CAPÍTULO 18

Hemos tenido que cabalgar hasta bien entrada la noche para recuperar el tiempo perdido por culpa de mi desvanecimiento.

Por fin hemos hecho alto… El lugar que ha elegido Edan para montar las tiendas es una pradera junto al río, justo en el punto en el que el valle se abre antes de llegar a las marismas de Arda.

A partir de este punto nuestra ruta se aparta del río. Mañana atravesaremos la sierra que separa este valle de la Estepa del Viento. El nombre es bastante elocuente, y según he oído, más que adecuado para la inhóspita región que vamos a cruzar. Dicen que los caballos odian la estepa porque el silbido constante del aire en sus oídos los vuelve locos.

Veremos si se trata o no de una exageración. Pero eso será mañana… Ahora toca descansar.

Mi tienda está en el centro del campamento, rodeada de las tiendas de lona negra de los hombres de Edan. Elia y Dunia han preparado la cama y encendido las velas, y hace un rato que se retiraron a dormir.

No he cenado más que un pedazo de queso y unas uvas. Dunia se ofreció a traerme unas costillas asadas que estaban preparando los hombres en una parrilla, pero le dije que no tenía apetito.

Lo único que me apetece es cerrar los ojos, olvidarme de todo lo que ha ocurrido durante la jornada y dejarme arrastrar por el sueño. Necesito despreocuparme de lo que sucederá mañana, en los días siguientes, y de lo que siente o no siente Edan, y de los planes del rey.

Estoy demasiado cansada…

Demasiado cansada para pensar.

* * *

Me dormí pronto.

Más tarde, en algún momento, me despertó un ruido de voces y de pisadas de caballos sobre la hierba.

Me levanté de la cama temblando de frío, me eché el cobertor sobre los hombros y me acerqué a la entrada de la tienda para ver qué ocurría.

Las hogueras del campamento aún seguían encendidas, pero no vi a ninguno de los hombres de guardia. Si habían oído algún ruido sospechoso, como yo, probablemente habrían ido a echar un vistazo.

Regresé a la cama y cerré los ojos… Estaba quedándome dormida de nuevo cuando, de pronto, tuve la sensación de que alguien me observaba.

Al principio no me atrevía a volverme en la cama. Todas las velas estaban apagadas cuando me acosté, pero ahora, incluso sin darme la vuelta, podía percibir una débil claridad detrás de mí.

Por fin, me armé de valor y me di la vuelta.

Se me escapó un grito. Había un enmascarado en mi tienda.

Al ver que había despertado, se abalanzó sobre mí y me tapó la boca para que no volviese a gritar. Forcejeé con él para que me soltara, pero sus brazos parecían de acero. A la luz de la lámpara de aceite que había encendido el intruso, distinguí sus ojos oscuros y levemente rasgados por encima del pañuelo que le tapaba la parte inferior de la cara. Era Ode.

Me fijé en que iba vestido como un caballero del Desierto, con un peto de cuero y la capa plateada. Era un buen ardid: de esa forma, si alguien en el campamento lo veía pasar, no lo tomarían por un intruso.

Cuando él se dio cuenta de que le había reconocido, me soltó.

—Tranquila —dijo en voz baja—. Soy yo, Kira… Por fin. Por fin. ¡Cuánto tiempo!

Miré hacia la puerta, temerosa de que alguien pudiera entrar en cualquier momento.

—¿Cómo has podido colarte aquí? Estoy rodeada de gente armada, Ode. Esto es muy peligroso.

—Lo sé. Solo tenemos unos minutos. El señuelo los entretendrá un rato, pero antes o después se cansarán de perseguirlo.

—¿Qué señuelo?

Ode se desató el pañuelo negro que le cubría la cara. Sentí alivio al comprobar que su sonrisa seguía siendo la de siempre.

—Dos de mis hombres han estado armando un poco de jaleo para atraer la atención de tus perros de presa. Han salido detrás de ellos… No te preocupes, nadie nos molestará.

Aparté las sábanas y me senté en la cama. Busqué con la mirada la túnica de viaje. ¿Dónde la había dejado Dunia? Ah, sí, sobre el arcón… Me dirigí descalza hacia allí para ponérmela sobre la camisa de dormir, mientras Ode me observaba con expresión risueña.

—Lista —dije, terminando de ceñirme el cordón dorado alrededor de la cintura—. Podemos irnos cuando quieras.

La sonrisa de Ode se disolvió lentamente.

—No, Kira, no he venido a llevarte conmigo. Tenemos que hablar… y tenemos que hacerlo rápido.

Me senté en la cama, perpleja. No podía dejar de mirarle.

—No entiendo… ¿Por qué no? ¿No es a lo que has venido?

—No exactamente. Todo es bastante complicado. Por eso necesito que me escuches.

Aquello no tenía sentido para mí. ¿Qué hacía Ode en mi tienda, si no quería rescatarme?

—Estás aquí por mí, lo sé —afirmé, mirándole a los ojos—. He tenido varias visiones en las que aparecías tú. Sé que me seguiste desde Hydra, que has estado buscándome… En Igrid creo que llegamos a estar muy cerca.

—Sí. Han sido meses muy difíciles, pero ahora por fin nuestro sufrimiento empieza a dar sus frutos. ¿Te has enterado de lo que está pasando, Kira? La sangre de los sirénidos aún es poderosa en Decia, y gracias a ti ha empezado a despertar. Nos necesitan. Son como niños que aún no han aprendido a caminar. Su magia puede llegar a ser fuerte, pero necesitamos tiempo.

A medida que hablaba, un fulgor sombrío se iba apoderando de sus ojos.

