Rosario es diferente. Esa es una afirmación que uno aprende al poco de llegar a Argentina. En Rosario se vive el fútbol de otra manera. Se habla, se escribe y se discute sobre la pelota más que en el resto del país y sólo allí podía crecer una leyenda como la del “Trinche” Carlovich, ese jugador que nunca llegó a la Primera División, pero que muchos aseguran que fue mejor que Maradona.
El “Trinche” jugaba en Central Córdoba de Rosario, un equipo humilde de la ciudad y no existen imágenes suyas jugando al fútbol, lo que contribuyó a que creciera su leyenda. El estadio de Central Córdoba apenas llega a los 10.000 espectadores de capacidad, pero todos en Rosario aseguran haber visto jugar a Carlovich. Con el tiempo, la leyenda del “Trinche” traspasó los límites de la ciudad, incluso del país. Entonces, en Rosario volvieron al principio: “El hermano del “Trinche” era aún mejor”.
Rosario es quizás la ciudad más futbolera de uno de los países más futboleros del mundo y, a diferencia de otras ciudades de Argentina, aquí no es fácil encontrar un seguidor de River o de Boca. En una ciudad de más de un millón de habitantes, el fútbol se divide entre Newell’s y Central. Este es, sin duda, el clásico más caliente, el que se vive con más pasión. Vencer al vecino es una de las mayores alegrías que se puede tener a lo largo de la temporada, sólo comparable a ganar un título, pero perder… perder es una posibilidad que muchas veces resulta demasiado difícil de asumir. Quizás es por eso que el clásico de Rosario es el partido más veces suspendido en Argentina.
En el partido de la jornada 18 Central dio un golpe encima de la mesa al ganar en su cancha a Newell’s. Coudet, entrenador “Canalla”, declaraba al terminar el partido “hoy me recibí de técnico de Central”. Mientras tanto River sigue adelante con su sueño de la Libertadores. Entre semana eliminó en semifinales a Guaraní y ya está en la final del torneo más importante de América. Es una muestra más del potencial para reinventarse de los clubes grandes. En apenas cuatro años, River vuelve a la élite del fútbol sudamericano y deja definitivamente atrás el peor momento de su historia. No es la primera vez que los “Millonarios” superan un momento difícil. Cuarenta años atrás River también pasó por un momento crítico, cuando sumaba 18 años sin ganar un campeonato. Pero supieron reponerse e iniciar otro de los periodos gloriosos en la historia del club.
18 AÑOS DESPUÉS
La última vez que River había ganado un campeonato había sido en 1957. 10 presidentes de gobierno, 5 Mundiales de fútbol y 6 títulos de Boca después, en 1975 los de Nuñez volvieron a ser campeones. En todo ese tiempo habían pasado por el club jugadores como Carrizo, Varacka, Artime, Delem, Onega, Más, Cubilla, Solari, Wolff…River sumó más puntos y marcó más goles que ningún otro equipo, sin embargo no conseguía pasar del segundo puesto. Hasta 11 subcampeonatos sumaron en esos 18 años y una final de la Libertadores perdida con la que se ganaron el sobrenombre de “gallinas”.
En 1975 ficharon a Angel Labruna como nuevo entrenador, una vieja gloria del club cuya pasión por River quedaba fuera de toda duda. Siendo entrenador de Rosario Central le tocó enfrentarse a su equipo del alma y no pudo reprimir gritarle a un joven “Beto” Alonso: “¡dale, flaco, transpirá esa camiseta que usé yo durante veinte años!”.
