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O todo o nada

El reloj digital colgado de la gran pared seguía su cuenta atrás. Aunque hiciera ruido, habría sido incapaz de oírlo, pues el griterío del público enmudecía cualquier otro sonido. Cada segundo que pasaba era una tortura. Andrea no podía conformarse con el segundo puesto. Llevaba casi dos meses en el maldito concurso, estaba en la final y solo quedaban Lamar y ella. No había más alternativa, tenía que ganar. Perder no era una opción.

Comprobó el horno, donde acababa de meter el carré de cordero. Probó la salsa de menta. «Perfecta». Estaba perfecta. Respiró hondo y se dispuso a emplatar los raviolis de cangrejo real. Inclinada sobre la mesa de trabajo, entrecerró los ojos e inspiró con fuerza, ya que su mano, con la que ahora vertía la salsa sobre la pasta, temblaba descontroladamente.

―¿Lamar o Andrea? ―interpeló Marvin situado entre los otros dos chefs, Graziani y Doherty.

Encima de ellos, el imparable reloj cronometraba el tiempo de cocinado del que disponían los dos finalistas. A su lado Judy, la presentadora, alisaba su vestido con las manos.

―Cállate, Marvin ―chistó Luca Graziani, atento a los movimientos de los aspirantes a Supreme chef1.

Desde las gradas, a un lado del plató, emergía el rugido del público, compuesto por familiares y fans. A Graziani le molestaba todo ese ruido. Le hacía rechinar los dientes y eso que él sí que no estaba sometido a presión.

―Quinientos por la chica.

Apostó Doherty cruzando los brazos. La rosa roja que sobresalía del bolsillo de su americana desprendía un potente aroma; no obstante, por mucha americana estilosa que este se pusiera, la barriga le pesaba por encima del cierre del pantalón y hacía peligrar la vida de los botones de la camisa.

―Esos quinientos solo son por sus tetas, no porque vaya a ganar.

Medio rio Marvin, fijándose en Andrea que ahora se acuclillaba ante el horno. Doherty cerró los ojos, se llevó una mano a la cara y con dos dedos se pellizcó el puente de la nariz cuidando de que no se le cayeran las gafas.

―Marvin, cariño, soy gay. —Suspiró ladeando la cabeza y mostrándole la misma mano que se había llevado a la cara para que este viera la alianza en su dedo―. ¿Recuerdas?

El propio Marvin había sido su padrino de boda, así que daba por hecho que debía de estar más que enterado de su condición sexual.

―Entonces por su manera de vestir ―razonó Marvin.

Andrea era de esa clase de mujeres que combinaban hasta las gafas de sol con la ropa interior. Vestidos escotados sin ser descocados, faldas tubo, blusas en tonos pastel y zapatos de altísimo tacón. Incluso como entonces, conjuntados con la chaquetilla y el delantal francés.

―Tiene estilo ―asintió Doherty, parpadeando con rapidez tras los gruesos cristales de sus gafas.

―Ahora ponerse minifaldas y escotes conjuntados con tacones rompecráneos es tener estilo ―chistó Luca.

Le molestaba tener a una mujer pareciendo una mujer en la cocina. Es decir, dejaba de verla como un trabajador para hacerlo como... Le ponía nervioso. Y sí, sería machista y, sí, también desagradable y toda la etiqueta que quisieran ponerle, pero era incapaz de no fijarse en la largura de las piernas y el relleno del pecho bajo la chaquetilla. Y por eso, por eso mismo, Andrea Bloom no le gustaba, no le gustaba en absoluto.

―¿Tú también eres homosexual, Graziani? ―chinchó Marvin.

No sabía si era el único que se había percatado de que a su compañero la señorita Bloom le gustaba más de lo que se podría considerar aceptable. Detrás de todo, el despotismo y la frialdad dirigidos a ella, que a Luca le habían costado incesantes lluvias de críticas en las redes sociales, se hallaba una ardiente bomba cargada de atracción.

Graziani, antes de mandarlo a la mierda en vivo y en directo y en primer plano, caminó hacia delante, se posicionó ante la mesa de trabajo en forma de herradura por el lado en el que estaba Lamar y miró por encima toda la batería de cosas que este estaba utilizando de manera un tanto desordenada.

Esferificación, esferificación y esferificación ―masculló ante las bañeras de alginato sódico disuelto en diferentes zumos de frutas y verduras―. Un poco repetitivo, ¿no le parece, señor Cosby?

