El estadio Tomás Adolfo Ducó, hogar histórico de Huracán, se dio a conocer a todo el mundo gracias a una recordada escena de la película El secreto de sus ojos. Aquella en la que Guillermo Franchella le explica a Ricardo Darín: «te das cuenta, Benjamín, el tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios… Pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín. No puede cambiar de pasión».
La película ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 2010 y dio pie a un debate por saber qué hinchada había llevado su pasión hasta lo más alto de Hollywood. El guión se refiere propiamente a la hinchada de Racing, aunque los hinchas de Huracán también reclaman su parte por ser su estadio el que aparece en la película. Los de Independiente defienden que, si el guionista es hincha del “Rojo”, la paternidad debe ser suya, no puede ser casualidad que el asesino sea hincha de Racing. Los de San Lorenzo también reclaman su parte del pastel, porque en la película se cita al “Gringo” Scotta, ídolo histórico del club.
Polémicas aparte, el estadio Tomás Adolfo Ducó sigue siendo un testigo excepcional del paso del tiempo. Nada más pasar los tornos de entrada resulta fácil identificar los pasillos por los que corren los protagonistas en la escena de El secreto de sus ojos, el hueco por el que salta el asesino y la puerta por la que entra a la cancha. El estadio fue declarado patrimonio histórico de la ciudad de Buenos Aires en 2007, pero, dentro, la característica pintura roja de Huracán hace tiempo que perdió su esplendor. Hay quien verá en ello los síntomas de la pobreza del fútbol argentino, de lo poco que han invertido los directivos en mejorar las infraestructuras. Otros, por el contrario, creerán que tiene el encanto romántico de lo añejo. Tengan razón unos u otros, lo cierto es que muchos de los grandes templos del fútbol argentino fueron construidos en su periodo de esplendor, en las décadas posteriores a la legalización del profesionalismo.
UNA NUEVA ERA
Los años treinta son conocidos en Argentina como la “Década infame”. La Gran Depresión que afectaba a todo el mundo occidental se dejaba sentir también duramente en el país. Las potencias europeas y Estados Unidos protegían su economía ante la crisis y descendía la demanda de productos argentinos. El golpe de Estado de 1930 daba inicio a un gobierno militar, seguido de un periodo en el que el fraude electoral se convirtió en norma. El campo se empobrecía y muchos agricultores emigraban a la ciudad en busca de trabajo. Los bajos salarios ya no daban ni para una habitación en un conventillo y aparecía un nuevo tipo de asentamiento que no ha dejado de crecer desde entonces, las villas miseria.
Un periodo de grandes limitaciones para la economía argentina, paradójicamente no resultó tan infame para el fútbol, que pudo vivir una etapa de desarrollo. La liga mejoró su organización, los medios ampliaban la cobertura de los partidos y la afición creció de manera imparable. La radio se consolidaba como medio de masas y los clubes de Buenos Aires ganaban seguidores por todo el país. Para finales de los años veinte se habían puesto en marcha las líneas de autobuses urbanos que facilitaron el traslado de los hinchas a los estadios. Las camionetas se popularizaron como medio de transporte barato y creció la asistencia a los partidos.
La legalización del profesionalismo había traído también la aparición del futbolista como una nueva profesión. El “blanqueo” de los sueldos posibilitó que los jugadores se dedicaran exclusivamente al deporte y ser futbolista se convirtió para muchos niños en un sueño que quedó reflejado en el más futbolero de los tangos, El sueño del pibe:
Golpearon la puerta de la humilde casa,
la voz del cartero muy clara se oyó
y el pibe corriendo con todas sus ansias
al perrito blanco sin querer pisó.
“¡Mamita, mamita!” se acercó gritando;
la madre extrañada dejó el piletón
y el pibe le dijo riendo y llorando:
“El club me ha mandado hoy la citación”
“Mamita querida, ganaré dinero.
Seré un Baldonedo, un Martino, un Boyé.
Dicen los muchachos de Oeste Argentino
que tengo más tiro que el gran Bernabé.
Vas a ver qué lindo cuando allá en la cancha
mis goles aplaudan, seré un triunfador.
Jugaré en la Quinta, después en Primera,
yo sé que me espera la consagración”.
Dormía el muchacho y tuvo esa noche
el sueño más lindo que pudo tener;
el estadio lleno, glorioso domingo
por fin en Primera lo iban a ver.
Faltando un minuto están cero a cero;
tomó la pelota, sereno en su acción,
gambeteando a todos se enfrentó al arquero
y con fuerte tiro quebró el marcador.
Pero el profesionalismo sirvió también para aumentar la brecha entre los equipos grandes y los pequeños, que se veían incapaces de retener a sus mejores jugadores. Gimnasia de La Plata había logrado el título en 1929, pero Boca Juniors se llevó a su estrella “Pancho” Varallo. Racing fichó a Bottaso, portero de la selección y de Argentino de Quilmes. Independiente se llevó a los uruguayos Porta, Ferrou y Corazzo. Y fue River Plate quién hizo saltar la banca al pagar 10.000 pesos por el delantero internacional de Sportivo Buenos Aires, Carlos Peucelle.
