8

Ahora resulta que Graziani sabe bailar

Carciofi alla giudia43; gnocchi alla romana44; fiori di zucca45; coda alla vaccinara, que iba a salsear; unos pappardelle aún sin cocinar, y saltimbocca alla romana. Todo ello en bandejas cargadas en la amplia furgoneta. Botellas de vino tinto y blanco, también limoncello para regar los bizcochos de polenta y limón, además de Vecchia Romagna para acompañar el tiramisú y una enorme pila de pupazza frascatana. «Comida para un regimiento y unos cuantos más», pensó Andrea con la luz del atardecer acariciándole la piel. Su jornada laboral había acabado y en teoría se volvía a la casona, aunque tenía claro que no iba a ser para descansar. Por lo poco que había logrado entender de lo que le había dicho la nonna Giuliana, ahora iban a cenar en la casona y después... No, el resto no lo había entendido.

Una quincena de coches, furgonetas y monovolúmenes alzaron el polvo del camino a la casona. Los cláxones sonaron anunciando su llegada. Luca bajó los escalones de piedra, a media tarde un grupo de camareros del restaurante habían llegado para acabar de preparar las mesas a lo largo del porche junto a las mesas auxiliares provistas de chaffers. Él tenía cuatro ollas de agua ligeramente salada y ya hirviendo aguardando a que le echaran la pasta.

―Nonna ―la saludó abriendo la puerta del coche, le tendió su antebrazo y la ayudó a salir, seguidamente le dio un beso en la mejilla.

Andrea fue a bajarse del coche por el lado opuesto al de la nonna Giuliana; para su sorpresa, se encontró que la puerta se abría antes de que hubiera tocado la palanca.

―Señor Graziani ―tragó mirándole a los ojos, esos ojos grises y congelados.

―Señorita Bloom. ―Había ayudado a la nonna y tras ello había corrido al otro lado del coche para abrirle la puerta a Andrea. «En el fondo eres un caballero». Graziani le tendió la mano cuando debería estar atendiendo a los recién llegados.

―Gracias ―masculló Andrea tomando la mano de este y saliendo del coche.

Durante el día el corrector de ojeras había hecho lo que había podido; sin embargo, ya no lograba enmascarar la sombra grisácea bajo sus oscuros ojos, tampoco estaba precisamente peinada.

―¿Y la chaqueta y el bolso?

Luca hizo caso omiso a Andreas. Este se apresuró a ir por la nonna para llevarla a la cocina mientras le lanzaba a él una mirada de vade retro!

Ajena a la actitud entre los hermanos, Andrea se encontraba en su propio mundo. La confundía, la confundía tanto que la estaba mareando. Luca Graziani pasaba de ser antipático, irritante e insoportable a parecerle... «¿Irresistible?».

―Sí... se me olvidaban ―dijo, inclinándose para coger todo ello del asiento sin que su mano rompiera el lazo con la de él.

«Como tu conciencia, te recuerdo que Graziani fue en primera clase mientras a ti te desterró a turista». Andrea se movió a un lado para que Luca pudiera cerrar la puerta.

Contempló las manos, la de ella mucho más pequeña que la suya, con los dedos largos como de pianista. Llevaba las uñas sin esmalte y la alianza como único adorno.

―Ya sabe el camino, Bloom ―soltó seco a la vez que desunía sus manos. Luca le dio la espalda y antes de echar a andar le dijo―: Deje sus cosas en el dormitorio y vaya a la cocina.

Andrea le miró alejarse sin entender qué había ocurrido para que Graziani pasara de encantador a «¡elgilipollasdesiempre!». Negó con la cabeza y, cargada con el bolso y la chaqueta, subió las escaleras de la casona. Entró en su habitación, dejó ambas cosas encima de la cama y sacó del bolso el labial, con el que fue a retocarse al baño. Movió los labios asegurándose de que el color quedaba asentado, aplicó un tanto más de corrector bajo sus ojeras, se cambió las sandalias de tacón por unas planas y se puso un vestido de la misma tonalidad que el pintalabios, color cereza.

La nonna Giuliana lo tenía todo listo en la cocina. Con las manos midió la cantidad de pasta necesaria para todos los comensales. La echó al agua hirviendo a borbotones.

Lavati le mani46 ―ordenó a Andrea sin verla, pero sí oyéndola entrar. Giuliana, con las gafas puestas y una vez habiendo acatado su orden, le señaló la albahaca―. Taglia basilico47 ―conminó esta vez, dirigiéndose al fregadero y levantando la tabla de cortar para dejarla en la isla de mármol al lado de la caja de hierbas aromáticas.

Andrea asintió buscando la mezzaluna en un cajón. Por la ventana que tenía al otro lado de la isla podía ver claramente la aglomeración de gente, varios tractores hacían gruñir sus ruedas y el sol adormecía el borgoña de las uvas con el tono anaranjado y amarillento de los rayos tardíos.

Va bene48 ―aprobó Giuliana parándose al lado de Andrea y observando como cortaba un buen puñado de albahaca.

