Y el 14 de mayo el fútbol argentino volvió a ser protagonista en todo el mundo. Un Boca-River es un escaparate de un valor incalculable para el país; medios de todo el mundo se habían acreditado para la vuelta de los octavos de final de la Libertadores. Pero las barras bravas volvieron a convertirse en protagonistas. El altavoz que supone un superclásico se convirtió, una vez más, en reflejo del lado más oscuro del fútbol local.
El ambiente de los días grandes se sentía en la Boca desde horas antes del pitido inicial. La euforia desatada o el fracaso acompañarían al vencedor y al derrotado sin lugar para términos medios, y ese miedo quedó reflejado en una pancarta que apareció en el fondo de la barra brava “Xeneize”: “Si nos cagan otra vez de la Boca no sale nadie”. El recibimiento a los jugadores fue impresionante, digno de la importancia del evento. En la primera parte River logró frenar bien los ataques “xeneizes” y hacía valer la ventaja lograda en el Monumental. Cuando iban a salir a jugar la segunda parte ocurrió lo inesperado.
Algunos jugadores de River se frotaban la cara. La confusión y la tensión aumentaban. Al parecer les habían lanzado algo desde la 12. Carlos Sánchez, centrocampista de River, decía que era gas pimienta. Los jugadores saltaron al césped, algunos con manchas naranjas en el cuello y la camiseta. Mientras se echaban agua a la cara incansablemente, decían no poder ver nada. No estaban en condiciones de continuar, pero nadie quería asumir la responsabilidad de suspender el partido. Herrera, árbitro debutante en un superclásico, decía que la decisión correspondía a la CONMEBOL. El vedor, representante de la confederación en el estadio, llamaba por teléfono a las oficinas de Paraguay. Una hora y media más tarde, finalmente, se anunció por megafonía la suspensión del partido. Los jugadores de River tardaron todavía una hora más en abandonar el campo, bajo una lluvia de objetos. Cuando en la cancha sólo quedaban los jugadores de Boca, saludaron a la 12 y abandonaron el terreno de juego. Se ponía fin a dos horas de absoluto bochorno internacional.
En los días posteriores, el análisis de lo ocurrido trasciende lo futbolístico. La eterna presencia de los barras bravas y sus relaciones con dirigentes, policías, jueces y políticos vuelven al primer plano. Se ha puesto de manifiesto ante una audiencia mundial el poder de la barra brava de dentro de un club. En un superclásico cualquier aficionado debe pasar más de cuatro controles de seguridad para acceder al estadio, pero la 12 no tuvo problemas para introducir en el estadio gas pimienta y un dron. Durante las dos horas y media que transcurrieron desde el incidente hasta que se retiraron los jugadores de River, ninguno de los 1.200 policías que había en la Bombonera se acercó al fondo de la 12.
Desde todos los estamentos se echan balones fuera y cada uno destaca la buena tarea realizada por su propio equipo. El Secretario de Seguridad de la Nación califica el operativo policial como un éxito y responsabiliza de lo ocurrido a Boca Juniors. Desde el club “Xeneize” no quieren oír hablar de barras bravas y responsabilizan de lo ocurrido a “unos descontrolados”. Mientras tanto, la CONMEBOL elimina a Boca de la Libertadores y le sanciona con cuatro partidos a puerta cerrada y una multa de 200.000 dólares. La AFA también sanciona a Boca con dos partidos a puerta cerrada en el torneo local.
Días más tarde se identifica al autor de los hechos. Hace días que no va a su lugar de trabajo y no por temor a ser detenido. Las sanciónes de la CONMEBOL y la AFA suponen una importante pérdida de dinero para la barra y el miedo a posibles represalias de la 12 es mucho mayor.
Todo lo ocurrido en la Bombonera es de enorme gravedad pero, por desgracia, no se trata de un tema nuevo. El de las barras bravas es un problema con el que convive el fútbol argentino desde hace décadas; se vuelve la vista atrás y parece que siempre ha estado ahí. Han sido muchas las oportunidades de empezar a cambiar la situación, pero sólo se han puesto parches, lavados de cara que no han solucionado el problema de fondo y que han permitido que este se haga cada vez más grande.
VIENTOS DE CAMBIO
Los momentos en que parece que se toca fondo suelen ser una buena oportunidad para cambiar las cosas. Hay un apoyo generalizado a las novedades y se puede aprovechar para solucionar problemas de raíz. El fútbol argentino tiene un buen ejemplo en su propia historia; se produjo tras el Mundial de 1958, pero entonces no había barras bravas y el problema era únicamente deportivo.
