CAPÍTULO 21

—Kira, cuánto tiempo… Ven aquí, ¿no vas a abrazar a tu prometido?

El asombro me había dejado paralizada, y me costó trabajo reaccionar.

—Yo… Qué sorpresa, no te esperábamos.

—Apuesto a que no. ¿Cómo te encuentras, querida? Te veo un poco pálida, y más delgada… ¿Demasiadas preocupaciones?

Su tono burlón me hizo salir de mi estupor. ¿Por qué me hablaba de esa forma?

—Son días difíciles para todos —contesté en tono sereno—. ¿No te parece?

Su rostro se ensombreció, pero mantuvo la sonrisa. Una sonrisa helada, rígida…, que no transmitía la menor cordialidad.

—Lo son, desde luego. Aunque para unos más que para otros. Para Moira están siendo muy duros, por ejemplo.

Debió de notar mi alarma, porque su sonrisa finalmente se borró.

—Lo sabías —murmuró, en un tono casi amenazador—. Ni siquiera eres capaz de fingir.

—¿Por qué iba a fingir? Un mensajero trajo la noticia de su secuestro. Es normal que me enterara.

Kadar arqueó las cejas.

—¿El mensaje llegó a tu nombre? Me sorprende.

Enrojecí a mi pesar.

—No…, no llegó a mi nombre.

—Ya. Por lo que me han dicho, fue mi hermano quien lo recibió. Por lo visto, no juzgó necesario avisarme.

—Kadar, si pudiésemos hablar a solas un momento…

El rey miró a su alrededor y se dio cuenta de que, en efecto, estábamos llamando demasiado la atención. Los hombres de Edan permanecían a una prudente distancia, pero era evidente que estaban pendientes de nuestra conversación.

—De acuerdo, vayamos a tu tienda. Es esa, según me han indicado. Están terminando de montarla.

Me tomó de la mano y prácticamente me arrastró hacia la amplia carpa de lona púrpura. Dentro, Dunia y Elia habían comenzado a deshacer el equipaje.

—¡Fuera de aquí! —bramó Kadar sin mirarlas.

Las muchachas dejaron todo lo que estaban haciendo y se apresuraron a salir. Pero, antes, Elia me lanzó una rápida mirada al pasar por mi lado.

De pronto, al quedarme a solas con el rey, sentí miedo. Estaba loco de ira, se leía en sus ojos. Quizá por lo de Moira… ¿Me culpaba a mí de lo sucedido?

—Siéntate —me ordenó, señalando la cama recién hecha—. Necesito que me escuches con atención.

Obedecí en silencio. Apenas me atrevía a levantar los ojos hacia él.

—Sé todo lo que ha pasado —comenzó, acercándose a mí y mirándome desde arriba—. Ese idiota de Cyril informó a Edan sobre Moira antes que a mí. Así me agradece el nombramiento… El muy estúpido se arrepintió a tiempo y envió palomas mensajeras con la noticia hace algunos días. Me contó lo que había pasado.

—Todo lo que ha hecho Edan es intentar encontrar la forma de liberar a Moira cueste lo que cueste. Tenemos un plan. Y estoy segura de que funcionará.

Me alzó la barbilla obligándome a levantar la cara hacia él.

—¿«Tenéis» un plan? ¿Tú y mi hermano? ¿Desde cuándo formáis un equipo?

Me habría gustado evitar su mirada, pero no podía.

—Yo… le vi tan preocupado que le ofrecí mi ayuda —balbuceé.

Me soltó bruscamente.

—Ya. Creí que mis órdenes eran lo suficientemente claras. Él y tú no debíais estar juntos en ningún momento.

—Pero… eso es imposible en un viaje como este. Y absurdo.

—¿Tú crees? —Kadar arqueó las cejas—. Sí, por supuesto. Los peligros de la ruta… Son el motivo principal de su presencia aquí, ¿verdad?

—Tú mismo decidiste que viniera —repliqué con un hilo de voz.

—Así es. Le creía más sensato —el rey apretó el puño derecho sobre el pomo de su espada hasta que sus nudillos se pusieron blancos—. Y a ti también… No importa; ahora sé que no puedo fiarme de ninguno de los dos.