Le besó la mejilla, que tenía a su alcance, y golpeó con dos dedos la tabla de corte para que Andrea no se distrajera.

Sonrió con el beso calentándole la mejilla; la nonna Giuliana, con delantal incluido, era como aquella abuela italiana que todo el mundo desearía tener: dura por fuera, pero bien blandita por dentro. Andrea pasó la cuchilla por encima de otro puñado de hojas de albahaca, el aroma de estas perfumó la cocina.

Stella! ―gritó Giuliana, que comprobó la cocción de los pappardelle a punto para bañarse en la coda alla vaccinara. La susodicha Stella estaba rayando el parmesano al otro extremo de la cocina tras disponer sobre una mesa auxiliar las bandejas para la pasta—. Muoviti49, Stella! ―azuzó la nonna, colando la primera olla de pasta en un escurridor en el fregadero.

Stella y Andrea tenían la misma edad y a ambas les gustaba Justin Bieber más que a un tonto un lápiz… o un palo. «¿Cómo era el dicho?». Por lo demás, Andrea había logrado comunicarse con Stella a señas, como jugando a las películas. Stella era commis chef y siempre estaba hablando medio a gritos con la nonna Giuliana; no obstante, Andrea ya había caído en que ellas hablaban así, como dos ardillitas chillonas.

Arrivo50! ―chilló Stella quitándole la olla a la nonna para retirarla a un lado y escurrir bien la pasta antes de pasarla a la primera bandeja.

Resopló mientras Giuliana le decía cómo y de qué manera debía hacerlo. ¡Como si no lo supiera ya! Stella sonrió a Andrea, que las miraba con los ojos muy abiertos.

Bloom! ―exclamó la nonna Giuliana, regando la pasta con la salsa y agitando la bandeja para que esta impregnara bien los parpadelle.

―Sí, sí ―masculló Andrea entendiendo que tenía que acercarse para espolvorear un puñado más generoso de albahaca y después otro puñado de parmesano.

Fai come vuoi51 ―bufó la nonna Giuliana, sacudiéndose las manos en el delantal, ya que Stella protestaba por la cantidad de coda alla vaccinara que ella le ponía a la pasta. Le pasó el cucharón a Stella para que lo terminara y le hizo un gesto a Andrea para que la ayudara. Juntas bajaron dos de las bandejas de pasta y las dispusieron en las largas mesas del porche―. La cena è pronta52! ―gritó la nonna y recibiendo como respuesta un ensordecedor «Eccomiii!53».

Andrea dio dos pasos hacia atrás amedrentada por la marabunta de gente que entraba en el porche. No sabía dónde sentarse y suponía que los asientos estarían asignados. Alzó una mano para agitarla y de ese modo llamar la atención de Stella cuando... Luca la prendió por la muñeca y se la bajó con tanta suavidad que Andrea giró sobre sus pies para mirarlo con los ojos tan abiertos y saltones como los de un sapo.

―¿La tratan bien en la cocina? ―le preguntó él retirando la mano de la de ella y metiéndola en el bolsillo de su pantalón.

―¿Disculpe? ―Se le había quedado dormida la mano, o atontada, ¡no lo sabía! Andrea miró al suelo acariciándose la muñeca con el principio del tic en la ceja haciendo de las suyas.

―Me ha oído perfectamente, Bloom.

―Sí, chef. ―Pero quería asegurarse de que no había sido una ensoñación suya. Andrea elevó la cabeza y lo miró—. Como le he dicho esta mañana en esa cocina no se habla mi idioma, así que se me hace un poco difícil, pero...

Apretó las manos que se conviritieron en puños a ambos lados de sus anchas caderas.

―¿Pero?

De verdad que él estaba intentando centrarse en toda ella; es decir, no solo en esos grandes, gruesos y jugosos labios maquillados en tono cereza.

―Hoy la nonna me ha dado un beso, aquí.

Andrea destensó los puños, que volvieron a transformarse en manos y se señaló la mejilla anteriormente besada.

―A mí no me dio uno hasta el día en que me casé ―mintió Graziani, con las comisuras de sus labios tensándose hasta estirarse y... sonreír.

Que alguien le trajera un carro de paradas: ¡Luca Graziani sabía sonreír! Ella lo había visto sonreír con cinismo, sorna, superioridad; pero esta vez..., esta vez Andrea se quedó embobada mirando el reglón blanco y recto de la sierra de dientes masculinos.

―No le creo, chef ―medio tartamudeó sin poder dejar de mirarlo. Era como una polilla atraída por la luz de un potente foco.

Andrea no llevaba escote, pero él se lo imaginaba igual que el encaje del sujetador o... «¡Basta!». La sonrisa se esfumó de sus labios y se obligó a mirar para otro lado.

―Gracias por preguntar ―se apresuró en decir Andrea, sin haberse quedado invidente a causa del brillo de aquellos dientes.

Luca asintió, ese era su «de nada». Buscó el asiento que a ella le correspondía y movió la silla.

―Siéntese.

Y en su tono iba incluido el «por favor».