Argentina acudía al Mundial de Suecia de 1958 con cierta autosuficiencia, seguros de que iban a volver con el trofeo. Desde los años cuarenta se había instalado en el país la opinión de que el mejor fútbol se jugaba allí y no veían ninguna razón para opinar lo contrario. Durante años les habían sobrado los buenos jugadores, incluso cuando tras la huelga de 1948 se marcharon sus mayores figuras, tampoco cundió el pánico, porque estaban convencidos de que habría un relevo generacional. Nadie pensó que no contaban con ningún referente para contrastar su teórica superioridad, de hecho, cuando llegaron a Suecia, se cumplían 24 años de su última presencia en una Copa del Mundo.
Después de no estar presente en la edición de 1938, la Copa del Mundo se interrumpió por la II Guerra Mundial y no volvió a disputarse hasta 1950. En aquella edición y la siguiente Argentina decidió no acudir por razones que no quedan muy claras. Influyeron las malas relaciones existentes entre la AFA y la federación brasileña, pero también influyó la falta de seguridad en la victoria. Para que la propaganda peronista funcionara, era fundamental volver a casa con la copa. Si no había suficientes garantías, era mejor no arriesgar. El que fuera presidente de la AFA, Valentín Suárez, contó que Perón le preguntó si podía garantizarle el triunfo de la selección; ante la falta de garantías, la respuesta del general fue contundente: “No vamos al Mundial”[11].
NACIONALIZANDO EL FÚTBOL
Perón no quiso correr el riesgo de volver de un Mundial sin la copa, pero sí aceptó enfrentarse a la selección inglesa. Los inventores del fútbol venían de un duro golpe en el Mundial de 1950, pero su prestigio internacional seguía siendo alto y mantenían imbatido el estadio de Wembley. Una victoria frente a los ingleses podía tener un alto valor propagandístico y mucho menos riesgo que un Mundial.
El 9 de Mayo de 1951 la selección argentina se presentó en la catedral del fútbol con todas sus figuras. “Tucho” Méndez, Boyé, Labruna o Loustau formaron en un partido que parte de la prensa argentina quiso adornar y dotarlo de una gloria acorde a los tiempos. Mientras la radio hablaba de un día “peronista”, un día de sol en el lenguaje de la época, en Wembley los jugadores disputaban el encuentro bajo un cielo cubierto de nubes.
La albiceleste plantó cara a los invictos ingleses y lograron adelantarse en el marcador. Los locales respondieron buscando el empate, pero chocaron ante la tarde de gloria de Miguel Ángel Rugilo. La actuación del arquero de Vélez le sirvió para ser conocido a partir de entonces como “El León de Wembley”, pero no fue suficiente para los argentinos. Inglaterra consiguió dar la vuelta al marcador y terminó ganando el partido por 2-1.
Convencidos de poder superar a los ingleses, la AFA invitó a su selección a disputar un partido en Buenos Aires. Fue el 14 de Mayo de 1953 en el estadio Monumental y será siempre recordado por el “gol imposible” de Ernesto Grillo. Era la época en que la delantera de la albiceleste la formaban cinco jugadores de Independiente, Micheli: Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz. El interior izquierdo, Grillo, dejó atrás a varios jugadores rivales y remató sin ángulo, cuando todos esperaban un centro. Fue el primer tanto del 3-1 definitivo y el que quedó en la memoria de todos. Argentina venció, por fin, al país que les había enseñado a jugar, al que servía siempre como espejo en el que mirarse. El gobierno peronista consiguió el triunfo que esperaba y uno de sus ministros llegó a declarar “nacionalizamos hace poco los ferrocarriles y ahora nacionalizamos el fútbol”. La victoria frente a los ingleses tuvo tanta trascendencia que el 14 de Mayo se sigue celebrando el Día del Futbolista.
LOS CARASUCIAS
A falta de mundiales, el triunfo frente a los ingleses sirvió a los argentinos para convencerse de que seguían siendo los mejores del mundo. Cuatro años más tarde el Sudamericano disputado en Lima serviría para reafirmar esa opinión.
El seleccionador, Guillermo Stabile, había optado por un equipo insultantemente joven y sobrado de calidad, que se ganó el nombre de “Los Carasucias”. La delantera la formaron Corbatta (21 años), Maschio (24 años), Angelillo (19 años), Sívori (21 años) y Cruz (25 años). Con estos jugadores y figuras como el veterano Nestor Rossi, Argentina se paseó durante todo el campeonato. 8-2 a Colombia, 3-0 a Ecuador, 4-0 a Uruguay, 6-2 a Chile y 3-0 a una selección brasileña en la que ya aparecían nombres como Djalma Santos, Zizinho o Didí.
