En Argentina existe una fe, una creencia futbolística que se llama “bilardismo”. Otros la llaman exitismo, aunque no está demostrado que profesar esta fe sea un camino directo al éxito; es lo que tienen los dogmas. El templo de esta fe es el club Estudiantes de La Plata, el lugar donde el maestro Zubeldía y su discípulo Bilardo escribieron las páginas más brillantes de este credo. El problema es que unos meses atrás los mandamases de Estudiantes decidieron poner la dirección del equipo en manos de uno de esos soñadores que creen que ganar no es lo único importante, un discípulo de Guardiola, un “menottista”, un infiel.

El reto es mayúsculo para Gabi Milito. Lograr que el “Pincharrata” vuelva a ganar, pero con un fútbol de toque, que busque el gol sin miedo y pueda además entretener a su afición. Algo así como tratar de bautizar a toda una mezquita o hacer vegetarianos a los clientes de un asador. Los hinchas de Estudiantes no esperan que su equipo dé espectáculo, esperan que vuelva a salir campeón, como lo fueron con Zubeldía, con Bilardo y con las últimas carreras de su gran ídolo, la “Bruja” Verón.

Fue precisamente Verón, ahora presidente del club, quien avaló el fichaje de Milito, pero una pancarta en el Estadio Único de La Plata dejó bien claro, desde el primer día, el sentir de la afición: “Bilardo es Estudiantes”. De momento la ascendencia que tiene la “Bruja” sobre la hinchada sostiene al entrenador, pero Milito sabe que está en el templo del exitismo y que aquí no van a aplaudir una triangulación perfecta o un gol después de 25 pases, aquí lo único que vale es ganar.

La rivalidad entre “menottistas” y “bilardistas” no es otra cosa que el debate universal entre el jogo bonito y el catenaccio, entre darle importancia a cómo se juega o ganar a cualquier precio. Pero, en Argentina, este debate adquirió carácter de conflicto nacional.

Durante décadas el fútbol argentino se había desarrollado a imagen y semejanza de “La Nuestra”, hasta que este estilo quedó enterrado tras la debacle de Suecia. Se impuso un nuevo fútbol en el que la victoria era la única bara de medir y que encontró en Estudiantes a su mejor representante. Con el ascenso de Menotti, primero en Huracán y más tarde en la selección, ambos estilos dividieron al fútbol argentino en un conflicto que se intensificó a raíz de que fuera Bilardo quien sustituyera al “Flaco” al frente de la selección. En ese momento, entrenadores, periodistas y aficionados se posicionaron por uno u otro bando, en un debate en el que no había espacio para los no alineados. Tal vez Grondona no fuera del todo consciente de las implicaciones culturales que iba a tener la contratación de Bilardo como seleccionador, sin embargo abrió una brecha en el fútbol argentino que se ha mantenido hasta el día de hoy y que empezó tras el fracaso del Mundial de España y el posterior triunfo en México.


CAMINO A ESPAÑA

La selección argentina llegó al Mundial 82 como una de las grandes favoritas para llevarse la copa. No sólo defendía título, también contaba con una plantilla probablemente más completa que la de 1978. Mantenía la base de cuatro años atrás, con Fillol en la portería, Tarantini, Passarella, Galván y Olguin en defensa, Gallego y Ardiles por el centro, Bertoni y Kempes arriba. Pero, además, incorporaba al equipo a jóvenes como Valdano, Ramón Díaz y un chico de 21 años que acababa de ser fichado por el Barcelona, Diego Armando Maradona.

El “Pelusa” era ya una figura planetaria que llegaba al torneo tras haber sido campeón del mundo juvenil en 1979. Un campeonato que sirvió para revivir en el país parte del espíritu del 78 y en el que, como entonces, la Junta Militar quiso capitalizar el triunfo. Ganar pasó a ser una cuestión patriótica que demostraba el beneficio del trabajo hecho con orden y obediencia. De paso servía para dejar en un segundo plano la visita al país de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Mientras los miembros de la comisión trataban de aclarar las más de 5.000 denuncias recibidas, desde los medios se invitaba a la gente a salir a celebrar el título en el Mundial Juvenil y el presidente Videla recibía en la Casa Rosada a los campeones.


LA GUERRA

Tres años más tarde, la dictadura militar volvió a hacerse presente antes del Mundial de España. Para entonces era ya un gobierno muy debilitado, golpeado por un deterioro económico incontrolable y con una conflictividad social creciente. Sintiendo que se les escapaba el poder, los militares idearon una huida hacia adelante. Para ganarse el apoyo popular apelaron al espíritu patriótico y, dos meses antes de que comenzara la Copa del Mundo, invadieron las Islas Malvinas, un pequeño archipiélago bajo dominio británico situado a unos kilómetros de la costa argentina. Una vieja reivindicación nacional.