Labruna era un entrenador valiente, ganador y que sabía elegir muy bien a sus jugadores. Cuando llegó a River en 1975 le ofreció a Roberto Perfumo jugar los últimos años de su carrera con los “Millonarios”. Con el “Mariscal” en el equipo, a Labruna todavía le dio tiempo para convencer a “Pinino” Más de que dejara el Real Madrid y volviera al Monumental. Pero, además del retorno de esos veteranos, Labruna contó con un grupo de jóvenes llamados a ser protagonistas de la historia del fútbol argentino. El “Pato” Fillol está hoy en día entre los contados porteros que pueden discutirle a Amadeo Carrizo la condición de mejor arquero argentino de la historia. De Sarmiento de Junín había llegado Daniel Passarella, uno de esos defensas que imponen respeto con su sola presencia. En el centro del campo formaban tres jugadores de las inferiores que serían la medular de los “Gallinas” durante una década, de esas tripletas que se recitan seguidas: J. J. López, “Mostaza” Merlo y el “Beto” Alonso.
Aquel equipo volvió a poner a River como uno de los referentes del fútbol americano. Después de años en los que el pragmatismo se imponía en el fútbol argentino, el Huracán de Menotti había devuelto “La Nuestra” a la actualidad y River seguía ejerciendo de máximo exponente de este estilo. A las órdenes de Labruna, los “Millonarios” ganaron 4 Metropolitanos y 3 nacionales en siete años y sólo les falló el talón de Aquiles de la Libertadores.
Pusieron fin a los cuatro títulos continentales consecutivos de Independiente, eliminándolos en semifinales de la edición de 1976, pero en la final fueron superados por el Cruzeiro brasileño. Era la segunda final continental que disputaban los de Nuñez y la Libertadores se les seguía resistiendo.
Labruna conformó durante aquellos años un equipo campeón, con una plantilla repleta de grandes jugadores; Passarella o Fillol se convirtieron en ídolos de toda una generación de argentinos, mientras Alonso sumaba enteros como favorito de la grada. El “Beto” era el número 10 de aquel equipo, el que ejercía de enganche y hacía funcionar el juego de ataque. River ganaba y la hinchada volvía a entusiasmarse con el equipo. A lo largo de siete años pelearon el título en todos los campeonatos, sin embargo la directiva parecía estar más preocupada por el descenso en la venta de entradas. Las cuentas del club no cuadraban y decidieron que era necesario un cambio de rumbo. En una serie de decisiones incomprensibles Angel Labruna fue despedido y declaró “esta vez me voy para siempre”. Murió dos años después. El “Beto” Alonso se marchó a Vélez. J.J. López fue más osado y se fue a Boca. Un año más tarde, Passarella aceptó la oferta de la Fiorentina y luego se marchó el “Pato” Fillol. River tardó cinco años en volver a ganar un campeonato y las cuentas siguieron sin cuadrar.
VUELVE BOCA
A mediados de los setenta, la indisciplina dentro de la plantilla de Boca había hecho mella en un club que acostumbraba a ser campeón. Buscando solucionar ese problema, se pensó en un entrenador con fama de duro y obsesionado con la victoria. Juan Carlos Lorenzo llegó al vestuario de Boca y desde el primer momento quiso hacer valer su autoridad: “Lo primero que les digo es que me llamen Maestro”[18], luego dejó clara su filosofía de juego: “ustedes creen que están en Boca, pero no, esto es Sportivo Ganar Siempre”.
En la plantilla ya estaban Mouzo, Tarantini o Pernía, pero Lorenzo buscó el valor seguro de varios veteranos. Mastrángelo, “Toti” Veglio, “Pancho” Sa, Suñé y un portero que llegó a Boca a los 32 años, pero que defendería su portería durante doce más, Hugo Gatti. Un “Loco” diferente, excéntrico dentro y fuera del campo, pero tan influyente que muchos porteros que vinieron después lo citan como su principal referente.
Aquel equipo logró ganar el Metropolitano de 1976 y la clasificación para la final del Nacional. En ese partido Boca tenía la posibilidad de hacer doblete, pero para ello debían superar nada menos que a River, la única vez que los dos grandes rivales del fútbol argentino se han encontrado en una final.