El impacto de los “Carasucias” fue tremendo. Argentina se exhibía en el continente con una nueva generación que demostraba el alto nivel del fútbol local. Pero los jugadores también llamaron la atención de los mejores equipos de Italia. Maschio dejó Racing para fichar por el Bolonia, Angelillo cambio el barrio de la Boca por el lujo de Milan y la Juventus hizo saltar la caja.
Varios equipos se interesaron por Sívori en Lima, pero Agnelli no dudó y puso encima de la mesa los 10 millones de pesos que pedía River. Con ese dinero los “Millonarios” pudieron construir la cuarta grada del Monumental, la que hoy lleva el nombre de platea Sívori. A cambio se marchó un jugador que dejó huella en el fútbol italiano y que acabaría jugando para la selección azzurra.
EL DESASTRE
El éxito de los “Carasucias” en Lima aumentó la euforia que rodeaba al equipo argentino de cara al Mundial de 1958. Ni siquiera preocupaba que los clubes italianos no hubieran permitido que Maschio, Angelillo y Sívori jugaran con Argentina; seguían estando Amadeo Carrizo, Nestor Rossi, Corbatta, Menéndez o Cruz. Incluso se confiaba en que Ángel Labruna demostrara, a sus 39 años, el prestigio que se había ganado quince años atrás con “La Máquina” de River.
El debut en Suecia fue contra los vigentes campeones del mundo, Alemania Federal. Corbatta marcó en el minuto 2 y parecía que se cumplían las previsiones argentinas. Pero los alemanes acabaron llevándose el partido por 3-1. En el segundo partido la albiceleste ganó a la “todopoderosa” Irlanda del Norte por 3-1 y pareció que la derrota frente a Alemania hubiera sido un espejismo. Hasta que en el tercer partido llegó el desastre.
Argentina fue superada de arriba abajo por Checoslovaquia. Con una mejor preparación física, los europeos corrían incansables, mientras los argentinos perdían el aliento, atónitos ante la exhibición de los rivales. Amadeo Carrizo debió sacar seis veces el balón de su portería, mientras la albiceleste se conformaba con el gol de la honra.
El golpe recibido fue tremendo, de hecho sigue siendo la mayor derrota de la historia de la albiceleste. Además el rival tampoco era una potencia y quedó eliminado junto a Argentina. 90 minutos habían sido suficientes para echar por tierra dos décadas de orgullo argentino. Y para añadir sal a la herida, Brasil se llevaba la copa, asombrando al mundo con su juego y la aparición de su nueva estrella, Pelé.
La derrota aplastante frente a los checos fue una vuelta a la tierra para el fútbol argentino. Había quedado de manifiesto que la preparación física de los jugadores no estaba a la altura del fútbol de primer nivel y la preparación técnica tampoco había sido mucho mejor. Durante la preparación para el Mundial la revista El Gráfico destacaba el “espionaje” que hacían los brasileños del entrenamiento de los equipos rivales, mientras que en la albiceleste llegaban a cada partido sin conocer al rival. Durante dos décadas los argentinos se habían acomodado creyendo que eran los mejores, sin ser conscientes de que en el resto del mundo el fútbol estaba desarrollándose.
La prensa argentina cargó duramente contra el equipo. Desde El Gráfico, el periodista Borocotó escribió: “Los futbolistas criollos viven del fútbol, pero son pocos, muy pocos, los que viven para el fútbol. Que es otra cosa. No se someten a la preparación física rigurosa. No viven para el fútbol. No son como los alemanes, que a las 9 de la mañana del otro día estaban entrenando nuevamente, mientras los argentinos dormían”[12]. A la llegada al aeropuerto de Ezeiza, los jugadores argentinos fueron recibidos con pitos y lanzamiento de monedas. Incluso debieron resguardarse en un hangar para protegerse de las agresiones.
Guillermo Stabile, que había dirigido durante veinte años a la selección, fue la primera víctima de Suecia. Dejó la selección y nunca volvió a dirigir a un equipo de fútbol. El siguiente fue el portero Amadeo Carrizo. Seguía siendo uno de los mejores porteros de Argentina, probablemente del mundo, pero tuvo que sufrir pintadas en su casa, que le rayaran el coche y escuchar pitos en todos los campos a los que iba. Siguió siendo el titular de River durante doce años más, pero tardó 6 en aceptar volver a la selección.
El desastre de Suecia exigía cambios en el fútbol argentino. Brasil había asombrado al mundo con un fútbol alegre que se consagraría como su seña de identidad, pero en la AFA decidieron mirar hacia Europa en busca de soluciones. La preparación física, el orden de los equipos europeos fue el camino que eligió el fútbol argentino para curar las heridas de Suecia.