Si eres futbolista argentino y haces un hat-trick, más te vale que ese día no hayas hecho nada extraño, porque seguramente lo repetirás el resto de partidos de tu carrera. No importará que no vuelvas a marcar un solo gol, seguirás vistiendo la misma camiseta, haciendo el mismo camino, pisando las mismas baldosas o besando a las mismas personas, porque pensarás que reproducir aquel momento es la única forma de que se pueda repetir. Es el mundo de las cábalas y en eso los argentinos son maestros.
Un día un grupo de hinchas de Racing entraron en un Cilindro de Avellaneda vacío de espectadores. No preparaban un clásico, ni se aseguraban de que las banderas estuvieran en su sitio. Buscaban siete gatos enterrados bajo el césped de la cancha de la “Academia”.
El equipo llevaba treinta años sin lograr un campeonato y se había extendido la leyenda de que, a mediados de los setenta, unos hinchas de Independiente habían enterrado unos mininos bajo el césped de su cancha. Coincidía que por esas fechas la “Academia” había dejado de ganar e Independiente encadenó varias Libertadores e Intercontinentales.
La leyenda de los siete gatos tomó un nuevo rumbo cuando asumió como entrenador de Racing el “Toto” Lorenzo, uno de los grandes seguidores de las cábalas. Cuenta el periodista Alejandro Wall que Lorenzo mandó buscar los siete gatos bajo la cancha, pero sólo encontraron seis. Ante semejante problema, el entrenador de Racing ordenó enterrar seis sapos, sin tener en cuenta que el poder de estos batracios no hace más que aumentar el efecto del hechizo. Racing siguió sin ganar y Lorenzo tuvo que dejar el club un año después.
El de las cábalas no es un tema para tomárselo a broma en Argentina y mucho menos cuando se acerca un Mundial. En México 86 el autobús sólo salía hacia la cancha si iba escoltado por dos motos, conducidas siempre por los mismos pilotos, Tobías y Jesús. Si se colocaban más, los mandaban detrás del autobús. En el trayecto hacia el estadio escuchaban siempre “Gigante chiquito” de Sergio Denis, “Total eclipse of the heart” de Bonnie Tyler y “Eye of the tiger” de Survivor y los jugadores bajaban del autobús cuando terminaba la música, ni antes, ni después. En el primer partido del Mundial, el teléfono del vestuario sonó antes de que los jugadores salieran a la cancha. El “Tata” Brown atendió la llamada, pero nadie respondió. Argentina ganó aquel partido y, a partir de entonces, en todos los demás partidos alguien debía llamar al vestuario y Brown respondía. Aunque contaran con Maradona en su mejor momento, querían asegurarse de que también tenían la suerte de su lado. Cuatro años después, en Italia, el equipo llegó diezmado al Mundial y, entonces sí, debieron agudizar el ingenio para asegurar un buen papel de la albiceleste.
HERIDOS
El camino de Argentina hacia el Mundial de 1990 no resultó sencillo. La copa obtenida en el 86 no había apaciguado el conflicto entre bilardistas y menottistas y un sector de la prensa seguía su cruzada contra el “Narigón”. A esto se añadían los malos resultados en la Copa América de 1987 y 1989, que no permitieron unos años plácidos para los campeones del mundo. Bilardo se encontró también con la dificultad añadida de que sus mejores jugadores se encontraban desperdigados por los mejores equipos europeos. En el 78 un decreto de la junta militar había permitido que, de los 22 jugadores seleccionados, sólo Kempes jugara fuera del país. En el 82 esa cantidad subió a 7, la misma que en el 86. Para el Mundial del 90 eran ya 14 los mundialistas que jugaban en ligas extranjeras.
Haciendo de la necesidad virtud, un obsesivo de los detalles como Bilardo aprovechó cualquier oportunidad para entrenar. Ensayaba en Nantes con Burruchaga los centros al área, para luego irse a Madrid y entrenar los remates con Ruggeri. Si Maradona celebraba su boda, aprovechaba para mandar al “Tata” Brown a bailar al lado del brasileño Careca y ver cuál de los dos era más alto y podría tener ventaja en un remate de cabeza.