Pocos días antes del partido el delantero de Boca, Mastrángelo, era duda por problemas en el tobillo derecho y el “Toto” Lorenzo debió agudizar el ingenio para asegurar su participación. Se lo llevó al médico y, oportunamente, convocó a toda la prensa. Frente a todos los medios Lorenzo indicó al doctor “véndele bien el tobillo izquierdo”. Cuando la prensa se marchó Mastrángelo le indicó que seguía teniendo fuertes dolores, pero que el tobillo dañado era el derecho. Lorenzo no dudó en la respuesta: “vos jugás igual y te hice vendar el sano para que Passarella te pegue en ese y te deje el que te duele”. Viveza criolla le dicen algunos.
El partido se jugó en el Cilindro de Avellaneda lleno hasta la bandera. El propio árbitro del encuentro lo recuerda así “nunca había estado en una cancha así de llena, tenía miedo de que cedieran los cimientos y se derrumbara. Por un momento pensé que no íbamos a salir vivos de allí por cómo se movía el césped. Estaba parado en el círculo central y la tierra parecía no quedarse quieta”[19]. Como era de esperar fue un partido duro, trabado, con poco espacio para la fantasía. En el minuto 72 Suñé aprovechó que los jugadores de River estaban preparando la barrera para sorprender en el tiro libre. Fue el único gol del partido y el que abrió una polémica que todavía perdura.
Con el doblete en el bolsillo el presidente de Boca, Alberto J. Armando, recuperó su vieja obsesión por la Copa Libertadores. Se hicieron fuertes inversiones y se dejó en un segundo plano el torneo local, con el único objetivo de ser campeones continentales. Cayeron Peñarol, Deportivo Cali, River y, en la final, consiguieron superar a Cruzeiro. Boca Juniors era campeón de la Libertadores por primera vez en su historia, cumpliendo el deseo perseguido por su presidente desde principios de los años sesenta.
Al año siguiente Boca revalidó la Copa Libertadores y se impuso además al Borussia Moenchengladbach en la Intercontinental. La hinchada vivía momentos de euforia, pero, a largo plazo, el club debió pagar un alto precio. La inversión económica para alcanzar la Libertadores había sido muy fuerte y la deuda acumulada fue una losa que, en años posteriores, dejó al club al borde de la desaparición.
DE NUEVO EL "BOCHA"
Boca y River amenazaban con monopolizar los títulos en Argentina, pero Independiente seguía contando con un gran equipo. Había hecho incorporaciones como el centrocampista Omar Larrosa o el uruguayo Alzamendi y seguía contando con Bertoni, Bochini y sus paredes.
En el Nacional del 77 el “Rojo” se clasificó para una final en la que debía enfrentarse a uno de los equipos revelación de aquellos años. Talleres ha sido siempre el equipo más popular de Córdoba, una ciudad acostumbrada a servir de semillero para los mejores clubes de fútbol de Buenos Aires. Sin embargo, a finales de los años setenta había formado un equipo muy fuerte, con serias opciones de lograr un campeonato, que incluso llamó la atención de Menotti y lo llevó a incluir a tres de sus jugadores (Galván, Oviedo y Valencia) en el plantel de Argentina para el Mundial 78.
Por estas cosas que tiene el fútbol argentino, la final del Nacional del 77 se disputó en 1978. En el partido de ida, en la Doble Visera de Avellaneda, el 1-1 final parecía dar cierta ventaja a los de Córdoba. Además de disputar el partido decisivo en casa, se sospechaba de la presión que pudiera ejercer el gobernador de Córdoba e hincha confeso de Talleres, general Luciano Benjamín Menéndez. Para entonces Argentina ya vivía bajo la dictadura de Videla y los militares habían dado muestras suficientes de su interés por intervenir en el fútbol.
