Y dale alegría, alegría a mi corazón

la Copa Libertadores es mi obsesión.

Copamos Belo Horizonte y Asunción,

bostero vos lo mirás por televisión.

¡Qué vas a hacer

si vos no tenés los huevos de River Plate!

Y sí señor,

de la mano del “Muñeco” vamos a Japón.

El estadio Monumental estalló al terminar la final entre River Plate y Tigres. Los “Millonarios” ganaron por 3-0 y se proclamaron campeones de la Copa Libertadores, 19 años después de su último título. Gallardo ha logrado armar un equipo que practica un fútbol atractivo, digno de la tradición del club. Barovero, Funes Mori, Kranevitter, Mora, Alario y compañía culminan, en lo más altom un ciclo que empezó con la liga 2014 y siguió con la Copa y la Recopa Sudamericanas. En lo deportivo River vuelve a la élite del fútbol, tres años después de la pesadilla de la B. Más difícil va a ser recuperar el bienestar económico, volver a hacer honor al sobrenombre de “Millonarios”.

La deuda creciente parece ser uno de los males endémicos del fútbol argentino. Hace tiempo que los clubes se gestionan como si de empresas se tratara, cada temporada ingresan millones de pesos por derechos de televisión, merchandising, publicidad… Sin embargo las cuentas no terminan de cuadrar y los clubes, año tras año, aumentan una deuda que no hace más que empobrecer al fútbol argentino. Uno de los casos más significativos de la ruina de los clubes de fútbol es quizás el de Ferrocarril Oeste, un histórico que lleva más de una década luchando por no desaparecer.

Un breve paseo por el barrio de Caballito es suficiente para darse cuenta de la importancia del club Ferrocarril Oeste en su comunidad. Durante décadas ha sido el lugar que ha concentrado la vida social del barrio, donde los niños hacían deporte y las familias se encontraban. Las colonias de verano o el carnaval del club eran conocidos en todo Buenos Aires y llegó a ser premiado por la UNESCO, en 1988, por la labor social que realizaba. Fue en los tiempos de gloria del club, cuando contaba con cerca de 50.000 socios y en un mismo año era capaz de salir campeón en fútbol, baloncesto y voleibol. Luego vino la decadencia y Ferro se convirtió en un caso que anticipó la quiebra del propio país.

Caballito ha sido tradicionalmente un barrio de clase media y, durante los años noventa, Argentina vio cómo las políticas económicas del gobierno menemista provocaban un progresivo empobrecimiento de este sector social. En un barrio en el que las familias cada vez tenían más problemas para hacer frente a los gastos, Ferro fue viendo como se reducía el número de socios. A esto se añadió una gestión directiva con muchas sombras, que aprobaba facturas de 40.000$ en escobas, al mismo tiempo que malvendía jugadores como Esnaider, Roberto Ayala o el “Mono” Burgos, en traspasos cuyo precio real nunca terminaba en las cuentas del club.

Después de una larga decadencia, en el año 2000 Ferro descendió a la Segunda División del fútbol argentino, un golpe que lo empujaba inevitablemente a una quiebra que se concretó dos años más tarde. Era el momento deseado por los oportunistas de los negocios. Una empresa vinculada al representante de futbolistas, Gustavo Mascardi, pasó a controlar la sección de fútbol profesional del club, bajo la supervisión del juez Roberto Herrera. La aventura terminó con el club más endeudado aún y con Mascardi y el propio juez procesados. En ese momento, cuando a Ferro no lo querían ya ni los buitres, fueron los socios quienes se hicieron cargo del club. Los objetivos deportivos quedaron en un segundo plano y se planteó como principal reto saldar la deuda y levantar la quiebra. Fueron tiempos de muchas privaciones y de mirar hasta el último peso para tratar de hacer cuadrar los números. Tras 12 años de enormes dificultades, al otro lado del Atlántico el Tottenham fichó al jugador argentino del Sevilla Federico Fazio, Ferro cobró su parte por los derechos de formación y con ese dinero, logró el levantamiento definitivo de la quiebra. Era diciembre de 2014 y Ferrocarril Oeste volvía a tener un presidente elegido por todos sus socios.