Tampoco las condiciones físicas en las que llegaron los jugadores a Italia fueron las más apropiadas para afrontar la competición más importante del mundo del fútbol. Brown quedó fuera de la lista por lesión. A Valdano Bilardo le pidió un último esfuerzo tras superar una hepatitis y dos años de inactividad, pero lo dejó fuera a última hora. “Siento que nadé todo un océano para ahogarme en la orilla” declaró Valdano. Burruchaga y Batista estaban lejos de su mejor forma y Maradona tenía la uña del pie y el tobillo más para reposo y manta que para la alta competición. Pero era un Mundial y Diego iba a estar aunque fuera arrastras. “La Copa del Mundo me la van a tener que arrancar de las manos”[23] declaró el “Pelusa”.
Para Maradona el del 90 no era un Mundial cualquiera. En seis años en el Nápoles había sido capaz de provocar un verdadero terremoto futbolístico en Italia. Durante décadas el fútbol transalpino había vivido en un orden establecido que hacía que los títulos se repartieran entre los grandes clubes del Norte. Era un reflejo de lo que ocurría a nivel social en el país. El Norte industrial se valía de la mano de obra del sur agrícola para enriquecerse y tratarlos como ciudadanos de segunda clase. Con la llegada de Maradona al Calcio, un pequeño club del sur del país se permitió el lujo de quitarles lo que consideraban suyo a Juventus, Inter o Milán. Después de que el Napoles ganara 2 Ligas, 1 Copa, 1 Supercopa y 1 Copa de la UEFA, Maradona era ya una de las personas más odiadas al norte de Roma.
EL INVITADO AFRICANO
Como campeones del mundo y con el jugador más famoso en sus filas, Argentina llegó a Italia rodeada de una enorme expectación mediática y hubo quien quiso aprovechar ese momento. El nuevo presidente de Argentina, Carlos Menem, convocó a todos los medios al acto en el que nombró a Maradona embajador deportivo itinerante y le hizo entrega de un pasaporte diplomático. Todo mientras la albiceleste se preparaba en Milán para el partido inaugural.
Camerún parecía un buen rival para empezar con buen pie el Mundial. Su experiencia en la competición se reducía a tres partidos y su presencia parecía tener más un aire de atractivo exótico que de verdadero rival de entidad. Tan es así que, cuando Bilardo encontró la madrugada anterior al partido a Troglio y Caniggia en su habitación jugando al Mario Bros, no le tembló la mano para dejarlos fuera del equipo titular.
Pero en el estadio Giuseppe Meazza de Milán los africanos no se resignaron al papel de comparsas que se les presuponía. Argentina se veía incapaz de crear peligro ante unos defensas que respondían con entradas de extrema dureza cada vez que un rival se acercaba a su área. En la segunda mitad Bilardo decidió olvidar la afición a los videojuegos de Caniggía y buscar en su velocidad una forma de romper la defensa africana. El “Pájaro” respondió a lo que se esperaba de él y sólo pudo ser frenado con entradas tan duras que merecieron dos expulsiones.Pero Argentina seguía sin marcar y, en el minuto 67, Oman Biyik consumó la sorpresa con un remate de cabeza que se resbaló entre las manos de Pumpido.
La albiceleste perdió el partido inaugural y el público milanés estalló de alegría, confirmando las sospechas de que aquel no iba a resultar un público cómodo para Argentina. Empezaron silbando el himno y siguieron apoyando abiertamente al equipo africano. Al terminar el partido, Maradona decidió entrar en una batalla personal contra el público italiano y declaró “gracias a mí los italianos de Milán dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos”.
EL CALVARIO
La derrota frente a Camerún fue especialmente dolorosa para Bilardo.Tanto que, al subir al avión que los llevaría de vuelta a Roma, comentó a sus jugadores: “si no vamos a pasar la primera fase prefiero que se caiga el avión”. Luego les hizo un planteamiento: “Esta es la derrota más vergonzosa de la historia del fútbol argentino. Este partido lo miraron 3.000 millones de personas en todo el mundo. La única forma de borrarlo es jugar la final, que la van a ver 4.000 millones”[24].