Le dolían los pechos, y ni el vestido o el sujetador los estaban oprimiendo, y también le dolía esa parte de su anatomía perteneciente al aparato reproductor de la cual no quería hacer mención. Andrea abrió la boca y no salió nada... Contempló la ancha espalda masculina que se estrechaba hasta las caderas, ¿cómo podía no haberse dado cuenta de lo bien que le quedaba a él el borgoña? Bueno, Andrea no había visto nunca a Luca con una camisa color borgoña.

―Señor Graziani ―le llamó al tiempo que él movía la silla.

―¿Si? ―Sus manos en el respaldo superior del asiento, sus ojos tormentosos cernidos en la mujer. Luca percibía que ella estaba luchando por decirle algo, qué batallaba consigo misma—. ¿Qué pasa?

Y la pregunta no la formuló de manera exigente o cortante, salió de su boca como una invitación a la confesión. El angelito y el demonio no estaban en sus puestos: uno en cada uno de sus hombros se estaban peleando en lo alto de su cabeza; por tanto, Andrea no podía verse influenciada por ninguno de los dos. Un ring de la WWE sobre su masa gris.

―Nada ―soltó aproximándose hasta Graziani. Ocultando su apuro, tomó asiento y miró su plato.

Luca no insistió, se aseguró de que la silla estuviera como debía y dio la vuelta a la mesa para también tomar asiento al lado de Andreas y justo en frente de la mujer.

La mesa la presidia la nonna Giuliana y fue ella quien dio el pistoletazo de salida para que todo el mundo empezara a comer. Los platos fueron servidos por los camareros; la comida rica y humeante llenó las porcelanas y los vinos, de la tonalidad de la camisa de Graziani, preñaron las copas.

Andrea enrolló los parpadelle en el tenedor y se llenó la boca de la pasta. Ladeó la cabeza prestando atención a la mujer que tenía a su lado, muy parecida a la nonna y quizás un tanto más joven, que le preguntó algo de lo cual ella solo entendió messa54. Andrea había oído esa palabra con anterioridad, frunció el entrecejo buscándola en su cabeza hasta que…

―¡Misa! ―exclamó ella, dejando el tenedor a un lado del plato y alzando un pedazo de alcachofa sonrió negando―. Oh, yo..., yo no soy católica.

Las voces cuchichearon y la nonna Giuliana las mando callar.

Che cosa ha detto55? ―le preguntó a Luca, quien escondía una sonrisa detrás de la servilleta.

Dice que56... ―Mira que él le había advertido a Andrea que por ninguna circunstancia dijera que era protestante. Graziani dobló la servilleta en dos y la devolvió a su regazo, se frotó las manos colocando los codos sobre la mesa y dijo―: Non è cattolica57.

―Protestanti58! ―exclamó en un aullido la nonna Giuliana. Soltó los cubiertos y unió sus manos en el aire—. Maria Vergine e la gloria degli angeli e dei santi59! ―Y se santiguó.

Andrea no iba a comenzar a rodar la cabeza y regurgitar un asqueroso engrudo verde, y tampoco iba a hablar lenguas muertas. ¡Definitivamente no era la niña del Exorcista! Por tanto no entendía el porqué de todas aquellas miradas. Miró a los lados, a todo lo largo de la mesa, temiendo que fueran a salpicarle con agua bendita y entonces... Entonces recordó lo que Graziani le había dicho el día anterior sobre el tema de no nombrar que era protestante.

Luca la miró y sacudió muy suavemente la cabeza de un lado al otro. Andrea se estaba ruborizando hasta las orejas y a él le parecía enternecedor, y eso que el tic en la ceja era cada vez más exagerado.

Ci sono cose peggiori nella vita60 ―masculló la nonna no muy convencida—. A tavola61 ―añadió señalando con ambas manos el plato que tenía ante ella.

Andrea dio gracias por que todo el mundo volviera a comer, aunque la mirada de reojo de Giuliana la notaba de tal manera que era como si le picara en la piel. No era una mirada de enfado o de decepción, era una mirada que destilaba pena, lástima.

La comida se agotó en los platos y dejó un pequeño rastro en las bandejas y en los chaffer, el alcohol de las bebidas corría ahora por las venas de los comensales y la música sonaba gracias al reproductor de música colocado estratégicamente al fondo del porche. Justo ahí, habían habilitado un gran tablón de madera a modo de escenario y las luces eran guirnaldas enredadas a las columnas de piedra que sujetaban el techo del pórtico.

―Céntrate en esta ―espetó Andreas, endosándole a Luca una pupazza e inclinándose contra él. Señalando los tres pechos de la galleta, susurró—: En vez de dos tetas, tiene tres.

Graziani masticó el pedazo de pupazza sin quitarle a Andrea el ojo de encima, allí sentadita y tratando de comunicarse con su prima Stella, sentada justo a su lado izquierdo. El color cereza del vestido de Andrea le realzaba el blanco de la piel y hacia lucir el negro de su pelo. Luca medio sonrió, ya que el alcohol había disparado sobre manera el rubor en las mejillas de Andrea y coloreado un tanto más el grosor de los atractivos labios. La sonrisa desapareció de su boca al ver por el rabillo del ojo al stronzo de Stefano marchando hacia Andrea con el pecho henchido y marcando lo poco que tenía.