Después de que los clubes gastaran fortunas, el primer título del profesionalismo fue para Boca, por lo que River decidió redoblar la apuesta. Tigre había terminado el torneo en 16ª posición, pero en sus filas había destacado un poderoso delantero. Venía del interior del país y se llamaba Bernabé Ferreyra. Chutaba tan fuerte que no tardaron en llamarle “El mortero de Rufino”. River pagó 35.000 pesos por el jugador y confirmó el sobrenombre que se ganó un año antes y que, con el tiempo, se ha convertido en una de sus señas de identidad: “los Millonarios”.
El impacto de Bernabé Ferreyra en el club de la banda fue inmediato. En su primer partido marcó dos goles, dos más en el segundo, otro en el tercero, de nuevo dos en el cuarto… La expectación por ver a Bernabé aumentaba al mismo ritmo que crecían las recaudaciones en taquilla. El fenómeno llegó a tal punto que el diario Crítica ofreció una medalla de oro al portero que lograra dejar a cero a Bernabé. Hubo que esperar 16 partidos para que se lograra la hazaña. River Plate se llevó el campeonato y Ferreyra finalizó con 43 goles, 19 más que Lamanna y Varallo. La fama de Ferreyra se multiplicó por todo el país, que veía en él al humilde trabajador del Interior que triunfaba en la capital. La radio y la prensa narraban los goles del “Mortero de Rufino” y los aficionados se encargaban de adornarlos en las tertulias de los cafés.
POLÍTICA FUTBOLERA
Los gobernantes argentinos veían con muy buenos ojos el desarrollo del campeonato de fútbol y la creciente afición que mostraba la población. Eran conscientes de que el desempleo y la pobreza eran un caldo de cultivo perfecto para las revueltas sociales y la distracción de la pelota podría servir para sobrellevar las dificultades económicas. En 1932 asumió la presidencia de la nación Agustín P. Justo, poco aficionado al deporte pero que supo ver los beneficios que podía obtener de él. No era extraño verlo en los acontecimientos deportivos más trascendentes dejándose fotografiar junto a las estrellas más importantes. Al mismo tiempo quiso tener controlada la AFA y se aseguró de contar con gente de su confianza en los cargos de mayor importancia. Tres años después de que Justo asumiera como presidente, su yerno, Eduardo Sánchez Terrero, fue nombrado presidente de la AFA.
La asistencia a los estadios era creciente y estos se veían desbordados ante la enorme demanda de entradas. Unos recintos con mayor capacidad permitirían aumentar los ingresos, pero los clubes no tenían el capital necesario para semejante obra. La intermediación de Sánchez Terrero como presidende de la AFA resultó fundamental para que el gobierno aprobara un decreto que otorgaba créditos públicos a los clubes de fútbol para la construcción de grandes estadios, aunque las exigencias para acceder a estos créditos hacían que, en la práctica, los únicos clubes que pudieran obtenerlos fueran River Plate y Boca Juniors. Se establecían así las bases para que en 1938 se inaugurara el estadio Monumental y en 1940 la Bombonera. Debió ser por esto que los dos clubes con mayor rivalidad del país se pusieran por una vez de acuerdo y nombraron al presidente Agustín P. Justo como socio honorifico.
CINCO GRANDES
La gestión de Sánchez Terrero favoreció a Boca y River, pero la diferencia económica entre los clubes quedó institucionalizada cuando la AFA aprobó la norma de voto proporcional. Este cambió distribuía los votos en el Consejo en función del capital y el número de socios de cada club. En la práctica implicaba que San Lorenzo, Boca, River, Racing e Independiente contarían con 3 votos cada uno, frente a 1 cada uno de los demás clubes. De esta forma cinco clubes se aseguraron el control de la AFA y se inició un periodo en el que las decisiones acerca de la organización del fútbol pasaron a tomarse en los restaurantes más selectos de Buenos Aires. La brecha entre los clubes grandes y los chicos se iba ampliando y a estos se les dificultaba cada vez más lograr un campeonato.
A mediados de los años treinta Ferrocarril Oeste logró armar una gran delantera con Maril, Borgnia, Sarlanga, Gandulla y Emeal. Eran jóvenes, jugaban con descaro y podían haber llevado a Ferro a ser campeones, pero todos acabaron en alguno de los clubes grandes. Un año después de vender a sus estrellas Ferro cayó hasta el puesto 12º y no volvió a inquietar a los más poderosos.
La norma del voto proporcional se mantuvo en la AFA hasta 1949, pero el dominio de los cinco grandes se prolongó mucho más tiempo. Gimnasia de la Plata había sido en 1929, todavía en el amauterismo, el último campeón de los equipos chicos. Después de aquel título los cinco grandes se repartieron todos los campeonatos de Primera División durante 38 años.