Lo dijo Jorge Valdano y lo han vivido en las últimas semanas River y Boca. El fútbol es un estado de ánimo. Los “Xeneizes” llegaron al duelo de la Libertadores invictos en la temporada y demostrando una buena solidez. El juego de River, por el contrario, generaba muchas dudas y había llegado a octavos a trompicones. Un par de partidos y un poco de gas pimienta después, River dejó a Boca fuera de la Libertadores, eliminó a Cruzeiro en cuartos de final, con una épica remontada en Brasil y Pablo Aimar volvió a vestirse con la banda roja, quince años después de su salida del club y tras superar una larga lesión. Boca, por su parte, quedó fuera de la Libertadores y sufrió una dura sanción. Tras perder la imbatibilidad frente a River encadenó dos derrotas consecutivas en liga (con Aldosivi y Vélez) y su gran estrella, Osvaldo, era más noticia por problemas personales que por marcar goles. El parón que vivirá la liga argentina por la disputa de la Copa América parece un “salvado por la campana” para Boca, mientras que River tratará de mantener su estado de ánimo.

Pero llegados a mitad del campeonato, la punta de la clasificación no es de Boca ni de River, es de San Lorenzo. Racing está cerca y luego vienen las dos sorpresas de la temporada: Rosario Central y Belgrano de Córdoba. Es el encanto del fútbol argentino, en el que son varios los equipos con posibilidades de ser campeones.

Tras la jornada 15 la liga argentina para por la disputa de la Copa América. Es el turno de la selección, de todas las figuras que dieron el salto a Europa para crecer y convertirse en los mejores jugadores del mundo. Sólo dos futbolistas del torneo local forman parte de los convocados por el “Tata” Martino: Milton Casco de Newell’s y Fernando Gago de Boca. Por el contrario, en la final de la Champions League estuvieron presentes cuatro internacionales argentinos: Roberto Pereyra y Carlos Tévez de la Juventus y Javier Mascherano y, por supuesto, Leo Messi del Barcelona.

Leo llega a la Copa América tras unos meses en los que ha vuelto a asombrar al mundo del fútbol y a calentar el debate acerca de si es mejor que Maradona. Hace tiempo que las actuaciones de Leo dieron pie a este debate y todo apunta a que dará todavía para muchas horas de discusion a los argentinos. Este es un país que convive con las dicotomías, que parece incapaz de ponerse de acuerdo en algo. Desde la irrupción de Menotti y Bilardo como entrenadores, se abrió una brecha en el fútbol argentino entre simpatizantes de un estilo y de otro. Cuarenta años después ambos entrenadores están retirados, pero el debate no ha concluido. Lo mismo ocurre con la afición a los clubes, River-Boca, Newell’s-Central, Racing- Independiente… Los argentinos parecen condenados a la enemistad con el vecino. También la vida política del país sufre esa misma dicotomía, con la población dividida entre peronistas y antiperonistas. Igual que en el fútbol, no importa que el protagonista de esta división muriera hace más de cuarenta años, la política argentina sigue marcada por esa brecha.


EL EQUIPO DE JOSÉ

Tras el golpe de Estado que terminó con su gobierno, Perón encontró refugio en la España de Franco y siguió liderando el peronismo desde su casa de Puerta de Hierro. Mientras en Argentina todo lo que recordara al general era perseguido, sus seguidores se organizaban tratando de asegurar su retorno al país.

En 1966 un nuevo golpe de Estado había impuesto un gobierno militar con Juan Carlos Onganía al frente y el peronismo se preparaba para responder. Era la antesala de unos años en los que la violencia se apropiaría de la vida diaria de los argentinos. Violencia política, social y también violencia en el fútbol.