Por suerte para Argentina, los dos partidos restantes de la fase de grupos se iban a disputar en la única ciudad de Italia que les podía recibir con simpatía: Nápoles. Si Maradona se había ganado el odio de Italia, en mucho mayor grado se había ganado el amor de los napolitanos. En el estadio San Paolo desaparecieron los silbidos y volvieron a escucharse gritos de “¡Diego, Diego!” o “’ ¡Argentina, Argentina!”.
Lamentablemente aquel Mundial estaba llamado a ser una agonía para Argentina. A los 11 minutos del partido contra la Unión Soviética, el portero Pumpido se rompió la pierna en un choque con su compañero Olarticoechea y daba por terminada su actuación en el torneo. Hasta poco antes del Mundial el segundo portero de Argentina había sido Luis Islas, pero el arquero renunció por no tener asegurada la titularidad y, con su renuncia y la lesión de Pumpido, la portería de Argentina quedó en manos de Sergio Goycochea.
La albiceleste ganó con muchos problemas a la Unión Soviética y en el siguiente partido empató con Rumanía para terminar terceros de grupo y tener que cruzarse en octavos de final con Brasil. El juego de Argentina despertaba muchas dudas y tenía a varios de sus jugadores más importantes tocados. Maradona se entrenaba con un calzado especial que le dejaba la uña del pie descubierta y las cámaras pudieron mostrar su tobillo izquierdo hinchado como una pelota. A partir de ese momento la salud del capitán se convirtió prácticamente en un asunto de Estado.
Frente a Brasil, Argentina volvía a tierra hostil. A Turín, al norte de Italia, a los pitos al himno nacional, a los pitos a Maradona. Quizás aquel día Bilardo sintió que había demasiados cabos sueltos y, con la complicidad de algunos jugadores, decidió que hacía falta algo más para asegurar la clasificación. En el minuto 39 el masajista Miguel “Galíndez” entró al campo para atender a Troglio y los jugadores se arremolinaron a su alrededor pidiéndole botellines de agua. Monzón cogió uno de color verde y bebió un poco, pero inmediatamente “Galíndez” le hizo una seña y el jugador escupió el contenido. Giusti le dio el mismo botellín al brasileño Branco, este se refresco la cara y luego bebió. En los siguientes minutos el jugador brasileño se mostró aturdido en el terreno de juego, perdiendo balones inexplicables para un futbolista profesional. Al día siguiente se empezó a extender el rumor de que habían echado algún relajante muscular en el bidón del que bebió Branco. Bilardo nunca ha reconocido los hechos, pero nadie cree que detrás de aquello no estuviera la mano del “Narigón”.
Se desconoce la influencia que el famoso bidón tuvo en el devenir del partido, muy al contrario, lo que sí se vio fue un acoso de los brasileños a la portería argentina. Al primer minuto de partido Careca tuvo un mano a mano con Goycochea, más tarde Dunga estrelló el balón en el poste y los ataques cariocas eran constantes. Llegar al descanso con 0-0 en el marcador fue el mayor éxito de la albiceleste en la primera mitad.
En el vestuario la sensación era de estar noqueados. Los jugadores discutían sobre el partido mientras el entrenador permanecía callado, sin dar ninguna indicación. Cuando llegó el momento de volver al campo, Bilardo los interrumpió: “¡Ah!, si es posible, no paséis el balón a los de amarillo, sino a los de celeste y blanco”.
Pero en el estadio Delle Alpi todo siguió igual. Los brasileños seguían llegando con facilidad al área rival y los argentinos trataban de aguantar el chaparrón. Careca volvía a encontrarse con el poste e, inmediatamente después, fue Alemao quien chutó al palo. El relator argentino reflejaba el sentir de muchos compatriotas: “por suerte los arcos miden 2,44 de alto por 7,31 de ancho”.