Lamar llevaba haciendo esferificaciones desde los castings. De acuerdo que estuviera cómodo con ellas, pero no que las tomará como un todo. Levantó la cabeza y miró al chef. La mano le tembló, con ella sujetaba la jeringuilla, que iba liberando perlas de jugo en el cloruro cálcico, donde se formaban esferas.

―Es que las esferificaciones son importantes para el plato ―titubeó Cosby, empezando a sudar profusamente.

―Siempre lo son para sus platos.

«Repetitivos, repetitivos y repetitivos», pensó Luca. Caminó hacia la vitrocerámica y atraído por el olor que se concentraba bajo la tapa de una olla la destapó. Movió la zurda para ventear el vapor y que este le llenara las fosas nasales con el aroma de lo que se estaba cocinando.

―¿Le gusta? ―se aventuró a preguntar Cosby con la esperanza de recibir un asentimiento y quizás un «No está mal» por parte de Graziani. De hecho, no se podía esperar más de él.

―¿Debería? ―articuló Luca tapando la olla. Condujo las manos tras su espalda y ahí las ligó mientras estudiaba el resto de preparaciones sobre la mesa―. ¿Eso qué es, señor Cosby? ―interpeló, cogiendo un cuenco y moviendo lo que a simple vista parecía un glaseado de chocolate.

―Es el ganache para el mud cake. ―Lamar se frotó las manos en el paño anudado al delantal―. Tengo el bizcocho enfriándose ―añadió tenso.

Luca no pronunció palabra, dejó el cuenco y tras echar un último vistazo se alejó de su zona de trabajo.

―Limpio y ordenado ―dijo Graziani husmeando sobre la mesa de la señorita Bloom. Todo en su sitio, metódicamente colocado. «Mujer tenía que ser...»―. ¿De verdad está utilizando la carne de las patas del cangrejo para un caldo? ―quería incordiarla.

Él había hecho justamente eso centenares de veces, puesto que dado el precio del cangrejo real no era para desperdiciarlo.

―Le he quitado la mayor parte de la carne, chef ―argumentó Andrea introduciendo un cazo en la olla para mostrarle a Graziani las patas, que había golpeado con un martillo, abierto posteriormente con las pinzas y extraído la carne en su mayoría―. Y sí, he utilizado la mitad del coral para el caldo, pero creo que no estoy desaprovechando el producto ―se apresuró a decir antes de que él se lo echara en cara.

Andrea lo observó. Si debía ser sincera consigo misma, Graziani tenía un... «Un no sé qué, qué sé yo». Era alto, de buena planta; no uno de aquellos tipos musculados casi al extremo, no, no. Luca Graziani era de esa clase de hombres fibrados y elegantes con un… «¿Atractivo animal?, ¿a eso te refieres?». Bien podría ser un gato si fuera solo por el par de ojos que tenía: grandes, grises y penetrantes.

Luca se quedó callado, pero no por ello menos interesado. Anduvo de una punta a la otra de la mesa, metiendo la nariz en todo, levantando tapas y oliendo aquí y allá. De hecho, hasta cogió una cucharilla de postre y la introdujo en la salsa de menta. Se esforzó por mantener una expresión pétrea al degustar el intenso y a la vez complejo sabor de la salsa, él no hubiera podido hacerla mejor.

―Dígame, Bloom, ¿qué hace? ―interrogó al reparar en sus movimientos. No lograba discernir qué estaba preparando.

―Estoy disolviendo la gelatina en la leche ―comentó Andrea batiendo la leche con la varilla.

No había hidratado la gelatina en lámina y para compensar ese hecho le había añadido a la leche gelatina en polvo. Si tenía que esperar a que la gelatina en hoja se hidratara y luego disolverla en la leche caliente y seguidamente dejar enfriar la mezcla, no llegaría a servir el postre.

―¿Para qué?

A saber qué era lo que esta mujer pretendía hacer. Miró el reloj calculando que la mezcla que estaba preparando no gelatinizaría. Quedaban menos de quince minutos para que acabara el tiempo de cocinado y tuvieran que emplatar. Lo único que Luca podía interpretar como postre era un coulis de frutos rojos, el cual probó vertiendo parte de este, metido en un biberón, en una cucharada de postre.

―Para preparar una panna cotta. ―Lo último que necesitaba Andrea era tener ahí a Graziani quitándole tiempo. Miró el reloj y resopló pasando la mezcla de leche y gelatina a los moldes―. Si me disculpa, chef ―se excusó, pasando los moldes a una bandeja con la que, una vez llena, marchó al abatidor todo lo rauda que pudo.

