Al sonar las campanadas de medianoche en el reloj, en una vía muerta de las afueras de Calais, un tren espera bajo un cielo en calma. La luna brilla con luz trémula, bañándolo con un brillo argénteo. Los vagones están vacíos, salvo por los fantasmas de los pasajeros que van y vienen por los pasillos, deslizando las yemas de los dedos por la marquetería, impregnando de perfume la quietud del aire. El tenue rastro de la música de piano flota en la oscuridad aterciopelada de la noche, abriéndose paso entre susurros y promesas, hasta desvanecerse. Aquí han transcurrido miles de historias, historias de amor y esperanza, de pasión y desengaño, de reconciliación y despedida.

Hay once coches cama, tres vagones restaurante y un bar. Dentro de escasas horas, estos silenciosos vagones bullirán de actividad con los preparativos del viaje. Se abrillantará hasta el último rincón. Resplandecerán la cubertería y la cristalería. No quedará ni una mota de polvo ni rastro de grasa. Las libreas se limpiarán a conciencia hasta dejar el metal reluciente. Al subir a bordo las provisiones, se tendrá en cuenta hasta el último deseo, necesidad o capricho, desde mínimas porciones de mantequilla cremosa hasta botellas del champán más exquisito.

Finalmente, el personal se colocará en posición bajo la atenta mirada del jefe de tren, con los uniformes impolutos, listos para la inspección final antes de que el tren ponga rumbo a la estación.

En el andén, los pasajeros que esperan tiemblan ligeramente. Quién sabe si del frío del ambiente o de la emoción de subir a bordo del ferrocarril más famoso del mundo. Sea como fuere, sus historias permanecen a la espera de ser contadas.

¡Ahí! Ahí está. La primera imagen del Orient Express deslizándose majestuosamente hacia el andén. El sol se refleja en el cristal de las ventanas, como un espejo, al tiempo que el jefe de estación avanza a grandes zancadas. Se escucha un agradable silbido mecánico al frenar y el tren se detiene, con un susurro, resplandeciente, altanero y, sin embargo, en cierto modo, atrayente. ¿Quién puede resistirse a tal invitación?

Vamos. Recoge tus pertenencias. Líate bien la bufanda al cuello; ponte los guantes y el sombrero antes de coger a tu pareja del brazo.

Apresúrate: tu asiento te espera…