En la fecha 22 la violencia volvió a hacerse presente en el fútbol argentino. Esta vez fue en Mendoza, en casa de Godoy Cruz. La barra brava del equipo local volvió a demostrar que tienen la sartén por el mango y que el partido se suspende cuando ellos quieran. La fórmula no es nueva y tampoco complicada. Se elige un momento del partido, pongamos el primer córner en el fondo de la barra. Llegado el momento se lanzan objetos contundentes al campo hasta que el árbitro evidencia que es necesario suspender el partido. Ni siquiera hay que preocuparse por introducir esos objetos al campo, cuando sea necesario se destrozan los baños y ya dispones de suficiente material para lanzar al terreno de juego.

Esta no es una situación nueva para Godoy Cruz, ocurrió también en 2006 frente a Arsenal y en 2009 frente a San Martín de Tucumán. Da la impresión de que, cada vez que la barra brava quiere presionar al club, obliga a suspender el partido. La violencia se convierte así en un arma de coacción y la barra brava en uno más de los beneficiarios del negocio del fútbol.

En un principio las barras bravas no eran más que grupos de aficionados que apoyaban a sus equipos, pero la necesidad de financiación llevó a que se estrecharan los lazos con las directivas de los clubes. Poco a poco la influencia de la barra brava fue creciendo tanto como sus fuentes de ingresos y entonces el control de la misma se convirtió en un negocio. Venta de entradas, aportaciones de los jugadores y de las directivas, cobro por aparcar en las inmediaciones del estadio… Las miradas cómplices de los clubes y la falta de actuación por parte de las autoridades permitieron que el negocio siguiera creciendo hasta llegar a mover sumas realmente millonarias. Así, la violencia dejó de darse entre hinchadas rivales y pasó a estar relacionada con peleas internas por el control de la barra o medidas de presión para proteger determinados privilegios. Business as usual.


DESCONTROLADOS

Curiosamente fue un hecho muy positivo para Argentina, como la caída de la dictadura en 1983, el que facilitó el crecimiento de la violencia relacionada con el fútbol. Para entonces las barras bravas ya habían desarrollado un negocio que debían cuidar y la desaparición de la feroz represión ejercida por los militares fue aprovechada para tomar más fuerza.

Eran los años ochenta, un tiempo en el que la alegría por recuperar la democracia tapaba problemas de no menor calado. Volvía a haber un presidente elegido en las urnas, pero la situación económica del país seguía siendo muy delicada. Los principales responsables de las barbaridades cometidas bajo el gobierno militar fueron condenados y, posteriormente, se sofocó de manera pacífica el intento de golpe de Estado de Campo de Mayo. El presidente Alfonsín declaraba “la casa está en orden”, pero la presión militar era evidente y, unos meses más tarde, se aprobaba la ley de obediencia debida que, sumada a la de punto final, terminaba con los juicios a la dictadura. Al mismo tiempo la imparable inflación seguía lastrando cualquier intento de desarrollo económico.

En el fútbol se producía una situación similar. La euforia se desató con el segundo campeonato mundial logrado en México, pero la realidad era que Maradona jugaba para el Nápoles y los argentinos sólo podían disfrutarlo cuando se vestía la albiceleste. Igual que le ocurría al país, los clubes de fútbol seguían en una muy difícil situación económica y cada vez les costaba más retener a sus estrellas frente a las ofertas millonarias de los equipos europeos. Boca seguía teniendo que hacer esfuerzos para llegar a fin de mes. Históricos como San Lorenzo y Racing habían conocido el sufrimiento de un descenso y, en 1986, fue Huracán quien descendió a la B por primera vez en su historia.


SE COLÓ EL BICHO

En un contexto de crisis económica, con una inflación galopante, fue un equipo de cantera, Argentinos Juniors, quien vivió sus mejores momentos. Si uno pregunta a los hinchas del “Bicho” por su partido más recordado, no tardará en oír hablar del día que perdieron la Copa Intercontinental frente a la Vecchia Signora.