«¿Una panna cotta?», se preguntó mirándola y moviéndose deprisa con la chaquetilla aún blanca e impoluta, el delantal francés sobre los pantalones y los altos tacones. Panna cotta en italiano significaba nata cocida. ¡La señorita Bloom estaba preparando una latte cotta!2 Si es que eso existía. Luca se dio la vuelta y anduvo hasta situarse entre sus compañeros.

―¿Qué? ―Marvin dio un suave golpecito en el antebrazo de Graziani y lo observó esperando que este desembuchara.

―Lamar, a mi parecer, tiene un primero soso ―comenzó a decir Luca, estirando el cuello de su camisa para asegurarse que estaba como debía―. Salmón marinado con akamiso y cocinado a baja temperatura con un... ―Se detuvo mientras arreglaba los puños de la camisa y los de la americana―... arcoíris de esferificaciones.

―¿Qué tienen de malo las esferificaciones?

Doherty era fan de estas, las utilizaba muy a menudo, eran muy versátiles y atractivas a la vista.

―Quiero comer. De acuerdo que es un primero y no debe ser algo que llene demasiado, pero sí que comience a calentarme el estómago. Las esferificaciones, en fin... ―Graziani se encogió de hombros e hizo aspavientos con las manos―. Parece que Lamar sea incapaz de servir un plato sin ellas.

―A mí el salmón me parece una propuesta atractiva ―alegó Marvin, subiéndose a las puntas de sus zapatos para curiosear las mesas de los aspirantes desde la distancia.

―Sigue ―le pidió Doherty a Graziani.

―Cosby tiene un guiso de langosta. Lleva patatas, mazorcas de maíz… Es una especie de gumbo. —Conforme explicaba, Luca trataba de que no se le notara la preocupación. Estaba rezando para que una luz divina iluminara a Andrea y esta desechara la latte cotta e ingeniara algo que pudiera salvarle el postre. Y eso que él sostenía por activa y por pasiva que la señorita Bloom debería quedarse en casa pintándose las uñas pues no valía para la cocina. En definitiva, una receta cajún que creo que, si no se le pasa de cocción y acierta con el punto picante, puede ser una excelente propuesta. Para terminar tiene un mud cake.

―La idea del mud cake me encanta. ―Doherty alzó la voz por el entusiasmo de zamparse una jugosa y chocolateada porción de tarta―. Tengo que ir a echarle un ojo ―les dijo antes de zanquear hasta la mesa de trabajo de Lamar.

―Ya estaba tardando ―rio Marvin, desviando la vista de Doherty y Lamar para preguntarle a Luca que estaba a su lado—. ¿Y nuestra señorita?

―El primer plato tiene una pinta maravillosa. La masa de los raviolis es muy ligera, pero lo suficientemente firme como para retener el relleno. Con la salsa que ha preparado va a funcionar sí o sí ―asintió casi paladeando la sinfonía de sabores que Bloom había preparado―. Ha aprovechado las patas del cangrejo y el coral ―le explicó a Marvin asegurando el nudo de su corbata, ya que las cámaras no los enfocaban—. De segundo, cordero que no he visto, aunque sí he probado la salsa y...

―Ah, la señorita Bloom y las salsas ―le interrumpió Marvin.

A lo largo del concurso Andrea había destacado por la organización y limpieza en la cocina, pero sobre todo por la facilidad de convertir un kétchup casero en algo fuera de serie. Tenía ese don que transformaba una idea, una fusión de sabores que comenzaba en la cabeza, en un orgasmo culinario bien emplatado.

―Pero... ―Graziani cerró los ojos, pasó una mano por ellos y dijo entre dientes—: No entiendo en qué está pensando con el postre. ―No podían hablar muy alto, se suponía que los contrincantes no debían oírles.

―¿Por qué dices eso?

Sus ojos hicieron contacto con los de Luca.

―Porque me ha dicho que está preparando una panna cotta.

―¿Una panna cotta? ―dudó Marvin observando a la mujer mientras tiraba el recipiente de leche vacío al contenedor de vidrio—. Pero sí... ―No había rastro de nata y a Marvin no le sonaba haberla visto con botella alguna.

―No sabe lo que es una panna cotta ―resopló Graziani.

―¿No es medio italiana?

