Suelen decir que la importancia de un elemento en una cultura se puede medir por la cantidad de palabras que existen para denominarlo. Es conocido que en euskera o gallego hay una infinidad de términos para definir la lluvia. En Finlandia ocurre lo mismo con la nieve. En Argentina, cada equipo de fútbol, cada jugador, cada estadio, tiene por lo menos un mote y, en ocasiones, más de uno. Podemos decir que en la tercera jornada del campeonato Estudiantes venció en el clásico de La Plata a Gimnasia en el estadio Juán Carmelo Zerillo, o decir que el “Pincha” ganó el clásico de la ciudad de las diagonales al “Lobo” en la cancha del bosque. Los motes son una de las señas de identidad del fútbol argentino. Todos conocemos la Bombonera o el Monumental, sin embargo sus nombres oficiales son Alberto José Armando y Antonio Vespucio Liberti. Y es que en ocasiones el apodo ha llegado a ser más conocido que el propio nombre.
En realidad en Argentina los motes no son una exclusiva del fútbol. En cualquierconversación cotidiana se habla del “Pelado”, el “Flaco” o el “Loco”. Los apodos son tan viejos como el país y, como este, también han vivido una evolución. Hace décadas al futbolista Bernabé Ferreyra se le llamaba “El mortero de Rufino”, al club San Lorenzo “El ciclón de Boedo” y a Di Stefano “La saeta rubia”. Con el tiempo las retransmisiones deportivas se fueron haciendo más frenéticas y no había tiempo para motes tan largos. Aparecieron así el “Mariscal” Perfumo, el “Matador” Kempes o el “Narigón” Bilardo. Hoy en día parece que los tiempos se han reducido aun más y hablamos del “Pipi”, el “Pichi” o el “Melli”. Incluso la hinchada de Boca reduce el nombre de su equipo a un simple “Bo”.
Muchas veces son los propios hinchas de un club los que inventan estos motes. En ese caso son consecuencia de la pasión y del amor desmedido y se tiende a la exageración. A la cancha de Colón de Santa Fe hace tiempo que se le conoce como “El cementerio de los elefantes”. No importa que su equipo no haya ganado nunca la liga argentina, una vez ganaron al Santos de Pelé y eso es razón suficiente para un nombre tan contundente.
El problema viene cuando es el rival quien pone el mote. Entonces suele ser cruel y no pasa por alto un traspié. En una final de la Copa Libertadores River perdió frente a Peñarol tras ir ganando por 2-0 y desde entonces sus rivales empezaron a llamarles “gallinas”. En el barrio de Nuñez, por el contrario, decían que la Boca olía al excremento de los caballos que había en el barrio y empezaron a llamar “Bosteros” a sus hinchas. Cuando uno de estos apodos se generaliza entre los equipos rivales, la batalla está perdida, no hay más remedio que adoptarlo, darle la vuelta y gritarlo con orgullo. Así hicieron River y Boca y hoy en día “Gallinas” y “Bosteros” forman parte de su identidad tanto como los clásicos motes “Millonarios” y “Xeneizes”. Es la solución más inteligente a una costumbre que no hay más remedio que aceptar. Si eres futbolista argentino, tarde o temprano acabarás teniendo un apodo. Sólo si llegas a ser tan importante que nadie pueda confundirte lograrás que se te conozca por tu nombre. Porque en Argentina, hables con quien hables, todo el mundo sabe a quién te refieres cuando dices “el Diego”.
NUEVAS IDENTIDADES
El de los apodos es uno de los rasgos representativos del fútbol argentino, incluso hay que remontarse a sus orígenes para conocer el significado de alguno de ellos. Ya en los principios se discutía mucho sobre fútbol en los bares y cafés y se hizo necesario inventar nuevos términos para distinguir a los jugadores, los equipos o los estadios.