―De verdad que soy un desastre... ―susurró Andrea ante el ofrecimiento de Stefano para salir a bailar. Ella miró hacia la improvisada pista—. Yo... ―masculló poniéndose en pie, ya que él tiraba de sus muñecas para que le acompañara. En primer lugar, le daba vergüenza; en segundo lugar, le daba mucha vergüenza y, finalmente, en tercer lugar, ¡le daba tanta vergüenza como para morirse!

Andreas colocó la mano derecha sobre la de su hermano, encima de la mesa.

―No ―ordenó presintiendo sus intenciones.

Ya le había quedado claro que Luca no iba a mandar a Andrea a casa; por tanto, aquello era como meter en una coctelera tensión sexual, largos días interminables y una mini pizca de cordura. Luca apartó la mirada de la mujer, de un trago de Vecchia Romagna hizo pasar la galleta por su garganta.

Andate a’ fanculo62 ― soltó a Andreas poniéndose en pie.

Andrea estaba tiesa como un palo. La canción podría ser preciosa y Stefano atractivo, pero ella quería morirse. Había nacido con dos pies izquierdos y con muy poco sentido del no ridículo. Sus piececitos se movían y sus caderas se agitaban para tratar de avisar a las manos, que querían acunarse en ellas, que aquello era tomarse muchas libertades. «¡Quita pulpo!».

Graziani repiqueteó dos dedos encima de uno de los hombros de Stefano, que se detuvo mirándole.

Aria!63 ―le despachó. Entonces Luca tomó el lugar de este aunque con algunos cambios. Una mano descansó a un lado de la cadera de Andrea y la otra se unió a su mano derecha, los dedos se entrelazaron al tiempo que acercaba su pelvis a la de la de ella y aprovechaba las primeras notas de Tu64 para balancearse contra ella. La mano libre de Andrea buscó apoyo en su pectoral—. Sabe bailar, Bloom... ―susurró alimentándose del suave perfume que Andrea desprendía.

―Mas bien lo intento, señor ―murmulló temblorosa.

Sus ojos fijos en los de él, su cuerpo pegado al de Luca y su... cabeza dando vueltas. Le dolía el pecho. «¿Eso es un signo de ataque cardíaco?». Andrea acababa de decidir que un baile tal vez... no fuera tan malo.

―Lo intenta bastante bien.

Se notaba que ella no bailaba muy a menudo, pero eso era algo que tenía fácil solución.―Dimmi sì se ti va... 65―canturreó Graziani. Apretó la mano de ella, sus yemas acariciaban los delicados nudillos.―Il mio letto è forte e tu pesi poco di più della gommapiuma... 66.

―Gra... gracias... ―tartamudeó Andrea cerrando los deditos en torno a la palma sobre el masculino pectoral.

Tu quanti anni mi dai? Ho un lavoro strano... 67―prosiguió canturreando hasta que entornó los ojos para preguntarle―:¿Tiene frío, Bloom?

El ambiente era cálido y las luces contribuían a que frío fuera lo último que sintieran los asistentes a la cena; en cambio, él notaba que Andrea temblaba como si estuviera expuesta a una ventisca invernal. ―Tu ma va là che lo sai, vista da vicino tu sei più bella che mai68continuó tarareando sin aguardar a la respuesta, la adhirió un tanto más a su cuerpo, su nariz quedó algo más cerca, por encima de la de Andrea.

―No, chef ―boqueó ella en un medio gemido.

Todo a su alrededor se difuminó, las voces que rasgaban la música se callaron. El cuerpo de Andrea venció hacia el de Graziani. Apoyó un lado del semblante contra el pectoral, en el mismo en el que su mano se abría ahora y se aplanaba para percibir el calor.

―Está temblando y... ―Las palabras se le atascaron en la boca. ¡A él! Luca parpadeó rápidamente dos veces y bajó la cabeza mirando la oscura coronilla de ella. Tragó saliva con el cuerpo de Andrea contra el suyo—. Tiene la piel de gallina ―le dijo en un ronco hilo de voz.

La verdad es que hacía frío y él no se había acordado de pedirle a Stella que se ocupara de conseguirle ropa de abrigo a Andrea.

―Estoy... bien.

Y tan bien, como que se sentía en la gloria. Andrea cerró los ojos y dejó de preocuparse por lo que hacían sus pies. El suave balanceo, el compás de la masculina respiración...

Luca hubiera podido bajar la mano y rozar con los dedos donde la espalda pierde su casto nombre; sin embargo, la arrimó un tanto más arriba aplanando la palma y con su otra mano apretó la de ella. Bajo la rasurada cabeza y su mentón, labios y nariz se apoyaron en la sien de Andrea. Entrecerró los ojos para no pensar, para centrarse en el latir del momento.