Aquel día, en Japón, frente a un público que apenas conocía lo que era el fútbol y al que seguían impresionando más los saques largos de los porteros que los goles, el humilde equipo del barrio de La Paternal le arrebató el balón a la poderosa Juventus, se adueñó del partido y sólo los penaltis pudieron evitar que se llevara la copa a casa. Campeones del Mundo como Cabrini o Scirea no podían frenar a los Videla, Borghi o Castro. Platini veía como en el centro del campo era superado por Sergio Batista y Michael Laudrup aprendía por qué Olguín había sido un día campeón del mundo.

En aquella final el equipo de la Paternal se ganó el respeto del fútbol mundial jugando con descaro, mirando siempre hacia la portería contraria y sin sentirse inferior a un rival que contaba con varios de los mejores jugadores del mundo. Es cierto que al final el “Bicho” no se llevó el trofeo, pero ofreció un espectáculo lleno de emoción, ambición y entrega; precisamente los elementos que hacen del fútbol un espectáculo adictivo. Y si Argentinos estuvo aquel día en Tokyo fue porque previamente habían ganado el campeonato argentino y la Copa Libertadores.

Para llegar a la final de Tokyo el “Bicho” había eliminado en semifinales de la Libertadores al Independiente de Bochini, Burruchaga, Marangoni… en una eliminatoria en la que ambos equipos ofrecieron un espectáculo de esos que, con el paso de los años, se convierten en leyenda y que demostraban que, a pesar de las dificultades económicas, Argentina seguía contando con grandes equipos de fútbol. Para la vuelta en Avellaneda los “Rojos” tenían cierta ventaja tras el empate de la ida, pero aquel día podía pasar cualquier cosa. Borgui y Batista por Argentinos y Bochini y Marangoni por Independiente dieron una exhibición de magia, goles, intensidad y emoción.

Argentinos se adelantó 0-2, pero el “Rojo” acortó diferencias. En el último minuto, un penalti a a favor de Independiente podía darles la clasificación. Lanzó Maragoni, pero lo detuvo Vidallé. El “Bicho” pasó a la final y los dos equipos fueron despedidos con una ovación por el público de la Doble Visera.

El ciclo brillante de Argentinos Juniors duró mientras estuvo en el banquillo el rosarino Jose Yudica. En poco tiempo llamaron tanto la atención que llegaron ofertas frente a las que un humilde equipo de barrio no podía competir. Se marchó Yudica, se marcharon los mejores jugadores y el “Bicho” volvió a pelear por mantenerse en la Primera División y a seguir haciendo honor al papel que parece otorgarle el fútbol argentino. Si el país fue un día conocido como “el granero del mundo” por sus exportaciones de carnes y cereales, Argentinos Juniors es “el semillero del mundo”. Su materia prima son los futbolistas y tiene la costumbre de producirlos de muy buena calidad.


URGENCIA HISTÓRICA

Argentinos Juniors tardó más de veinte años en volver a ser campeón del fútbol argentino, condenado por un mercado futbolístico que dificulta que un club chico se pueda mantener mucho tiempo entre la élite. Los grandes, por el contrario, tienen más posibilidades para reinventarse año tras año. River había desmantelado un equipo campeón a principios de los ochenta y le costó recuperarse, pero volvió a marcar la pauta del fútbol argentino a mediados de esa misma década.

Tras la marcha de Labruna en 1981 el “Millonario” contó con 8 entrenadores en 3 años y, en 1983, sólo la puesta en marcha del sistema de porcentajes le salvó del descenso. No dejaban de llegar jugadores con reconocido prestigio, pero el equipo no funcionaba.

Para 1985 volvían a tener un equipo muy competitivo. De Uruguay habían llegado Alzamendi y Francescoli. El ídolo de la hinchada, el “Beto” Alonso, volvió de su exilio en Vélez Sarsfield. Ruggeri y Gareca cambiaron los ocho meses sin cobrar en Boca por sólo dos o tres en River, una mejora sustancial en sus condiciones laborales. Y a los mandos del equipo estaba Héctor “Bambino” Viera.