El partido siguió el mismo guión hasta que, a falta de diez minutos, Maradona recibió en el medio del campo, dejó atrás a Alemao y luego a Dunga, siguió hasta que la defensa brasileña se abalanzó sobre él para, entre todas las piernas brasileñas y cayéndose, sacar un pase y dejar a Caniggia solo frente a Taffarel. “¡Ahora o nunca… el triunfo… Caniggia… GOOOOOOOOOL!” relató la televisión argentina.
Lo había vuelto a hacer. Con la uña negra y el tobillo como una pelota, le bastó una acción para acabar con 80 minutos de asedio brasileño. Argentina estaba maltrecha, pero pasaba a cuartos y además mandando a casa a los "brazucas".
El particular via crucis de los argentinos por Italia continuaba, esta vez en Florencia y frente a Yugoslavia. Argentina seguía enfrentándose a un público que lo recibía con pitos y que apoyaba abiertamente al conjunto rival. El juego de los balcánicos se basaba en los jugadores del Estrella Roja y los campeones del mundo juveniles del 87, con figuras como Stojkovic, Prosinecki o Savicevic. No era un rival ni mucho menos fácil y el partido fue muy igualado hasta llegar a la tanda de penaltis. Ahí llegó el momento del suplente del que renunció. Goycochea había llegado al Mundial con pocas perspectivas de jugar, pero la ausencia de Islas y la lesión de Pumpido le habían dado la titularidad. Frente a Yugoslavia detuvo los lanzamientos de Brnovic y Hadzibegic y Argentina se clasificó para semifinales.
NÁPOLES
Cuando se decidió el calendario del Mundial seguramente nadie pensó en la posibilidad de una semifinal entre Italia y Argentina, no desde luego en Nápoles. Los azzurri habían contado con el apoyo del estadio Olímpico de Roma, mientras Argentina se paseaba por Italia sintiendo el odio que despertaba Maradona. Pero en Nápoles la cosa iba a ser diferente. Nápoles adoraba a Maradona y Diego era consciente de ello.
Antes del partido siguió con su pelea contra Italia y buscó ganarse el apoyo de su ciudad: “Me disgusta que ahora todos les pidan a los napolitanos que sean italianos y que alienten a la selección… Nápoles fue marginada por el resto de Italia. La han condenado al racismo más injusto”[25]. Se terminaban los pitos y la hostilidad para Argentina, ver a su ídolo frente a su selección iba a ser muy extraño para los napolitanos. En el estadio San Paolo muchas pancartas hacían referencia a Diego: “Maradona, Nápoles te ama, pero Italia es nuestra patria”. Casi parecía que se disculpaban por semejante traición.
Italia había llegado a las semifinales ganando todos sus partidos y sin recibir ningún gol. Contaban con una defensa contrastada, Maldini, Baresi, Bergomi y Ferri, y en la delantera, además de Roberto Baggio, se encontraba “Toto” Schillaci, uno de esos jugadores que, a lo largo de una carrera discreta, tienen un mes de explosión. El problema era que, para Schillaci, aquel era su mes de explosión.
La estrategia de Bilardo era clara. Con el equipo maltrecho por las lesiones, iban a arriesgar lo mínimo y a buscar una contra u otro momento de magia de Maradona. Un plan sencillo que apenas varió cuando, en el minuto 17, Italia encontró lo que buscaba. Igual que contra Austria, Checoslovaquia, Uruguay e Irlanda, el gol de Schillaci parecía ser suficiente para los azzurri.
Tras el gol italiano los argentinos siguieron jugando igual, arriesgando lo justo, como si estuvieran seguros de que, tarde o temprano, iban a tener su premio. En la previa del partido Bilardo les había dicho “si me hacéis caso, este es el partido más fácil del Mundial”. Y, en el minuto 67, Caniggia aprovechó un error en la salida de Zenga, el único tras más de quinientos minutos imbatido, e igualó el partido.