Eran años en los que Argentina seguía su desarrollo basado en la exportación de productos agrícolas y el puerto de Buenos Aires era el centro de toda la actividad económica del país. Desde allí salían todos los productos en dirección a las metrópolis europeas y al mismo tiempo recibía a cantidades ingentes de emigrantes que dejaban el viejo continente buscando una vida mejor en América. Argentina crecía a un ritmo imparable y para muchos europeos representaba la esperanza de un futuro que se les negaba en su tierra. La ciudad de Buenos Aires crecía cada día con las oleadas de inmigrantes.
Al norte, los barrios más pudientes, Recoleta o Palermo, crecían imitando el modelo arquitectónico de París, mientras en el centro y sur de la ciudad las clases populares se hacinaban en los conventillos. En estos característicos edificios las familias alquilaban una habitación en la que dormían padre, madre e hijos y compartían cocina y baño con el resto de vecinos. En el centro del edificio, el patio de los conventillos servía para jugar al fútbol durante horas.
En el momento en que el país empezaba a sentar las bases de su cultura, al mismo tiempo que en los prostíbulos surgía el tango, los argentinos empezaron a sentir pasión por el fútbol. Los ingleses habían traído también el rugby, el tenis o el cricket, pero fue el deporte de Watson Hutton el que se popularizó entre los argentinos. Sólo hacía falta algo que se pareciera a una pelota para que se organizara un partido y además las reglas eran muy sencillas. El rugby, el tenis o el cricket, por el contrario, exigían disponer de un material que no estaba al alcance de muchos en aquellos tiempos y las reglas eran muchos más complicadas.
PRIMEROS CLUBES
En la primera década del siglo XX el éxito del Alumni empezó a congregar a grandes cantidades de espectadores a los partidos de fútbol. Su juego causaba admiración entre la población y sirvió de inspiración para que muchos porteños fundaran sus propios clubes a imagen de los aristocráticos conjuntos de la colonia británica. Generalmente era una reunión en un bar, una casa o un comercio la que terminaba con la idea de formar un equipo de fútbol. Elegían un nombre, se hacían con unas camisetas y estaban listos para enfrentarse a cualquier rival. Así surgieron más de 300 clubes en Buenos Aires en pocos años. Muchos de ellos no pasaron de disputar uno o dos partidos, algunos existieron durante alguna temporada, pero otros consiguieron consolidarse y se encuentran entre los clubes que han marcado la historia del fútbol argentino.
Estos nuevos clubes no estaban afiliados a la AFA de los Alumni, Belgrano Athletic o Lomas, pero aprovechaban el espacio que dedicaba el diario La Argentina para lanzar un desafío y esperar la respuesta de algún otro equipo. Las únicas condiciones que ponía el diario eran que el club tuviera un nombre, una dirección y un sello. Mínimas exigencias que obligaron a que los equipos contaran con cierta organización.
Uno de los momentos más importantes al crear un club era la decisión del nombre, que en ocasiones se convertía en una verdadera declaración de principios. Algunos nacieron por la discriminación de los clubes ingleses, que cerraban las puertas a los que no pertenecieran a su comunidad y quisieron remarcar esa diferencia. Así varios jugadores rechazados por el muy británico Quilmes Athletic Club decidieron fundar en 1899 el Club Atlético Argentino de Quilmes.
Las referencias a la nueva patria fueron el ejemplo que siguieron varios clubes: Argentinos Juniors, Argentinos de Banfield o Argentinos de Temperley. Con la misma intención patriótica otros quisieron homenajear a los héroes o las fechas nacionales: Belgrano, San Martín, 9 de Julio… Pero la influencia británica seguía siendo fuerte y también aparecieron nombres como: Newell`s Old Boys, River Plate, Racing… Los términos juniors o athletic también buscaban darle al equipo el respeto con el que contaban los cuadros ingleses. En otros casos se hacía más presente el sentimiento de identidad con el barrio: Boca Juniors, Chacarita Juniors… Algunos incluso se autoproclamaban Defensores de Belgrano o Defensores de Villa Crespo. Otros eran mucho más ambiciosos y quisieron llamarle a su equipo Verde esperanza y nunca pierde. El problema surgió cuando vieron que un nombre tan largo no entraba en el sello y debieron cambiarlo por Huracán.