En la presentación que hacían todos los concursantes, Andrea había declarado que era medio italiana, aunque lo había dicho con la boca pequeña. Marvin se rascó una sien pensando en cómo siendo ella medio italiana no podía saber cómo y de qué estaba hecha una panna cotta.

―No voy a decir nada a ese respecto. ―Luca tuvo que hacer un acto de contención para no ladrarle a su compañero―. Supongo que debe de creer que el abatidor enfriará esa mezcla a tiempo, aunque eso no es lo peor... ―Negó con la rasurada testa. Sus ojos tormentosos destellaban plateados relámpagos―. Ha diluido en la leche hirviendo una parte de gelatina en hoja y otra en polvo. ―Y estaba seguro de que lo había hecho a ojo, sin medir las cantidades.

―¿Resultado? ―le preguntó Marvin retóricamente.

―Un auténtico desastre ―masculló Luca fijándose en que ahora ella preparaba lo que a él le parecía la masa para unas butter waffle cookies, que por muy buenas que estuvieran no salvarían el postre.

―Bloom me ha dicho que tiene una panna cotta en el abatidor ―cuchicheó Doherty al llegar junto a ellos.

―Ya lo sabemos... ―dijeron ambos al unísono.

―Es imposible que...

―Eso también lo sabemos, Doherty ―le interrumpieron también al unísono.

Judy anunció a los contrincantes, al público y al trío de jueces que el tiempo se agotaba.

Andrea redujo la salsa de cangrejo e hirvió los raviolis. Los sacó del agua salada con ayuda de una espumadera y con mucho cuidado los escurrió para luego retirar con un papel lo que quedaba de agua. Dispuso la pasta en un plato, la salseó y esparció por encima unos brotes de rabanitos. Miró el reloj, a pesar de haber oído a Judy, e inspiró con fuerza. Abrió el horno y sacó el carré de cordero. Al tener la salsa a punto y caliente junto a los tiernos petit pois3, solo le quedó montar el plato.

Graziani se balanceó sobre los pies de delante hacia atrás para evitar contemplar el desastre, más ahora que Andrea iba al abatidor a por el postre. No, no, él no quería ni mirar. La latte cotta estaba perdida y, si no había algún fallo muy gordo en uno de los tres platos de Cosby, todo apuntaba a su favor. Para él, Lamar era el ganador.

Andrea abrió la puerta del abatidor e incluso antes de sacar el molde supo que la mezcla no había cuajado. Echó la vista hacia atrás y arriba, al reloj, siete minutos. Antes de ponerse a llorar tenía que ver exactamente en qué estado se encontraba la panna cotta. Cerró el abatidor y con el molde sujeto por los costados se movió a pasitos cortos, pero ciertamente rápidos. Una vez en la mesa de trabajo, introdujo la puntilla de un cuchillo por el borde del molde. Consternada, comprobó que la mezcla no había cuajado nada; era un líquido lechoso.

Doherty y Marvin se miraron e incluso cruzaron miradas con Judy. En cambio, Graziani tenía sus tormentosos ojos puestos en ella y solo en ella.

No podía ponerse a llorar, tenía que seguir siempre hacia delante. Andrea colocó el molde en el mismo plato, creó con el coulis dos franjas de rojo intenso en la porcelana y dispuso las galletas, acompañadas de unas preciosas grosellas y dos hojas de menta piperita. Miró su trío de platos y cerró los ojos esperando, aguardando a que Judy diera por finalizado el tiempo de cocinado. El corazón le latía en la garganta, en el centro de la boca, entre los labios, fuera de su cuerpo. El sudor le perlaba la nuca y las sienes, la trenza que recogía su media melena le apretaba las meninges y le producía náuseas.

El plató vibró con el último giro de las manecillas del reloj. ¡El tiempo se había acabado! Las cámaras dejaron de grabar para ser sustituidas por los anuncios y todo el personal tras ellas se movió de manera trepidante. En menos de cinco minutos organizaron una larga mesa con seis asientos. Manteles, servilletas, cubiertos, copas y flores, faltaban las velas para tener una velada románica reventando el prime time. Peluqueros y maquilladores asistieron a los presentadores y a la pareja de concursantes. Volvían en directo en... ¡tres, dos, uno...!

Judy se dirigió a los televidentes mientras los tres jueces tomaban asiento y dejaban tres sillas vacías, aunque no por mucho tiempo. Las puertas brillantes y plateadas situadas en un extremo del plató se abrieron dando paso a un trío de cocineros galardonados con estrellas Michelin fueron a adueñarse de las sillas vacías no sin antes saludar a los chefs ya presentes. Dos de ellos, Marvin y Doherty, se pusieron en pie para saludar, aunque Graziani no lo hizo; mas todo el mundo conocía ya a Graziani, él saludaba desde su posición y gracias.

