.

Heather arrugó la nariz, pensativa y luego, negó con la cabeza.

—Quiero quedarme con papá Jake y el tío Jordan.

Así que había encontrado una manera de cómo dirigirse a su padre.

—Entonces, os veré más tarde —dijo despidiéndose con la mano—. Hasta luego. Pasadlo bien.

Ashley se tomó su tiempo camino de casa de su padre. Vio un grupo de ciervos pastando en una de las praderas y un halcón buscando presa desde lo alto de un poste. Adoraba aquel sitio y apenas acudía allí. Tan sólo en algunas ocasiones, cuando Jordan la llamaba para que atendiera al ganado o cuando acudía a visitar a las ovejas de su padre.

Se detuvo frente a la casa de su padre y aparcó a la sombra de uno de los árboles que rodeaban la casa. Debía de estar en la casa, ya que su camioneta estaba allí aparcada. Confiaba en poder pasar un rato con él.

Su padre estaba sentado en su sillón favorito, leyendo el periódico y tomando café.

—Hola, papá —dijo y sonrió abiertamente.

El apartó el periódico y la miró sorprendido.

—Bueno, bueno —dijo Ken sin ocultar su felicidad—. ¿Qué te trae por aquí en esta bonita mañana de verano?

—Seguro que Jake te ha contado que ayer estuve cuidando a su hija.

Él asintió y la guió hasta la cocina.

—Sí, me lo dijo. Entre lo preocupado que estaba por Red y lo culpable que se sentía por haberte dejado con su hija, estaba hecho un manojo de nervios.

Ashley se sirvió una taza de café, rellenó la de su padre y se sentó a la mesa de la cocina. Ken también se sentó, dispuesto a charlar. A lo largo de los años, habían pasado muchas horas alrededor de aquella mesa. Había sido un padre maravilloso y sabía que era muy afortunada.

—Resulta que Heather no quería que me fuera, así que volví a quedarme a dormir. Pensé que en vez de ir a mi casa a buscar ropa, podía acercarme aquí y ver qué tengo en el armario.

El se quedó estudiándola, con gesto preocupado.

—Así que has pasado dos noches en casa de Jake.

—Así es, papá. Jake me preguntó anoche si podía seguir durmiendo en su casa con Heather hasta que contratara a alguien que la cuidara. No me importa quedarme una semana. Espero que en ese tiempo, encuentre a alguien.

—¿Crees que eso está bien? —preguntó Ken cruzándose de brazos.

Ambos sabían qué era lo que le preocupaba.

—¿Te refieres a lo que sentía por él? Eso ya está superado.

Una voz interior le dijo que eso no era así y que estaba locamente enamorada de él.

—Jake y yo hemos sido amigos toda la vida. No veo razón para no ayudar a un amigo cuando lo necesita.

—Quizá esté algo anticuado, pero dos personas solteras de distinto sexo viviendo bajo el mismo techo puede dar lugar a muchos comentarios.

—Es una casa grande, papá y yo voy a estar con Heather, no con Jake. La niña confía en mí y no quiero dejarla en la estacada.

—¿Es posible que este compromiso que tienes con Heather tenga algo que ver con el hecho de que sea la hija de Jake? —preguntó Ken con una media sonrisa.

Ella sonrió y lo agarró por el brazo.

—Probablemente —admitió—. Pero es una niña adorable. Ya verás lo encantadora que es cuando la conozcas.

—No quiero que te hagan daño, cariño —dijo tomando la mano de su hija—. Ya has sufrido mucho en tu corta vida.

—Lo sé, papá.

—Ya eres mayor para tomar tus propias decisiones, lo sé. También conozco a Jake. He visto a esos chicos crecer y sé los valores que les han inculcado. Jake es un hombre honrado, pero su mundo ha cambiado drásticamente y todavía no se ha recuperado. Ahora mismo, es muy vulnerable. De hecho, en lo que a ti se refiere, siempre ha sido muy vulnerable. Es un hombre de sentimientos fuertes. La combinación entre su estado mental y el tenerte viviendo con él puede ser más de lo que ahora mismo puede soportar.

Su padre acababa de referirse a todo lo que había pasado por su mente durante la noche anterior. Sí, Jake era muy vulnerable y ella también.

—Tienes que hacer lo que creas mejor, cariño. Creo que estoy preocupado por lo que pueda ocurrir. Siempre has sido su punto débil.

—No sé a quién pretendes proteger más, papá, si a Jake o a mí.

—¡A los dos! —exclamó él y ambos rieron.