—Pero, Ode…, eso no tiene nada que ver conmigo —me atreví a decir.

—¿Cómo que no? Esto lo has hecho tú, Kira. No habría sido posible de no ser por ti. Y por eso es tan importante que continúes hasta que todo el poder de las aguas sagradas de Decia haya despertado.

—¿Para eso has venido? —le pregunté—. ¿Para pedirme que siga siendo una prisionera, un instrumento en manos de los decios?

—No eres su instrumento, sino el nuestro. ¿No te das cuenta? —contestó Ode entusiasmado—. Te han dado la oportunidad de despertar los dones que estaban dormidos en toda esa pobre gente. Es todo un ejército dispuesto a seguirnos. Pero necesitamos más. El resto de las fuentes deben despertar, y deben hacerlo cuanto antes. Por eso tienes que terminar tu labor aquí, Kira. Después, cuando todo acabe, volveré a buscarte y regresaremos juntos a Hydra.

No podía creer que Ode me estuviese hablando así. Era como si yo ya no importase, como si ni siquiera me viese.

—Supongo que sabes que el rey Kadar va a obligarme a que me case con él… —murmuré—. ¿Eso forma parte del plan?

Por primera vez capté cierta turbación en sus ojos.

—Intenta retrasarlo, si puedes. Con un poco de suerte, terminaremos con esto antes de que la boda se celebre.

—Y si no…

Ode desvió la mirada.

—Me han dicho que no te trata mal. Ni él ni nadie de la corte. Si no, no te pediría este sacrificio, Kira. Es que estamos tan cerca de la victoria… Piensa en nuestro pueblo, en todo lo que hemos sufrido.

—¿Crees que desatar una guerra civil en Decia va a arreglar los problemas de Hydra? —estallé, sin poderme contener—. Hay traidores en Argasi, Ode, personas dispuestas a vender su país a cambio de más poder. La dama Ilse, por ejemplo.

Ode arqueó las cejas, impaciente. Era evidente que no le interesaba escucharme.

—Todo eso ya se verá cuando acabe la guerra. Lo primero es detener a Kadar, obligarle a retirar su flota. No atacará nuestra isla si tiene un nuevo frente abierto en su propio país.

—Kadar no es tan previsible como tú crees —dije, irritada por la seguridad de Ode—. Tú no le conoces como yo.

Ode me miró pensativo.

—¿Es cierto que está loco por ti? Eso facilitaría las cosas.

—Para mí no, te lo aseguro.

—O sea, que es verdad.

No me molesté en contestar. ¿Para qué? Ode estaba convencido de tener todas las respuestas.

Noté que vacilaba un momento antes de proseguir.

—Si te quiere, nada de lo que pase le hará cambiar sus planes respecto a ti. Dentro de poco, las cosas se complicarán… y para mí es un alivio saber que tú estarás a salvo.

Dejé escapar una carcajada de incredulidad.

—A salvo. No tienes ni idea de lo que es esto, Ode. Vivo rodeada de enemigos, ¡me vigilan constantemente!

—No me interpretes mal. Me imagino que debe de resultar muy duro, pero al menos tu vida no corre peligro. Y ahora que tenemos a la princesa…

Se interrumpió al captar el horror en mi mirada.

—Ode. Ode, ¿qué habéis hecho? ¿Qué le habéis hecho a Moira?

Ode me hizo un gesto para que bajase la voz.

—Nada, no le hemos hecho nada. Necesitábamos un rehén importante, y ella nos lo puso en bandeja cuando decidió irse sola a Asura.

—No iba sola. Una escolta de más de veinte hombres la protegía.

Ode sonrió.

—No los suficientes. No te preocupes por ella, no soy ningún monstruo. Estará bien… si su hermano quiere que lo esté.

—No lo entiendes. Moira necesita cuidados especiales, tiene muchos problemas de salud —le expliqué, cada vez más agitada—. Si no recibe la atención que necesita, podría enfermar…

—Te preocupas mucho por ella. Ni que fuera tu hermana… Hace un momento no hablabas así de los decios.

—Moira siempre me ha tratado bien —repliqué desafiante—. No se merece esto. No te reconozco, Ode… ¿En qué te has convertido? Y pensar que durante todos estos meses he esperado… ni siquiera sé qué.

Ode me tomó de la mano, y cuando intenté retirarla la apretó con más fuerza. Nuestros ojos se encontraron.

—Estamos en guerra, Kira. Y necesitamos ganar. Si perdemos, piensa lo que le ocurrirá a la gente como nosotros en Hydra. Los perseguirán por sus dones, como han hecho aquí. Los torturarán, los excluirán del trato con los demás, los llamarán malditos.

—Las cosas pueden cambiar. Kadar no hará eso si yo…

No terminé la frase; Ode lo hizo por mí.

—Si tú eres su reina. Tal vez; pero no podemos arriesgarnos. Tengo que irme, Kira. Me ha parecido oír algo ahí fuera. Sobre lo que te he dicho de la princesa… no cuentes nada, es muy peligroso. Ellos no saben todavía que la tenemos secuestrada. Las noticias aquí circulan despacio. Y cuando se enteren, pensarán que la ha raptado una banda de malditos sin ninguna relación con nosotros. No saben lo organizados que estamos. No tienen ni idea.

—Ode, suéltala —dije, agarrándole por un brazo—. Ella no os hace falta. Por favor, hazlo por mí…

Pero Ode ya no me prestaba atención. Se dirigía a la entrada de la tienda, donde una figura alta se recortaba en la penumbra.

—¿Qué tiene que hacer por ti este hombre, Kira?

Un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza. Era Edan.

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