Todavía queda mucho trabajo para recuperar el club. Las viejas gradas de madera están clausuradas, pero poco a poco se están construyendo unas nuevas de cemento y se vuelve a pensar en el retorno a Primera División. En su partido frente a Boca Unidos, Ferro buscaba meterse en la pelea por el ascenso, pero al descanso perdía por uno a cero y no conseguía superar al rival. En la segunda parte, por fin, logró el empate y, a falta de diez minutos, su portero, Limousin, detuvo un penalti que suponía la derrota. En el tiempo de descuento, un tanto agónico consumó la remontada de Ferro que lo metía de lleno en la pelea por el ascenso. El viejo estadio Arquitecto Ricardo Etcheverri estalló al grito de “¡Vamos a volver a Primera, vamos a volver!”. A la salida de la cancha, un niño, saltando eufórico de la mano de su padre, le dijo: “Papa, ¿el próximo partido de local puedo volver?”. Igual que Argentina, Ferro ha vivido la quiebra y la ruina, pero se está recuperando y sigue contando con el apoyo incondicional de su gente.


CARLOS TIMOTEO

Ferro vivió sus años de esplendor en la década de los ochenta, cuando el club rebosaba actividad y se permitía tutear a los más grandes del fútbol argentino. Fue también cuando al frente del equipo estaba Carlos Timoteo Griguol, el entrenador que cambió a los de Caballito desde su llegada al club en 1980.

Griguol basaba su juego en el orden, en transmitir confianza a sus jugadores y en un gran trabajo táctico, para el que aprovechaba el trabajo de otras secciones del club y de donde incorporó movimientos del baloncesto para las jugadas a balón parado. Muchas veces fueron acusados de ser muy defensivos, de “anti-fútbol”, pero aquel equipo de Ferro se permitió dar varias lecciones de fútbol y, durante varios años, fue capaz de pintarles la cara a los grandes clubes de Argentina.

La base del equipo la formaban jugadores como Héctor Cúper, Carlos Arregui u Oscar Garré y la fantasía venía de la mano de un enganche que el viejo Griguol supo sacarse de la manga. A los 19 años Alberto Márcico seguía jugando en los potreros de Buenos Aires. Había sido rechazado varias veces por diferentes equipos, pero Griguol lo llamó para una prueba y le preparó un entrenamiento específico con el objetivo de convertir a un jugador de potrero en un futbolista profesional. Márcico se convirtió pronto en la estrella de Ferro, puro fútbol de barrio trasladado a un estadio de Primera División.

El “Verdolaga” ya avisó en 1981 de que estaba preparado para grandes objetivos, al perder la final del Nacional frente a River y quedar subcampeones del Metropolitano a un solo punto del Boca de Maradona. Un año más tarde lograron su primer gran título, venciendo a Quilmes en la final del Nacional y tras permanecer invictos durante todo el torneo. Al año siguiente finalizaron el Metropolitano a sólo dos puntos de Independiente. En 1984 volvió a disputar la final, esta vez frente a River, en lo que se preveía como un choque de estilos.

En el partido de ida, el estadio Monumental reventaba esperando un nuevo título de los “Millonarios”. Los locales habían preparado el partido pensando que Ferro los esperaría atrás, pero si algo caracterizaba a Griguol era saber leer el juego de los rivales y, aquel día, sorprendió mandando al equipo a presionar a su rival bien arriba. Desconcertado por un juego que no esperaba, River se vio superado en todo momento, Márcico brilló como nunca y el “Verdolaga” logró un histórico 0-3 en el Monumental y nada menos que en una final.

En el partido de vuelta en Caballito, a falta de veinte minutos para el final, la afición “Millonaria” decidió que ya había soportado suficiente e incendió los tablones de madera del Ricardo Etcheverri. Ferro seguía sacando de quicio a los grandes y lo siguió haciendo hasta que el “Beto” Márcico fue vendido al Toulouse francés y River se llevó a Timoteo Griguol.


SIN CANCHA, SIN PLATA, SIN FÚTBOL

A principios de los ochenta el fútbol argentino seguía con su inevitable mercantilización. Se habían creado nuevas fuentes de ingreso, cada vez se generaba más dinero, pero nadie era capaz de poner un poco de sentido común entre una marea de pesos y dólares y las malas gestiones económicas terminaban por condicionar el rendimiento deportivo de los equipos.