Con el empate en el marcador Argentina parecía encomendarse a otro milagro de Goycochea. El suplente del que renunció volvía a tener su momento en semifinales. Los jugadores argentinos transformaron todos sus lanzamientos y el “Vasco” detuvo los de Donadoni y Serena. La albiceleste volvía a estar en la final del Mundial y los anfitriones quedaban eliminados. Con dos penaltis parados, Goycochea se convertía en el nuevo ídolo de los argentinos, mientras en todos los potreros del país los niños jugaban a parar penaltis y querían ser arqueros.
CODESAL
Los jugadores argentinos habían cumplido con el reto que les planteó Bilardo tras la derrota frente a Camerún. Habían llegado a la final, pero el precio que debieron pagar por ello era muy alto. Giusti, Olarticoechea y Caniggia quedaron fuera de la final por acumulación de tarjetas, Burruchaga seguía tocado, Ruggeri soportaba una pubalgia y Maradona arrastraba como podía una uña negra y un tobillo inflamado. Al mal estado de los jugadores había que añadir la vuelta a la hostilidad de los italianos, multiplicada esta vez por haber dejado fuera a su selección.
El estadio Olímpico de Roma mostró unánimemente su rechazo a la albiceleste desde que sonaron los himnos. Maradona esperó a que le enfocara la cámara y, entonces, soltó un clarísimo “hi-jos-de-pu-ta”. Era el penúltimo capítulo de su batalla personal contra Italia.
Enfrente estaba el mismo rival del 86, Alemania, pero más fuerte que cuatro años antes. Matthäus estaba en su momento de esplendor y también estaban Brehme, Littbarski o Klinsmann. Habían empezado el Mundial arrollando a Yugoslavia y Emiratos Árabes Unidos, ganaron con solvencia a Holanda, pero luego sufrieron para eliminar a Checoslovaquia e Inglaterra.
Argentina trató de ganar el partido con más orgullo que fútbol. En el descanso, el pubis le decía basta a Ruggeri y fue sustituído por Monzón. Más tarde fue Burruchaga quien tuvo que tomar el camino del vestuario. Alemania era superior y, en el minuto 65, una entrada de Monzón sobre Klinsmann significó la expulsión del jugador argentino, la primera en una final de un Mundial. Los argentinos lucharon, protestaron y se defendieron como pudieron. Parecía que iban a volver a tener la oportunidad de los penaltis. Hasta que, en el minuto 85, el árbitro mexicano Codezal pitó un penalti favorable al equipo alemán. Brehme no dio opción a Goycochea y Argentina perdió la final.
Desde el momento en que pitó el penalti sobre Voeller, Codesal se convirtió en el enemigo público número 1 de los argentinos. En el país se extendieron las teorías conspirativas contra la albiceleste que tenían en Codesal a su brazo ejecutor. Toda su frustración la descargaron sobre el árbitro mexicano, pero lo cierto es que, en Italia, Argentina llegó hasta donde pudo. Si el del 86 había sido el Mundial de la excelencia, el del 90 fue el de la entrega, el de no sentirse nunca inferior y no dar un partido por perdido. Maradona lloró mientras los alemanes recibían la copa, pero cumplió lo que había prometido, porque la copa se la habían tenido que arrancar de las manos. Unos días más tarde, la Plaza de Mayo de Buenos Aires volvió a llenarse para recibir a la selección y gritar con orgullo: “¡Volveremos, volveremos… volveremos otra vez… volveremos a ser campeones como en el 86!”.
DE COLOMBIA A AUSTRALIA
Argentina había obtenido un buen resultado en Italia, pero no había salido campeón y Grondona pensó que era el momento de buscar un relevo al frente de la selección. Después de ocho años de Menotti y otros ocho de Bilardo, parecía buena idea rebajar la tensión entre los dos estilos y la opción de Basile aparecía como una elección intermedia.
El “Coco” asumía un cargo que sabía complicado, pero, cuando llegaron nuevas noticias desde Italia, todo pareció volverse negro. El 17 de Marzo de 1991 el Nápoles venció por 1 a 0 al Bari y Maradona fue elegido para el control antidoping. Luego se haría público que el resultado había dado positivo por cocaína. Un mes más tarde Diego fue detenido en su casa de Buenos Aires por posesión de droga. Su adicción era ya un tema recurrente en los corrillos del mundo del fútbol, pero ahora se había hecho pública y debía afrontar una sanción que le apartaba de la competición por 15 meses.
