PRÓLOGO
CUENTOS DEL FUTURO DISTANTE - 1
“10 elevado a 23-Procesos-por-Segundo” chapoteó en el agua del riachuelo con jovialidad, contemplando las colonias de líquenes que florecían en la ribera. Eran formas inusuales para ese periodo solar, pero habían prosperado asombrosamente creciendo sobre sus propios desechos, anclándose a las piedras que delimitaban el curso del afluente.
Las admiraba como sólo se puede admirar a la materia funcional en su nivel más básico. En esas simples reacciones químicas alimenticias estaba la clave de su propia naturaleza, de lo que sus antepasados habían sido una larga eternidad atrás, antes que la evolución desembocara en algo como él.
El xenólogo se detuvo, esperando a que las ondas se extinguieran y regresara la calma a la superficie especular. Aparte de los líquenes y él mismo, el riachuelo reflejaba más cosas: la Vía de Luces, cruzando el cielo de extremo a extremo como un relámpago de estrellas. Unas pocas nubes. Lluvia en suspensión; la noche estaba serena, tanto que incluso el roce del líquido contra las piedras resonaba como un vaivén estruendoso.
Mientras chapoteaba a la luz de las estrellas, 1023 pensó en su casa. Ya hacía tiempo que debía haber cambiado de función para adaptarse a las nuevas generaciones, de forma tan radical que hasta a él le costaría reconocerla cuando volviera. Pero no le importaba. Había partido de allí cientos de órbitas atrás en busca de placeres como el que ahora disfrutaba, observando el liquen de los arroyos.
Buscó de nuevo ese sentimiento, esa sensación de apertura. La textura del entorno lo transportó a un momento muy lejano en la Historia, cuando altas torres enclavadas en profundos agujeros habían perforado el cielo en aquel mismo lugar. Giró en redondo, admirando por enésima vez el Valle de los Fósiles: pese a las eras transcurridas, todavía seguía habiendo canales en el suelo para delimitar parcelas de propósitos ignotos.
Aquí una hilera de prístinos obeliscos había saludado al sol, místicos y pragmáticos en alineaciones geométricas precisas. Allí, donde ahora se elevaban sotos de árboles petrificados, piernas humanas habían recorrido palacios de cristal en busca de alimentos o artículos de utilería pintados con vivos colores.
Ojalá se hubiese salvado tan sólo uno de ellos, deseó: uno muy pequeño. Cuánta información podría haber extraído de él sobre la época legendaria en que fue construido.
107 órbitas solares en el pasado. La noche de los tiempos.
Aburrido, el xenólogo dejó atrás el riachuelo y flotó con la delicadeza de un jirón de niebla hacia su parcela favorita, que él mismo había bautizado «de las piedras tatuadas». El epígrafe informativo permanente, inscrito en un cubo de pares de quark —de apenas un milímetro de arista y longevidad eterna, creado para ser consultado en el futuro por estudiosos de las culturas antiguas—, contenía una explicación más precisa: a lo largo de una extensión de casi veinte mil metros cuadrados, las rocas del manto afloraban a la superficie. Sobre ellas yacían tatuados miles de fósiles, huellas de los antiguos pobladores de la familia sapiens que había habitado el lugar. 1023 conservaba la nomenclatura de sus medidas (parte de la escasa información fidedigna que había logrado extraer de textos inscritos en un material de valencia 7) como homenaje a su desaparecida civilización.
En el fondo se resistía a llamarlos así. «Fósiles». Aquellas imágenes no eran restos de criaturas calcificadas que al evaporarse hubiesen dejado huecos en la roca; más bien parecían instantáneas de la vida de entonces, congeladas en superficies tenaces por obra de algún proceso de alta energía. Aquí y allá, sombras de entes de ambos sexos lo saludaban desde las posiciones más estrafalarias, como si la muerte les hubiese sorprendido de repente, de manera confusa y no planificada.
Vagabundeando, llegó a su lugar favorito.
Aunque sus ojos podían verla a la perfección, el contorno de la Sombra de los Amantes no destacaría contra la roca en que estaba cincelado hasta que rompiera el día, cuando la luz del sol barriese los colores abandonados por la noche en una marea vertiginosa. Él lo apreciaba con claridad en su visión absoluta: cada barrido instantáneo con haces de luz de sincrotón analizaba hasta los huecos intercelulares, desnudando sus secretos, su armonía interna. El oscuro mensaje intemporal que le obsesionaba.
Aquella sombra era distinta a las demás, pero le había costado casi dos órbitas enteras de minucioso análisis darse cuenta del porqué.
Advirtió la presencia de un segundo explorador, a diez kilómetros de su posición. Se acercaba lentamente al valle anunciando su presencia con potentes señales de radio. Extrañado, 1023 aguardó su llegada. No tenía noticias de ningún otro erudito que estuviese realizando trabajo de campo en los planetas interiores. Por la potente baliza que emitía, debía tratarse como mínimo de un Ancestro, un ser mucho más avanzado que él. ¿Pero qué hacía algo con su nivel de complejidad en esta esfera?