El mismo año que Onganía iniciaba su dictadura militar, Racing alumbraba su época dorada, esa a la que inevitablemente terminan acudiendo todas las conversaciones de sus hinchas. La “Academia” es uno de los clubes más grandes de Argentina, ha tenido grandes equipos a lo largo de su historia, pero el nivel más alto en todas las comparaciones, su diamante en la escala de Mohs, es el equipo de mediados de los años sesenta, el equipo de José. “Y ya lo ve, y ya lo ve, es el equipo de Jose” fue durante años el cántico más oído en el Cilindro de Avellaneda.

José no era otro que Juan José Pizzuti, ídolo de Racing como jugador y que había tomado las riendas del equipo apenas dos años después de retirarse y tras una profunda crisis de resultados. El equipo marchaba último en la liga y ya se habían ido las figuras del último campeonato, obtenido cuatro años atrás. En su debut ganó por 3-1 a River e inició una racha de catorce partidos sin perder. Al año siguiente Racing fue campeón de liga con solvencia y estableciendo el nuevo record de imbatibilidad en 39 partidos.

En un periodo en el que la especulación se apropió del fútbol argentino, el equipo de José apareció como un soplo de aire fresco. Los jugadores corrían sin mirar atrás, sumándose uno tras otro al ataque y, muchas veces, dejando un solo defensor atrás; aunque si quien se queda a defender es el “Mariscal” Perfumo, el riesgo que se asume no es tanto.

Perfumo era capaz de cubrir él solo toda la defensa. Era duro y no eludía el choque con el delantero si era necesario, pero también tenía una habilidad especial para anticipar la jugada y sabía sacar el balón controlado como no se había visto hasta entonces. Muchas veces se habla del “Mariscal” como un adelantado a su época, como un representante del fútbol total años antes de que la “Naranja Mecánica” hiciera su aparición estelar.

Junto a Perfumo formaba Alfio “Coco” Basile, otro central duro que, a sus virtudes en defensa, sumaba un poderoso remate de cabeza. Entre Basile y Perfumo formaron durante años una muy sólida defensa para la “Academia”. Eran tiempos en los que al fútbol se jugaba con una contundencia que hoy en día sería inimaginable. Las entradas eran duras, incluso violentas en ocasiones y los partidos se convertían muchas veces en batallas campales entre dos equipos que pasaban a ser enemigos íntimos durante noventa minutos. En ese fútbol de los años sesenta, Basile y Perfumo fueron maestros.

Además de la pareja de centrales, de Italia había vuelto un veterano “carasucia”, Humberto Maschio, al que Pizzuti convenció para dejar la Fiorentina y volver a casa, nueve años después de su salida. También estaban el arquero Cejas, Rulli, el “Panadero” Díaz, Juan José Rodríguez o un jugador que llegó desde Santiago del Estero para pasar a la historia grande de Racing: el “Chango” Cárdenas.

Un año después del título de liga, Racing debía afrontar la Copa Libertadores, un torneo en el que los partidos frente a los urugayos, brasileños o colombianos eran de esos en los que se podía oler la sangre. La hostilidad hacia el equipo visitante empezaba desde que ponía pie en el país y, una vez en la cancha, el ambiente se parecía más al de una batalla que a un enfrentamiento deportivo.

Al principio de aquella competición la “Academia” viajó a Colombia para enfrentarse a Independiente Medellín. Debían aterrizar en el mismo aeropuerto en el que había fallecido años atrás uno de los más reconocidos hinchas de Racing, Carlos Gardel. Cuando el avión se acercaba a la ciudad colombiana se desató una tormenta que dejó el aparato a merced de los elementos. Muchos jugadores asumieron que había llegado su fin. Pizzuti se despidió del resto de la plantilla, pero milagrosamente el piloto consiguió aterrizar. Inmediatamente las mujeres de algunos jugadores empezaron a cantar “¡Y ya lo ve y ya lo ve, es el equipo de José!”. Al pisar el aeropuerto Pizzuti pidió whisky para todos, luego les insto a que, si alguien tenía miedo, lo dijera en ese momento. Después de superar aquella tormenta, las batallas de la Libertadores no podían asustar a aquel equipo. Ganaron en Medellín y después dejaron atrás a River, Colo Colo o Universitario de Lima, para enfrentarse en la final a Nacional de Montevideo.