San Lorenzo había salido campeón por última vez en 1974, pero ya entonces la economía del club estaba muy dañada y se vieron obligados a vender a Ricardo Rezza al Salamanca. En los años posteriores siguieron tratando de maquillar las deudas con la venta de sus mejores jugadores. En 1975 Veglio fue vendido a Boca, Glaria a Racing y Telch y Cocco a Unión de Santa Fe. Ese mismo año el “Gringo” Scotta logró el record vigente de 60 goles en una temporada y luego fue vendido al Sevilla. La directiva trataba de sostener un club que hacía aguas por todas partes, hasta que el gobierno municipal de Buenos Aires les dio el tiro de gracia.

En plena dictadura, Argentina era un gran mercado en el que cualquier elemento de la vida diaria era susceptible de convertirse en un negocio y San Lorenzo acabó siendo víctima de ello. El viejo Gasómetro había sido la casa de los “Cuervos” desde 1916, de la selección hasta la construcción del estadio Monumental y, todavía en los setenta, el estadio más grande del país. Pero estaba ubicado en pleno corazón del barrio de Boedo, en el centro geográfico de Buenos Aires y no faltaron los que quisieron aprovechar la debilidad institucional del club. El estadio no había sido reformado en muchos años y aún mantenía las gradas de madera y ese aire a gasómetro que le dio el sobrenombre. Los rumores de que se podría cerrar por falta de medidas de seguridad apropiadas se extendían y en el club no había dinero para reformas. El 2 de diciembre de 1979 San Lorenzo empató a cero con Boca Juniors. Nadie lo imaginaba entonces, pero fue el último partido en el Gasómetro. Con premeditación, alevosía y el necesario silencio, el cierre del estadio se hizo público, dos meses más tarde, con un breve párrafo en la memoria y balance del club. La Municipalidad de Buenos Aires había presentado un plan para construir una nueva carretera que debía cruzar los terrenos del Gasómetro. San Lorenzo cobró 900.000 dólares por la expropiación del estadio y, poco tiempo después, la vieja cancha fue demolida. De la carretera no se supo más. La propiedad de los terrenos quedó a nombre de una sociedad fantasma que los vendió en 1983 a Carrefour por 8 millones de dólares. El supermercado de la firma francesa todavía sigue abierto en el corazón de Boedo, al 1700 de la Avenida de La Plata. La ruina para San Lorenzo se consumó con el primer descenso a la B en toda la historia del club.

Sin cancha, sin dinero y en segunda división, fueron los hinchas los únicos que no abandonaron al club. Al grito de “Ciclón, Ciclón, tan sólo es un año. Te vamos a seguir a donde quieras ir” San Lorenzo fue llenando todos los campos en los que jugó, tanto de local como de visitante y el equipo recuperó la máxima categoría un año más tarde. Volver a tener un estadio les costó un poco más. El Nuevo Gasómetro abrió sus puertas en 1993, pero en el Bajo Flores, lejos del corazón de San Lorenzo, lejos del barrio de Boedo.


EL ENCUENTRO

Igual que San Lorenzo, Boca Juniors también trataba de hacer milagros para salvar la economía del club. El valor del dólar crecía a diario, lo que imposibilitaba poner freno a las deudas y a la directiva asumir las nóminas de los jugadores. En medio de una muy difícil situación, Boca decidió una huída hacia adelante. A los Gatti, Mouzo y compañía se unirían importantes fichajes que captaran la atención del aficionado. De España llegaron Trobbiani y Morete, ficharon también a un veterano Brindisi e hicieron saltar la banca con la llegada de Maradona a la Bombonera, el fichaje clave con el que esperaban multiplicar los ingresos.

Con Diego en plena forma y rodeado de grandes jugadores, Boca se convirtió en el dominador del Metropolitano de 1981. River buscó frenar el “efecto Maradona” fichando a la única persona que podía estar a la altura de su impacto mediático: Mario Kempes. Sin embargo, cuando ambos equipos se enfrentaron en la Bombonera, Boca se impuso por 3-0 y Maradona dejó sentados a Fillol y Tarantini para marcar uno de sus goles más recordados.