Andrea no iba a poder hablar, no iba a poder ni respirar... Ahí, en el centro de la mesa, estaba sentado François de la Croix, el chef con más estrellas Michelin en la actualidad, su ídolo. Nada de Jon Bon Jovi o Prince. ¡Ella era una groupie de François de la Croix! Las manos le temblaban al mismo ritmo que las rodillas, el tic en la ceja izquierda la sacudía como si quisiera darle una paliza y su nombre salía de los labios de Judy una, dos veces.

―Sí, lo siento ―titubeó Andrea, cogiendo su plato de raviolis para ponerse al lado de Lamar, este con su plato de salmón.

Ambos caminaron a la vez, tras la indicación de Judy, hasta la mesa del jurado y colocaron los platos. Seguidamente dieron tres pasos atrás y describieron los platos por turnos. En primer lugar, Cosby y después Andrea. François de la Croix pinchó con el tenedor un ravioli, lo levantó del plato y, a continuación, lo cortó. Observó el interior antes de introducir el pedazo en su boca.

―¿Qué es lo que lleva la masa? ―le preguntó a Andrea hincando el tenedor en el pedazo restante de ravioli.

―Harina, huevos, aceite, sal, sémola... ―recitó Andrea con voz inestable―. Lleva un poco del agua de cocción del cangrejo, sake y una pizca de harina de arroz.

François de la Croix estaba hablándole a ¡ella! Hablándole directamente y, para redondear, se estaba comiendo uno de sus raviolis.

François de la Croix no pudo resistirse a comer un segundo ravioli. Pasó el plato a Marvin, que lo tenía a su lado, y cruzando las manos encima de la mesa miró a Luca.

―¿Nada que decir, Graziani? ―No había mayor experto en pasta; no solo en el plató, sino en todo el estudio de grabación.

―Nadie ha dicho que fuera pasta italiana ―alegó Luca, aunque su comentario no tenía mucho fundamento.

La pasta al nero di seppia4 llevaba tinta y él solía disolver esta en un fondo de pescado que sustituía al agua convencional. En resumidas cuentas, algo parecido a lo que había hecho Bloom. Sin embargo, la pasta de Andrea tenía más toques orientales que italianos.

―Hay quien dice que los inventores de la pasta fueron los chinos ―provocó Marvin a Luca.

―Puedo clavarte el tenedor en una mano, en vivo y en directo ―le respondió Graziani tras dar un trago de agua.

Él se había zampado un ravioli entero y solo había dejado uno para compartir entre los dos chefs que faltaban por finalizar la cata. La gracia de la pasta ya se iba de rosca; era como lo de Suiza, sinónimo de paraíso fiscal, chocolate y relojes.

―Señorita Bloom, el relleno es... ―François miró a los lados de la mesa y agitó su cabeza de cabellera canosa—. Por favor, ¡mírelo! ―exclamó, apuntando al plato prácticamente vacío que había frente a él—. La masa es ligera y sabrosa, y la salsa... ―Alzó el tenedor y movió la cruz de este en lo poco que quedaba de salsa probando el espesor aterciopelado―. Incroyable5!

Andrea iba a desmayarse o, como poco, le iba a dar un ictus o ambas cosas y a la vez. Judy le dio el turno de palabra a Graziani. A ella le cambió la cara, borró la sonrisa y se tensó, sujetando su alma a sus tacones.

―Correcto ―mascó Luca. Si la señorita Bloom creía que a estas alturas iba a halagarla, que aguardara, pero sentada―. Sin pena ni gloria ―mintió mirándola fijamente.

Ella le gustaba, al igual que todo aquel que fuera capaz de mantenerle la mirada por más de dos segundos seguidos. «Otra mentira y esta más gorda», cantó la vocecilla en su cabeza. La señorita Bloom le gustaba y le gustaba de verdad. No es que Luca fuera bipolar, un poco psicópata e imbécil sí; no obstante, no era alguien que hiciera por agradar y menos a esa persona que le atraía. Sí, él era así de especial.

