XI
El disparo que no falla y que no mata a nadie
El fuego de los asaltantes continuaba. Los disparos de los fusiles y del cañón se alternaban, pero sin causar estragos. Sólo la parte superior de la fachada de Corinto sufría. La ventana del primer piso y las buhardillas iban perdiendo su forma poco a poco, acribilladas de cascos de metralla y de balas. Los combatientes allí apostados tuvieron que marcharse.
Por lo demás, ésta es la táctica que se observa en el ataque a las barricadas, disparar durante mucho tiempo, con el fin de agotar las municiones de los insurgentes, si cometen el error de contestar. Cuando se sabe, por la disminución de estos disparos, que no tienen ya balas ni pólvora, se inicia el asalto. Enjolras no había caído en el lazo; la barricada no contestaba.
A cada descarga, Gavroche se ahuecaba el carrillo con la lengua, señal de gran desdén.
—Bueno —decía—, rasgad el lienzo, pues necesitamos hilas.
Courfeyrac interpelaba a la metralla por el poco efecto que producía, y decía al cañón:
—Te vuelves difuso, pobre hombre.
En la batalla hay misterios, como en un baile de máscaras. Es probable que el silencio del reducto empezara a inquietar a los asaltantes, y a hacerles temer algún incidente inesperado, y sintieron la necesidad de ver claro a través de aquel montón de adoquines, y de saber lo que sucedía detrás de aquella muralla impasible, que recibía los disparos sin responder. Los insurgentes descubrieron súbitamente un casco que brillaba al sol en un tejado vecino. Era un bombero apoyado en una chimenea, que parecía estar allí de centinela, dominando con su vista toda la barricada.
—Es un testigo incómodo —dijo Enjolras.
Jean Valjean había devuelto la carabina a Enjolras, pero tenía su fusil.
Sin decir una palabra, apuntó al bombero, y un segundo más tarde, el casco, alcanzado por la bala, caía estrepitosamente en la calle. El bombero, asustado, se apresuró a desaparecer.
Le sucedió un segundo observador. Éste era un oficial. Jean Valjean, que había cargado de nuevo su fusil, apuntó al recién llegado y envió el casco del oficial a reunirse con el casco del soldado. El oficial no insistió, y se retiró rápidamente.
Esta vez se comprendió la advertencia, y nadie reapareció en el tejado. Se había renunciado a espiar la barricada.
—¿Por qué no habéis matado a esos hombres? —preguntó Bossuet a Jean Valjean.
Jean Valjean no respondió.