—¿Por qué hablas así? Estás siendo completamente injusto con Edan —dije sin poder contenerme—. Pudo rebelarse contra ti en la fortaleza de Akheilos. Los hombres le aclamaban, lo querían a él en el trono. A él, no a ti. Si hubiera aprovechado la ocasión… Pero no lo hizo.

Me di cuenta de que mis palabras le afectaban más de lo que quería mostrar.

—Suena como si lo lamentaras —observó en voz baja.

Sabía que era una locura desafiarle, pero estaba demasiado enfadada para pensar en el peligro.

—A veces lo lamento, sí. Ha demostrado ser mejor hombre que tú.

—O sea, que lo reconoces.

Le miré sin comprender.

—¿Que reconozco qué?

Kadar volvió a desplegar una sonrisa fría, amenazante.

—No intentes negarlo. Le vieron salir de tu tienda en mitad de la noche. Por eso estoy aquí… Aún me quedan súbditos fieles en este reino.

Sentí que se me congelaba la sangre en las venas.

—No…, Kadar, no… ¿Qué te han hecho creer? Son todo mentiras.

Se me acercó y me agarró por los hombros; me agarró con tanta fuerza que se me escapó un gemido de dolor.

—¿No es cierto, Kira? ¿No es cierto que estuvo en tu tienda largo rato, mientras todo el mundo dormía?

—No todo el mundo dormía. Fue una noche difícil, sufrimos un ataque. Los hombres montaron patrullas de vigilancia…

—O sea, que lo admites.

Intenté borrar el rubor de mis mejillas. Como si eso pudiese controlarse a voluntad.

—Kadar, no es lo que tú crees. Edan estaba herido. Le habían atacado, ¿eso no te lo han contado tus informantes?

—No. Me han contado que vieron salir precipitadamente de tu tienda a un caballero del Desierto en mitad de la noche. Llevaba puesta la capucha de la capa y no le vieron el rostro, pero te conozco, Kira, y sé que a nadie más le habrías permitido esa visita. Además, sé lo que hay entre vosotros, lo que él siente por ti, y lo que tú… Quizá fue una tontería planear este viaje, poneros a prueba de esta manera… De todas formas, ya no tiene remedio. Vamos, reconócelo, Kira; sé que era él.

Noté un peso de piedra en la boca del estómago al comprender lo que había pasado. Alguien había visto salir de mi tienda a Ode disfrazado de caballero del Desierto… y le había tomado por Edan.

—¿Quién te lo ha dicho? —murmuré—. Me gustaría saberlo.

—Ha sido esa muchacha, Elia, ya que tanto te interesa. Pregúntaselo, ella misma te lo confirmará.

—Elia —repetí en voz baja—. Debí darme cuenta… Siempre tengo la sensación de que me está observando. Pero… ¿cómo ha podido hacerme esto? ¡Le salvé la vida!

—No. Yo le salvé la vida —afirmó Kadar con un brillo maligno en los ojos—. Y a cambio le pedí que te vigilara, y que me informase si algo ocurría entre tú y mi hermano.

—¿Siempre tienes que hacer así las cosas? ¿Qué esperas conseguir exactamente?

Me pareció captar un instante de indecisión en su rostro.

—Lo que he conseguido —murmuró—. La verdad.

—No. Nunca sabrás cuál es la verdad —le reproché, furiosa—. ¿Y sabes por qué? Porque eres incapaz de ganarte la confianza de ningún ser humano. Hay cosas que no se pueden conseguir por la fuerza, Kadar, ¿cuándo vas a darte cuenta de eso? La verdad, la lealtad…

—El amor…

Nos estudiamos mutuamente durante unos instantes.

—El amor, sí. No puedes obligar a nadie a que te ame.

—Tal vez. Pero sí puedo obligarte a ser fiel.

No traté de ocultar el desprecio que me producían sus palabras.

—Es una pena. Podrías ser un hombre muy distinto, si quisieras. Sin embargo, te empeñas en reinar allí donde no se puede.

—Se puede reinar en todas partes. En todas.

