Mientras los equipos favoritos se van acomodando en los primeros puestos de la clasificación, el protagonismo de la sexta fecha recae en Carlos Bueno, delantero de San Martín, y Agustín Orión, portero de Boca Juniors. Todo se produce cuando un choque entre ambos finaliza con la tibia y el peroné del delantero fracturados. A partir de ese momento el incidente pasa a abrir todos los programas deportivos de la semana y el debate se extiende a la calle. En bares, oficinas, colectivos etc. los argentinos se convierten en expertos en derecho deportivo y opinan acerca de la sanción que debe recibir el portero de Boca. La frontera la marcan los 4 o 5 partidos. Los hinchas “Bosteros” no creen que deban sancionarle con más de cuatro encuentros, pero todos los demás piensan que no deben ser menos de cinco. Y es que en cinco jornadas se juega el superclásico entre Boca y River y dependerá de la decisión del tribunal saber si el portero titular de los “bosteros” estará presente o no.

Después de muchos días de debate y con una semana de retraso que da pie a todo tipo de especulaciones sobre las presiones que pueda recibir el tribunal, finalmente Orión es sancionado con cuatro partidos y Boca podrá contar con su portero titular frente a River. A partir de ese momento los rivales del “Xeneize” se lanzan a denunciar el poder de Boca dentro de la AFA. Seguramente si el tribunal hubiese añadido un partido a la sanción, habrían sido los “bosteros” quienes hubiesen hablado de la influencia de River y de la falta de jerarquía de la directiva boquense. Al fin y al cabo si algo gusta en este país es discutir sobre fútbol y los poderes que se esconden detrás de la pelota.

La polémica entre Orión y Bueno deja en un segundo plano los tres goles que el delantero de Huracán, Ramón “Wanchope” Ávila, le hizo a Argentinos Juniors. No se trata de un delantero exquisito, capaz de hacer goles gambeteando a varios rivales desde el medio de la cancha, es más bien un delantero contundente, de los que entran al campo como quien va a una trinchera y pelea cada balón como un mendrugo de pan en la posguerra. Un delantero que ha encajado perfectamente en el juego de Huracán.

El club del barrio de Parque Patricios no suena en Europa tanto como los grandes de Argentina, sin embargo tiene historia suficiente como para mirar con orgullo a los más importantes del país. Vivió sus años de esplendor en la década de los años veinte, cuando logró cuatro títulos de primera división y contaba entre sus filas con el que sería máximo goleador del primer mundial de fútbol, Guillermo Stabile.


EL “GLOBO”

Parque Patricios siempre ha sido un barrio obrero y de Huracán. Un paseo por el parque que da nombre al barrio es suficiente para conocer quiénes han sido los ídolos que han marcado su identidad. Los futbolistas “Tucho” Mendez, Emilio Baldonedo y el boxeador “Ringo” Bonavena tienen su homenaje en el parque. Herminio Masantonio, delantero del “Globo” en los años treinta, tiene estatua, calle y plaza. Y, cómo no, en el barrio donde dicen que nació el tango, a Masantonio también le dedicaron uno:

En cuanto a la cancha sus once globitos

valientes y audaces desplaza Huracán,

se ve en la barquilla de los delanteros

un recio mortero que apunta tenaz.

 

Temblando el arquero contrario se encoje,

los nervios de tigre, de lince al mirar,

y grita la barra de Parque Patricios

¡Tirá Masantonio, Herminio tirá!

 

¡Y si tira Masantonio no hay qué hacerle

¡ya está el gol!

La etapa de esplendor de Huracán se dio antes de Masantonio, cuando el barrio contaba con una industria floreciente y con la incineradora de basuras, que hacía que en todo Buenos Aires se les conocíera como los “Quemeros”. Eran los años veinte y Huracán fue el dominador de los campeonatos de la Asociación Argentina de Football junto a Boca Juniors. Los Cesáreo Onzari, Guillermo Stábile o Ángel Chiesa fueron los grandes rivales de los Tesoriere, Calomino o Tarasconi. Entre los dos equipos se repartieron las ocho ligas de la AAF. En la Asociación Amateur de Football, por el contrario, los campeones fueron Racing, Independiente, San Lorenzo y River Plate. Sí, dos campeonatos diferentes, porque los clubes de Buenos Aires volvían a estar divididos en dos asociaciones.

