CAPÍTULO 20

Han pasado siete jornadas desde la visita de Ode a mi tienda. Cada una ha sido más difícil que la anterior.

Cuando me enteré de que Ode había logrado escapar, al principio sentí alivio. Luego, empecé a pensar en Moira. ¿Dónde la tendrían? ¿Qué pensarían hacer con ella? No acababa de ver clara la estrategia de Ode, ni qué esperaba conseguir reteniendo por la fuerza a la princesa. Parecía una declaración explícita de guerra… Sin embargo, no lo sería mientras él y su grupo no reivindicasen el secuestro y sus intenciones.

Edan se empeñó en reanudar el viaje al día siguiente del ataque de Ode, a pesar del penoso estado en el que se encontraba. Uno de sus hombres, versado al parecer en medicina, le recomendó que aguardase unos días antes de ponerse en camino, pero él se negó. Quería partir cuanto antes, como si tuviera prisa.

En todos estos días no le he oído quejarse ni una sola vez. Desde la primera jornada cabalga a la cabeza de la caravana acompañado de sus guerreros de confianza, como ha hecho siempre. Conmigo apenas habla… Solo se dirige a mí para darme alguna instrucción relacionada con el viaje, y si yo le pregunto por sus heridas me contesta con monosílabos.

Ojalá las cosas hubiesen sido diferentes. A veces, durante estas jornadas interminables atravesando la Estepa del Viento, me he preguntado si he cometido un error. Edan me ofreció huir con él. Hace tan solo unas semanas, habría dado cualquier cosa por escucharle hacerme esa proposición. Y si hubiese sucedido de otra manera…

Pero no. Solo se le ocurrió la idea de pedírmelo cuando fue consciente del peligro que suponen Ode y los suyos para Decia. Edan haría cualquier cosa por salvar a este país: incluso traicionar a su hermano y escapar conmigo.

Por eso sé que tomé la decisión correcta, lo cual no hace que sea menos doloroso… Al contrario.

Creía que la relación entre nosotros no podía empeorar más, pero me equivocaba. Aún faltaba lo peor.

Ocurrió en la cuarta jornada después de la noche en que Ode escapó, cuando en una aldea del trayecto nos encontramos esperándonos a un mensajero procedente de Asura. Traía una carta de Cyril, el nuevo Gran Maestre, para Edan. El propio Edan me llamó para informarme de su contenido.

Se había instalado en un pequeño comedor privado que daba al patio trasero de la posada de la aldea. Lo encontré solo, bebiendo una jarra de cerveza caliente y especiada mientras contemplaba ensimismado el fuego de la chimenea. La habitación olía a carne ahumada y a las hierbas aromáticas que colgaban en ramilletes de las vigas del techo.

Al verme entrar, Edan me indicó un asiento junto al suyo y me ofreció con un gesto un trago de aquel brebaje color miel que estaba tomando. Yo acepté el asiento y rechacé la bebida.

Durante un buen rato no dijo nada, y llegué a creer que se había olvidado de mi presencia, completamente absorto en la contemplación de las llamas de la chimenea. Bruscamente, se volvió a mirarme.

—Han secuestrado a Moira. El Gran Maestre me ha escrito para decírmelo.

Tragué saliva. Debería haberle preguntado quiénes lo habían hecho y por qué, pero no tuve ánimo ni fuerza de voluntad para fingir una sorpresa que no sentía.

Mi silencio no le pasó desapercibido.

—Ha sido Ode, ¿verdad? —susurró, mirándome con ojos como brasas—. Kira…, lo sabías y no me dijiste nada.

—Me aseguró que estaría bien, y que se ocuparían de su salud.

Edan se levantó de la mesa con tanta violencia que volcó la silla. No dejaba de mirarme.

—Le mataré —siseó—. No debí dejarlo con vida. Si hubiera sabido que tenía a Moira… No sé cómo has podido ocultármelo.

—Es mejor que Ode esté vivo, Edan —me puse en pie y busqué su mirada, pero él caminaba febrilmente de un lado a otro, arrastrando la pierna herida y con la vista ahora fija en el suelo—. Ode no es ningún criminal. Sé que no le hará ningún daño a Moira, estoy completamente segura. Le conozco.

