CAPÍTULO 19

No vi en qué momento sacaba Ode su puñal. Cuando se lanzó sobre Edan ya lo tenía en la mano.

Me llamó la atención su empuñadura de oro con incrustaciones de azabache, una combinación que nunca había visto antes. No obstante, lo más estremecedor era la forma en que Ode lo sujetaba, como si fuese una prolongación natural de su brazo.

Edan arqueó un poco las rodillas y desenvainó la espada. La cruzó ante su pecho justo a tiempo para cambiar la trayectoria del puñal de Ode. El choque de los dos aceros se repitió tres veces más en los instantes siguientes: metal contra metal, dejando en el aire un eco cristalino.

Ode era el más agresivo en sus ataques. Se movía con rapidez, esquivaba un golpe y lanzaba el siguiente, avanzando y retrocediendo con sorprendente agilidad. ¿Dónde había aprendido a pelear así? El Ode que yo conocía era un chico soñador y alegre, interesado en seguir los pasos de su padre y en llegar a dominar su magia. ¿Cuándo se había convertido en aquel hombre sombrío y violento que parecía disfrutar luchando?

Edan, por su parte, se limitaba a parar los golpes y a esperar el siguiente ataque. No tenía prisa. Me di cuenta de que estaba administrando sus fuerzas mejor que Ode. Intentaba cansar a su oponente… Y daba la sensación de que no quería herirlo, tan solo entretenerlo e impedir que huyera.

Al principio me quedé paralizada. El miedo que sentía lo envolvía todo en una espesa atmósfera de irrealidad. Era como si aquello no estuviese ocurriendo de verdad, como si fuese un sueño, una pesadilla.

Pero estaba pasando… y yo estaba dejando que pasase.

En algún momento, el resplandor de unas llamas lamiendo la cortina de mi lecho me hizo reaccionar. Arrojé una manta sobre el fuego, provocado por un candelabro que Ode había derribado en el combate.

Las llamas murieron en unos instantes, dejando tras de sí un denso rastro de humo.

Una vez extinguido el incendio, corrí hacia Ode.

—Déjalo —le grité, agarrándole el brazo con el que sujetaba el puñal—. Ya basta…

Ode me empujó hacia atrás con violencia para librarse de mí. Caí al suelo, con tan mala suerte que mi cabeza se golpeó contra el arcón de la ropa. Por un momento lo vi todo borroso. Cuando conseguí enfocar de nuevo la mirada, el equilibro del combate se había roto. La espada de Edan yacía en el suelo, fuera de su alcance. Probablemente mi caída le había desconcentrado…

Ode se lanzó sobre él. No lo alcanzó a la primera; a la segunda sí, aunque de refilón. Vi el corte en el jubón negro de Edan, una abertura diagonal en el costado derecho. Y le vi doblarse de dolor, aunque no dejó escapar ni un gemido.

Creí que se iba a caer al suelo. Y Ode también lo creyó, porque se quedó mirándolo inmóvil, como esperando a ver qué ocurría.

Fue un grave error, porque Edan solo estaba intentando ganar tiempo. Cuando parecía que se iba a caer hacia delante, sus piernas se enderezaron con una rapidez asombrosa, y en dos zancadas recuperó la espada.

En cuanto la tuvo en la mano, se volvió hacia Ode con un grito salvaje. Contuve un chillido. Se la había clavado en el hombro. Ode retrocedió con los ojos vidriosos, llevándose una mano a la herida. Sangraba mucho…

En el instante en que Edan iba a atacarle de nuevo, Ode le lanzó el puñal igual que si fuera un dardo; le acertó en el muslo izquierdo. Mientras Edan intentaba desclavarse el arma, el otro corrió tambaleándose hacia la entrada de la tienda.

Edan trató de seguirle, pero cojeaba demasiado. Tenía la pierna llena de sangre… Llegó a salir de la tienda, y le oí gritar pidiendo a sus hombres que persiguieran al fugitivo, pero al cabo de unos instantes regresó.

Apenas podía sostenerse en pie. Le ayudé a llegar hasta mi cama y a tenderse en ella. La herida del muslo continuaba sangrando abundantemente. Con una fuerza que no creía tener, conseguí rasgar un extremo de las sábanas para hacerle un torniquete y detener la hemorragia.