Al descanso del partido se llegó con 0-1 a favor de Independiente, pero Talleres igualó gracias a un penalti señalado por una dudosa mano dentro del área. Poco tiempo más tarde, el equipo cordobés marcó el 2-1 y, ante las protestas de Independiente, el árbitro expulsó a tres de sus jugadores. Indignados, los futbolistas del “Rojo” decidieron retirarse del terreno de juego y sólo su entrenador, Omar Pastoriza, pudo hacerlos cambiar de opinión: “Vamos a volver al campo y vamos a ganar el partido”.
Con ocho jugadores y la obligación de marcar un gol para ser campeones, las posibilidades de Independiente eran pocas. Fue entonces cuando volvió a aparecer la figura de Bochini. El día de su 24 cumpleaños, el “Bocha” entró al área, tiró la enésima pared con Bertoni y marcó el gol que daba el título a Independiente. El equipo con más Copas Libertadores, el “Rey de Copas”, logró aquel día, en Córdoba, frente a Talleres, su triunfo más épico, posiblemente el más recordado de la historia del “Rojo”.
PERDIENDO EL MIEDO
Aquellos fueron años en los que el fútbol siguió el crecimiento imparable del profesionalismo. Los presupuestos de los clubes eran cada vez más altos y los números rojos en las cuentas parecían inevitables. Los precios de los fichajes crecían y empezaban a extenderse los representantes, intermediarios… Al mismo tiempo la exigencia de la victoria era cada vez mayor y las enfermerías de los clubes se empezaban a llenar de fármacos sospechosos. Muchos hablaban de la pérdida de la inocencia del fútbol, pero surgieron equipos pequeños que desafiaron a los más grandes y devolvieron a la gente la ilusión de que, en el deporte de la pelota, todo era posible.
Estudiantes había abierto el camino una década antes y luego le siguieron Vélez, Chacarita, Huracán y los dos clubes de Rosario. En el Metropolitano del 78 Unión de Santa Fe finalizó en tercera posición y un año más tarde le faltó un solo gol para superar a River en la final del Nacional. Si durante décadas cualquier equipo que no fuera uno de los cinco grandes se contentaba con hacer buenos puestos, ahora creían que podían alcanzar el sueño de un título.
Esa fue la tarea que llevó a cabo José Yudica al frente de Quilmes, el equipo de la ciudad al sur de Buenos Aires, conocida en todo el mundo por su fábrica de cerveza. Yudica quería convencer a sus jugadores de que eran capaces de superar a cualquier equipo y fue así como, en el Metropolitano del 78, Quilmes disputó en un mano a mano con Boca que no se decidió hasta la última jornada. 30.000 personas viajaron desde Quilmes hasta Rosario para ver la agónica victoria frente a Central que daba el campeonato a los “Cerveceros”.
Un año más tarde sería Central quien ganaría su tercer campeonato, derrotando en la final a Racing de Córdoba. Los teóricos equipos chicos habían perdido el respeto a los grandes y cada vez era más frecuente verlos disputándose los títulos.
Para entonces en el barrio de La Paternal los partidos de Argentinos Juniors hacía años que atraían la atención de todo el país. Desde principios de los setenta, en los corrillos del fútbol se venía hablando de un equipo de infantiles del “Bicho”. Les llamaban Los Cebollitas y llegaron a estar 136 partidos invictos. La figura de aquel equipo amenizaba los descansos de los partidos de Argentinos Juniors haciendo malabares con el balón, hasta que a los 15 años debutó con el equipo en Primera División. Era, por supuesto, Diego Armando Maradona.
Argentinos Juniors no llegó a ganar ningún título con Maradona en sus filas, pero son muchos los que creen que aquellos fueron los mejores años del “Pelusa”. Con un físico que todavía le sobraba para desbordar a cualquier defensa y una velocidad como nunca volvió a tener, Maradona sentó, una tras otra, verdaderas cátedras de fútbol con la camiseta del “Bicho”. Y la leyenda no había hecho nada más que empezar.