Se volvió hacia mí con expresión feroz.

—¿Ah, sí? En ese caso, me imagino que sabes lo que ha pedido a cambio de la vida de Moira.

—¿A cambio de su vida? —me estremecí, horrorizada—. Edan, yo no sabía…

—Quieren la liberación de todos los malditos que han sido arrestados en las redadas de las últimas semanas. Más de ochocientas personas a cambio de su libertad. Y tiene que ser antes de la próxima luna llena… Apenas quedan dos semanas.

—¿Qué ha dicho Kadar? ¿Lo sabes?

Edan emitió una seca carcajada.

—¡Kadar! Eso es lo mejor de todo, que no sabe nada. Ese idiota de Cyril fue el que recibió la carta de los secuestradores con sus exigencias, y en lugar de enviársela al rey, me la ha enviado a mí.

—Sabe que para sus hombres es más importante tu opinión que la del rey.

—¡Esto no es un problema de opiniones! —tronó Edan—. Es un problema de autoridad. ¿Qué quiere Cyril que haga yo? No tengo poder alguno para ordenar la liberación de los presos. Él sí podría hacerlo, en calidad de Gran Maestre, pero está esperando mis instrucciones… Y mientras tanto, Moira continúa cautiva.

—¿Qué vas a hacer? ¿Vas a escribir contándoselo al rey?

—Lo haría si supiera dónde está. Hace más de una semana que se separó de la flota, y desde entonces nadie parece tener muy claro adónde ha ido. Puede que haya decidido volver a Asura. ¿Qué más da? No hay tiempo para ir a buscarlo.

—¿Qué vas a hacer entonces?

—Iría yo mismo a buscarla, pero no sé dónde la tienen, ni dónde encontrar a Ode. Ese malnacido… Se va a arrepentir de lo que ha hecho.

—¿Por qué me lo cuentas?

Edan me miró fijamente unos instantes. Después se encogió de hombros, como si no tuviese demasiado clara la respuesta a esa pregunta.

—Pensé que a lo mejor podrías ayudarnos a localizarlos. Una idea estúpida… No nos ayudarías aunque pudieras.

—Eso no es cierto. Quiero ayudar a Moira. Le rogué a Ode que la liberase, o que al menos la tratase bien, y le hablé de sus problemas de salud.

—Qué generoso por tu parte. Lástima que olvidaras mencionármelo.

—Es mi gente, Edan. Además, ¿qué podía hacer? Ni siquiera estaba segura de que fuese verdad, creí que estaba tirándose un farol.

—Ode no es de esa clase. Maldita sea, Kira, ¿por qué no me lo dijiste? Si me lo hubieras dicho, llevaríamos al menos tres días de ventaja.

Me sentí horriblemente culpable en ese momento. Edan tenía razón: debería haber antepuesto la vida de Moira a todo lo demás. Pero estaba confusa, después de todo lo que había pasado aquella noche. Y además, me cuesta ver a Ode como el general astuto y despiadado en el que parece haberse convertido.

Intenté pensar con rapidez, ofrecerle a Edan alguna idea, alguna salida.

Y de repente se me ocurrió.

—Edan… Está intentando chantajearte, pero podemos darle la vuelta a eso —dije, yendo hacia él—. Yo puedo hacerlo. Para la estrategia de Ode, es muy importante que yo continúe liberando las aguas de las fuentes sagradas. Le escribiré una carta, diciéndole que los rituales no se reanudarán hasta que liberen a Moira.

Edan se detuvo a sopesar mi propuesta.

—Sí —murmuró, pensativo—. Sí, podría funcionar. ¿De verdad harías eso por nosotros, Kira?

—¡Por supuesto! Escribiré la carta ahora mismo, si quieres.

—El mensajero de Cyril aún no se ha marchado. Podemos enviársela, con el encargo de hacérsela llegar a los secuestradores. Al parecer, han elegido una torre en ruinas a las afueras de Asura para los intercambios de mensajes. ¿Crees que hará caso?

Asentí, cada vez más segura de mí misma.

—Ode me necesita. No se arriesgará a poner en peligro mi labor con las fuentes. Me hará caso, estoy convencida.