Andreas intercambió miradas con la nonna Giuliana y después con Stella, y también miró a Stefano, de vuelta a su asiento y con cara de malas pulgas. Se puso en pie haciendo chirriar las patas de la silla, se abrió pasó en la pista de baile y, antes de llegar hasta Luca y Andrea, le hizo una seña al improvisado Dj para que parara la música.

Graziani no se percató del alto en la música ni de que solo quedaban ellos en la pista de baile, no hasta que alguien le pellizcó un antebrazo. Izó la cabeza, abrió los ojos y se topó con Andreas, que disparaba rayos de la muerte por los iris. Luca paró el vaivén de sus pies, retiró la mano de la espalda de Andrea y desligó su mano de la de ella.

Andrea, flotando en una nube de ensoñación, reaccionó cuando el cuerpo de Graziani dejó de estar contra el suyo. Fue perdiendo calor y quedándose fría. Parpadeó, cayendo en que ya no había música y el mundo a su alrededor estaba cambiado, la burbuja había estallado y todo se le estaba viniendo encima. En ese momento, lamentaba que la tierra no se la hubiera tragado.

―Póngase una chaqueta, Bloom, entre las viñas refresca ―soltó Luca sin mirarla, pues sus ojos estaban puestos en los de Andreas—. Stella! ―llamó a voz en grito.

Andrea miró sus pies, metidos en las sandalias planas, podía verse los deditos de las uñas pintadas de color rosa. Cuando Stella llegó a su lado, Graziani le dijo algo que ella no logró entender. Después, al hacerse el silencio, Andrea levantó la cabeza viendo como este se alejaba azuzado por Andreas, protestando a su lado cual vieja chismosa.

Alumbrando los viñedos, altísimos focos sujetos por grúas. Los motores de los tractores se apagaron con los remolques, listos para recibir las uvas. Todo aquel que había acudido a la cena terminó de prepararse para la vendimia nocturna. Manos descubiertas, sin guantes; linternas ajustadas en la cabeza por una malla; tijeras de poda, y cubos para cargar la uva.

Stella hizo lo que Luca le había ordenado, acompañó a Andrea a por una chaqueta. Al día siguiente iría a comprarle ropa de más abrigo. Ella le enseñó qué debía hacer y cómo. Los pies de ambas pisaron la fría y húmeda tierra de los viñedos y empezaron a recolectar las uvas de tonalidad borgoña.

Andrea, inclinada hacia un lado y uniendo las piernas y mordiéndose la lengua con un ojo entrecerrado, cortó el tallo que sujetaba el racimo de la uva con la vid.

―Ajá ―susurró metiendo su primer racimo en el cubo.

Luca no era el único admirando las femeninas piernas y, por ende, el ancho, jugoso y masticable trasero. Pero, desde luego, iba a ser el último en hacerlo porque... «¿Vas a levantar la patita y marcarla como un chucho?».

―Tenga cuidado de no aplastar ni rasgar ninguna uva, el racimo debe de estar intacto ―le aconsejó a Andrea colocándose a un lado de ella.

Stella tenía su cubo medio lleno y se encontraba ya a buena distancia mientras ella todavía estaba en la misma vid.

―¿Tal que así, chef? ―preguntó Andrea sosteniendo en una mano la tijera y en la otra un racimo de uva recién cortado. Ella se enderezó y se lo tendió.

―No está mal para ser el tercero en una hora y media ―exageró Luca cogiendo y dando la vuelta en la mano al racimo hasta dejarlo cariñosamente en el cubo.

―Despacito y con buena letra―. Sonrió Andrea mirándole. «Ya te habías dicho lo bien que le queda a Graziani el borgoña, ¿verdad?». Y eso que ahora encima de la camisa se había puesto una chaqueta. Andrea tosió disimuladamente y miró hacia un lado―. ¿Por qué recogen la uva por la noche?

―La uva está fría y por tanto es más difícil dañarla ―explicó Luca fijándose en la sombra de tierra tiñendo uno de sus pómulos—. Hay un tipo de vino llamado Eiswein, vino de hielo, que se elabora con uvas congeladas.

―¿De verdad? No lo había oído nunca ―dijo sin saber... qué añadir. Andrea lo miró de nuevo, y ahí estaba ese dolor sordo en ese sitio que no quería nombrar—. Tampoco es que yo entienda mucho del tema. ―Nada, ella no entendía nada del tema—. ¿Y con toda la uva se hará vino?

―No, también elaboraremos mosto y vinagre.

―¿Mosto?

―Sabe lo que es, ¿no?

―No muy bien, señor Graziani ―admitió Andrea encogiendo ligeramente los hombros.

―Alma descarriada... ―se mofó Luca—. El mosto es el zumo de la uva. ―Y de aquí a las sumas y restas de Barrio Sésamo—. Y si no sabe lo que era hasta ahora, imagino que no lo habrá probado nunca ―adujo poniéndose en jarras.

―No, chef.

―¿Y va usted por la vida tan alegremente?

Volvió a reírse de ella, aunque sin la crueldad o el desprecio que lo caracterizaban. Graziani abrió la boca para...

―No tengo remedio ―se adelantó Andrea a las palabras de este.