El fútbol ya había alcanzado suficiente importancia como para generar intereses e influencias peligrosas. Las reclamaciones a la AFA eran frecuentes y el Consejo se convertía en muchos casos en el árbitro que definía títulos, ascensos y descensos. La influencia de cada equipo sobre este Consejo era fundamental en las decisiones finales y el conflicto no podía tardar en estallar. Las diferencias respecto a la selección de delegados llevaron a una nueva escisión. Independiente, River Plate, Racing, Platense, Estudiantil Porteño, Tigre, Atlanta, Defensores de Belgrano, Estudiantes de Buenos Aires, Gimnasia y Esgrima, San Isidro, San Lorenzo y Sportivo Barracas fundaron la Asociación Amateur de Futbol. Boca Juniors, Estudiantes de La Plata, Eureka, Huracán, Porteño y Sportivo Almagro permanecieron en la AAF. La escisión se mantuvo hasta que en 1926 el presidente Marcelo Alvear consideró que el fútbol era demasiado importante para la estabilidad del país y decidió intervenir en el conflicto. Reunió a ambas asociaciones, se puso fin a las diferencias y, para no herir sensibilidades, se decidió incluir a todos en la Primera División, 34 equipos en total. El fútbol volvía a estar unido y todos contentos.


AMATEUR TIRANDO A PROFESIONAL

Para entonces quedaba ya muy poco del espíritu amateur de la etapa de los clubes británicos. Aunque el profesionalismo estaba prohibido, los rasgos que se le parecían estaban ya bastante extendidos. Los clubes que contaban con muchos seguidores y un gran estadio se aseguraban recaudaciones millonarias en cada partido y se abría una brecha cada vez más grande entre lo que ya empezaba a denominarse como clubes grandes y clubes chicos. Al mismo tiempo el aumento de los ingresos dio inicio a un elemento que abrió un airado debate: el mercado de jugadores.

Ya en 1912 el futbolista de Argentinos Juniors, Caballero, había decidido aceptar la oferta del Club Hispano a cambio de un buen empleo en la empresa de uno de sus directivos. Este “fichaje” generó una crisis entre las directivas de los dos clubes y un debate en la prensa acerca del traspaso de jugadores. Algunos defendían la libertad del futbolista para elegir su equipo, otros consideraban que siempre debía ser el propio jugador quien tomara la iniciativa de cambiar de club y no los directivos quienes lo tentaran. El debate acerca del profesionalismo estaba abierto y los diarios se hacían permanente eco. En La Mañana incluso se argumentó que ofrecer toallas o bolsos a los jugadores podía ser considerado como «concesiones y dádivas a los jugadores que pueden ser el principio del fin y podrían generar funestas consecuencias para el deporte» [6].

Para los años veinte la realidad era que muchos jugadores contaban con contratos “fantasma” en empresas de algún directivo del club. Se les empleaba en tareas de baja exigencia y con libertad para ausentarse del trabajo cuando fuera necesario o, simplemente, no se les exigía que aparecieran por el taller. En otros casos los sueldos de los jugadores se ocultaban dentro de las cuentas generales de cada sociedad bajo otras denominaciones, dando lugar a abultadísimos gastos en sellos o en material para la limpieza. Era también una forma de asegurarse que el jugador estuviera en óptimas condiciones para los partidos porque, si el propietario de la empresa era seguidor de un equipo rival, existía la tentación de cambiarle los turnos de trabajo de manera que no pudiera llegar a los entrenamientos o a los partidos.

La prohibición del profesionalismo se había convertido en un absurdo que todos los equipos burlaban de una manera más o menos clandestina, lo que se llamó el “amateurismo marrón”. Sin embargo la situación terminó “blanqueándose” de la forma menos esperada. A pesar de ser jugadores amateur, los futbolistas no tenían la libertad para cambiar de equipo. Los derechos del pase pertenecían a los clubes y los futbolistas quedaban siempre a merced de los caprichos de los directivos. Después de muchas disputas, en 1931 finalmente decidieron declararse en huelga.

Para entonces Argentina llevaba un año bajo un gobierno militar, el primero de una larga lista que se prolongaría por todo el siglo XX. Los conflictos laborales durante los años veinte habían dado lugar a constantes disturbios, los efectos del crack del 29 se dejaban sentir en la economía y se impuso un férreo gobierno militar que puso límites muy estrechos a los derechos de los trabajadores. Con los obreros en pie de guerra contra un gobierno que respondía haciendo oídos sordos y reprimiendo cualquier protesta, el gremio de futbolistas argentinos decidió marchar hacia la Casa Rosada. El presidente de facto, José Félix Uriburu, firme en su posición de no recibir a los trabajadores, decidió hacer una excepción con los futbolistas y se sentó a escuchar sus reclamaciones.

Los clubes defendieron ante el presidente la legitimidad de retener a los jugadores, mientras que estos reclamaban su derecho a elegir equipo. Ante la intervención del gobierno, se tomó la decisión de otorgar la libertad a los jugadores, pero al mismo tiempo se decidió legalizar el profesionalismo. No era una reclamación de ninguno de los dos bandos en conflicto, pero el gobierno decidió poner fin a una prohibición que en la práctica nadie cumplía. Quedaba atrás el “amateurismo marrón” y el fútbol argentino entraba en la era del profesionalismo.

La pelota no se mancha
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