Las creencias políticas sirvieron en otras ocasiones para dar origen al equipo. Igual que en Europa se extendía el anarquismo y el socialismo, estas ideas llegaban también a la Argentina de la mano de los numerosos obreros que arribaban al puerto de Buenos Aires. A pesar de que el diario anarquista La Protesta sintetizaba sus ideas en el lema «misa y pelota: la peor droga para los pueblos” y hablaba de la “perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de un objeto redondo[3], lo cierto es que la afición por el fútbol también prendió entre los trabajadores más comprometidos. El club Argentinos Juniors nació con el nombre de Mártires de Chicago, en honor a los obreros muertos un primero de mayo en la ciudad estadounidense. Colegiales se fundó como Club Atlético Libertarios Unidos. El Porvenir y Chacarita Juniors, por su parte, se crearon en un centro socialista y una librería anarquista respectivamente.
También la iglesia católica tuvo su influencia en la creación de clubes de fútbol. Es el caso de San Lorenzo de Almagro, al que sus fundadores decidieron ponerle el nombre en homenaje al padre Lorenzo Massa, un sacerdote del barrio que contribuyó a consolidar el equipo en sus primeros años. Massa se encargó de conseguir las primeras camisetas azulgranas y aprovechó su influencia cuando fue necesario. En ocasiones para interceder ante la policía por algún cristal roto, pero también para conseguir que les cedieran los terrenos de la Avenida de La Plata donde se construyó el histórico estadio Gasómetro.
FÚTBOL INGLÉS VS. FÚTBOL CRIOLLO
Algunos de los cientos de clubes de fútbol que se crearon en aquellos años lograron una estabilidad y mejoraron su organización. Se habían creado infinidad de ligas independientes, pero llegó el momento de inscribirse en la AFA y enfrentarse a los clubes de la comunidad británica. Al mismo tiempo la influencia criolla iba ganando peso sobre la británica dentro de la asociación de fútbol y ya en 1906 se aprobó que el castellano sustituyera al inglés como idioma oficial durante las reuniones. Ese mismo año ascendió a Primera División el Club Argentino de Quilmes, en 1909 debutó River Plate y Racing lo haría en 1911.
La llegada de estos nuevos clubes a la Primera División tuvo un impacto que trascendió el ámbito futbolístico y se adentró en el campo de lo social. Hasta entoncesel fútbol se había caracterizado por el ambiente aristocrático. Los partidos se disputaban en los lujosos clubes de Buenos Aires y acudía la alta sociedad de la ciudad. Elrespeto por el fair play era el valor último del juego, por encima incluso de la victoria. Pero con la eclosión de los nuevos clubes formados por jugadores de las clases populares, el ambiente del fútbol empezó a cambiar. Los nuevos equipos estaban formados por jóvenes que habían hecho del potrero, del fútbol de la calle su escuela. La disciplina quedaba relegada y el juego en equipo de los británicos era sustituido por las habilidades individuales. La gambeta, alma del fútbol de potrero, empezaba a apropiarse de los campos argentinos. La picaresca se admitía como arma útil y justificada, la victoria se imponía como fin último y el fair play quedaba relegado a un segundo plano.
Para la aristocracia porteña este nuevo fútbol significaba una degeneración del noble deporte. Al mismo tiempo se empezaban a escuchar rumores de que algunos futbolistas habían cobrado por jugar, chocando con la visión más clásica del deporte como elemento únicamente educativo y de ocio. La preocupación llegaba también hasta la AFA, que llegó a publicar una declaración en la prensa: «se recomienda a los jugadores aclamar a sus contrarios y al árbitro antes de comenzar y después de finalizar el partido, resulten o no vencedores, debiendo el capitán lanzar el primer ¡hurrah! ritual» [4].