Andrea había superado el miedo mirándolo a los ojos, literalmente. Si Luca Graziani ya inspiraba temor solo de verlo en la televisión, tenerlo delante era... aterrador. Frío, áspero, hostil y, sobre todo, hiriente: el hombre ideal. Ella asintió ante sus palabras y dejó de mirarle. Inspiró e inhaló, pero eso último lo hizo con tanta fuerza que le faltó un «tris» para no marearse. Caminó hasta la mesa de trabajo y cogió el segundo plato, realizó el camino de vuelta y colocó el plato frente a los chefs al mismo tiempo que Lamar. Hizo oídos sordos a la crítica del gumbo de Cosby. Era de mala educación, pues era un compañero y le había cogido cariño, aunque estaba tan nerviosa que o se concentraba en respirar o perdería los estribos. Y eso era lo último que debía hacer si deseaba alcanzar su sueño. Andrea pestañeó al oír su nombre de la boca de François de la Croix.

Este bebió agua para quitarse el sabor de la okra del gumbo de Lamar. Pinchó el carré de cordero con el tenedor y lo trinchó con el cuchillo.

―El punto de la carne es perfecto ―anunció, admirando el tono rojo rubor que lucía el cordero.

François de la Croix cató el primer pedazo de carne sin salsa y después mojó el segundo pedazo en la espesura verde brillante de la salsa de menta.

―La salsa, quizás, es un tanto espesa ―opinó Bush, al que se le oía por primera vez en plató, y eso que ya iban por los segundos platos.

―Yo discrepo, creo que es el espesor justo para la carne ―expuso Marvin.

―Al cordero no le va la sopa ―apuntó Doherty, sentado bastante separado de la mesa para darle espacio a su considerable tripón.

―A diferencia del estofado ―adujo Marvin.

Shrimp6 gumbo ―aseveró Judy que, a pesar de estar en directo y trabajando, era incapaz de mantener a un lado su relación sentimental o más bien sexual con Marvin, aunque ahora esta se había convertido en una especie de «primerorevolcóndespuésdiscusiónydenuevorevolcón».

―Sí, con el gumbo el plato de carne es mucho más ligero y acorde para una cena de estas características ―carraspeó Marvin mirando el plato de estofado a medio acabar y no a Judy.

―Siempre y cuando no seas alguien como Doherty ―dijo Bush estirando la sonrisa en sus estrechos labios al tiempo que miraba al aludido y de paso destensaba un tanto el ambiente.

Judy dedicó a Marvin una mirada aún más helada que las que gastaba Graziani y, haciendo gala de sus dotes de actriz, miró a cámara con una enorme y deslumbrante sonrisa que podría haber fundido los pesados focos del plató.

―Y para finalizar podéis traer los postres ―habló dirigiéndose a los finalistas.

Andrea se dio la vuelta y anduvo hasta la mesa de trabajo, y miró el plato: la panna cotta desecha en el molde, líquida; las galletas desprendiendo el rico aroma de la vainilla, y el coulis de un primoroso color rojo intenso. Con las manos temblando, presas por el pánico, cogió el plato, cargó con él hasta la mesa del jurado, lo dejó encima y volvió a su puesto. Miró al suelo tratando de entender qué era lo que había hecho mal con la panna cotta y tragó saliva, preparándose mentalmente para la «palizaverbalporpartededonmehanmetidounpaloporelculo».

―Un ganache brillante, muy chocolateado ―dijo «donmehanmetidounpaloporelculo» sin saber que la señorita Bloom le llamaba así.

Graziani, con ayuda del tenedor, desprendió un pedazo de porción del pastel de Cosby y se lo llevó a la boca.

―El bizcocho está jugoso. ―Masticó Doherty, paladeando el sabor profundo y ligeramente amargo del pastel.

Siendo chef repostero, ese era su terreno y sabía reconocer un buen trabajo. El mud cake de Lamar no era una maravilla, pero estaba bien ejecutado.

―Lo que cabe esperar de un mud cake ―habló François de la Croix finalizando la cata.

―Bloom ―llamó Graziani, adelantándose a las palabras de Marvin.

Andrea izó la cabeza y se topó con aquel par de ojos que ahora destellaban plata vieja.

―Chef ―pronunció queriendo huir...

Huir tan rápido y tan desesperadamente como sus pies se movieran.

―¿Qué se supone que es esto?

Luca podía oler las lágrimas que Andrea estaba reteniendo en los lagrimales. Percibía el temblor de su piel, el pulso acelerado en la carótida. Él, sin levantar el plato de la mesa, lo movió ligeramente hacia delante para que esta al acercarse lo tuviera delante.