Edan esbozó un intento de sonrisa. Era la primera vez desde su combate con Ode que le veía sonreír.

—De acuerdo. Escribe esa carta… Esto va a salir bien, ¿verdad?

Le aseguré que sí, y recé interiormente para que así fuera.

* * *

El mensajero con mi carta para Ode partió en dirección a Asura hace dos días. Desde entonces, los acontecimientos se han precipitado.

Edan decidió alargar las etapas de viaje para llegar a la fortaleza de Hebe al menos tres jornadas antes de lo previsto. Esa misma noche nos levantamos antes del amanecer, y cabalgamos sin apenas descanso hasta el crepúsculo. Nos detuvimos cuando la luna ya estaba alta en el cielo.

A la mañana siguiente se repitió la historia. Pero la jornada se nos complicó por culpa de la herida de Edan. La agotadora cabalgada de la víspera la había abierto de nuevo, y durante toda la mañana estuvo perdiendo sangre, aunque no se lo dijo a nadie. Cuando sus hombres se percataron, tenía mucha fiebre… y ni siquiera podía ya sostenerse encima del caballo.

Tuvimos que hacer un alto en una aldea e instalar a Edan en la casa del campesino más rico de la comarca. Cuando intenté quedarme a cuidarlo, vi que la esposa del campesino, una mujer morena, regordeta y de cara agradable, se acercaba a uno de los caballeros del Desierto para susurrarle algo.

El hombre vino hacia mí con expresión acobardada.

—Dice que ella y sus hijas le atenderán, y que no tiene sitio para vos.

Supuse, por la mirada asustada de la mujer, que había otro motivo para que me echara de su casa. Me temía… Una de sus hijas pequeñas, al pasar por mi lado, susurró: «Bruja».

Regresé al prado donde los hombres de Edan estaban montando las tiendas, ya que no sabía adónde ir. La mía se encontraba aún en el suelo, esperando a que alguien tensase los cables que debían sostener la carpa.

Miré a mi alrededor buscando a Dunia, pero no estaba por ninguna parte. La que sí estaba, en cambio, era Elia. Se había sentado sobre una manta de lana gris a una prudente distancia del campamento, para que nadie la molestara. Sin embargo, cuando sus ojos se encontraron con los míos, se levantó y vino a mi encuentro.

—Pensé que os quedarías en el pueblo, cuidando del príncipe —dijo, sonriendo con timidez.

Me ruboricé. No imaginaba que Elia estuviese al tanto de mis sentimientos hacia Edan. ¿Cómo lo había adivinado?

Entonces recordé su don. Claro, lo había «sentido». Hacía ya bastante tiempo que no la entrenaba, y apenas la veía un instante al levantarme por las mañanas y otro a la hora de la cena, pero, por lo visto, a ella le había bastado para captar los vaivenes de mi estado de ánimo y la relación de esos cambios de humor con Edan.

A pesar de ello, no estaba dispuesta a revelarle nada.

—Edan tiene gente suficiente que lo cuide —contesté—. No me necesita, así que decidí regresar al campamento.

Elia asintió distraída.

—Los campesinos dicen que han visto guerreros por el camino de las rocas. Dicen que están a punto de llegar. ¿Vos habéis oído algo?

—¿Guerreros? Yo no he oído nada. ¿Estás segura de que lo has entendido bien?

En lugar de contestarme, Elia señaló hacia el círculo de tiendas con expresión de triunfo.

—Parece que sí. Mirad a ese jinete. No es de los nuestros.

—Será un mensajero. ¡Quizá traiga noticias de la princesa! Voy a preguntárselo.

—¡Esperad! Alteza…

Sin hacer caso a Elia, eché a correr sobre la hierba. Si aquel hombre había venido expresamente a nuestro encuentro, sería porque estaba buscándonos. Sin duda, traía un mensaje para Edan… Probablemente un mensaje relacionado con la suerte de Moira.

El recién llegado estaba hablando con uno de los escuderos de Edan, pero al oír pasos detrás de él se volvió rápidamente.

Me detuve en seco, petrificada…

No era un mensajero, sino el rey Kadar.

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