PRORROGA Y PENALES
El final de la temporada 2015 en Argentina estaba llamado a ser convulso. Dos equipos argentinos tenían aún posibilidades de ganar un título y en otras dos elecciones se iba a decidir quién ocuparía en los próximos años los despachos más influyentes del fútbol del país.
Huracán se quedó a las puertas del sueño de su primer título continental, después de eliminar de la Copa Sudamericana a Sport Recife, Defensor Sporting y River Plate. Un equipo que conseguía su último ascenso a Primera División en diciembre del 2014, se plantaba un año más tarde en la final de un torneo continental y sólo los penaltis lo apartaron de derrotar a Independiente Santa Fe.
Unos días más tarde los focos se concentraron en Japón, donde River soñaba con arrebatar al Barcelona el Mundial de Clubes. El torneo heredero de la Intercontinental se convirtió una vez más en espejo del presente del fútbol argentino. Igual que hicieron antes los hinchas de Boca en Yokohama, los de Estudiantes en Abu Dhabi y los de San Lorenzo en Marrakech, miles de seguidores “Millonarios” coparon las calles de Tokyo, donde el desenfreno de los hinchas argentinos contrastaba con la contención y la mesura de los locales. En el campo la realidad fue muy diferente y River no tuvo ninguna opción frente a uno de los equipos más espectaculares de la historia del fútbol.
Las leyes del mercado han hecho aumentar la brecha entre las principales ligas europeas y la argentina. El crecimiento de la Champions League ha creado además una élite dentro del viejo continente y cada vez se hace más difícil que un equipo argentino pueda proclamarse campeón del mundo. Esa diferencia deportiva contrasta con la inquebrantable pasión que demuestran sus hinchas, muchos de ellos endeudándose por años para poder seguir a su equipo a cualquier rincón del mundo, frente a la pasividad con que los europeos siguen el Mundialito de clubes. Parece que el espectáculo deportivo se traslada cada vez más hacia los principales clubes de la Champions, al tiempo que los argentinos lucen con orgullo la pasión de sus hinchas, la misma que parecen estar perdiendo esos clubes europeos. Mientras en el Nou Camp, el Bernabeu o el Ettihad Stadium el espectáculo se asemeja cada vez más a una ópera, en las canchas argentinas la caldera sigue ardiendo, pero el puchero cada vez tiene menos condimentos.
También en diciembre de 2015 los argentinos eligieron a Mauricio Macri como presidente de la nación. El antiguo presidente de Boca Juniors acaparó votos prometiendo una ruptura con los anteriores doce años de kirchnerismo y encabezará un gobierno en el que el fútbol jugará un papel decisivo. Cristina Fernández elevó la pelota a la categoría de derecho al invertir ingresos del estado para retransmitir en abierto los partidos de fútbol argentino. Macri, por el contrario, siempre se ha manifestado contrario a ese programa, a lo que se suma que aquellos que salieron perjudicados con la puesta en marcha de “fútbol para todos” han sido los mismos que han apoyado su candidatura a la presidencia. Con estas premisas, no cabe duda de que los derechos de retransmisión del fútbol volverán a manos de quienes habían estado hasta que el gobierno de Cristina decidió intervenir.
En diciembre del 2015 debía elegirse también al nuevo presidente de la AFA. Grondona murió pocos días después de la conclusión del Mundial de Brasil tras 25 años de mandato. Durante todo este tiempo el fútbol argentino multiplicó las cifras de un negocio millonario, al tiempo que ahondaba en sus peores males. El torneo local está cada vez más lejos de Europa, pero también de otros más cercanos como Brasil o México, las deudas siguen lastrando el día a día de los clubes y la violencia no ha dejado de crecer. En todo este tiempo Grondona siguió al frente de su pequeña ferretería en Sarandí, mientras invertía en diferentes negocios y su fortuna crecía de forma imparable.
La asamblea que debía elegir al sucesor de Don Julio se desarrolló a finales de 2015, momento en que llegó el esperpento. Cuando los interventores terminaron el recuento de los votos, observaron que había uno más que el número de apoderados. Y se hizo el caos. Las dos candidaturas trataron de sacar ventaja de la situación o, en el peor de los casos, de no salir perjudicados y la dietrología volvió a copar las noticias. ¿Quién estaba detrás de lo ocurrido? ¿A quién beneficiaba la situación? Con la amenaza de la intervención del gobierno en el aire, la AFA decidió retrasar la fecha para elegir al sucesor de Grondona a verano de 2016. Para entonces se cumplirían ya dos años de la muerte de Don Julio.