―Es... ―Tragó saliva y eso que tenía la boca seca y pastosa. Andrea se acercó a la mesa y miró el plato, se infundió valor y dijo—: Pretendía ser una panna cotta. ―Dos dedos de su mano diestra señalaron el molde―. No he podido desmoldarla, así que la he dejado en... el molde. ―Enderezó la cabeza con la trenza danzándole a media espalda―. Para acompañar he hecho un coulis de frutos rojos y unas galletas de gofre.

―¿Una qué?

Graziani, tan cabrón como solo él era capaz de ser, hizo como si no la hubiera oído. Mirándola fijamente movió el plato para que sus compañeros probaran, pues él no tenía intención alguna de hacerlo.

―Pretendía ser una panna cotta, pero...

Andrea iba a explicarle que no sabía qué era lo que había ocurrido para que la panna cotta le quedara así cuando Luca la interrumpió.

―Bloom, esto no es una panna cotta ni por asomo ―ladró Graziani, estaba enfadado. No, ¡estaba furioso! Echar a perder una cena maravillosa por cometer un error garrafal en el postre era motivo más que suficiente para matarla—. ¿Sabe lo que es una panna cotta? ―le preguntó como si lanzara una condena sobre ella y toda su familia. Luca sacudió la cabeza―. Déjelo, está claro que no tiene ni idea.

Andrea no protestó, no abrió la boca. El sabor de la sangre le llenaba la boca y le contaminaba el alma, que clamaba por un poco de clemencia, aunque pedirle clemencia a Graziani era como pedirle peras al olmo. Ella asintió y apartó la mirada de los gélidos ojos de Luca.

―La idea de las galletas se le ha ocurrido al ver la gofrera, ¿verdad? ―habló esta vez Marvin queriendo restar dureza a la palabras ponzoñosas de Graziani.

―Sí, chef.

Lo cierto es que ella había visto la pequeña máquina en la estantería de electrodomésticos y todo fue rodado después. No entraba en sus planes hacer unas galletas de gofre para acompañar la desastrosa panna cotta, pero al verla pensó que sería una forma más original que preparar unos típicos amaretti.

―Son fantásticas, porque ha utilizado mucha miel y, al contrario de lo que se puede pensar, no quedan excesivamente dulces y la vainilla equilibra la masa. ―François de la Croix de nuevo partió la galleta por la mitad, la olió y después se la llevó a la boca―. Muy, muy buenas ―afirmó con un continuo movimiento de cabeza.

―Gracias, chef.

Trató de sonreír, aunque se le hacía muy difícil tras el rapapolvo de Graziani y era consciente de que él no había acabado. Andrea tenía los dientes ligeramente teñidos de la sangre que todavía fluía de la herida que se había hecho al morderse un carillo.

―¿Cómo ha hecho el coulis? ―curioseó Bush, sorprendido por la intensa coloración y, sobre todo, por la potencia del sabor.

―He lavado los frutos rojos con agua bien fría, después he puesto al fuego el cazo con licor de moras para sustituir al agua y no le he puesto zumo de limón o naranja ―explicó Andrea. Unió las manos cerca de su vientre y queriendo resumirlo más masculló—: Es decir, que he puesto el licor, el azúcar y las frutas. Cuando estas se han ablandado, las he retirado del fuego y he colado el coulis.

Judy dio paso a los anuncios, anuncios un tanto más largos de lo habitual que el jurado utilizó para deliberar en una sala reservada a las afueras del plató. El elenco de chefs se puso en pie abandonando el lugar; el público aprovechó para levantarse y moverse por los asientos, pues no le estaba permitido abandonar el plató, y los concursantes, Lamar y Andrea, fueron retocados una vez más por el equipo de peluquería y maquillaje.

Andrea apenas controlaba las náuseas y los nervios le roían el tuétano de los huesos. Buscó la mirada materna entre el público y al encontrarla volvió a morderse el carillo. Tendría veintiocho años, pero ahora mismo deseaba salir corriendo y echarse a los brazos de su madre en busca de un cálido y reconfortante consuelo.

El plató dispuesto, el público en sus puestos, las cámaras preparadas, Judy con un nuevo vestido y mucho más maquillaje. En directo en... tres, dos, uno... François de la Croix, de pie junto a los otros cinco chefs, posicionados donde antes estaba la mesa, sus pies encima del enorme logo de Supreme chef, se dirigió a Andrea.