―No se disculpe, Bloom―. Sonrió Luca, esta vez sí cínicamente. Separó las manos de sus caderas y las movió hacia delante—. Continúe.

―Muy amable ―rio Andrea, que se inclinó y se dispuso a cortar el resto de los racimos que pendían de la vid al tiempo que él se alejaba dejándola sola.

Los remolques de la media docena de tractores iban llenándose del color borgoña de las uvas conforme la noche se hacía más y más oscura. El frío comenzó a arreciar y a cubrir las vides con una fina capa de humedad. En contra de lo que se podía esperar en una madrugada, las voces de los recolectores se alzaron en el aire armando jolgorio.

Stella recorrió las hileras del viñedo buscando a Andrea. Se inclinó hacia abajo mirando por debajo de las plantas y luego se irguió mirando por encima de estas.

Andrea! ―llamó al divisarla a unos doscientos metros. Recogiéndose las faldas y con el chal pendiéndole de los hombros corrió hacia ella.

Andrea arrastraba su cubo hasta arriba de uva. Los demás habían volcado una media de cuatro cubos en lo que iba de recolecta y ella iba a vaciar el primero.

Sbrigati69 ―le dijo Stella, pero Andrea le señaló el cubo―. Non preoccuparti70! ―exclamó cogiéndole la mano y tirando de ella. Ya habría alguien que se diera cuenta de que el cubo estaba ahí y había que vaciarlo.

―¡Pero! ―Su «pero» no sirvió de nada. Andrea medio voló por encima de la tierra húmeda. Stella la llevó al edificio revestido de arena y de techos de rica, gruesa y oscura madera. Dicho edificio era el lugar donde se transformaba la uva en vino, vinagre, «Y no te olvides del mosto», y Andrea intuía que bajo sus pies debía de estar la bodega. Ella no había visto la edificación desde su ventana, pues su dormitorio se encontraba en el lado opuesto. La gente se agolpó a un lado y alrededor de una enorme cuba hecha de piedra y llena de uvas. No sabía que aquello era un lagar—. Che cosa... ―trató de formular la pregunta.

―Nadie sabe muy bien cómo ni cuándo empezó esta tradición familiar ―dijo Luca salvando a Andrea de su intento de italiano, y por tanto del rompecabezas que representaría para Stella—. Amén a que usted, Bloom, no cumple todos los requisitos, pero necesitamos un par de pies más.

―¿Pies? ―cuestionó Andrea tras el brinco, Graziani la había pillado por sorpresa. Ella lo miró, después miró a Stella acercándose a la multitud, quitándose el chal y remangándose la falda a los lados de sus caderas, bajo esta vestía un pantalón corto—. ¿Pies para qué, chef? ―Y antes de que él pudiera contestarle, vio como junto a Stella subían otras seis chicas más al lagar y hundían sus pies en la uva—. ¿Y cuáles son esos requisitos que yo no cumplo, chef?

―Ser mujer ―nombró Graziani en primer lugar mirando a las muchachas en lugar de a ella.

―He dicho requisitos que yo no cumplo, señor Graziani ―puntualizó Andrea con una sonrisa jocosa en los labios aún teñidos del labial tono cereza.

―¿Está segura de que usted es una mujer, Bloom? ―provocó Luca esta vez sí, mirándola.

―Segurísima ―asintió Andrea cruzándose de brazos.

―Si usted lo dice... ―Luca arrastró las palabras en su lengua—. Segundo requisito ―comenzó a decir, andando tras Andrea y posicionando sus manos en los delgados hombros le quitó la chaqueta y la empujó para que avanzara hacia delante—. Ha de ser una mujer virgen.

―Ese sí que no lo cumplo ―respondió mirando hacia atrás mientras él la llevaba entre la multitud—. ¿Hay más requisitos, chef?

Luca la situó ante el lagar; lanzó la chaqueta a su tía abuela, que estaba al lado de la nonna, y se acuclilló para quitarle las sandalias a Andrea. Después, la tía María le mojó los pies con el agua de la manguera.

―Le compraré un vestido nuevo porque dudo que lleve un pantalón corto debajo, Bloom. ―Enderezándose, fue a auparla hacia dentro del lagar—. Y no se va a subir la falda de todas formas ―advirtió por si a Andrea se le ocurría la brillante idea de enseñar más pierna.

Todos los deditos de sus pies se encogieron con el frío del agua de la manguera. Se tragó el gritito de sorpresa cuando Luca la tomó en brazos y la metió en el lagar.

―No me ha dicho el último requisito, chef ―susurró Andrea que apoyó sus manos en los masculinos hombros y apretó las palmas contra la fuerte complexión.

―Ser soltera ―le dijo con la alianza en el dedo de Andrea guiñándole el ojo. Luca la dejó dentro del lagar, sus manos fueron a retirarse de las caderas para que ella pudiera ligar sus brazos con los de las mujeres a los flancos, pero Andrea cerró los dedos encima de sus hombros y le sostuvo por la tela de la camisa—. No va a caerse, Bloom ―refutó pensando que por eso ella no lo soltaba.