Cuando se acercaba el día de la nueva elección, apenas unas semanas antes de la fecha estipulada, el gobierno de Macri decidió inhabilitar a la dirección de la AFA y crear una comisión que determinara la forma de elegir al nuevo máximo mandatario del fútbol argentino. De momento la comisión no ha sido capaz de encontrar una solución para saber quién dirigirá la entidad, pero ya determinó que el “Patón” Bauza sucedería a Martino al frente de la selección. El argumento del gobierno para intervenir en el conflicto de la AFA se basaba en la falta de confianza en los dirigentes para poner orden y elegir un legítimo sucesor. Otros muchos piensan que, en el fondo, esta decisión esconde un interés de Macri por controlar el fútbol de cerca y lograr un objetivo aun más ambicioso. Siendo presidente de Boca ya intentó aprobar la privatización de los clubes, pero su margen de maniobra era limítado y se encontró con importantes opositores. Ahora, como presidente de la nación, tiene mayor poder, pero para alcanzar su objetivo es fundamental el apoyo de la AFA.
En el horizonte del fútbol argentino aparece un panorama con importantes problemas por resolver. La deuda inagotable de los clubes, la marcha cada vez más precoz de sus mejores jugadores o la amenaza permanente de la violencia son cuestiones que seguirán estando presentes en los próximos años. Quienes defienden la privatización de los clubes ponen el ejemplo de España y la ley que permitió la creación de Sociedades Anónimas Deportivas, obviando que no sirvió para corregir las enormes deudas de los equipos, sino que, muy al contrario, estas aumentaron exponencialmente desde su aplicación.
El fútbol argentino se encuentra completamente integrado en la red global que es el negocio de la pelota y esa es una realidad que no va a hacer más que aumentar en los próximos años. Cada pocos meses el mercado de jugadores genera cantidades de dinero suficientes para sanear las cuentas de cualquier entidad, sin embargo estos movimientos se convierten en operaciones de ingeniería financiera que terminan con el dinero lejos del país y los clubes cada vez más empobrecidos; llegando en algunos casos a extremos insospechados. Cuando en 2012 un jovencísimo Paulo Dybala marcó un hat-trick para Instituto de Córdoba, quiso llevarse el balón a su casa, pero uno de los empleados de Sportivo Desamparados le pidió que lo devolviera porque lo necesitaban.
Los partidarios de la privatización de los clubes defienden que no se puede obviar que el fútbol forma parte de un gran negocio y que debe regirse por las mismas reglas del mercado, sin embargo el desarrollo de este deporte como negocio no ha hecho más que acrecentar sus problemas. Para hacer frente a los retos que debe afrontar en los próximos años, la AFA debe empezar por cuidar a los clubes de fútbol y la solución no puede pasar por imitar un modelo que ya ha fracasado en España y en muchos países de Europa.
Hace tiempo, el periodista Dante Panzeri escribió que lo que el fútbol argentino necesitaba era “dirigentes, decencia y wines”. En espera de que la evolución de la táctica devuelva a la actualidad a los wines, no hay duda de que la necesidad de dirigentes y decencia sigue siendo urgente. Las enormes cantidades de dinero que genera este deporte deben servir para reforzar las infraestructuras de las instituciones que lo sustentan, no pueden terminar en manos ajenas que únicamente buscan sacar provecho del negocio. No se puede olvidar que el fútbol forma parte de las señas de identidad de muchos de los argentinos y que esa identidad hunde sus raíces en los colores de un club, en su historia y en las calles de su barrio. Hasta ahora la afición argentina ha demostrado un respaldo a sus equipos a prueba de corrupción, quiebras o violencia, pero, para que el fútbol crezca en el país por el camino correcto, hay que empezar por cuidarlo. El fútbol argentino es grande porque los argentinos lo aman con locura y ese es un legado con el que conviene no jugar. Como dijo Maradona el día de su despedida, “Ojalá que no termine nunca este amor que siento por el fútbol y que no termine nunca esta fiesta[…]Yo me equivoqué y pagué, pero… ¡la pelota no se mancha!”