―Creo que en usted, señorita Bloom, se refleja el cocinero que cocina por instinto. ―La visión de los ojos brillosos de ella, esa tez tan bonita, le hizo endulzar el tono―. No tiene conocimientos, no ha recibido instrucción, pero todo fluye de una manera natural, aunque tiene un fallo… ―Negó suavemente con la canosa cabeza―. Su falta de formación le impide avanzar. De no ser por eso habría sabido hacer una panna cotta y, posiblemente, una de las mejores panna cotta que yo hubiera probado en toda mi vida.

Muda y fría, y a la vez caliente. No podía reaccionar. Andrea admiraba a François de la Croix y oír aquellas palabras de su boca, palabras dirigidas a ella, ¡a ella misma!, era de las mejores cosas que la vida podía regalarle. En vez de pronunciar un «gracias», se quedó en blanco y destemplada.

―Para mí, y sin duda alguna, hay un ganador irrefutable ―continuó diciendo De la Croix―. Es usted, señorita Bloom, y lo es porque lo que he probado esta noche es especial. Tiene usted un toque que no había visto hacía tiempo, pero, a diferencia de usted, el señor Cosby tiene una formación detrás y se dedica de manera profesional a la cocina. Y para trabajar ante un público se necesitan unos conocimientos y la formación de la que actualmente carece. Es una completa lástima, señorita Bloom.

Al contrario de otras ediciones de Supreme chef, en esta habían dado cabida tanto a profesionales del sector como a amateurs.

―François, no hemos pedido un menú memorable ―soltó Graziani a su lado, tieso como una vara y con su traje de Brioni apestando a billetes―. Hemos pedido un menú correcto, que cumpla con las expectativas de una final como esta, y desde luego la latte cotta de la señorita Bloom no puede ni catalogarse como postre ―aseveró mirándola.

―Hemos quedado que iba a exponer mi opinión y es lo que estoy haciendo, Graziani ―respondió François, con su acento francés impregnando la frase de principio a fin.

―Igual que yo expongo la mía ―gruñó Luca quitando la vista de la señorita Bloom para mirar a De la Croix―. Estamos en paz, ¿no?

Él no era un tipo amigable, ¿es que alguien aún albergaba duda alguna al respecto?

Judy, con intención de poner paz, o mejor dicho zanjar el conflicto, por lo menos en plató, se dirigió a la cámara.

―El jurado de Supreme chef ya tiene veredicto. ―Lo llevaba en el sobre que sostenía entre sus manos. Lo rasgó sonriente, destripó el sobre y leyó su contenido―. El ganador de esta edición es...

Andrea no oyó su nombre. Confeti de colores, globos y serpentinas, el rugido del público, los aplausos del jurado no eran para ella. Había ganado Lamar. Para ser sincera, ella sabía desde el momento en que abrió el abatidor y vio su panna cotta que él sería el vencedor. El sueño se había esfumado, se había escabullido con el vapor de la leche.

―Lo siento, señorita Bloom ―le dijo De la Croix, que fue el primero en acercarse. Abrió sus brazos en un acto paternal y la abrazó. Ella estaba tan en shock que no era consciente de las riñas entre el público y el escándalo en las redes sociales, todo porque el jurado había declarado ganador a Cosby siendo ella la favorita en todos los sondeos―. Es usted un diamante en bruto, solo necesita que lo pulan ―susurró, separándola de su cuerpo y sabiendo que ella brillaría con luz propia una vez saliera de la universidad, gracias a la beca que había conseguido al obtener el segundo puesto en el programa.

―Gracias... ―hipó Andrea sin poder retener las lágrimas.

Agradeció las palabras de ánimo de Bush y los otros chefs, exceptuando a Graziani. Respondió al abrazo de Judy creyendo que ahí acababa todo, hasta que «donmehanmetidounpaloporelculo» se le acercó…

―Aproveche la beca para aprender a hacer un simple flan de huevo. Si lo consigue, podré darme por satisfecho ―le dijo Graziani guardando la distancia entre su cuerpo y el de ella. No era insensible a los ojos vidriosos y lacrimosos de Andrea; no obstante, su enfado podía más que la pena. Luca sonrió ácidamente y torció algo su afeitada cabeza para añadir―: Y mírelo por el lado positivo. Ahora tendrá más tiempo para cocinarle la cena a su novio y para pintarse las uñas de los pies.

Sabiendo que Andrea no iba a responderle, le dio la espalda y salió del plató sin cargo de conciencia, remordimientos o un poco de lástima. La señorita Bloom había perdido por estúpida y, ahora, que acarreara con las consecuencias.