Edan me observaba con la cabeza erguida sobre la almohada. Cada pocos segundos, su rostro se contraía en una mueca de dolor.

Cuando terminé de vendarle la herida de la pierna, pasé a examinar la del costado.

—Es solo un rasguño —murmuró él con voz débil—. Déjalo, ya has hecho bastante.

—Hay que llamar a un médico —dije—. Tiene que verte enseguida.

—Ahora no. Antes tenemos que hablar. ¿Qué te ha dicho, Kira? No intentes mentirme. Le he reconocido, es el hijo de tu antiguo maestro… ¿Qué hace aquí?

Me agarró una mano con las dos suyas. Sus dedos parecían de hierro… Por lo visto, las heridas que había recibido no habían mermado su energía.

—Vino detrás del barco en el que me trajiste a Decia —contesté en voz baja—. Para rescatarme.

—Para rescatarte… Sin embargo, no lo ha intentado nunca, hasta ahora. ¿Por qué ha tardado tanto?

—No lo sé. Apenas hemos intercambiado unas palabras.

Forcejeé para liberarme de sus manos, porque me estaba haciendo daño.

Él me soltó.

—No lo entiendo… —Edan se pasó una mano por la frente, perlada de sudor—. ¿Por qué se puso a hablar contigo, en lugar de sacarte del campamento rápidamente? El plan era bueno, habían conseguido engañarnos. Y luego… ha malgastado su ventaja de una manera absurda.

Me estudió largo rato, hasta que un nuevo pinchazo de dolor le hizo cerrar los ojos.

Cuando los volvió a abrir, su expresión había cambiado. Parecía perplejo, y, al mismo tiempo, aliviado.

—Le has dicho que no —dijo—. Por eso se ha quedado tanto rato… Intentaba convencerte.

—Te equivocas. No le he dicho que no, ¿por qué iba a hacerlo? Soy una prisionera aquí. Llevo meses esperando este momento, el momento de que me liberen.

—Pero entonces…

—No ha sido decisión mía, sino suya —le interrumpí, dando rienda suelta a mi frustración—. No ha venido para rescatarme.

Sabía que era una imprudencia confesarle aquello a Edan, pero en ese momento no pude controlarme. Necesitaba sacar toda la rabia que llevaba dentro. Ode me había fallado, y era la única esperanza que me quedaba. Me había utilizado y pretendía seguir utilizándome, como todos. Tenía derecho a desesperarme.

Edan me observaba con curiosidad.

—Quiere que sigas —murmuró—. Quiere que sigas con la curación de las fuentes. Claro, el objetivo no eres tú… Es ganar esta guerra.

Trató de incorporarse, pero el dolor del costado no se lo permitió. Frustrado, dejó caer la cabeza sobre la almohada.

—Esto es de locos, Kira —dijo, con los ojos clavados en la lona púrpura del techo—. Nunca debí traerte aquí. Las cosas no han salido como yo esperaba.

—¿Por qué dices eso? Esperabas que me convirtiera en la esposa de tu hermano, y eso es lo que va a ocurrir.

Mi tono irónico consiguió irritarle, lo vi en sus ojos.

—Esa era la parte más dolorosa del plan. Sacrificarlo todo: a ti, a mí… Esperaba que, a cambio, consiguiésemos poner fin a esta locura de la guerra. Y resulta que ha sucedido todo lo contrario.

—Yo no tengo la culpa de lo que está pasando —me defendí.

—Lo sé. Toda la culpa es mía. Sin darme cuenta, te he convertido en un arma contra mi propio país. Cuanta más agua sagrada fluya por los ríos de Decia, más fuertes se harán nuestros enemigos.

—Los malditos, como vosotros los llamáis, no serían vuestros enemigos si los hubierais tratado bien. Al contrario… Son decios.

—Subestimé el problema. Es algo que viene de muchas generaciones atrás, no pensé que pudiera resucitar con tanto vigor, después de siglos. Ojalá pudiera arreglarlo, Kira. Si hubiera una forma…

Se quedó mirándome con una mezcla de tristeza y esperanza en los ojos. Una mezcla que no supe cómo interpretar.