El gobierno mandó a jóvenes imberbes, sin apenas formación militar, a defender las islas frente al ejército británico. Argentina no tenía ninguna posibilidad de imponerse, pero desde los medios se insistía en que la victoria estaba cerca, al tiempo que se organizaban maratones televisivos para recaudar fondos y se animaba a la población a donar ayuda para enviar a los soldados.

Cuando los futbolistas de la selección argentina llegaron a España para disputar el Mundial y pudieron leer la prensa extranjera, tomaron conciencia de que la victoria en la guerra estaba lejos de ser una realidad. Muy al contrario, en aquellas islas perdidas, los jóvenes argentinos estaban siendo masacrados por el ejército inglés.

Aprovechando la cortina de humo del debut de la selección y con todos los medios centrados en la defensa del título mundial, la junta militar anunció el final del conflicto bélico y la inevitable derrota. Malvinas había sido un intento desesperado por ganarse el apoyo popular, pero la guerra selló el final de una dictadura que hacía aguas por todos los lados.


EL FÚTBOL

El equipo de Menotti despertó muchas expectativas en España. El “Flaco” seguía dando libertad para que sus mejores jugadores desplegaran todas sus virtudes. Ramón Díaz, Valdano o Bertoni aseguraban las llegadas por las bandas, Ardiles organizaba desde el centro y Kempes y Maradona debían asegurar los goles. Era un equipo con múltiples recursos, sin embargo no llegó a alcanzar el nivel del 78.

Desde el primer partido Argentina fue a contrapié. Pasó la primera fase sin jugar mal, incluso con actuaciones brillantes como el 4-1 a Hungría, pero la derrota en el debut frente a Bélgica les condenó al segundo puesto de su grupo.

En la siguiente fase empezó enfrentándose a Italia, en un partido que será siempre recordado por el marcaje de Gentile a Maradona, en el que los “tanos” no tuvieron problema en sacrificar un defensa a cambio de que el mejor jugador argentino no participara del juego. Gentile siguió a Diego por todo el campo y le hizo sentir su presencia cada vez que tocaba el balón. Con Maradona inhabilitado, Argentina quedó desdibujada y a Italia le bastó con los goles de Tardelli y Cabrini para lograr la victoria. Al terminar el partido Gentile respondió a quienes criticaron su marcaje: “El fútbol no es para bailarinas”.

La derrota con Italia obligaba a la albiceleste a ganar frente al equipo más incomodo. Brasil no sólo era el rival histórico, además contaba con un centro del campo inolvidable. Toninho Cerezo, Socrates, Zico, Eder y Falcao impusieron su fútbol alegre y dejaron a Argentina fuera del Mundial. Sin necesidad de una marca personal, los brasileños sacaron a Maradona más de quicio que los italianos. El “Pelusa” había llegado a España con la intención de demostrar al mundo su verdadero nivel y verse superado por los brasileños era más duro que todas las entradas de Gentile. Impotente, Diego acabó dando una patada en el estómago a un jugador brasileño y puso fin a su primera participación en un Mundial saliendo por la puerta de atrás.

En esa patada quedó reflejada la frustración de un equipo del que se esperaba que peleara por el título y que siempre estuvo muy lejos de su objetivo. Una decepción que se llevó por delante también a Menotti. Ocho años después de haber sido elegido como seleccionador y tras haber hecho a Argentina campeona del mundo, Grondona decidió sustituirlo por el entrenador que representaba las antípodas futbolísticas del “Flaco”. El achique de espacios y la libertad de Menotti daban paso a la pizarra y el estudio exhaustivo de Bilardo.


CONTRA LOS ELEMENTOS

Poco después de asumir como nuevo seleccionador Bilardo viajó a Barcelona para reunirse con Diego. Cuando se encontraron Maradona estaba haciendo footing en la playa de Lloret de Mar. Bilardo le pidió ropa apropiada y se puso a correr con él. Luego le contó que quería que fuera su capitán. El “Narigón” sabía que aquella decisión no iba a sentar bien a quien había llevado el brazalete con Menotti, todo un carácter como Daniel Passarella, pero tenía claro que contaba con el mejor jugador del mundo. Quería que Diego se sintiera protagonista y darle la capitanía era la mejor forma de conseguirlo.