―¿Está fingiendo que cumplo todos los requisitos solo porque faltan pies?

Ella estaba deseando que dijera que no. «¿Por qué?». Porque tenía la esperanza de que... Andrea abrió los deditos y se echó hacia atrás estabilizándose en el lagar.

Al ella apartarse, Graziani comprendió que silenciaba la pregunta. No quería oír la respuesta. La había borrado aunque él no; sin embargo, no la respondió a pesar de que, obviamente, no estaba fingiendo que Andrea cumplía todos los requisitos solo porque necesitaban un par de pies más.

Los brazos se ligaron los unos con los otros y los pies pisaron las uvas al tiempo que las mujeres giraban en el lagar. El mosto, de un tono borgoña brillante, corría por un saliente frente al lagar y caía a un cubo con un gran colador que acababa de tamizar el zumo. Las doce mujeres que pisaban las uvas empezaron a reír al unísono, era como si el alcohol que posteriormente fluiría en el vino fuera destilado por las risotadas de estas.

Luca la contempló manteniendo el equilibrio con los pies enterrados en la uva y... giró la cabeza. Su tía abuela María; su otra tía abuela, Alfonsina, con la chaqueta de Andrea en mano, y la nonna lo estaban mirando fijamente. Y él, carraspeó haciéndose el loco.

El nivel del mosto le llegaba muy por encima de las rodillas y estaba la mar de frío. Andrea se sujetó a los hombros de Stella para no acabar de culo en mitad del lagar. Efectivamente, ellas se habían separado para recorrer todo lo largo y ancho del lagar pisoteando la uva. Sus pieles tiñéndose del rojo de la fruta. Al rato, una por una comenzaron a salir; la tía María daba un agua a las femeninas piernas y, para que no se mancharan los pies de nuevo, las mujeres eran aupadas hasta un rincón de la estancia en el que les esperaban unas toallas y sus zapatos.

―¿En brazos otra vez? ―dudó Andrea, mirando a Luca frente a ella en el lagar y con los brazos extendidos.

―Sí, en brazos como hacen el resto ―respondió Graziani moviendo los dedos.

De ser otra persona no la ayudaría a salir, más que nada por el bien de sus propios pantalones, que iban a verse salpicados por el mosto, pero con Andrea no le importaba.

―¿Y no puede llevarme Stefano o...? ―Acababa de acordarse de Stefano. Andrea se puso de puntillas en el lagar y buscó entre las cabezas la de su excompañero de baile.

―¿Y por qué no puedo hacerlo yo? ―interrogó Luca frunciendo el ceño, el tono gris de sus ojos se oscureció—. Deje de hacer el ganso y venga aquí, Bloom.

―Es que... ―vaciló Andrea mordiéndose el labio inferior; gracias a que el labial era mate y lo había fijado, no se tiñó los dientes. Sujetándose la falda avanzó hacia Luca—. Es que peso mucho, chef ―boqueó aun sabiendo que este ya sabía lo que pesaba, pues él mismo la había metido en el lagar.

Graziani puso las manos en las anchas caderas de la mujer y la levantó.

―Es usted una exagerada. ―Pesaba, pero lo normal. No era un cojín de plumas de oca, pero tampoco era una orca. Luca la sujetó en brazos ya habiéndola sacado del lagar.

―Voy a gritar ―amenazó Andrea con las manos en los masculinos hombros—. No es una broma, señor Graziani ―le dijo intentando no reírse, pero es que él la tenía allí sujeta como Rafiki a Simba en el Rey León de Disney.

―Me parece una buena idea ―se mofó Luca dejando a la mujer en el suelo para que la tía Maria pasara la manguera por sus piernas y le quitara la mayor parte del zumo.

―Está fría... ―masculló Andrea antes de que Graziani volviera a cogerla en brazos—. ¡Chef! ―protestó sabiendo que sus pantorrillas estaban entre rojizas y violáceas—. ¡Bájeme! ―mandó con él avanzando entre la multitud.

Él rio moviéndola para tomarla de lado y rodearla con un brazo al tiempo que ella se sostenía de su cuello. Los pies de Andrea chispeaban gotitas de mosto que crearon un caminito por el suelo conforme él avanzaba…

―Es usted insoportable.

―Juraría que eso ya me lo había dicho, Bloom.

―Pues se lo repito ―resopló Andrea, tratando de ignorar la segunda sonrisa de Graziani en esa noche, aunque acabó mirándolo y entonces, en un segundo, lo comprendió todo. En ese mismo instante todo cobró sentido: estaba enamorada, y no lo estaba del hombre que le había pedido matrimonio y al que ella había dicho que sí, estaba enamorada del hombre al que también odiaba y ahora, ahora la llevaba en brazos. Andrea colgó dos de sus dedos en el cuello abierto de la camisa borgoña—. Estoy cansada, chef... ―susurró mirándolo a los ojos.

―Dese una ducha y después métase en la cama, Bloom. ―Luca fue en busca de los dedos de ella y acarició la suave rugosidad de los nudillos—. Aquí todavía queda un buen rato, pero usted mañana trabaja ―añadió bajándola de sus brazos con suma delicadeza.