La sonrisa burlona había desaparecido. Ahora me miraba con ojos pensativos, casi tristes.

—Muy bien —acepté, sentándome sobre el baúl de madera que contenía mi ropa—. ¿Qué tienes pensado exactamente?

Kadar se dejó caer sobre la cama, apoyó los codos en las rodillas y enterró el rostro entre sus manos. Parecía exhausto.

—Mañana partiremos hacia la isla de Orestia. Tú y yo. Allí tengo uno de mis palacios de recreo favoritos, a la orilla del mar. Te gustará. La boda se celebrará en cuanto lleguemos. Ya la hemos retrasado demasiado tiempo, y está claro que no ha servido para nada. Al contrario… Así que se acabaron las contemplaciones: nos casaremos de inmediato. Después, tal vez yo tenga que partir, pero tú no abandonarás la isla hasta que termine la guerra.

Me eché a temblar de pies a cabeza.

—No es lo que me prometiste —murmuré—. Me dijiste que me darías tiempo.

—¿Tiempo para que me traiciones? No, esa no era la idea. La espera se acabó, Kira. Y no pongas esa cara, no será tan malo como crees. Te acostumbrarás. Incluso te llegará a gustar, lo sé. Has nacido para ser reina.

—No. No quiero ser tu reina.

Él meneó la cabeza lentamente. Luego, alzó los ojos y me miró.

—Cambiarás de opinión. Confía en mí.

—Tendrás que llevarme a la fuerza. No pienso cooperar —le amenacé.

Kadar se encogió de hombros.

—Como quieras. Mañana partiremos al amanecer, con o si tu cooperación. Y ahora, si me disculpas…

No podía creer que fuera a dejarme así, sin darme más explicaciones. Cuando vi que se disponía a salir de la tienda, me interpuse en su camino.

—Espera: ¿qué va a pasar con las fuentes? Tengo que terminar mi labor, es importante para todos.

—Sí: otra de las brillantes ideas de mi hermano. No debí hacerle caso… Por tu culpa, ahora tenemos a cientos de malditos enloquecidos asaltando a los viajeros por los caminos mientras traman su venganza.

—Pero de las fuentes depende la prosperidad de Decia. Tú mismo lo dijiste.

—Y lo sigo creyendo. El problema es que hemos actuado demasiado deprisa, sin tener en cuenta las consecuencias. No te preocupes por las fuentes, Kira. Cuando la guerra termine, tendrás todo el tiempo del mundo para devolverles la salud a sus aguas.

—Pero no lo entiendes. Hay que continuar con lo de las fuentes, lo hemos prometido.

—¿Lo habéis prometido? —Kadar me miró asombrado—. ¿Quiénes?

—Edan y yo. A cambio de la libertad de Moira.

Kadar emitió una carcajada incrédula.

—¿Les habéis prometido a nuestros enemigos seguir alimentando su fuerza con el agua de las fuentes a cambio de la libertad de mi hermana? No puedo creerlo. Edan se va a arrepentir de esto. Como si él pudiera prometerle nada al enemigo. Aquí soy yo quien da las órdenes.

—No culpes a Edan. La idea fue mía.

—Entiendo —Kadar me miró como si hubiese algo contaminado y peligroso en mí—. En fin, ya tendrás tiempo de contarme los detalles durante el viaje. Y ahora, querida mía, descansa. Mañana nos espera un día muy largo.

—Un momento. ¿Qué vas a hacer con Edan?

Kadar estaba ya levantando la cortina de la entrada, pero al oír mi pregunta la dejó caer de nuevo. Se quedó inmóvil, dándome la espalda.

—Ojalá no te importara tanto, Kira —dijo, con una amargura que me sorprendió—. No se lo merece… Si yo fuera él, habría sabido estar a la altura de tus esperanzas. Lástima.

—No me has contestado —dije, acercándome a él—. Kadar…

—Edan será conducido mañana a la fortaleza de Hebe, donde permanecerá confinado y sin contacto de ninguna clase con el mundo exterior. Me ha desafiado de todas las maneras posibles. Y ha intentado ocultarme lo de Moira… Eso jamás se lo perdonaré.

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