Con aquella decisión Bilardo puso la primera piedra de su proyecto, pero llegar a México no resultó nada fácil. Puede parecer extraño pero, aquella selección que tocó el cielo en el estadio Azteca, estuvo a pocos minutos de no clasificarse para el Mundial. En el partido decisivo, frente a Perú en el Monumental, Argentina perdía 1-2 en el minuto 80 y necesitaba el empate para clasificarse directamente al Mundial. Fue una entrada al área de Passarella, a diez minutos del final, rematada por Gareca, la que selló el billete de Argentina para México.

Se había logrado la clasificación, pero el juego del equipo no convencía y los ataques de la prensa eran constantes. La división entre “menottistas” y “bilardistas” se sentía especialmente en los medios y los opositores al seleccionador reclamaban incansablemente su destitución. Todavía a dos meses de empezar el Mundial la AFA recibió presiones desde el gobierno para que cesaran a Bilardo como seleccionador.


HAMBRE DE GLORIA

Argentina llegó a México rodeado de enormes críticas y habiendo despertado muchas dudas respecto a sus posibilidades. Maradona, por el contrario, tenía un objetivo claro. Sabía que en Europa todavía no había respondido a las expectativas y que había otros jugadores que brillaban más que él. Platini venía de ganar tres balones de oro consecutivos y la Copa de Europa con la Juventus. Zico y Socrates seguían liderando una selección brasileña que despertaba la admiración de todo el mundo. En Alemania estaban Rummenigge y un joven Matthäus. Pero Maradona quería demostrar que él estaba por encima de todos y que la única comparación que aceptaba era con Pelé.

Para lograr el objetivo Bilardo había ideado un plan de juego muy sencillo. Estaba convencido de que contaba con el mejor jugador del mundo y de que todo el juego de la selección debía pasar por él. A Maradona había que buscarlo, encontrarlo y dejar que él creara el juego de la albiceleste. No importaba si estaba marcado, Bilardo confiaba en que Diego sabría como desacerse del rival. El resto de jugadores entendió y aceptó desde el primer momento el liderazo de Diego y supieron ganarse su cuota de protagonismo cuando fue necesario. Ese fue uno de los factores fundamentales del éxito de aquel equipo.

Otro factor clave que debía gestionar Bilardo se lo solucionó un parasito, una giardia intestinalis, la infección que dejó fuera del Mundial a Passarella la víspera de debutar en México. Las tensiones entre el “Kaiser” y Maradona venían de lejos. Daniel había sido capitán con Menotti y Diego lo era con Bilardo, los dos eran caracteres muy fuertes y la tensión llegó casi a las manos durante la concentración previa. La plantilla al completo se reunió varias veces, la última ya en México. Se dijeron palabras duras, se lanzaron reproches, ataques de unos a otros… la división entre menottistas y bilardistas se hacía presente en los diferentes criterios sobre el juego del equipo, pero, al final, todos se sinceraron y aquellas reuniones sirvieron como catalizador para unir al grupo. Luego la enfermedad que sufrió Passarella y los buenos resultados acabaron por reducir la tensión y unir al grupo.

Con el “Kaiser” fuera de juego, Bilardo confío en un jugador que había estado a sus órdenes en Estudiantes, Jose Luis Brown. Junto a él colocó a dos stoppers, Ruggeri y Cuciuffo y a un lateral como Garré que garantizaban el orden defensivo. Batista y Giusti se encargarían de organizar el centro del campo y Burruchaga tendría una proyección más ofensiva. Arriba quedaban Valdano y Pasculli. Maradona disponía de absoluta libertad.


EL CIRCO DEL MUNDIAL

Conociendo la meticulosidad y obsesión por el detalle de Bilardo, no extraña que Argentina fuera la primera selección en llegar a México. El “Narigón” quería que el equipo se acostumbrara a la altitud y a la enorme contaminación de la capital azteza, que llegaba a provocar irritación en la garganta de los jugadores, pero también quería aislar al equipo de la presión de los medios. Habían recibido muchas críticas hasta llegar allí y cerraron filas frente a los enemigos externos.

Pero además de los problemas ambientales, los jugadores debieron soportar otros contratiempos. Las televisiones se habían convertido en el principal socio de la FIFA y los caprichos de la diferencia horaria obligaban a que los partidos se disputaran al mediodía, para que los europeos pudieran disfrutar cómodamente del espectáculo. El problema era que un mediodía de verano en México es muy caluroso y practicar deporte a esas temperaturas no es la actividad más recomendable.

Con Maradona y Valdano a la cabeza, varios jugadores protestaron por la imposición de unos horarios inhumanos, pero Havelange zanjó rápido la polémica: “Que jueguen y se callen la boca”[22]. No era fácil que un hombre proveniente del waterpolo, como Havelange, entendiera las dificultades de jugar al fútbol bajo un sol de justicia.


