CAPÍTULO 5

Solo han transcurrido tres días desde el ritual de la fuente y ya nos hemos puesto de nuevo en camino. La flota espera a Kadar en el puerto de Lyr, y yo debo acompañar al Gran Maestre a la fortaleza de Akheilos, en la costa occidental de Decia. Sus fuentes fueron las últimas en enfermar; dejaron sin abastecimiento de agua dulce a las aldeas pesqueras de la zona. Ahora dependen del agua de lluvia y de las destiladoras que limpian la sal del agua marina para hacerla potable.

Llevo toda la jornada cabalgando junto a Kadar, pero esta vez ha sido por mi propia voluntad. Esta mañana, cuando estaba terminando de vestirme para el viaje, llamaron a la puerta de mi habitación. Creí que sería Bluedard, pues el buen hombre estaba tan agradecido por lo que he hecho con las fuentes de Ayriss que continuamente me importunaba preguntándome qué podía hacer por mí. No obstante, cuando abrí la puerta, a quien me encontré fue al rey en persona.

—Vaya, esto sí es una novedad —dije, y creo que le sonreí—. El rey Kadar llamando a una puerta antes de entrar…

—¿Te has dado cuenta? —él también sonrió—. Estoy tratando de mejorar mis modales.

—Eso te honra. Pasa, estaba terminando de prepararme para el viaje. Dunia me ha avisado de que Moira ya espera en su carroza, y no quiero hacerle esperar demasiado.

—De eso justamente quería hablarte. Venía a pedirte…, a pedirte que cabalgases conmigo hoy, en lugar de viajar en la carroza con mi hermana. Es decir, si no es mucha molestia.

Me quedé tan asombrada, que por un momento no supe qué decir.

—¿Me… me estás pidiendo que cabalgue a tu lado? ¿En serio?

—Es la última jornada que vamos a pasar juntos —explicó el rey en un tono casi suplicante—. Mañana parto hacia Lyr, y no volveremos a vernos en mucho tiempo. Por eso quería… si a ti no te importa… ¿Aceptas?

Por supuesto, le dije que sí.

Significa mucho para mí que esta vez Kadar no me haya impuesto sus deseos. Me ha pedido que le acompañe, casi me lo ha rogado. Lo curioso es que ni él mismo es consciente de la importancia de su gesto. Pero, para mí, lo cambia todo. Si Kadar empieza a tratarme de otra forma, si se da cuenta de que nuestra relación debe basarse en el respeto, y no en un juego de poder, quizá haya una esperanza para nosotros… y para nuestros pueblos.

Eso no quiere decir que la transformación haya sido completa. Kadar sigue siendo Kadar. Durante estas horas que hemos pasado cabalgando juntos me ha contado muchas cosas sobre la historia de Decia y de su familia, aunque también ha aprovechado para deslizar varias advertencias acerca de mi situación aquí, y de lo peligroso que sería para mí intentar cambiar las cosas durante su ausencia.

—Decia es un país complicado —me dijo hace un rato, mientras cabalgábamos siguiendo el curso de un riachuelo que vuelve a llevar agua después de varias décadas de sequía, gracias a la curación de las fuentes de Ayriss—. La riqueza está distribuida de forma muy desigual, y eso provoca tensiones. Lo que a unos les beneficia a otros les perjudica, y te vas a encontrar con gente que no te dará las gracias por lo que estás haciendo con las fuentes, sino todo lo contrario.

—No lo entiendo. ¿A quién puede perjudicarle que las fuentes vuelvan a manar como en los viejos tiempos? Es riqueza para las tierras, vida para los cultivos…

—Y pérdidas para los propietarios de los pozos y de las grandes destiladoras. Hasta el gremio de mercaderes del vino ha protestado. Temen que se reduzcan las ventas, ahora que beber agua sin hervir está dejando de ser peligroso. Ya ves, es imposible hacer feliz a todo el mundo.

Su tono desenfadado me hizo creer que podía hablar con libertad.

—Por mucha gente que esté en contra de la curación de las fuentes, seguro que son más los que están a favor —dije con cierto orgullo—. Les he cambiado la vida para mejor… Es imposible que no lo vean.