Tras empatar a cero en Avellaneda, los jugadores uruguayos les avisaron de que la vuelta en Montevideo iba a ser un infierno. Como de costumbre, la presión la sintieron desde que cruzaron el rio de la Plata. Basile y Perfumo sabían que, para no achicarse, tenían que pegar primero y, al minuto de juego, un delantero de Nacional salió por los aires. Así se jugaba al fútbol en aquellos años. Racing empató en Montevideo y se llevó la Libertadores al ganar el partido de desempate.

En la Intercontinental el equipo de José se iba a enfrentar al Celtic de Glasgow. El partido de ida se disputó en Europa y los escoceses hicieron valer la localía ganando por 1-0. La “Academia” respondió imponiéndose por 2-1 en Avellaneda y forzando un tercer partido tres días después en Montevideo.

Para entonces la tensión ya había crecido entre los dos equipos. Los escoceses se habían quejado de la excesiva dureza de los jugadores argentinos y de la hostilidad con que habían sido recibidos en Buenos Aires. En el Cilindro de Avellaneda el portero Ronnie Simpson había sido golpeado con un objeto lanzado desde las gradas cuando se dirigía a la portería y debió ser sustituído. Al terminar el partido, algunos jugadores del Celtic plantearon a su entrenador: “Mister, si tanto quieren la copa, que se la queden”. Pero Jock Stein también quería la Intercontinental y confiaba en que, jugando en campo neutral, podrían imponerse a los argentinos.

En el Estadio Centenario, Racing tuvo que hacer frente a la hostilidad del público “charrúa” y a la tensión creciente. Llegado el minuto 42 Basile y Lennox fueron expulsados. Los escoceses seguían quejándose de la dureza de los jugadores de la “Academia”, sin embargo fueron Johnstone, Hugues y Auld los que se fueron a la caseta tras golpear a los futbolistas argentinos. Con el árbitro incapaz de controlar el partido, el marcador se mantuvo inamobible hasta que,en el minuto 55, el “Chango” Cardenas lanzó un zapatazo desde treinta metros y logró el gol más gritado en la historia de Racing.

Independiente había estado cerca, pero fue la “Academia” el primer equipo argentino en ganar a los europeos, el primer equipo argentino en proclamarse Campeón del Mundo. Los jugadores cruzaron el Rio de La Plata convertidos en héroes, mientras, de vuelta en Escocia, el Celtic imponía sanciones ejemplares a sus expulsados por el comportamiento mostrado en la final.


EXITISTAS

La Copa Libertadores y la Intercontinental se consolidaron como importantes posibilidades de aumentar los ingresos, pero los problemas económicos de los clubes seguían sin solucionarse. El modelo del “fútbol espectáculo” había disparado el coste de los fichajes y los sueldos de los jugadores, al tiempo que los ingresos por televisión no llegaban a equilibrar los gastos. Las deudas eran cada vez más altas y era necesario encontrar nuevos ingresos.

Históricamente los clubes de Buenos Aires se habían preocupado del Interior únicamente para fichar a sus mejores jugadores, pero, ante la necesidad de nuevos ingresos, la AFA pensó que, llevar a los mejores equipos de la capital a otras ciudades del país, podía ser una buena solución para sus problemas económicos. En la capital los estadios cada vez estaban más vacíos, pero el interior del país estaba repleto de hinchas que nunca habían visto en directo a sus equipos preferidos. Así, la AFA tomó la decisión de disputar dos competiciones cada año. El Campeonato Metropolitano se jugaría con los clubes de Primera División; mientra que, los mejor clasificados en este torneo, más cuatro equipos del Interior, jugarían el Torneo Nacional. Una fórmula que fue acogida con extrañeza, pero que se mantuvo vigente durante 18 años.

