Introducción

Manuel Yáñez Solana

En el término «policíaco» se tiende a incluir todos los asuntos criminales, ya sean delitos menores o mayores. Sin embargo, cuando lo «policíaco» se convierte en un relato literario, lo que importa realmente es el ser humano, en ocasiones el delincuente, visto desde un plano social, con toda la complejidad de su psicología, sin olvidar en ningún momento la carga de violencia y unas oportunas dosis de misterio. Cuando se trata del representante de la Ley, ya sea un alguacil, un juez, un sacerdote detective, un miembro de Scotland Yard, un sargento de la guardia civil o un inspector de la Brigada Criminal, en ocasiones se acostumbra a ofrecerlos como héroes superficiales, provistos de un gran poder de deducción y tan inhumanos como un héroe.

No sucede lo último en los relatos seleccionados en este libro, porque se ha cuidado de elegir las formas más representativas de la esencia de lo «policíaco». De la mano de Voltaire, nos encontramos con un genio de la observación, nacido en la milenaria Babilonia, cuyas portentosas habilidades nos dejan estupefactos al comprender que estamos ante el precursor de Sherlock Holmes.

Prosper Mérimée nos ofrece al astuto representante de la ley que, al conocer las debilidades humanas, puede hacer uso de la codicia. Jack London se sirve de un viejo hechicero indio, el cual recurre a una añagaza de «corte mágico», para demostramos que se puede descubrir al ladrón que ha traído la desgracia a toda una tribu por medio de un recurso sorprendente.

Es posible que sea Pedro Antonio de Alarcón el más audaz de todos los autores escogidos; por algo su relato es casi una novelita corta. Porque a la complejidad de la trama, cuyo desarrollo es tan fluido como un río, a pesar de que en algunos recodos se vuelva turbulento, le mueve el propósito de entremezclar dos historias de amor con un asesinato espeluznante, que será descubierto por un juez responsable, a pesar de que, sin saberlo, el mismo se vaya a precipitar en un abismo de pasiones humanas exacerbadas...

Guy de Maupassant llega un poco más lejos, porque el criminal que nos ofrece es inhumano, al considerarse muy superior a todos sus semejantes, ya que en su locura razona como si fuera un dios... o un diablo. Todo un alegato a la necesidad de salvar a un condenado, cuando existe una duda razonable, a pesar de que se cometa un inmenso error.

Chesterton prefiere la pirueta burlesca, en el interior de un club inglés representativo de la decadencia del Imperio Británico, para que el inefable padre Brown, un sacerdote convertido en detective, pruebe que unos pasos misteriosos pueden conducir a la resolución de un delito, cuyo desarrollo tiene mucho del baile de una farsa.

Edgar Wallace busca el terreno más sencillo, por medio de un inspector de Scotland Yard, al que se le encarga resolver el caso de un envenenamiento con arsénico. Por medio de una serie de casualidades, muy hábilmente entretejidas, llegará a la resolución del enigma. Hasta concluir con un final de lo más humano...

Podríamos seguir mencionando a los otros autores, ya que incorporan nuevas caras al enorme prisma que supone lo «policíaco»; sin embargo, preferimos que sea usted quien compruebe la calidad literaria, unida a la emoción, de las historias que le ofrecemos.