Sin la estrella sobre la que había orbitado la selección en la última década, Basile organizó un equipo que combinaba algunas de las figuras del último Mundial, con jóvenes que llevaban tiempo llamando a las puertas de la selección. A los Goycochea, Ruggeri o Caniggia se unieron Redondo, Batistuta o Simeone y con ellos el “Coco” formó un equipo que supo jugar y ganar. Se impusieron en la Copa América de 1991 y 1993, además de la Copa del Rey Fahd (antecesor de la Copa Confederaciones) y la Copa Artemio Franchi. En total prolongaron hasta 33 la racha de partidos invictos.
El problema llegó cuando, después de algún tropezón en la fase de clasificación para el Mundial de 1994, se vieron obligados a ganar a Colombia en el Monumental. En el partido decisivo, Valderrama, Asprilla y compañía pasaron por encima de los argentinos, humillándolos con un 0-5 que condenaba a la albiceleste a una repesca contra Australia.
Ante aquella situación de emergencia, ya en el estadio Monumental, la hinchada dejó clara cuál era su opinión. Mientras los colombianos apabullaban con goles, el público volvió a cantar “¡Maradó, Maradó!”. Diego estaba a punto de cumplir 33 años. Después de su sanción había vuelto al fútbol en el Sevilla, pero su actuación no estuvo a la altura de las expectativas y la experiencia no pasó de los 30 partidos. Él día que Argentina se enfrentó a Colombia, Maradona llevaba ya varios meses sin equipo, pero estaba en las gradas del Monumental. El reclamo de la hinchada sonó como música celestial para sus oídos y, ocho días más tarde, estaba entrenándose con Newell’s Old Boys.
La apuesta por Maradona despertaba muchas dudas en Argentina e incredulidad en el extranjero. No había superado su adicción a las drogas, era un jugador ya veterano y llevaba tiempo de inactividad. Sólo se podía entender aquella decisión si se pensaba en la tendencia de los argentinos a la veneración de sus ídolos y en lo que Diego suponía para ellos. Él era el que lograba siempre lo imposible, el que sacaba un conejo de la chistera cuando todo estaba perdido; ¡qué importaban la edad, las adicciones o la inactividad!
Frente a Australia Maradona volvió a la selección con el brazalete de capitán, en una eliminatoria en la que Grondona había logrado que la FIFA aceptara no realizar controles antidoping. Frente a un equipo semi-profesional, Argentina aseguró el pase al Mundial gracias a un solitario gol de Batistuta. Una vez asegurada la clasificación, la hinchada volvió a gritar “¡Maradó, Maradó!”. Ya no importaban el 0-5 de Colombia o haber superado a Australia por un solo gol, para la hinchada argentina la presencia de Diego era ya una cuestión de fe.
DE LA PAMPA A LOS ESTADOS UNIDOS
El siguiente objetivo de Maradona era llegar en condiciones a su cuarta Copa del Mundo. Tras la clasificación apenas había disputado partidos con Newell’s y su despedida del club de Rosario fue el preludio de un enfrentamiento con los periodistas que terminó con disparos con balines de aire comprimido. Ante este acoso, su preparador físico, Fernando Signorini, decidió alejarlo del acoso de la prensa.
Junto a su entorno más íntimo, Maradona se encerró durante varios días en una finca perdida en medio de la Pampa. Sin televisión, sin teléfono y sin contacto con un mundo deseoso de noticias sobre su ídolo, Diego se dedicó a entrenar en sesiones dobles diarias y a jugar a las cartas en los ratos libres. Con el equipo que acompañaba habitualmente al “Pelusa” se encontraba ahora también su nuevo entrenador personal, Daniel Cerrini. Un hombre proveniente del culturismo que introdujo nuevos métodos en la puesta a punto del jugador. Después de un periodo de entrenamiento separado del grupo, Maradona se incorporó al resto de la selección argentina.