Acerca del “Bambino” se habían escrito ya infinidad de leyendas de noches locas, partidos jugados en un estado poco apropiado… Sin embargo, cuando se convirtió en entrenador cambió completamente su perfil. Fue capaz de manejar y sacar el máximo rendimiento de una plantilla en la que convivían varios gallos en el mismo vestuario. Francescoli demostró qué tipo de jugador era y terminó como máximo goleador del campeonato. Morresi formó junto al “Príncipe” una dupla que derrochaba calidad. Pumpido, Ruggeri, Gutierrez y Gallego formaron una columna vertebral que daba seguridad a todo el equipo. Con Veira River no sólo salió campeón, se permitió además el lujo de hacerlo ganando en la Bombonera. En el famoso partido del balón naranja, River dio la vuelta olímpica en la cancha del máximo rival. O para ser más justos, dieron media vuelta olímpica, tres cuartos si quien lo dice es un hincha de River, porque, en una decisión muy prudente, decidieron volverse cuando se acercaban al fondo de la 12.

Habían vuelto a ser campeones de Argentina como muchas veces antes, como ocurría en River cada pocos años, pero el club seguía teniendo la cuenta pendiente de la Libertadores. Los de Nuñez habían dominado el fútbol argentino durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, pero entonces no existía ningún torneo continental de prestigio. Ahora River necesitaba una Copa Libertadores que acreditara el estatus que se había ganado el club en el fútbol mundial. En 1966 perdieron frente a Peñarol una final que tenían ganada y desde entonces arrastran el sobrenombre de “gallinas”. En 1976 el Cruzeiro brasileño los volvió a dejar sin título. Diez años después River volvió a una final del máximo torneo continental y esa urgencia histórica se sintió en el Monumental cuando el “Búfalo” Funes marcó el único gol del segundo partido frente al América de Cali. Era la consagración continental para uno de los clubes más importantes del planeta.

Unos meses más tarde, en Japón y frente al Steaua de Bucarest, River quería completar el ciclo con la Copa Intercontinental. Con Francescoli ya en la liga francesa llegó el momento de uno de los mayores ídolos del club. El “Beto” Alonso vio un hueco entre la defensa rumana, dio un pase en profundidad para dejar solo a Alzamendi y el uruguayo hizo el gol que dio la victoria a River. Fue el último partido de Alonso. Habían pasado 23 años desde que llegara al club de Nuñez y se retiraba como campeón del mundo y habiéndose ganado un lugar en la mesa de los mitos de River junto a Labruna, Carrizo y compañía.


ROSARIO DE NUEVO

River tocó el cielo con las manos, pero la directiva no supo aprovechar el momento para mejorar la situación económica del club. Francescoli fue vendido al Racing de París, Pumpido al Betis, Ruggeri y Alzamendi al Logroñes… En el fútbol los ciclos se recortaban cada vez más, las plantillas empezaban a cambiar cada temporada y desaparecieron los equipos que dominaban el campeonato durante varios años seguidos. River salió campeón en el 86, pero tras los “Millonarios” llegó, de nuevo, el momento de los equipos rosarinos.

Basando sus plantillas en una envidiable cantera de jugadores, Central y Newell’s volvían a los puestos más altos del fútbol argentino. La AFA cambió en 1985 el sistema de dos torneos al año, Metropolitano y Nacional, y decidió imitar el modelo europeo de una liga por temporada con doble vuelta. Este sistema se mantuvo durante seis campañas y en tres de ellas salió campeón uno de los dos equipos de Rosario.