En la primera edición del Metropolitano llegó la primera sorpresa. Desde la llegada del profesionalismo los cinco grandes clubes de Argentina se habían repartido todos los campeonatos y sólo las hazañas de Banfield o Lanús habían hecho peligrar ese dominio. Hasta que, en 1967, Estudiantes de La Plata se convirtió en el primero de los equipos chicos en lograr un campeonato.

El "Pincha" no contaba con los medios de los grandes, pero, dirigidos por Zubeldía, supieron llevar el fútbol a otro nivel. Su entrenador tenía una máxima en el deporte, “la única verdad es ganar” y estaba convencido de que el trabajo era el único medio para lograrlo. Preparaba aspectos del juego a los que no se les había dado importancia hasta entonces: entrenaban el fuera de juego, las marcas personales, las jugadas ensayadas a balón parado… y en ese trabajo y en esa meticulosidad, Estudiantes encontró una ventaja frente a rivales más poderosos.

Pero el equipo de Zubeldía también acostumbraba a moverse en el filo del reglamento y a sobrepasarlo si era necesario. En unos años en que se practicó un fútbol muy duro, Estudiantes nunca rechazó una pelea y mostró una habilidad especial para sacar partido de cualquier lance del juego.

Algunos jugadores indagaban aspectos de la vida privada de sus rivales y un problema con su pareja, familia o equipo era oportunamente recordado durante el partido. Cuenta la leyenda que Bilardo, defensa de aquel equipo, llegó a jugar con una aguja escondida en el pantalón para pinchar a los rivales. Una leyenda que el protagonista ha sabido alimentar, desmintiéndola en ocasiones y guardando silencio en otras.

Estudiantes fue un equipo duro, tal vez violento, pero también es cierto que, su leyenda, fue agrandada por una prensa que se resistía a que un equipo chico acabara con décadas de dominio de los más poderosos. Fueron criticados como ningún otro equipo antes, pero sus éxitos les avalaban y terminaron dividiendo al fútbol argentino entre los que atacaban su estilo poco ortodoxo y quienes defendían su derecho a utilizar las armas de que disponían.

En 1967 rompieron con 38 años de dominio de los grandes y al año siguiente doblaron la apuesta ganando la Copa Libertadores. No contentos con eso, siguieron ganando hasta sumar tres títulos de campeones de América. Pero su zenit llegó en 1968 al vencer al Manchester United de Bobby Charlton, Best y Law en la Copa Intercontinental. Con unos medios limitados pero la victoria como objetivo único, el equipo de Zubeldía se había impuesto primero al establishment argentino, luego al americano y terminó por sacar de quicio a los campeones europeos.

“La noche que escupieron sobre la deportividad” tituló el Daily Mirror. Un año más tarde la Gazzetta Dello Sport hablaría de “Noventa minutos de cacería”. Eran duros, puede que tramposos, pero Estudiantes también sabía jugar al fútbol y sabía competir frente a equipos mucho más dotados que ellos.

Tras lograr la Intercontinental en Old Trafford, Estudiantes fue recibido en la Casa Rosada por el general Onganía. Un año más tarde, una ley del propio Onganía, que establecía penas de prisión para los actos cometidos en un terreno de fútbol, terminó con tres jugadores de Estudiantes en la cárcel de Devoto. Fue en la vuelta de la final de la Intercontinental, frente al Milán. Rivera, Combin o Prati conocieron la dureza, no sólo de los jugadores de Zubeldía. Al saltar al césped, los hinchas argentinos les lanzaron café caliente y en el calentamiento debieron esquivar los balones chutados por sus rivales. Era el prólogo de una batalla que terminó con la copa camino de Italia y los jugadores de Estudiantes Manera, Aguirre Suárez y Poletti encerrados durante un mes.

Aquel partido disputado en la Bombonera marcó para siempre la leyenda de Estudiantes como un equipo violento, pero los de Zubeldía también fueron un equipo contracultural, que se enfrentó a los elementos y marcó un estilo de juego que ha definido al club de La Plata desde entonces y que influyó notablemente en el devenir del fútbol argentino.