La preparación de la albiceleste incluía un partido en Japón, pero las leyes antidroga del país asiático impidieron la entrada de Maradona. Unas semanas más tarde Diego no tuvo problemas para entrar a los Estados Unidos, a pesar de que este país también contaba con unas leyes similares. Quizás la llamada de George Bush padre al presidente Menem para asegurar la presencia de Diego en el Mundial tuvo algo que ver en la flexibilidad con que la oficina de inmigración estadounidense trató a los argentinos, o simplemente los inspectores de aduanas no miraron el expediente de Maradona con tanta exhaustividad como los japoneses.
FÚTBOL EN EL PAÍS DEL SOCCER
El Mundial de 1994 iba a ser mucho más que un torneo de fútbol para la FIFA. Con la elección de los Estados Unidos como sede de la competición se buscaba abrir nuevos mercados, introducirse en un país que siempre había mirado con indiferencia a este deporte extranjero. La tarea no era fácil y costó que los “Yanquis” entendieran en qué consistía este nuevo espectáculo. Incluso en el debut de su selección hubo que avisar por megafonía a los espectadores de que el partido había terminado.
Argentina había llegado al Mundial tras una clasificación agónica y con las enormes dudas que despertaban el estado de Maradona y de Caniggia, que también reaparecía tras un positivo por cocaína. Sin embargo, toda la desconfianza respecto a la albiceleste desapareció en el primer partido frente a Grecia. Batistuta marcó el primer gol a los dos minutos de juego y a los 40 el segundo. En la segunda parte llegó la confirmación de la recuperación de Maradona. Una jugada al primer toque entre Diego, Redondo y Batistuta, finalizó con gol del “Pelusa” y su catarsis en forma de grito a una cámara de televisión. El 10 se sentía en forma y la maquina argentina funcionaba a pleno rendimiento.
El segundo partido los enfrentaba a la selección de Nigeria, que había derrotado a Bulgaria por 3-0 en su debut y que tardó ocho minutos en adelantarse a los argentinos. La albiceleste siguió con el mismo planteamiento y, entonces, llegó el momento de Caniggia. Igualó el partido y marcó el definitivo 2-1 para los de Basile. Con el final del partido, la euforia se desató entre los argentinos. El equipo jugaba como los ángeles, contaba con un poderoso ataque que incluía a Simeone, Redondo, Maradona, Balbo, Caniggia y Batistuta y ya estaban clasificados para los octavos de final. Entre los aficionados se volvía a escuchar “¡Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones como en el 86!”.
En medio de tanta alegría, pocos se dieron cuenta de un detalle. Al acabar el partido, una enfermera se acercó a los jugadores argentinos y se llevó a Maradona hacia el control antidoping. Basile sí que sintió cierto nerviosismo recorriendo su cuerpo y esperó a ver la reacción de Diego. Cuando lo vio entrar en el autobús contento y cantando se tranquilizó. No había nada que temer.
ME CORTARON LAS PIERNAS
Cuatro días después del partido contra Nigeria y uno antes de jugar contra Bulgaria, un rumor se extendió entre los periodistas que seguían a la selección. En el hotel Four Seasons de Dallas, varios de ellos se acercaron a Grondona y este les confirmó la noticia: Maradona había dado positivo en el control antidoping, pero no era cocaína como decían, la sustancia encontrada era efedrina.
Para entonces la AFA ya había montado un equipo que se encargaría de defender al jugador ante la FIFA. Se reunieron con los representantes de la máxima autoridad en el fútbol y estos les mostraron el frasco del control antidoping de Diego. Entonces el médico de la AFA llamó la atención sobre un error en el procedimiento. No se había seguido correctamente el protocolo y, por tanto, la muestra debía considerarse nula. Cuando parecía que un error burocrático podía salvar a Maradona, Grondona ordenó no seguir con la defensa y retiró al capitán de la selección argentina del Mundial. Para el mandamás del fútbol argentino, que para entonces ya era vicepresidente de la FIFA, enfrentarse a sus socios por salvar a Maradona significaba poner en riesgo toda una carrera en los más altos órganos del fútbol. Entre Diego y la FIFA, Grondona optó por los negocios y el capitán tuvo que abandonar la concentración de la selección.
