CAPÍTULO 28

Día a día me voy sintiendo un poco más fuerte. Ya puedo caminar sin ayuda desde mi cama al balcón de mi nuevo dormitorio, que ofrece una maravillosa vista sobre el mar.

He recuperado el apetito, y me aprovecho de mis nuevos privilegios en palacio para encargar en las cocinas todos los platos que más me gustan: ostras aromatizadas con cilantro, hojaldres de carne especiada, rosquillas de canela… Si continúo comiendo a este ritmo, no tardaré en recuperar todo el peso que perdí durante mi cautiverio. ¡Quizá debería empezar a controlarme!

Lo mejor es que cada día puedo disfrutar de un baño marino. Estas no son las aguas mágicas del palacio de Argasi, ni las de las fuentes de Ayriss o de Lugdor, pero casi lo prefiero. Las aguas naturales me ofrecen una libertad que nunca antes había disfrutado. Puedo nadar durante horas sin fundirme con el líquido, disfrutando únicamente de su contacto y de los lazos que me unen a él. Y, si me apetece, puedo transformarme… Dejo que mis manos y mis pies se disuelvan y fluyan, mezclándose con las olas. Y sin esforzarme comienzo a transmitir mi voluntad a las aguas que me rodean, a experimentar con delicados surtidores, cambios de color y efectos de luz.

Sé que a veces Kadar espía estos juegos desde el mirador del palacio, pero no me importa. Me deja hacer lo que quiera, sin interferir, y ni siquiera se atreve a comentarlo después. Jamás había gozado de tanta libertad en mi relación con el agua… Y es curioso, pero creo que esta libertad está siendo más beneficiosa para mis dones que todos los entrenamientos a los que tuve que someterme en Argasi.

Cuando salgo del agua, por desgracia, vuelvo a sentirme débil e insegura, y apenas soy capaz de andar. Elia me está esperando con una silla de ruedas, y en ella me conduce al jardín de invierno, donde el rey me aguarda paseando bajo las anchas copas de los tejos o entre los parterres de crisantemos blancos.

Kadar parece una persona distinta. Habla poco, hace muchas preguntas, y escucha las respuestas con expresión atenta. A veces permanecemos juntos durante largo rato sin cruzar palabra. De vez en cuando me cuenta cosas de su infancia en Asura. He descubierto que conserva muchos recuerdos traumáticos relacionados con su padre, Eldor, que por lo visto era un hombre despótico y brutal. Ni siquiera su esposa se libraba de sus crueles insultos e imposiciones. Edan tuvo suerte criándose lejos de su influencia.

Yo misma me sorprendo, pero lo cierto es que me siento bien cuando estoy con Kadar. Supongo que debería odiarle por lo que me ha hecho, pero su arrepentimiento es tan evidente que no puedo verlo como al mismo hombre que me mantuvo encerrada sin luz ni apenas comida para doblegar mi voluntad.

El nuevo Kadar nunca ha intentado acariciarme ni besarme. Ni siquiera se molesta en fingir que nuestro matrimonio es real delante de los pocos cortesanos que comparten nuestras vidas aquí en palacio. Aun así, todos me llaman «Majestad», se inclinan a mi paso y me tratan como si yo fuera la reina.

A veces me pregunto si esto es lo que Kadar anhela para el resto de nuestras vidas. Y creo que los demás también se lo preguntan. Palpo el nerviosismo a nuestro alrededor, un malestar callado que crece día a día por la inacción del rey. Se supone que, ahora mismo, Kadar debería estar sitiando las costas de Hydra con su flota; sin embargo, esta partió sin él hace semanas, y no se sabe nada de su posición ni de sus posibles planes de ataque.

Por otro lado, las noticias que nos llegan de tierra firme no pueden ser más inquietantes: los malditos ganan fuerza en las zonas rurales y controlan ya las principales carreteras del país. Además, se ha difundido el rumor de que luchan codo con codo con un peligroso general hidrio.

Los decios nunca habían visto a mi pueblo como una amenaza militar real. Querían conquistarnos para dominar nuestras aguas y nuestros dones, y jamás pensaron que nosotros pudiésemos amenazar seriamente su territorio. Al fin y al cabo, la mayor parte de la nobleza hidria está integrada por mujeres, y los hombres en nuestra sociedad no suelen ostentar cargos de relevancia. Para los decios, eso es sinónimo de debilidad… Ahora, están empezando a comprobar lo erróneo de ese planteamiento.

Cada vez son más las voces que se alzan pidiendo el regreso del rey a Asura. Por su parte, Kadar no reacciona. Escucha las quejas nerviosas de sus ministros, las súplicas de sus cortesanos, y se limita a sonreír y a asegurar que cada cosa tiene su tiempo. Nadie entiende qué le ocurre… El Kadar que todos conocíamos habría tomado las riendas de la situación hace mucho.

Es posible que yo sea la menos indicada para exigirle explicaciones, pero lo cierto es que empiezo a sentirme tan impaciente y ansiosa como los demás. No podemos permanecer en Orestia eternamente, alejados de la realidad, en una burbuja de agradables paseos, baños reconfortantes y platos deliciosos. El mundo se hunde a nuestro alrededor, y nosotros…, nosotros deberíamos hacer algo.

Así que he decidido hablar hoy con Kadar. Necesito saber por qué no hace nada, a qué está esperando.