Central había descendido en 1984 a la B, apenas cuatro años después de su último campeonato. En un momento de crisis deportiva y bajo una muy delicada situación económica, aprovecharon para armar un equipo nuevo y volvieron a Primera División un año más tarde. Con esa base y el acierto en las incorporaciones de Gasparini, Escudero y Lanari, más la vuelta del “Patón” Bauza, los “Canallas” se proclamaron campeones en la temporada de su regreso a Primera, el único equipo capaz de conseguirlo en toda la historia del fútbol argentino.

Era un equipo dirigido por Don Ángel Zoff y liderado en la cancha por el “Negro” Palma. Un equipo joven que podía haber dado muchos éxitos a Central, pero al que la renqueante economía del club no permitió tener continuidad. La directiva tuvo que aprovechar la oferta que River hizo por Palma para tratar de desahogar las cuentas. Sin la magia del “Negro”, los “Canallas” perdieron mucho de su potencial y no pudieron repetir el éxito de 1987.

Para mayor alegría de la hinchada de Central, aquel campeonato se consiguió superando por un solo punto a su máximo rival. Newell’s hacía mucho tiempo que venía trabajando bien, desde que Jorge Griffa volviera de Europa para hacerse cargo de las inferiores del club. En las siguientes dos décadas Griffa se dedicó en cuerpo y alma a educar futbolistas. Sabía que Buenos Aires era coto privado de los clubes de la capital, por lo que recorrió el interior del país buscando futuras estrellas para Newell’s. Así pudo llevarse y formar a Valdano, al “Tolo” Gallego, Giusti, el “Tata” Martino, Sensini, Balbo, Bastituta… Un día se enteró de que Central iba a fichar a un jugador en el que se había fijado. Llamo a otro de esos entrenadores de las inferiores obsesionados por su trabajo como él, un joven llamado Marcelo Bielsa, y juntos se plantaron en casa del futbolista a la una de la mañana. Se disculparon ante su madre por la hora y luego convencieron a Pochettino para que firmara por Newell’s.

El trabajo silencioso de Griffa no fue en vano. El club no tenía el poder económico de los grandes equipos porteños, pero con el desarrollo de la cantera lograron convertirse en un habitual de los puestos altos de la clasificación. En 1987 la plantilla estaba formada íntegramente por jugadores de las inferiores del club. Para dirigirlo volvió un entrenador de la casa, el mismo que había logrado la Libertadores con Argentinos Juniors.

Yudica aplicó en la “Lepra” el fútbol lírico que le había dado tanto éxito con el “Bicho” y con esas armas fueron capaces de vencer por 1-5 en la Bombonera o 6-1 a Independiente hasta proclamarse campeones del campeonato argentino.

Al año siguiente a punto estuvieron de llevarse la Libertadores. Dejaron en el camino a Barcelona de Guayaquil, Bolivar o San Lorenzo y se clasificaron para la final frente a Nacional de Montevideo. El partido de ida de la final debió disputarse en la cancha de Central, porque la de Newell’s estaba clausurada por los incidentes ocurridos en un partido anterior, precisamente frente a Nacional. En aquel partido uno de los linieres recibió un botellazo en la cabeza y los jugadores uruguayos pidieron insistentemente la suspensión del partido, a lo que el responsable de la CONMEBOL contestó que, dado el clima que se respiraba en el estadio, era conveniente seguir jugando. Y es que los partidos en la Libertadores se vivían así, como auténticas batallas en las que estaba en juego el orgullo nacional.

Newell’s se impuso por 1-0 en el partido de ida de la final, pero en Montevideo les esperaba un ambiente infernal. Como solía ocurrir en la Libertadores, la hostilidad la sintieron nada más llegar al país y fue creciendo hasta llegar a su climax en el estadio Centenario. En medio de una hinchada enfervorecida, Newell’s no fue capaz de frenar los ataques de Nacional y cayó derrotado por 3-0.


