Han pasado tres semanas desde la muerte del rey. Esta mañana se ha celebrado en Asura mi coronación oficial.

Las revueltas han terminado. La noticia de la muerte de Kadar acabó con los focos de rebelión de la noche a la mañana. Nadie esperaba un desenlace así, ni siquiera los malditos. Creo que hasta la toma del palacio de Orestia no se habían dado cuenta de que su revolución estaba siendo utilizada por los hidrios para ganar su propia guerra.

No va a ser fácil gobernar este país. Ode se mantiene en un discreto segundo plano para no irritar a los decios, pero siempre está ahí, detrás de mí, dictando lo que debe hacerse en cada momento, vigilando los movimientos de todas las facciones y los grupos en la corte. A veces escucha mis sugerencias, pero no pierde ocasión de recordarme que es él quien me ha situado donde estoy.

Al menos, ha tenido la deferencia de escucharme cuando exigí que se declarase una semana de luto oficial en el país por la muerte de Kadar. Imagino que muchos lo han visto como un gesto hipócrita. No me importa. Kadar se merecía que su país lo recordara como el gran rey que fue, a pesar de sus errores.

Solo los que estaban aquella noche en el palacio de Orestia saben lo que sucedió, y Ode se ha encargado de comprar su silencio o de amenazarles para que no hablen. Los nobles que se rebelaron murieron allí mismo. Los que se rindieron no tienen demasiado interés en que se sepa la verdad. El resto del país cree que el palacio fue incendiado por una banda de malditos, que el rey se enfrentó a ellos y que murió como un héroe. Al menos, fingen que lo creen.

A estas alturas la mayoría ya conoce el origen hidrio de la guardia que escolta a todas partes a su reina. Supongo que piensan que soy yo la que los ha hecho venir desde mi país.

Todo es una farsa.

Durante la ceremonia de mi coronación, los sacerdotes que presidieron el ritual tuvieron que consultar un viejo libro de protocolo que Ode encontró en el palacio de Argasi, porque no sabían cómo debían proceder. Ellos también son hidrios. Al parecer, no ha sido posible encontrar a ningún sacerdote decio que acceda a celebrar el ritual.

Ningún miembro de la familia real estaba presente.

Dicen que Edan se ha retirado a las montañas del norte y que desde allí está organizando la resistencia. Nadie habla de ello en mi presencia, por supuesto. Pero el palacio de Asura es grande, y su personal, difícil de controlar. No resulta complicado colarse en las cocinas o en las habitaciones de costura y esconderse allí un rato para escuchar lo que se rumorea.

Después de la coronación ha habido un desfile. Le rogué a Ode que prescindiésemos de esa parte de la ceremonia, pero no quiso ni oír hablar de ello. Quería que toda Asura saliese a las calles para contemplar a su nueva reina.

La mayoría ni siquiera conocía mi aspecto. Nunca me habían visto. Lo que sí saben todos es que llegué a este país como una prisionera, y que soy una hidria con extraños poderes mágicos.

La Reina de Cristal es ahora la Reina Bruja. Por lo visto, así es como me llaman. No a la cara, por supuesto. Solo cuando creen que yo no puedo oírlos.

De todas formas, no hace falta que lo digan en voz alta. Leo el odio en sus ojos. Hoy, durante el desfile, todo era perfecto en apariencia. Yo iba en un carruaje abierto tirado por seis caballos, y a mi paso los niños levantaban arcos de flores blancas. Pero los adultos callaban. Me miraban como si yo no fuera humana, como si estuviesen contemplando a una criatura legendaria que no merece siquiera la compasión que cualquier persona puede llegar a sentir hacia sus semejantes.

Nunca me aceptarán, aunque de momento no se rebelen.

Nunca me adorarán como adoraban a Kadar.

En sus miradas veo lo mucho que me temen… y no se puede amar a alguien que te da miedo. Eso lo sé muy bien.

Aun así, anhelo hacer algo por este país. Si Ode y las damas del Triunvirato creen que mi papel aquí va a limitarse a explotar a los decios en beneficio de Hydra, se van a encontrar con una sorpresa.

En cualquier caso, aún es pronto para pensar en eso. Por el momento tengo asuntos más urgentes que atender.

* * *

Al final del desfile, justo antes del banquete que debía poner fin a la fiesta de la coronación, Elia vino a avisarme de que tenía una visita.

Dejé que me guiara hasta el almacén de harina, en la parte trasera del ala este del palacio, muy lejos del salón de recepciones. Lo bueno de ser la reina es que nadie, ni siquiera Ode, puede controlar mis idas y venidas como antes. Cuando yo doy una orden tienen que obedecer, y cuando dejo claro que no quiero ser molestada, nadie se atreve a cuestionar mis instrucciones. De esa manera, logré escabullirme con Elia en plena fiesta sin que nadie me siguiera.

El corazón me latía con violencia cuando abrí la puerta del almacén. No sé a quién esperaba encontrarme…

Desde luego, no a Moira.