DESPEJANDO DUDAS

Argentina superó la primera fase con comodidad, venciendo a Corea del Sur y Bulgaria y empatando con Italia. El equipo jugaba bien, se mostraba sólido e iba convenciendo a los más escépticos. Desde las páginas de El Gráfico, el periodista Juvenal hablaba de “dinámica europea y chamuyo criollo”.

En octavos de final tocaba enfrentarse a Uruguay, el clásico del Rio de La Plata, un rival siempre duro que contaba con Francescoli, Da Silva o Alzamendi. Frente a los “Charrúas” Maradona controló el partido desde el principio, se marchó una y otra vez de su marca y generó permanentes situaciones de gol. Pero tuvo que ser un rechace, un balón perdido en el área uruguaya, el que permitió a Pasculli marcar el único gol del partido y dar la clasificación a Argentina.

En cuartos de final se iban a enfrentar nada menos que a Inglaterra, pero en el partido frente a Uruguay había surgido un pequeño problema que había que solucionar. Antes del Mundial, Bilardo se había reunido con representantes de Le Coq Sportif y les había pedido que fabricaran una camiseta lo más ligera posible para aguantar las altas temperaturas de México. La marca francesa diseñó un modelo con una tecnología nueva que utilizaron durante toda la primera fase. Frente a Uruguay, Bilardo se percató de que las camisetas suplentes no contaban con la misma tecnología y se volvían muy pesadas. Para enfrentarse a Inglaterra quería la misma tecnología con la que contaba la primera equipación, pero los representantes de la empresa les informaron de que no había tiempo para fabricarlas. Antes esta situación, Bilardo mandó a sus ayudantes a buscar 38 camisetas Le Coq Sportif azules por la Ciudad de México. En un tiempo record consiguieron las camisetas, aunque sin el número ni el escudo de la AFA. La víspera de disputar el partido más emblemático de la historia del fútbol argentino, las trabajadoras de la concentración de la selección se dedicaron a coser los escudos y planchar los números a las camisetas que habían comprado en una tienda de deportes de la Ciudad de México. Conseguido eso, ya estaban preparados para enfrentarse a Inglaterra.


22 DE JUNIO DE 1986, ESTADIO AZTECA

Las estadísticas de la FIFA dicen que había 114.500 personas en el Estadio Azteca el día que se enfrentaron Argentina e Inglaterra, pero, si sumamos a todas las que alguna vez han dicho que estuvieron allí, llenaríamos diez veces la cancha. El Argentina-Inglaterra de México 86 es probablemente el partido del que más se ha hablado, del que más se ha escrito en la historia de los mundiales.

La albiceleste afrontaba un partido cuya importancia trascendía lo futbolístico. La guerra de las Malvinas había generado entre los argentinos un odio especial hacia los ingleses y el espíritu de revancha se sentía en el ambiente. Mientras en Argentina algunos senadores peronistas reclamaban que la selección se retirase del torneo, en México los jugadores trataban inútilmente de restarle importancia al partido. Esta vez no se trataba de un ejército profesional altamente entrenado frente a un puñado de jóvenes que apenas sabían coger un fusil. Eran once contra once en una cancha de fútbol. Desde que sonaron los himnos se pudo apreciar en la forma en que Maradona miraba a los jugadores ingleses que no se trataba de un partido más. No podían perder, contra los ingleses no.

Para enfrentarse a Inglaterra Bilardo decidió variar su esquema de juego. La obligada baja por sanción de Garré dio entrada a Olarticoechea. Además Pasculli salía del once inicial y su lugar lo ocupó el “Negro” Enrique. Argentina saldría con una línea de cinco defensas en la que los laterales podían sumarse al ataque y se reforzaba el centro del campo con la entrada de Enrique. Arriba quedaban Maradona y Valdano. Podía parecer un planteamiento más defensivo, pero Argentina salió a por los ingleses desde el principio del partido. De hecho Bilardo mantuvo este esquema hasta el final de la competición y la defensa de cinco se convertiría en habitual en el fútbol de élite durante los años siguientes, en su legado al fútbol mundial.

La primera mitad se jugó en campo inglés. Los argentinos presionaban arriba y apenas dejaban maniobrar a su rival. En la segunda mitad Argentina encontró su premio. Primero Maradona estiró el brazo para superar a Shilton y abrir un debate que sigue generando polémica treinta años después. ¿La mano de Dios o la trampa del siglo? Desde aquel día los ingleses se ponen el disfraz de gentlemen, de honorables incorruptibles, cada vez que recuerdan aquel gol. Indignados por semejante afrenta al fair play, olvidan que también ellos ganaron un Mundial gracias a un balón que no entró. Los argentinos, por el contrario, no dudan en alardear de un gol que no debía haber subido al marcador, pero que consideran la sublimación de la viveza criolla.