Con el equipo líder en el campeonato, la plantilla vivió un hecho insólito en aquella época, pero que se convertiría en habitual en los años siguientes. Mientras el equipo estaba concentrado, un grupo de la 12, la barra brava del club, entró y, pistola en mano, mandó reunir a los jugadores. El mensaje era claro, si Boca no ganaba aquel campeonato, la siguiente visita no sería para hablar. Para las barras bravas el fútbol ya era algo más que una afición y con aquella visita trataban de proteger su negocio.

Boca ganó el Metropolitano del 81, pero los oropeles desaparecieron rápido. El club seguía sumido en una crisis económica profunda, incapaz de pagar unos sueldos establecidos en dólares y que crecían con la imparable inflación del país. Era necesario vender y todos sabían cuál era el mayor activo del club. La hinchada clamaba en cada partido “Maradona no se vende, Maradona no se va, Maradona es patrimonio, patrimonio nacional”. Pero Maradona se fue por una cantidad estratosférica al Barcelona y, aún así, las cuentas siguieron en rojo.

Pocos años después la Bombonera fue clausurada por riesgo de derrumbe, los jugadores no cobraban y no había dinero ni para camisetas. En el colmo del despropósito Boca llegó a jugar un partido con unas camisetas blancas en las que los números estaban pintados con rotulador. Buscando recaudar dinero, en 1984 se organizó una gira por Europa y Norteamérica en la que perdieron frente a la Real Sociedad, Sevilla, Torino, 9-1 frente al Barcelona y en la que Hugo Gatti llegó a jugar como delantero centro. Muy lejos del prestigio que había adquirido el club con la gira de 1925. Después de muchos meses sin cobrar, dos de las estrellas de aquel equipo, Ruggeri y Gareca, decidieron cambiar de aires y se marcharon a River. Boca había tocado fondo.


BILARDO DT

Con Boca tambaleándose, River en reconstrucción, San Lorenzo en la B y Racing sumido en su particular calvario, volvía a ser el momento de Estudiantes. Desde la época de Zubeldía, los de La Plata se habían acostumbrado a ser ese equipo incómodo que se cuela en una fiesta a la que no han sido invitados. Se negaban a conformarse con el papel de comparsa y reclamaban su lugar entre los grandes.

El estilo que con Zubeldía se había convertido en seña de identidad del club, Bilardo lo perfeccionó años más tarde. Sólo valía la victoria y cómo lograrlo seguía sin tener importancia. El “Narigón” no sólo fue el alumno aventajado de Zubeldía, sino que caló tanto en el fútbol argentino, que a ese estilo se le acabó denominando “bilardismo”.

Y el Estudiantes de principios de los ochenta era, por supuesto, bilardista, pero también era un equipo con amplias dosis de magia. Contaba con un centro del campo exquisito, con Trobbiani, Sabella y Ponce, a los que Miguel Ángel Russo se encargaba de guardar las espaldas. Y como todos los grandes equipos bilardistas, sabía sacar petróleo de las jugadas a balón parado. Con esas armas como bandera, doce años después de su último título, el “Pincharrata” volvía a ser campeón.

El éxito de Estudiantes tuvo tal impacto que Bilardo fue el elegido para sustituir a Menotti al frente de la selección. Para ocupar su lugar en el “Pincha” sólo podía venir otro veterano de la era Zubeldía. Con Eduardo Luján Manera como nuevo entrenador, el “Pincha” siguió jugando igual y volvió a ser campeón en 1983. En Estudiantes seguían siendo exitistas y los títulos les daban la razón.


EL DOLOR MÁS GRANDE DEL MUNDO

La primera mitad de los ochenta fue una época de incertidumbre en el fútbol argentino. Equipos como Quilmes, Unión, Talleres, Argentinos Juniors, Ferro o Estudiantes disputaban los títulos, mientras los grandes empezaban a mirar con preocupación los puestos más bajos de la clasificación. San Lorenzo descendió en 1981 y River y Racing no tardarían en pelear para salvar la categoría.