CARASUCIAS Y MATADORES

En los años en que los Beatles y los Rolling se iban apoderando del mundo, en el fútbol argentino de los violentos años sesenta apareció el más ye-ye de los equipos, ese que no llegó a ganar un título, pero dejó una huella imborrable en todos los aficionados. Eran los “Carasucias” de San Lorenzo.

Igual que los Sivori, Angelillo o Corbatta, los “Carasucias” de San Lorenzo eran jóvenes y muy descarados. Todos venían de las categorías inferiores del club de Boedo y su aparición rompió los esquemas del fútbol rígido de la época. “Andate al costado, “Bambino”, por el medio es Vietnam” le avisó un día el uruguayo Montero a Héctor Veira.

El “Bambino” Veira fue siempre un personaje especial. Tenía gambeta, tenía tiro, tenía remate de cabeza, pero andaba escaso de horas de sueño. Nunca renunció a una vida extravagante y llena de excesos. Lo mismo podía marcarle cuatro goles a Boca, que participar como extra en una película de Hollywood. Era un fijo de la noche de Buenos Aires, donde siempre le acompañaban su compañero en San Lorenzo, el “Loco” Doval y el más famoso hincha de Huracán, el boxeador “Ringo” Bonavena.

Además de acompañar al “Bambino” en todas sus juergas, el “Loco” Doval era un wing imparable. Jugó en San Lorenzo y más tarde siguió su carrera en Brasil. Disfrutó durante años, tanto del fútbol, como de la noche, hasta que, a los 47 años, a la salida de una discoteca, el corazón le dijo basta.

Pero el que tuvo que pagar un precio más alto por tanto exceso fue Victorio Casa. Una noche, buscando intimidad junto a una joven, aparcó su coche junto a la ESMA. Con la música a todo volumen, no escucharon los “altos” de los militares, hasta que soltaron una ráfaga de metralleta sobre el coche. De milagro, las únicas heridas fueron en el brazo de Casa, pero lo perdió para siempre. Volvió a jugar para San Lorenzo y pasó a ser inevitablemente conocido como el “Manco”, pero nunca alcanzó el nivel de antes del incidente.

Los “Carasucias” jugaron siempre para divertirse y consiguieron quedar en la memoria de los aficionados, a pesar de no lograr ningún título, pero hacía falta alguien que pusiera orden en aquel equipo y ese papel recaía en el “Oveja” Telch, el contrapunto de seriedad entre tanto exceso. En una ocasión Telch le reclamó al “Bambino” Veira que corriera para defender y la respuesta de este fue inmediata: “¿Por qué no corres vos? Que para eso te acostás a las ocho”.

En 1968, con cuatro años más de experiencia y nuevas incorporaciones como Alberto Rendo, Toti Veglio o Rodolfo Fischer, San Lorenzo volvió a ser campeón. Con menos fantasía que unos años antes, pero más seriedad, el “Ciclón” ya no era un equipo tan impredecible, aunque había ganado en eficacia. Fue un entrenador brasileño, Elba de Padua Lima “Tim”, quien dotó al equipo de una contundencia que hizo que pasaran a ser conocidos como “Los Matadores”. Terminaron el Metropolitano sin peder un solo partido, ganando en semifinales a River y en la final al Estudiantes de Zubeldía, para convertirse en uno de los equipos más recordados de la historia del “Ciclón”.


NUEVOS CAMPEONES

En el Nacional de 1968, tres equipos terminaron igualados a puntos: Racing (El equipo de José), River y un sorprendente Vélez Sarsfield. Para decidir el campeón se disputó un triangular en el que River empezó ganado a Racing. En el siguiente partido, una victoria de los de la banda frente a Vélez significaría el final a 11 años sin títulos para los “Millonarios”, pero, con el empate en el marcador, el árbitro no vio una mano de Gallo dentro del área y obligó a que el título se decidiera en el último partido.

