Capítulo treinta y uno

Simon y Stephanie decidieron que primero fuese ella a hablar con Beth y que le explicara que Simon sabía lo del embarazo. Lo planteasen como lo planteasen, las emociones se iban a poner a flor de piel, pero Stephanie creía que Beth se alteraría mucho si Simon abordaba el tema directamente, por muy comprensivo que se mostrase.

En su habitación, Beth estaba exhausta de haber pasado toda la noche llorando.

—No he dormido —le dijo a Stephanie—. Cómo he podido ser tan estúpida. Siempre he pensado que las chicas que caían eran tontas perdidas. Encima de lo que le pasó a mi madre…

Stephanie se sentó en la cama deshecha. Debía escoger cuidadosamente las palabras. Beth tenía que saber la verdad, pero no deseaba desacreditar a Tanya más de lo necesario.

—Tengo que decirte una cosa, Beth. Tu padre no obligó a tu madre a abortar. Creo que igual tu madre te contó una versión algo diferente. Probablemente estaba muy afectada por lo ocurrido. —Trataba de expresarse con el mayor tacto posible.

—¿Cómo iba a hacer eso? —exclamó Beth—. Eso es malvado.

—A lo mejor se sentía mal por la decisión que había tomado. —Stephanie era incapaz de concebir cómo podía haber sido tan manipuladora, pero no quería dañar la relación de Beth con su madre. No cabía duda de que la necesitaría en los meses siguientes. Stephanie albergaba la esperanza de que Tanya fuera capaz de dejar de pensar en sí misma de una vez por todas—. La gente a veces hace tonterías cuando está triste o estresada.

Beth asintió.

—Supongo que sí…

—Y mira: se lo he contado a tu padre esta mañana. Lo del bebé. No podía ocultárselo. Espero que no te enfades, pero he pensado que era lo mejor. Y, de todas formas, quiere que sepas que, decidas lo que decidas, te apoyará.

Beth tragó saliva.

—¿Dónde está?

—Esperando fuera. Te quiere mucho, Beth. —Stephanie le acarició la mejilla—. ¿Quieres verle?

La chica asintió. Era incapaz de hablar. Stephanie fue hacia la puerta y la abrió. Simon estaba fuera, ansioso. Ella se apartó a un lado para dejarle pasar.

Padre e hija se fundieron en un abrazo, sin decir palabra. A Stephanie se le hizo un nudo en la garganta al observarlos. No se podía imaginar lo que se le estaba pasando por la cabeza a Simon mientras abrazaba a Beth. Debía de estar haciendo memoria de años pasados, de todas las esperanzas depositadas en ella. Tal vez deseando que las cosas hubiesen salido de otra manera o quizá culpándose.

La puerta se abrió de par en par y apareció Jamie con una sonrisa pletórica.

—Eh, chicos. ¿Qué pasa? ¿Vamos a desayunar o qué? —Los miró uno a uno. Nadie dijo nada—. ¿Pasa algo?

Beth puso mala cara.

—Me han hecho un bombo.

Jamie la miró fijamente.

—¿Cuándo? —preguntó. Y acto seguido—: ¿De quién es?

Beth vaciló. No tenía sentido mentir ni encubrir.

—De Connor…

—¿De Connor? —Jamie apretó los puños y retrocedió—. Lo mataré —espetó.

—No —dijo Beth—. No te lo tomes así. No le eches la culpa a Connor. Fui yo la que cometió esa estupidez.

—¿Lo sabe?

—No…

La expresión de Jamie era de dolor y desconcierto. Se acercó a su hermana y la estrechó entre sus brazos.

—Todo saldrá bien, Bethy —le prometió—. A que sí, ¿papá?

Simon asintió, incapaz de pronunciar palabra, y los abrazó.

Las familias, pensó Stephanie, no eran unidades herméticas que tomaban el mismo derrotero. Iban y venían. Cada individuo tenía sus propios asuntos, traumas y planes. Unas veces encajaban, otras chocaban. Dentro de esa unidad había alianzas, roces y discrepancias que fluían constantemente. Las lealtades se trocaban en un abrir y cerrar de ojos. Pero eso no significaba que en el fondo no estuviesen unidos. Así era como funcionaban. Cada cual tenía su papel, pero en ocasiones los papeles cambiaban, se invertían, se trastocaban dependiendo de las circunstancias.

Y Stephanie dilucidó exactamente el papel que debía desempeñar en el seno de esa familia. Sería quien les marcase el rumbo. Llevaban mucho lastre a sus espaldas y cada uno lo había sobrellevado a su manera. Le vino a la cabeza la letra de una canción de Stevie Wonder. Algo así como mantenerse fuerte y avanzar por el buen camino. Haría eso por ellos. Podía ser la voz de la calma, de la objetividad.

Se acercó a ellos. Le acarició el pelo a Beth, apretó los huesudos hombros de Jamie y rodeó a Simon por la cintura.

La integraron en su círculo, los tres. Así que ya eran cuatro. En ese momento, se convirtió en una más de la familia.