Pero ya no había vuelta atrás. La distinción que había caracterizado hasta entonces al fútbol se estaba perdiendo y la aristocracia no estaba dispuesta a mezclarse con el “populacho” en ningún partido. En pocos años los elitistas clubes de Buenos Aires fueron desapareciendo de las competiciones oficiales. Se dedicaron a la práctica de deportes más exclusivos como el rugby o el tenis y el fútbol se consolidó como el deporte de las clases populares. Con el paso del tiempo, desde la prensa se quiso ver en este nuevo fútbol arrabalero un estilo nacional en oposición al fútbol de estilo más británico. Nacía así el término “La Nuestra”, con el que se pretendía representar la identidad del fútbol argentino. “La Nuestra” era, por supuesto, la pelota, pero también era la gambeta, la pausa, el gusto por el fútbol lírico y alegre. Fue, quizás, el escritor Ernesto Sábato quien mejor definió este concepto en su novela Sobre héroes y tumbas al contar una anécdota entre los jugadores de Independiente Manuel “La Chancha” Seoane y Alberto Lalín: «Una tarde, al intervalo, la Chancha le decía a Lalín: crúzamela, viejo, que entro y hago gol. Empieza el segundo jastáin, Lalín se la cruza, en efeto, y el negro la agarra, entra y hace gol, tal como se lo había dicho. Volvió Seoane con lo brazo abierto, corriendo hacia Lalín, gritándole: viste. Lalín, viste, y Lalín contestó si pero yo no me divierto. Ahí tené, si se quiere, todo el problema del fóbal criollo»[5].
Sin embargo esta consideración de “La Nuestra” escondía también una importante carga nacionalista y dejaba de lado la gran influencia que el estilo británico había tenido en el fútbol criollo. No en vano durante años los pequeños clubes de Buenos Aires trataron de imitar el juego de los ingleses y su referencia no era otra que los hermanos Brown y el resto de figuras de los clubes británicos. Pero la joven nación argentina necesitaba dar forma a sus identidades colectivas y la cultura popular sirvió como elemento integrador. El mate, el tango o el asado se erigían, junto al fútbol, en símbolos identitarios del país. El estilo criollo, “La Nuestra”, adquirió así carácter de estilo nacional, en contraposición al estilo de influencia británica.
El adiós simbólico de los tradicionales clubes ingleses se puede situar en el año 1916, cuando se celebraba el centenario de la independencia y se organizó un torneo internacional de fútbol. Argentina, Uruguay, Brasil y Chile se enfrentaron en el campo del GEBA (Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires). Para el partido definitivo la multitud que se concentró en el estadio sobrepasaba la capacidad de las instalaciones del club y, ante la negativa de las autoridades a permitir el acceso a aquellos que no tuvieran entrada, se iniciaron los incidentes que finalizaron con la quema de la grada de madera del GEBA. El partido se suspendió a los cinco minutos de juego >y debió continuarse al día siguiente en la cancha de Racing. El GEBA, por su parte, tomó la decisión de no volver a ofrecer sus instalaciones para la disputa de un partido internacional y al año siguiente abandonó definitivamente la AFA.
PASO DEL TESTIGO
Antes de que el GEBA abandonara las competiciones de la AFA, en la Primera División ya se había producido el relevo del fútbol inglés al criollo. El Club Alumni había dejado de competir en 1911 con el título de liga bajo el brazo. En los siguientes diez años Racing de Avellaneda ganó ocho títulos de liga, cuatro de ellos sin perder un solo partido. Fue el primer gran equipo del fútbol criollo. Los apellidos anglosajones desaparecieron de las alineaciones y aparecían los Perinetti, Olazar, Reyes, Muttoni, Ohaco, Marcovecchio…
Igual que había ocurrido con Alumni, los aficionados al fútbol acudían en masa a ver los partidos de Racing y sus seguidores crecían al mismo ritmo que sus títulos. Practicaban un juego alegre, con todas las características del fútbol criollo, y se convirtió en el modelo a seguir por el resto de clubes. Ante tanta brillantez, al equipo se le empezó a conocer como la “Academia”, el apodo que conserva hoy en día.
El ascenso de Racing fue el reflejo del relevo que se estaba produciendo en el fútbol argentino. Los ingleses se habían llevado el trigo, la lana… y a cambio dejaron el fútbol. Con los nuevos clubes apareció “la nuestra”, el pase corto, la pausa y la gambeta y el fútbol argentino entró en una nueva era.