—Lo ven. Y lo aprecian. Pero incluso con esas gentes que aprecian tu labor aquí debes tener cuidado. Puede que intenten apropiarse de tu éxito, venderlo como propio. O puede que intenten utilizarte para sus propios fines adulándote, haciéndote creer que son tus más fieles aliados… Intentando separarte de mí.

Me sorprendió la repentina aspereza de su voz.

—¿Por qué iban a hacer eso? ¿Quiénes? No estarás hablando de los caballeros de la orden del Desierto.

—Sí, estoy hablando de ellos. De su jefe, Luther…, y también de Edan.

—Creo que eres injusto dudando de su lealtad —dije, mirando al frente para rehuir sus ojos—. Te la han demostrado suficientemente.

—Siempre lo defiendes —murmuró Kadar, descontento—. Siempre.

—También te defendería a ti si alguien te atacase en tu ausencia. Es decir…, si las acusaciones fueran injustas.

—Esto no es un problema de justicia, sino de poder. Yo lo tengo, Kira, y otros lo quieren. Y también te querrán a ti… porque tú formas parte de ese poder. No obstante, no te dejes engañar, no son tus sentimientos lo que les importa, sino tu don.

—Ya. No como a ti…

—A mí también me importa tu don, sí. Nunca lo he ocultado. Pero hace tiempo que dejó de ser lo único. Ni siquiera es ya lo más importante.

Cabalgamos un par de minutos en silencio. Yo no sabía qué decir. Puede que Kadar haya sido sincero esta vez. Aun así, sé que no debo fiarme de él. Porque, si me fío de él y me traiciona…, no quiero volver a sufrir como sufrí por Edan.

—No soy tan manipulable como crees —le dije por fin con toda la firmeza que pude reunir—. Y tengo claro que no debo fiarme de nadie aquí, así que no tienes por qué preocuparte.

La seguridad de mi voz pareció convencerle, al menos lo suficiente para no seguir insistiendo. Pronto cambió de tema y empezó a hablarme de las joyas de coral rojo típicas de esta comarca que estamos atravesando.

—En la próxima aldea nos detendremos y te compraré un collar —me dijo—. Y tienes que prometerme que lo llevarás puesto siempre en mi ausencia.

—En ese caso, prefiero que sea un brazalete —le contesté sonriendo—. Los collares me molestan, es como llevar una argolla al cuello. Me hacen sentirme prisionera.

Kadar me aseguró que me compraría las dos cosas, la pulsera y el collar.

—Hace un par de años visité esta zona. En la aldea de Hayk, por la que vamos a pasar, hay un orfebre que tiene su tienda en la calle principal y que hace cosas asombrosas para ser un artesano de pueblo. La otra vez me regaló unos pendientes para Ryanna… Seguro que hoy querrá tener un detalle con mi preciosa reina.

Estoy segura de que Kadar tenía la intención de pasarse realmente por el taller del joyero, a pesar de que ahora que hemos llegado a Hayk, es evidente que no va a poder cumplir su promesa. Algo grave debe de haber ocurrido en el pueblo, porque un tumulto detiene a la comitiva real y nos impide avanzar.

Derek, uno de los lugartenientes de Kadar, viene a nuestro encuentro desde la cabecera de la caravana. Su caballo está nervioso, intenta encabritarse, aunque Derek no se lo permite.

—¿Qué pasa, algún problema? —le pregunta el rey.

—Todo el pueblo está en la calle, y no precisamente de fiesta. Parece que han dado caza a una bruja que se les había escapado, y quieren quemarla.

El corazón se me desboca, y siento una oleada de calor en mis mejillas.

—¿Qué les ha hecho? —pregunto—. ¿Por qué quieren quemarla?

Derek me mira y luego mira a Kadar, como pidiéndole permiso para responderme. Pero es el rey quien contesta por él.

—No es preciso que haya hecho nada, es una bruja, Kira. O creen que lo es. Las gentes sencillas tienen miedo de la magia.