Cuatro minutos más tarde llegó el éxtasis del fútbol, el momento que ha quedado grabado en el imaginario popular, el que cuando se discute si el fútbol es arte se convierte en el mejor argumento. Todos los argentinos recuerdan dónde estaban cuando Maradona recibió el pase de Enrique. Todos cuentan cómo lo vivieron, qué hicieron mientras Diego dejaba atrás a Beardsley, a Reid, a Butcher, a Fenwick y a Shilton; qué hicieron cuando Diego marcó el gol que lo catapultó al altar de los más grandes de la historia del fútbol. Después de aquel tanto ya no había dudas de que, a Maradona, sólo se le podía comparar con Pelé. Aquel gol fue tan importante que hasta hizo mundialmente conocido al periodista que mejor lo supo relatar, el inolvidable “barrilete cósmico” de Víctor Hugo Morales.

Argentina ganó a Inglaterra, vengó las Malvinas y llenó de gente las calles de Buenos Aires, Rosario, Córdoba y del pueblo más pequeño de Tierra del Fuego. Se les había ganado por ser mejores, pero también por ser más listos y eso hacia mayor la felicidad.


CAMPEONES SIN PEROS

Quedaban dos partidos más, pero a aquel equipo ya no había quien lo parara. Argentina, tras ganar a Inglaterra, se sentía invencible. En semifinales Bélgica aguantó el tipo 50 minutos. Hasta que Maradona recibió un pase de Burruchaga y picó sobre el portero Pfaff. Unos minutos más tarde dejó otro gol para el recuerdo y el pase a la final asegurado. Con el partido decidido, Bilardo se permitió un único alarde romántico, dando entrada al campo a Bochini. El jugador al que Maradona iba a ver de chico a la vieja Doble Visera debutaba a sus 32 años en un Mundial y los argentinos pudieron disfrutar del 10 de Independiente y el 10 de Argentina juntos en un campo de fútbol, aunque fuera durante unos breves minutos. Cuenta la leyenda que cuando Bochini saltó al campo, Diego se acercó y le dijo “adelante maestro, lo estábamos esperando”.

Argentina había despertado la admiración de todos, pero aquel equipo debía consagrarse ganando la Copa del Mundo, al fin y al cabo esa era la máxima del bilardismo. El último rival iba a ser la Alemania de Matthäus, Rummenigge, Voeller…

A los 23 minutos de la final llegó el primer gol de Argentina, uno de esos que llenan de orgullo a un obsesionado del balón parado como Bilardo. Burruchaga colgó el balón, Schumacher, que cuando no rompía clavículas era un portero discreto, falló en la salida y Brown marcó de cabeza para Argentina. El único gol del “Tata” en los 36 partidos que jugó con la albiceleste. En la segunda parte Valdano amplió la diferencia. Agarró el balón en su área, corrió, se la pasó a Maradona, este a Enrique, vuelta a Valdano y la cruzó ante la salida de Schumacher. Era el minuto 56 y Argentina ganaba por 2-0. Entonces llegó la respuesta alemana. En dos corners consecutivos, Rummenigge y Voeller empataban el partido. Todo el orgullo que Bilardo podía haber ganado con el gol de Brown se hundía con aquellos dos tantos. Todavía siendo campeones, el “Narigón” se lamentaba por haberse dejado empatar en un par de córners.

Los alemanes habían dejado tocada a Argentina, era el momento en que se iba a definir la final y, entonces, volvió a aparecer Maradona. Recibió en el centro del campo, rodeado de alemanes y metió un pase, para que Burruchaga corriera solo hacia la portería y marcara el 3- 2. Era el minuto 84 y, ahora sí, el marcador no se iba a mover más. Argentina volvía a ser campeona del mundo y esta vez sin militares, sin necesidad de justificarse. Como en el 78, el país entero salió a la calle a celebrarlo. Maradona no sólo se había consagrado como el mejor del mundo; a partir de México ya sólo se lo compararía con Pelé y, en Argentina, su figura se emparentaba con las de Gardel, Evita y el Che. Cuando a alguien le extrañe la pasión que Diego despierta en su país, cuando a alguien le extrañe la iglesia maradoniana, las vigilias a la puerta del hospital… debe pensar en el estadio Azteca, en los goles a los ingleses, en Malvinas, en el pase a Burruchaga, en la plaza de Mayo a reventar, en la alegría de todo un país aquel junio de 1986.

La pelota no se mancha
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