Al mismo tiempo que los grandes empezaban a preocuparse por el descenso, en la AFA decidieron volver a aplicar un sistema de promedios que ya se había utilizado unas décadas antes. A partir de 1983 se tendrían en cuenta los resultados de las tres últimas temporadas para decidir los equipos que bajaban de categoría. El sistema teóricamente protegía a los equipos grandes de una mala campaña y, ya en el primer año que se puso en práctica, permitió a River evitar el descenso, pero fue a costa de que otro grande ocupara su lugar.

Racing estaba sumido en una grave crisis financiera y arrastraba varias malas campañas deportivas. El descenso era una posibilidad que no pasaba por la cabeza de aquellos aficionados que habían visto a la “Academia” convertirse en campeona del mundo, pero ocurrió y de la peor manera imaginable.

Después de una campaña en la que arrastraron la agonía jornada tras jornada, en el penúltimo partido la “Academia” debía ganar en casa a Racing de Córdoba. El partido finalizó con 3-4, los de Avellaneda certificaron su descenso de categoría y aun les quedaba recibir la puntilla. En el último partido del campeonato, Racing debía jugar en casa de su eterno rival. Independiente podía celebrar el campeonato al mismo tiempo que el descenso de su eterno rival.


SIGUE INDEPENDIENTE

¿Puede existir mayor alegría para un hincha que celebrar un título al mismo tiempo que despides de la Primera División a tu máximo rival? Sí, Independiente ganó aquel partido frente a Racing y en la Doble Visera celebraron el campeonato, mientras, a escasos 150 metros, el Cilindro de Avellaneda se preparaba para jugar en la B.

Al frente del “Rojo” seguía estando el mismo jugador que llevaba más de diez años haciendo gambetas, tirando paredes, dando asistencias y marcando goles. Hacía ya unos años que Italia y España eran el destino de los mejores jugadores argentinos, pero Bochini no aceptó ninguna de las ofertas que se hicieron por él y siguió en Avellaneda.

En 1984, en la primera fase de la Libertadores y frente a Olimpia de Asunción, Independiente perdía a pocos minutos del final y estaba a punto de quedar eliminado. Burruchaga empató en el 83 y, sobre la hora, Bochini recibió en medio campo, se quitó a dos jugadores de encima y esperó el momento oportuno para meter un pase de 20 metros que se coló entre la defensa del Olimpia y permitió a Buffarini rematar a gol. Sobre la hora y, una vez más, apoyado en la magía, en la pausa del “Bocha”, Independiente pasó aquella fase y luego dejó fuera a Nacional y Universidad Católica.

En la final, frente a Gremio, el “Rojo” se destapó con una verdadera exhibición. A los 24 minutos Bochini dio otra lección de la pausa argentina. Recibió en el pico del área, esperó la llegada de Burruchaga y dio el pase que lo dejó sólo ante el portero, para hacer el 1-0. Luego Independiente siguió dominando el partido hasta salir ovacionados del Estadio Olímpico de Porto Alegre. Era su séptima Libertadores, conseguida con un equipo que seguía entrenado por Omar Pastoriza y que, junto a Bochini, contaba con una nueva generación de grandes jugadores: Clausen, Monzón, Burruchaga, Giusti, Marangoni, Percudani… Son muchos los hinchas de Independiente que consideran a aquel equipo de 1984 como el más fiel representante del “paladar negro” que ha caracterizado siempre al club.

En la Intercontinental se enfrentaron al Liverpool de Dalglish, el equipo que llevaba años en lo más alto del fútbol europeo. Frente a los Grobbelaar, Phil Neal o Ian Rush, un pase de Marangoni a Percudani sirvió para que este hiciera el único gol del partido e Independiente se alzara, por segunda vez, con la Copa Intercontinental. Para entonces ya hacía unos años que el torneo había sido comprado por una marca japonesa y, con ese dinero de por medio, parecía que se había recuperado el interés de los clubes europeos por la competición. La Copa pasó a disputarse a partido único y siempre en Tokyo. Japón se convertía así en el edén más deseado por los clubes argentinos, en el destino que ponía el broche de oro a los grandes ciclos.

La pelota no se mancha
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