―Me gustaría despedirme ―susurró mirando al suelo en busca de sus sandalias.

Giró sobre sí misma sin lograr verlas.

―¿De mí o del resto? ―le preguntó Luca tendiéndole estas y en la otra mano una toalla.

―Supongo que... ―Y sin mirarle cogió las sandalias, no la toalla, y se las calzó a toda prisa—. Del resto ―soltó Andrea con la cabeza gacha y buscando una salida, la cual solo era viable si pasaba al lado de Graziani—. A usted lo veo mañana.

―A muchos de ellos los verá también mañana, Bloom ―alegó Luca tomándola por un antebrazo y, de ese modo, deteniéndola.

Tiró con suavidad de ella para colocarla ante sí y tener contacto con sus ojos.

―Buenas noches, chef ―dijo Andrea volviendo la cara para mirarle.

Sus ojos encontraron los de él y se quedaron varios segundos fijos en estos. Ella sacudió la cabeza y movió el brazo para librarse de la mano de Luca.

Graziani no fue detrás, a pesar de que eso era lo que deseaba. Colocó los brazos en jarras y suspiró contemplando el charco de agua un tanto teñida de borgoña que Andrea había dejado antes de calzarse las sandalias.

Andrea se despidió a toda prisa de todo el mundo excepto de Andreas, al cual no vio por ningún lado. Recorrió los viñedos y se metió en la casona, anduvo por el pasillo y entró en su dormitorio. Cerró la puerta y escarbó en el interior del bolso, que estaba sobre la cama, sintiendo la urgente necesidad de hablar con alguien. Saltaron el espejo de mano, la cartera, varios pintalabios, un paquete de pañuelos... Encontró el iPhone e ignoró las llamadas perdidas de la «pesadadesiempre» y sus mensajes conminándola a llamarla. Buscó a Kendall en la agenda y presionó el botoncito verde para llamarla. Hizo saltar de sus pies las sandalias y con los pies descalzos caminó hacia el enorme ventanal.

Kendall, con el cigarrillo colgándole de los labios y la espalda pegada a la pared del pequeño callejón a un lado del Io sono, sacó el teléfono del bolsillo de su delantal y al ver el número que aparecía en pantalla sonrió.

―Hola, forastera ―saludó atendiendo la llamada.

―Estoy loca ―sentenció Andrea, acuclillándose para que no la vieran, o mejor dicho para que no la viera él. Graziani le resultaba tan..., tan atractivo.«¿Desde cuándo?». Él y su sonrisa de anuncio de dentífrico, sus tormentosos ojos, sus manos grandes y suaves, el calor de su aliento...―. Oh, Dios mío ―murmulló agazapándose un tanto más al ver a Luca fuera de la bodega apartar la mirada del tractor y mover la cabeza en dirección al dormitorio.

―Cuéntame algo que yo no sepa. ―rio Kendall retirando el cigarrillo de sus labios y sacudiendo en el suelo la ceniza—. ¿Estás bien? ―le preguntó mirando la hora en su reloj de muñeca.

La diferencia horaria entre Italia y Las Vegas era de más de ocho horas, así que en teoría su amiga debería estar durmiendo.

Si se viera reflejada en un espejo, Andrea se sentiría de lo más ridícula ahí agazapada y hablando en murmullos.

―No, no estoy bien ―confesó, alzando algo la cabeza cuando Graziani volvió la vista a los dos tractores que aún esperaban a que acabaran de llenar sus remolques.

―¿Qué te pasa? ―Kendall tiró al suelo el cigarro y lo aplastó con la suela del zapato—. ¿Tiene que ver con Graziani? ―Rodó los ojos y levantando la mano libre exhaló―: ¡Menuda pregunta más estúpida! ¡Claro que tiene que ver con Graziani! ―Se puso en jarras y en un suspiro le preguntó—: Vamos a ver, ¿qué te ha hecho?

―Bailar.

Y aún estaba mareada, borracha por la danza que no había durado más de cinco minutos y en nada se parecía a la última y mítica escena de Dirty Dancing. Andrea se dio la vuelta en el suelo y se sentó de espaldas al ventanal.

―¿Bailar? ¿Graziani sabe hacer eso? ―rio sacando del bolsillo del delantal un pequeño frasquito de perfume con el que pretendía enmascarar el olor a tabaco—. ¿Estamos hablando de la misma persona? ―Dejaría el vicio cuando el vendaval romano volviera al Io sono—. ¿Sigues ahí?

―Tengo miedo, Kendall ―desembuchó Andrea observando la alianza en su dedo.

Las plantas de sus pies estaban rojizas y pinceladas de borgoña.

―¿Miedo? ―interrogó Kendall sacando la cabeza de la pared del callejón para gritar a todo pulmón—: ¡Ya va! ―Su turno empezaba en menos de diez minutos y, lógicamente, la estaban llamando, aunque ella no podía dejar a Andrea sin saber qué le pasaba—. ¿Miedo de qué?

―Miedo de mí.