Frente a Racing, con tres goles de Omar Wehbe, Vélez no dejó pasar la oportunidad de ganar su primer título y prolongar la sequía de River. Con pocas figuras pero la calidad de un 10 exquisito como Daniel Willington y un joven Carlos Bianchi, que todavía peleaba para hacerse con el puesto de titular, Vélez siguió el camino que Estudiantes había abierto a los clubes chicos.

Un año más tarde el Torneo Metropolitano volvió a estar dominado por los grandes. River, Boca y Racing se clasificaron para las semifinales. Junto a ellos se coló Chacarita Juniors, el equipo del barrio conocido por su cementerio. Los “Funebreros” eran conscientes de que, a diferencia de sus rivales, se encontraban ante una posibilidad única que podía no repetirse. En semifinales se impusieron a Racing y para la final esperaba River.

Con el Cilindro de Avellaneda a rebosar, los “Funebreros” rompieron todos los pronósticos y pasaron por encima de River Plate. 4-1 fue el resultado definitivo del partido que daba el único campeonato de su historia a Chacarita. River volvía a dejar pasar una oportunidad y aumentaba a doce los años sin conseguir un campeonato. Mientras los “Millonarios” se lamentaban, el entrenador de los “Funebreros”, Argentino Geronazzo, tenía claro cuál había sido la fórmula del éxito, “Níngún equipo puede jugar bien si tiene más de un 30% de boludos. Yo bajé el porcentaje y fuimos campeones”[16]. A veces el fútbol es mucho más sencillo de lo que queremos creer.


VIOLENCIA

El 9 de Abril de 1967, el hincha de Racing, Héctor Souto, murió en el estadio Tomás A. Ducó. No era la primera muerte relacionada con el fútbol, pero sí supuso un antes y un después en Argentina. Fueron miembros de la hinchada de Huracán quienes asesinaron al joven, en represalia por el robo de un paraguas con los colores del “Globo” y el término barra brava empezaba a hacerse común en el fútbol argentino.

En ese momento no se quiso vincular el asesinato de Souto con las barras bravas, no se le dio al incidente la importancia que correspondía y desde entonces, el problema no ha dejado de crecer. Las hinchadas de los clubes de fútbol hacía tiempo que se habían organizado, pero, en los años sesenta, estrecharon sus vínculos con las respectivas directivas. Los aficionados necesitaban ayuda para poder estar presentes en todos los partidos y los clubes querían contar con el apoyo de sus hinchas.

Un año después de la muerte de Héctor Souto, el superclásico entre River y Boca disputado en el Monumental también terminó en tragedia. Al finalizar el partido, la puerta 12 del estadio se convirtió en una trampa mortal, incapaz de dar salida a todos los aficionados y en la que, mientras unos caían al suelo, muchos más iban amontonándose. Sin posibilidad de salida hacia ningún lado, fueron 71 las personas que acabaron perdiendo la vida por asfixia o aplastamiento.

Nunca se llegó a aclarar lo ocurrido aquel día en la puerta 12. No quedó claro si los molinetes o tornos, habían sido retirados o si fueron los que impidieron la salida de los aficionados, si la actuación de la policía fue la apropiada o, por el contrario, contribuyó al desastre. Un año más tarde, cuando ambos equipos se volvieron a encontrar, la hinchada de Boca empezó a cantar “no había puerta, no había molinete, era la cana que daba con machete” y, sorprendentemente, los hinchas de River se unieron al cántico. La investigación se cerró dejando muchas dudas en el aire, las puertas del Monumental cambiaron los números por letras en orden alfabético y la tragedia de la Puerta 12 quedó en el recuerdo como el mayor desastre del fútbol argentino. Se volvió a perder la oportunidad de tomar las medidas adecuadas y, desde entonces, la violencia no ha dejado de crecer.

La pelota no se mancha
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