La noticia cayó como una losa sobre los jugadores argentinos. Diego improvisó una conferencia de prensa en la habitación del hotel y, ante los periodistas de su mayor confianza, con la voz entrecortada, declaró “No quiero dramatizar pero creéme que me cortaron las piernas”.
Cuando la noticia se hizo pública en todo el mundo, fueron muchos los que vieron la confirmación de sus sospechas sobre el regreso estelar de Maradona. En Argentina, por el contrario, el desconsuelo se extendió por todo el país. Aquello era peor que una eliminación en la primera fase. El diario Página 12 tituló “Dolor” junto a una foto de Diego, la misma portada que utilizara el diario Noticias con la muerte de Perón 20 años atrás. Maradona, el ídolo que hacía posible lo imposible, en el que habían depositado todas sus esperanzas, no podía haberles fallado, alguien debía haberlo traicionado. Aquel día los argentinos quisieron a su ídolo más que nunca.
Diego siempre defendió que no se había dopado y que el secreto de su recuperación estaba en el duro trabajo al que se había sometido, pero, desde que se extendió el rumor en Dallas, su entrenador personal, Daniel Cerrini, desapareció del hotel de concentración. La versión de la defensa de Diego se basó en que Cerrini había comprado en Estados Unidos un producto que estaba tomando Maradona de una marca distinta al habitual, sin percatarse de que contenía además efedrina, pero la FIFA no aceptó la versión y Maradona fue sancionado.
Cuentan los periodistas Andrés Burgo y Alejando Wall[26] que alguien “desde las entrañas de la AFA” les dijo que “todavía nadie contó la verdad de lo que pasó con Maradona” y eso ha dado pie a todo tipo de teorías conspirativas. Diego tomó efedrina suministrada en algún compuesto por Cerrini, pero a partir de ahí se abren muchas incognitas. La actuación de la FIFA, de Grondona, del propio FBI… han sido múltiples los protagonistas de estas teorías, pero, curiosamente, la persona en la que descargaron los argentinos toda su frustración fue la menos esperada. La enfermera que acompañó de la mano a Diego al control antidoping se convirtió en el centro de la ira de todo un país.
En medio de aquella desolación, la realidad era que Argentina todavía seguía en competición. Ya estaban clasificados para los octavos de final, pero antes debían jugar frente a Bulgaria. Un día después de conocer la noticia del positivo de su capitán, Argentina perdió frente a Stoichkov y compañía y finalizó la primera fase en tercera posición de su grupo. Cuatro días después se enfrentaron en octavos a Rumanía, perdieron por 3-2 y quedaron definitivamente eliminados del Mundial. Eran los mismos Simeone, Ruggeri, Redondo o Batistuta que habían impresionado frente a Grecia y Nigeria, futbolistas de contrastado carácter y profesionalidad, pero la ausencia de Maradona los dejó sin capacidad de respuesta. Durante más de una década la selección argentina había orbitado en torno a Diego y este había asumido toda la responsabilidad sobre sus espaldas. Su ausencia repentina dejó un dolor y un vacío que nadie supo ocupar y un equipo plagado de estrellas fue superado por Bulgaria y Rumanía.
El de Nigeria fue el último partido de Maradona con la selección. Quizás su legado más importante fue llenar de orgullo a la albiceleste. Menotti le había dado a la selección la importancia que merecía y Maradona consagró ese trabajo con su dedicación infatigable. Durante años, Diego tomó los vuelos que hicieran falta para disputar un partido con la albiceleste en cualquier rincón del mundo y se esforzó como no lo hizo por sus equipos. Jugó como un profesional para varios clubes, pero siempre volvía a sentirse un futbolista amateur jugando para Argentina. Si el mayor ídolo del fútbol argentino había dado tanto por la selección, los que vinieron detrás no podían ser menos.