—No permitas que la maten —digo, aferrando su mano—. Por favor… Tú puedes impedirlo.

Kadar me clava un instante sus ojos claros, pensativos. Luego asiente y gira su caballo hacia Derek.

—¿Quién está al mando de esta gente? ¿Dónde están las autoridades? Búscalas. Diles que el rey quiere verlos… De inmediato.

Kadar me suelta la mano y dirige el caballo hacia la cabecera de la caravana. Moira se asoma a la ventanilla de su carroza cuando pasa por su lado. Intercambian unas palabras.

Desde donde estoy no veo a la turba que intenta linchar a la bruja, pero sí el humo de sus antorchas. Y oigo sus gritos, sus insultos… Dan miedo.

Sin embargo, después de unos minutos los gritos empiezan a acallarse. Oigo a lo lejos la voz de Kadar y de otro hombre, si bien a esta distancia no puedo captar lo que dicen.

Luther, que venía al final de la comitiva, adelanta a mis damas para poner su caballo a la altura del mío.

—Quizá el rey no debería intervenir. Es peligroso.

—Van a matar a una mujer inocente —digo, encarándome con él—. Si un rey no puede impedir eso, ¿de qué le sirve el poder?

Luther se encoge de hombros.

—El poder hay que reservarlo para las ocasiones importantes. No estoy seguro de que defender a una hechicera de pueblo sea una de esas ocasiones.

Aparto mi caballo del suyo, furiosa. ¿Cómo puede ser tan cínico? A veces se me olvida que la bondad del Gran Maestre es solo aparente. Se preocupa por mí porque yo soy una pieza importante en el tablero de la guerra con Hydra. Si tuviera que sacrificarme en un momento dado, lo haría sin pestañear… igual que está dispuesto a sacrificar a esa hechicera.

Me pregunto qué habría hecho Kadar si yo no le hubiese suplicado que interviniera. ¿Habría permitido que quemasen viva a esa pobre mujer?

Algo me dice que no. Lo habría impedido de todas formas.

Oigo el murmullo de la multitud que empieza a dispersarse. Kadar regresa, y caminando junto a su caballo viene una muchacha. Avanza tambaleándose, con pasos inseguros, como si estuviera mareada. En cualquier momento se podría caer.

Sin pensármelo dos veces, desmonto y camino hacia la chica. Todavía trae las manos atadas… Forcejeo con los nudos de la áspera cuerda que le sujeta las muñecas, y al final consigo liberarla.

—Se llama Elia —me dice Kadar desde lo alto de su caballo—. Cuéntale a mi futura esposa por qué querían matarte, muchacha. Creo que tu historia le va a interesar.

La joven se aparta un sucio mechón rubio de la cara. Me mira con miedo. En sus ojos verdes hay algo salvaje y turbio al mismo tiempo. Tal vez esté loca.

—Es por la mancha —contesta con voz ronca—. Se puso a brillar cuando me bañé en el río. No sé por qué fui al río, era como si una fuerza tirase de mí.

—Su madre la tenía encerrada en casa, pero se escapó —explica Kadar—. Llevaba toda la vida prisionera en su propio hogar. Era distinta desde que nació. No hablaba… Y no recordaba.

—Sí. Estaba maldita —dice la chica con una frialdad sobrecogedora—. Entonces fui al río y la mancha empezó a brillar. Me acordé de las palabras, de todas las cosas que me han pasado. Cuando volví a casa, a mis padres les entró miedo y llamaron a la curandera. Empezaron a decir que me había convertido en una bruja.

Alargo un brazo para tomar a la chica de la mano, pero ella retrocede, mirándome con desconfianza.

—Enséñale la mancha, Elia —ordena Kadar—. A mi prometida puedes enseñársela.

La chica vacila un instante. Finalmente, se sube una de las mangas y me acerca el brazo para que vea esa señal que ha estado a punto de costarle la vida.

Cuando descubro de qué se trata, ahogo una exclamación. No es una mancha, son escamas… Media docena de escamas rojas incrustadas en la piel pálida del antebrazo, tan brillantes como las de la cola de un auténtico sirénido.

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