A los pocos minutos, la silueta del visitante se hizo visible sobre la vertical del valle. Descendió emitiendo señales de paz y alegría, de gozo ante el reencuentro con alguien de su misma especie. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, 1023 experimentó un cosquilleo nervioso.
Sí, era un Ancestro, pero más antiguo que cualquiera que hubiese encontrado antes. Su cuerpo físico permanecía anclado al mismo nivel de realidad del planeta, alimentándose de su pozo de gravedad y de las partículas de alta energía que lo atravesaban, pero allí había algo más: una automutilación voluntaria de estados complejos. Su edad aparente garantizaba que el xenólogo no debería haberlo podido ni siquiera percibir en condiciones normales.
El ente tocó el suelo.
—Te saludo, Hélice —pronunció con voz amable, haciendo que sus palabras cabalgaran haces de luz coherente que encerraban en sí mismos la lógica para ser entendidos—. Y te conozco. Eres 1023-Procesos-por-Segundo, el legado de Ramael. Es un placer reunirme al fin con uno de los más prestigiosos xenólogos e historiadores de este sistema.
—El honor es mío —correspondió 1023, rozando la Metaesfera para enviar tensores de pensamiento—. Jamás esperé ver un Ancestro de vuestra edad antes de abandonar este cuerpo. Habéis hecho feliz el nuevo día que despunta.
—Mis motivos no son tan prístinos, créeme. Pero es cierto: el amanecer promete ser memorable.
—Perdonadme si me equivoco, pero vos sois Hidrógeno-por-Pi, ¿verdad? El maestro de los que escrutan en estrellas ultradensas.
El ente sonrió.
—Por ese nombre me conocen, en efecto. Aún eres joven, pero veo que has estado realizando una exhaustiva labor de compilación de datos sobre esta cultura. —Dirigió sus pasos hacia el invisible cubo-memoria de pares de quark. Rozándolo con un dedo, analizó los datos que contenía—. Bien… Has llegado a sugestivas conclusiones, sobre todo en lo referente al propósito de su arquitectura. Sin embargo, creo que malinterpretas algunas cosas, juzgando apresuradamente la capacidad de supervivencia de aquellas gentes.
—¿A qué os referís?
El Ancestro miró al valle.
—¿Cuál es el misterio que más te sugestiona de los que yacen enterrados aquí?
1023 flotó en silencio hasta la roca de los Amantes.
—Esto —señaló, mostrando la sombra de las dos personas abrazadas con desesperada pasión, como si el destino les hubiera condenado a prolongar un fatídico beso a lo largo de milenios. Una ceñida trama de líneas rizadas atravesaba como un embudo el lugar donde los cuerpos se encontraban, uniéndolos por el abdomen, los brazos y el rostro.
1023 recitó sus correspondencias geométricas en una cantinela, unos datos que se sabía de memoria hasta el sexto decimal. Había llegado incluso a apreciar cierta belleza en los ángulos que ligaban las zonas más quemadas con las menos expuestas.
—Éste es el misterio que me obsesiona. Un profundo análisis de la huella me ha llevado a pensar que alberga algún tipo de mensaje oculto, no incidental. He encontrado similitudes geométricas en su estructura que, sencillamente, no pueden ser casuales.
El Ancestro observó la piedra con la tranquilidad propia de su condición, y así pasaron dos días completos, durante los cuales ninguno de los dos entes hizo el menor movimiento.
Simplemente, miraban.
1023 sintió crecer la esperanza en su interior: tal vez el Ancestro supiera dar con la clave del enigma. Tal vez… fuera tan amable como para facilitársela.
Al amanecer del tercer día hubo un cambio. Hidrógeno-por-Pi asintió reflexivamente, retomando el pensamiento que había interrumpido más de cincuenta horas atrás. Abriendo sus canales de comunicación, emitió tensores de pensamiento y haces coherentes en torno a 1023 y la piedra. El xenólogo los analizó con avidez, esperando asombrarse con los descubrimientos.
Había algunos, y tremendamente interesantes. Las oscilaciones de pensamiento vibraban en armónicos de lógica, evolucionando por sí mismas de sencillos indicios a completos apotegmas. Borbotones de información que danzaban sugiriendo nuevas formas de interpretación estallaron súbitamente en su intrincada urdimbre cognitiva, lo que en episodios anteriores de la Evolución otros sapientes habían denominado «cerebro».
1023 tembló con el gozo del conocimiento avanzado, con la música de la cognición cooperativa. Notaba con inmensa alegría que el Ancestro sumaba sus habilidades mentales a las suyas para generar sentencias más eficientes. Cuando Hidrógeno-por-Pi cesó su discurso, dando por terminada aquella eufonía de gambitos lógicos, entendió que había aprendido algo nuevo.
Había estado equivocado todo aquel tiempo respecto a la Sombra de los Amantes.
No había ningún mensaje encerrado en ella, sino algo muy, muy diferente.