La princesa estaba sentada sobre unos sacos de harina. Su vestido de brocado verde se encontraba sucio y deshilachado en la parte baja, y sus cabellos cobrizos, recogidos en una trenza, habían perdido su antiguo brillo.

Corrí a abrazarla. Ella no me lo impidió, aunque permaneció rígida entre mis brazos, igual que una muñeca.

Me arrodillé en el suelo manchado de harina, junto a ella. Así podía ver mejor su rostro.

—Moira, qué alegría. Voy a ordenar que preparen tus habitaciones. He tenido mucho miedo por ti…

—No te molestes, no voy a quedarme. Tan solo he venido a traer un mensaje.

Sentí que se me formaba un nudo en la garganta.

—Esta es tu casa, Moira. La casa de tus antepasados. Aquí es donde debes estar.

—Y así será, antes o después. Pero no mientras una usurpadora ocupe el trono de Decia.

Sus palabras me hicieron tanto daño como si me hubiese golpeado. Más, mucho más.

—No…, no soy una usurpadora —balbuceé—. Kadar decidió convertirme en su esposa, y las leyes de Decia exigen que, a su muerte… Él habría querido que ocupase su lugar.

—Él no estaría muerto de no ser por ti. Lo embrujaste, lo volviste loco. Podría haber aplastado la rebelión si hubiera querido, pero era como si un hechizo pesase sobre él. Se quedó paralizado… y tú aprovechaste su debilidad para llamar a tus amigos hidrios y ordenarles que remataran el trabajo.

—¡Eso es mentira, Moira! Yo no quería la muerte de tu hermano. Intenté impedirla.

—No te molestes, a mí no vas a engañarme. Ni a Edan tampoco… Suerte que él no se dejó embrujar por ti como Kadar.

—¿Dónde está? ¿Está bien? Moira, deseo arreglar las cosas entre nosotros. Quiero la paz para Decia. Tendríamos que reunirnos, sellar nuestra alianza delante del pueblo…

—Eso no va a pasar. Precisamente estoy aquí para darte un mensaje en su nombre. Y el mensaje es que no habrá paz para ti ni para los tuyos mientras ocupes un trono que no te corresponde. Si quieres la paz, abdica, Kira. Reconoce que eres una usurpadora y márchate para siempre de Decia.

La miré a los ojos. Si ella podía mostrarse tan dura, yo también.

—Eso sería peor para el país. Así que no voy a hacerlo.

—Como si a ti te importase este país. Nos has utilizado. Nos has utilizado a todos…

—No. Vosotros me habéis utilizado a mí. O lo habéis intentado, al menos. Pero eso se acabó para siempre, Moira. Dile a Edan que, si quiere la paz, encontrará mi mano tendida. Y si quiere guerra…, habrá guerra.

Moira suspiró.

—Ahora debo irme. Mi gente está esperándome fuera. Si quieres, puedes mandar apresarlos. Y a mí también. No me importa que lo hagas. En realidad casi lo preferiría, ¿sabes? El pueblo se pondría en contra de ti, y eso ayudaría a Edan.

—No voy a apresarte. Pero sí es mejor que te vayas de aquí cuanto antes, Moira. Si no quieres aceptar mi hospitalidad…

—Ya. No todos los hidrios son tan compasivos como tú, ¿eh? Ode, por ejemplo… Si me encuentra aquí, seguramente tu plan de dejarme escapar no le gustará. Sería interesante, ¿no te parece? Que Ode me encontrara… Así comprobaríamos quién manda en Decia en realidad, si tú o él.

—Llamaré a tu gente. Adiós, Moira.

Me quedé en el almacén hasta que se la llevaron. Dos hombres vestidos de mozos de cuadra la cubrieron con telas y la cargaron como un saco más. Una forma muy poco digna de abandonar el palacio para una princesa.

Mientras yo regresaba al salón de recepciones, no podía dejar de pensar en sus últimas palabras. Ni siquiera yo conozco la respuesta a lo que ella me preguntó: ¿quién manda en Decia en realidad, Ode o yo?

Lo cierto es que, en estas tres semanas, no he hecho más que obedecer las órdenes de Ode.

Sin embargo, las cosas van a cambiar a partir de hoy. Porque desde esta mañana, soy la reina. No la consorte desconocida del rey, sino la soberana legítima de un gran país. Lo que significa que tengo acceso a todos los resortes del poder.

Y además, no soy solo la reina de Decia. Soy también la Reina de Cristal.

No sé si Ode se da cuenta de lo que eso significa. Tengo un reino. Tengo un ejército, el suyo. Y tengo un don con el que puedo llegar a controlarlo.

Soy demasiado poderosa para dejarme utilizar.

De ahora en adelante, nadie va a dictarme lo que debo hacer. Soy la reina… y nadie, nunca, volverá a elegir por mí.

A partir de este momento, yo decido mi destino.

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