Mi pregunta aparentemente le pilla por sorpresa. Me contempla con una sonrisa perpleja.

—¿Tú quieres que haga algo? —me pregunta a su vez—. ¿Respecto a qué?

—Pues… respecto a todo. ¡Eres el rey! No puedes ignorar lo que está ocurriendo en tu país.

—Los malditos son tu gente. Creía que te resultaban simpáticos.

—Los malditos son tu gente, no la mía. Son decios, Kadar. Lo que ocurre es que no se sienten aceptados. Si hicieras algo por reconocer sus problemas, por darles un lugar en el reino…

Kadar menea la cabeza, pensativo.

—Puede que tengas razón, pero para eso antes deberían renunciar a la violencia y entregar las armas.

—Muy bien. Exígeles que lo hagan. Dales una salida. Probablemente las revueltas se acaben.

—¿Desde cuándo te importan tanto los problemas de Decia?

Su tranquilidad empieza a irritarme.

—No lo sé… ¿Desde que soy la reina de este país?

Él sonríe complacido.

—Celebro que lo veas así, Kira. No te preocupes, todo esto pasará.

—Lo que no entiendo es cómo no te preocupas tú —replico, mirándole con incredulidad—. ¡Eres el rey, Kadar! Todos esperan que hagas algo, y tú…

—No lo entiendes.

De pronto se ha puesto muy serio, y una sombra del antiguo Kadar oscurece sus ojos.

—No quiero hacer nada. Lo que ha ocurrido aquí entre nosotros me ha cambiado, Kira. No pienso volver a cometer los errores del pasado. Necesito replantearme mi vida, lo que realmente me importa, lo que deseo.

—Pero esto no tiene nada que ver contigo y conmigo —insisto, asustada por su terquedad—. Es tu pueblo. Te necesitan. Están esperando que tomes decisiones.

—Un hombre que no se conoce a sí mismo no debería tener en sus manos el destino de los demás —murmura él sombríamente.

—No estarás pensando en…

—¿En abdicar? No, ni siquiera me lo he planteado. No obstante, no puedo seguir reinando como lo he hecho hasta ahora, contra el mundo, contra todos. Tiene que haber otra manera de hacer las cosas. Solo que necesito empezar de cero, ¿me comprendes, Kira? Necesito volver a aprenderlo todo, desde el principio.

—Por desgracia no hay tiempo para eso. Si tú no actúas, otros lo harán. Los malditos no están solos; creo que lo sabes.

El rey me mira con curiosidad.

—¿Quién es ese general hidrio que los ha organizado? ¿Tú lo conoces? ¿Debería preocuparme?

—Lo conozco, sí —admití—. Es inteligente, y paciente. Sabe conservar la calma y sacar el mejor partido de cada situación, de cada persona.

—Suena como si lo admiraras. Si gana, será la victoria de tu pueblo. No entiendo por qué pareces tan interesada en que me enfrente a él.

—No quiero que os enfrentéis. Deseo la paz entre Decia e Hydra, pero no sé qué diablos hay que hacer para conseguirla. Si lo supiera…

—Es mucho lo que tú puedes hacer. Eres la reina de Decia, y eres una noble hidria. Yo tengo plena confianza en ti, Kira. Si alguien puede conseguir que los dos reinos tengan un futuro juntos, esa eres tú.

—Pero yo… no quiero esa responsabilidad.

Kadar se encoge de hombros y despliega una mueca que no sé si refleja resignación o diversión.

—En ese caso, no deberías darme lecciones de responsabilidad a mí.

No entiendo su actitud. Me exaspera. Es como si ya no le importara nada, como si el destino de su pueblo y del mío le resultasen indiferentes.

—Muy bien —murmuro—. Si es así como lo ves, hagámoslo juntos.

Me mira con aire ausente, como si no recordase muy bien de qué estamos hablando.

—¿Hacer qué?

—No sé, ¡algo! Enviemos un ultimátum a los malditos, por ejemplo. O propongamos un acuerdo de paz a los hidrios. ¡Lo que sea!

Su mirada vuelve a enfocarse sobre mi rostro. Por fin parece haber regresado de sus ensoñaciones.

—Si eso te tranquiliza, ya estoy haciendo algo —me dice, sonriendo—. He enviado un destacamento con mis mejores hombres para liberar a Moira. Uno de mis espías ha descubierto dónde la retienen. Está en Asura. ¿Puedes creértelo? En la capital misma del reino.

—Kadar, no me habías dicho nada. ¿Cuándo van a liberarla?

—Es cuestión de horas. Por eso no he querido hacer nada en estos días que pudiera poner en peligro la operación. ¿Lo entiendes ahora?

Se me escapa un suspiro de alivio.

—¡Claro que lo entiendo! —aseguro—. Y me alegro mucho de que vayan a liberarla. ¿No será peligroso?

—La operación está diseñada para salvaguardar la vida de Moira al precio que sea.

—¿Y después? Cuando la liberen, ¿qué vas a hacer?

Antes de que me conteste, leo en sus ojos que no tiene un plan, que ni siquiera ha pensado en ello. Y eso me asusta.

Pero Kadar me sonríe tranquilizadoramente.

—Cada cosa a su tiempo, Kira —dice en tono misterioso—. A veces, no hacer nada es también actuar.

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