—Ya es tarde para arreglarlo —susurré—. La guerra ha llegado a Decia, y nada de lo que puedas hacer cambiará las cosas. Esto terminará cuando unos ganen y otros pierdan. Los tuyos o los míos. No hay otra salida.

—Tal vez sí la haya —Edan intentó incorporarse de nuevo, y esta vez lo consiguió—. Sé que he sido un imbécil, Kira, y un ciego. Tú tenías razón y yo estaba equivocado. He estado equivocado todo este tiempo, y sé que te he hecho daño…, mucho daño. Sin embargo, todavía no es tarde para rectificar. Me hiciste una propuesta y yo la rechacé, pero si me das otra oportunidad… Quiero aceptarla, Kira. Quiero dejar atrás toda esta pesadilla y empezar de nuevo contigo. Una nueva vida para los dos… y para Decia.

Le sostuve la mirada unos instantes, sin tratar de disimular mi asombro.

—¿Me estás diciendo que…, que ahora quieres…, lo dices de verdad?

Mi pregunta pareció infundirle valor. Alargó una mano para acariciarme la mejilla. Una caricia muy leve, apenas un roce. Como si no se atreviera a llevarla más lejos.

—Perdóname, Kira. Perdóname por todo lo que te hecho. Creía que era lo correcto, pero estaba en un error. Debemos estar juntos: solo así arreglaremos este desastre. Tú puedes controlar a Ode, si te lo propones, y yo… estoy dispuesto a enfrentarme a Kadar, si es necesario.

De pronto comprendí lo que me estaba proponiendo. Comprendí a qué obedecía su cambio de actitud. No se trataba de sus sentimientos hacia mí, eso no había cambiado. Lo que había cambiado era la situación del país.

Decia estaba en peligro. Ode y los suyos habían conseguido infiltrarse y organizar una peligrosa resistencia interna. El agua de las fuentes sagradas no tardaría en inclinar la balanza del lado de los hidrios… No obstante, la situación podía dar la vuelta si yo me negaba a seguir sanando las fuentes.

—No puedo creer que me lo hayas propuesto —murmuré, controlando a duras penas mi cólera.

—¿Por qué? —Edan me escrutó con sus penetrantes ojos claros—. Era lo que tú querías. Y ahora, yo también lo quiero.

—No. Tú y yo no queremos lo mismo, nunca querremos lo mismo. Yo quería huir contigo y olvidarme de esta maldita guerra. Quería estar contigo, por encima de todo lo demás. Tú lo que quieres, en cambio, es proteger a tu país… Protegerlo de mí. Quieres utilizarme, como todos los demás.

Meneó la cabeza con gesto herido. No dejaba de mirarme.

—No hables así, Kira. ¿Cómo puedes hablarme así? Yo te quiero.

—Ahora. Ahora que de repente me ves de nuevo como un peligro. No ayer, ni anteayer, ni cualquiera de los días que has pasado ignorándome. Reconoce que es bastante sospechoso.

Sus ojos se ensombrecieron, y su expresión de asombro se transformó en un rictus de incredulidad.

—No es posible que pienses eso de mí. ¿Cómo puedes sospechar que…? Kira, creía que me conocías mejor.

El rumor de gritos y voces fuera de la tienda atrajo nuestra atención. Alguien se acercaba.

—Quizá le hayan apresado —murmuré.

—¿Eso te preocuparía?

Me encaré con Edan.

—Claro que me preocuparía. Está aquí por mí. Vino desde Hydra para salvarme.

—Y cambió de opinión.

—Puede ser. Pero eso no significa que desee su muerte. Eh, ¿qué haces? No puedes irte con la pierna así.

Edan se había puesto de pie con un gesto de dolor. Me miró con fijeza.

—Lo que no puedo es quedarme aquí. Te metería en problemas. Si Kadar se enterase…

—No digas estupideces, ¡estás herido!

Edan me puso las manos en los hombros. Hacía tiempo que no lo veía así, tan cerca, su rostro estudiándome en la penumbra.

—Dime que lo pensarás, Kira. Estás nerviosa, han pasado muchas cosas. Puedo entender que necesites tiempo. Esperaré…

—No. No esperes. Me has hecho daño demasiadas veces, Edan… Y no pienso dejar que vuelva a suceder.

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