NUEVAS SOLUCIONES

Argentina seguía dando jugadores de enorme calidad y eran numerosos los equipos que buscaban decididamente dar espectáculo. En medio de una sociedad que trataba de reacomodarse a la democracia, el fútbol seguía siendo el principal entretenimiento de los argentinos. Una genialidad de Bochini o un pase entre líneas del “Beto” Alonso tenían la capacidad de hacer olvidar por un momento la inflación, el paro o la pobreza. Y en esos años en que en los supermercados renovaban la etiqueta del precio cada día y se buscaba desesperadamente el valor seguro del dólar, tiene algo de justicia poética que el club de uno de los barrios más humildes de Buenos Aires viviera sus años de esplendor.

El Club Deportivo Español nació en los años cincuenta en el Bajo Flores con el propósito de aglutinar a la comunidad española de la capital. Con el estigma de un barrio que se ha acostumbrado a que no le regalen nada y pelearlo todo, llegó a Primera y, durante unos años, se permitió el lujo de disputarles el campeonato a los más grandes. No llegó a ganar ningún título, pero se mantuvo durante catorce temporadas en Primera División y llegó a ser tercero en tres ocasiones. Luego llegaron los cantos de sirena, pagó fichajes que estaban lejos de sus posibilidades y acabó en la quiebra. El equipo se hundió en las divisiones más bajas, le embargaron el estadio y desaparecieron todos los inversores ávidos de negocio. En plena agonía, sólo los socios salvaron al Deportivo Español de la desaparición. Consiguieron recuperar el estadio y mantener al club con vida; volver a la Primera División les va a costar algo más.

Mientras Deportivo Español vivía sus años de gloria, la CONMEBOL buscaba la forma de generar nuevos ingresos. Si en Europa había tres copas continentales, ¿por qué en América no podía haber dos? Se creó así la Supercopa Sudamericana, en la que participaban todos los clubes que alguna vez habían ganado la Copa Libertadores.

La primera edición de aquel torneo quedó como un hito en la memoria de los aficionados de Racing. El club había vuelto a Primera División después de dos años en la B y trataba de recuperar su lugar en la élite tras 21 años sin títulos. Fue precisamente aquella última copa, la Libertadores de 1967, la que les dio derecho a disputar la Supercopa. Basile, ahora como entrenador, volvía a llevar a Racing a ganar un título continental y cerraba dos décadas de sequía en las que los hinchas de la “Academía” habían tenido que ver como Independiente sumaba trofeo tras trofeo.

La segunda edición de la Supercopa Sudamericana también sirvió como bálsamo para otro grande del fútbol argentino. En los años más difíciles de su historia, Boca fue quizás más Boca que nunca. A falta de un Rojitas o un Maradona, los símbolos “Xeneizes” pasaron a ser jugadores como Passucci o Hrabina, de esos tipos que se hicieron un hueco en el fútbol profesional cuando aprendieron que destruir era mucho más fácil que construir.

Después de que Ruggeri y Gareca dejaran el club para fichar por River, Passucci quiso recordarles lo que opinaba al respecto en el siguiente superclásico. En cuanto tuvo a Ruggeri a tiro, le propinó una patada escalofriante, se levantó y, sin necesidad de mirar el color de la tarjeta, se fue directo a los vestuarios. Hrabina, por su parte, era capaz de poner a la Bombonera en pie lanzándose al suelo para cortar el avance de un rival con la cabeza. Cuando en 1986 Menotti llegó para hacerse cargo del equipo, se acercó a Hrabina y le dijo “sabe que lo estuve observando y veo que combina bien los colores, como que tiene buen gusto ¿Por qué no juega de la misma manera?”.

Para 1989, con la economía del club saliendo del coma, Boca se permitió el lujo de traer a Marangoni de Independiente o a Navarro Montoya de Vélez. Una Supercopa Sudamericana no tenía el prestigio de la Libertadores, pero, aquel año, a los “Xeneizes” les sirvió para poner fin a una década sin títulos y dar un poco de aire al club. Ya llegarían los años en que pudieran permitirse mayores alardes.

La pelota no se mancha
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