—Iré a ver si encuentro algo que ponerme —dijo después de terminar su taza—. Mientras esté aquí en el rancho, me verás más.

—Te tomo la palabra, señorita —contestó y la tomó por el hombro.

—Te quiero, papá.

—Yo también te quiero, cariño.

Era casi mediodía cuando Ashley regresó a casa de Jake. Lo vio montado en uno de los caballos, con una niña sentada ante él que llevaba un enorme sombrero con el que apenas podía ver. Sonrió al ver aquella imagen.

Cuando Ashley salió de su camioneta, Heather agitó la mano.

—¡Mírame, Ashley! Estoy montando a caballo.

Ashley le devolvió el saludo.

—Me alegro —dijo y se acercó—. Ahora id a lavaros y yo veré qué preparo de comida.

—Buena idea —contestó Jake, aliviado—. Esta jovencita va a acabar conmigo.

—Te creo. Tendré algo listo para cuando terminéis de montar.

Cuando entraron en la cocina, Ashley había preparado sopa y unos sándwiches. Mientras comía, Heather se estaba quedando dormida y apenas podía mantener los ojos abiertos.

Jake rodeó la mesa y la tomó en sus brazos. Ashley lo siguió mientras llevaba a la niña arriba a su habitación y se quedó esperando fuera. A los pocos minutos, Jake volvió a salir.

—¿Has visto su. .? —comenzó, pero se detuvo al ver que ella tenía el conejo rosa en las manos.

—Se lo dejó en mi habitación esta mañana.

—Gracias —dijo con alivio y volvió a la habitación de Heather.

Ashley oyó que la niña decía algo, pero apenas pudo entender nada.

Cuando Jake salió, bajaron juntos la escalera.

—Voy a aprovechar que está dormida para ir a mi apartamento a recoger algunas cosas. No tardaré mucho. Eso, claro está, si no te importa quedarte a solas con ella.

—Odio tenerte que pedir esto. Sé que tienes mejores cosas que hacer que quedarte por aquí.

—No lo haría si no quisiera. Nadie me ha obligado —dijo y sonrió—. No te preocupes, Jake.

Vayamos con calma, día a día.

—No me preocupan los días —contestó misterioso.

—¿De veras? Pues deberían preocuparte —dijo y se puso de puntillas para darle un beso.

Jake se quedó de piedra cuando sus labios rozaron los suyos y Ashley pensó que la iba a apartar.

Sin embargo, él respondió al beso.

Rápidamente, se había vuelto adicta a su roce. Le gustaba sentir sus manos en la espalda y la fortaleza de su musculoso pecho. Sí, aquello era lo que necesitaba.

Cuando por fin la soltó, ambos respiraban entrecortadamente.

—No estás siendo de ayuda, ¿sabes?

—Jake, no veo razón por la que no podamos disfrutar de estar juntos. ¿Por qué te niegas a ello?

No se habían movido del pie de la escalera. Ella se apoyó en la barandilla y lo miró.

—No eres ninguna ingenua, Ashley. Esto no se trata de robar un par de besos de vez en cuando.

Anoche ya te dije lo que siento por ti.

—No te pido nada que no estés dispuesto a dar. Si hacer el amor aliviaría la tensión entre nosotros, ¿por qué no hacerlo si además lo estamos deseando? ¿Qué daño puede hacernos?

—Quizá tú estés acostumbrada a las relaciones esporádicas, pero yo no. No quiero tener una relación contigo porque sé que no tendría futuro.

Ella se quedó mirándolo en silencio durante largos segundos.

—Estás enfadado conmigo, ¿verdad?

El suspiró y echó la cabeza hacia atrás.

—No. Es sólo que no quiero que me provoques cuando sabes que no voy a seguirte el juego.

Necesitamos poner algunas barreras si vas a quedarte aquí.

—Entiendo —dijo ella cruzándose de brazos.

Él se dio media vuelta.

—Ya resulta bastante difícil, Ashley. No puedo dormir por las noches sabiendo que estás al otro lado del pasillo y cuando consigo dormir, sueño contigo.

—Así son mis noches también.

Él vaciló.

—No hacía falta que me lo dijeras, pero te agradezco tu sinceridad.

—Siempre he sido sincera, Jake. Pero no voy a suplicarte, Jake. Si piensas que tu conciencia no permitirá que haya intimidad entre nosotros, lo acepto. De todas formas, te agradecería que contrataras a alguien lo más pronto posible para que pueda continuar con mi vida sin que estés en ella.

Como dice el viejo dicho, ojos que no ven, corazón que no siente.