Prólogo
Les confieso que hubo un tiempo en el que me vanagloriaba, sin orgullo y con razón, de ser uno de los tres mejores escritores españoles de ciencia ficción del momento, por el simple hecho de que, por aquel entonces, solamente tres escritores nos dedicábamos en España a producir obras del género con una cierta regularidad.
Ahora, afortunadamente, las cosas ya no son así. El boom que en los últimos años ha experimentado la ciencia ficción en todo el mundo se ha dejado sentir también en nuestro país, y hay al fin una auténtica pléyade de buenos escritores del género apareciendo en las páginas de revistas, fanzines y libros. Está empezando a crearse el germen de lo que puede ser una escuela española de ciencia ficción. Y eso hace concebir esperanzas.
No siempre ha sido así, por supuesto. La ciencia ficción escrita originalmente en lengua castellana ha pasado por muchas vicisitudes a lo largo de su aún corta historia (no llega a los treinta años), y no todas esas vicisitudes han sido agradables.
Una corta historia, digo, pese a que, como se apresurará a señalarme cualquier estudioso apasionado del género, con más entusiasmo que rigor, los españoles escribíamos ya ciencia ficción en el siglo pasado. Ciertamente, en las postrimerías del siglo XIX aparecieron algunas ucranias, muy a la moda entonces, escritas por españoles, y a principios del siglo actual llegaron incluso a crearse algunas colecciones «especializadas» en publicar obras aventurero-científicas, como se las llamaba por aquel entonces, siguiendo la línea verniana. Nombres como el del coronel Ignotus (José de Elola) o el del coronel Sirius (Jesús de Aragón) se hicieron famosos entre los devoradores de aventuras científicas de la época. Sin embargo, el gran boom norteamericano de los años treinta, que vio el nacimiento y el primer esplendor de la ciencia ficción moderna con la época de los pulps, no tuvo ningún eco en nuestro país. Es probable que la guerra española, y al finalizar ésta, las dificultades económicas de la posguerra, impidieran su expansión. Excepto algunos ejemplos aislados (la colección «Fantástica», por ejemplo, o la publicación de las obras de la esposa de Fritz Lang, Thea von Harbou, achacable a nuestra germanofilia de la época), la floreciente ciencia ficción que estaba dando nombres famosos al otro lado del Atlántico permaneció completamente desconocida en España hasta los años cincuenta.
Pero entonces vino nuestro propio boom. La aparición de la colección «Nebulae», tras el ensayo general de la colección «Futuro», trajo al lector español las mejores obras de la ciencia ficción anglosajona del momento. Dirigida por el doctor Miguel Masriera, un entusiasta del género que unía su buen saber a una acertada visión comercial, ofreció las obras más importantes asequibles en aquel momento en el mercado. Y se preocupó también de incluir en su catálogo a los primeros autores españoles modernos del género.
Aunque un poco antes otro escritor español, Eduardo Texeira, hubiera hecho una breve aparición en el mercado con algunas obras dispersas de ciencia ficción (que no tuvieron continuidad), lo cierto es que la aparición de autores españoles en colecciones especializadas se inició con la colección «Nebulae», que incluyó en su número cuatro una novela de Antonio Ribera (gran aficionado al género, especialista de renombre mundial en el tema de los OVNIS y traductor entonces y luego de muchos de los títulos de la colección), a la que seguirían más tarde otras tres. Rebasados ya los cincuenta títulos, la colección «Nebulae» sacó a la luz a otro autor español, Francisco Valverde Torné, del que publicó dos novelas; y luego, pasados ya los setenta, aparecí yo…, lo cual me permitió, durante algunos años, afirmar entre amigos y conocidos, con más humor que exactitud histórica, lo de que era «uno de los tres mejores escritores españoles de ciencia ficción».
Lo cual no era tampoco enteramente cierto. Off the line estaba por ejemplo Tomás Salvador, un escritor del mainstream, de la literatura «mayor» (no hay que olvidar que la ciencia ficción ha sido la gran marginada durante muchos años, siendo calificada por la crítica como «literatura menor»), ganador de varios premios literarios importantes en nuestro país, quien había hecho varias incursiones en el campo, entre ellas su novela La nave, sobre el tema clásico de la astronave-arca lanzada a un viaje milenario a través de las estrellas.
Al iniciarse los años sesenta, el panorama de la ciencia ficción en España se amplió. Surgieron nuevas colecciones: «Cénit», «Galaxia», «Infinitum»…, cuya calidad general era en ocasiones más que dudosa, y que se alimentaban casi exclusivamente de autores anglosajones. Mediados los sesenta, aparecieron también dos nuevos nombres españoles en la colección «Nebulae»: Juan G. Atienza y Carlos Buiza, ambos representados aquí.
Aquello parecía augurar un espléndido futuro al género y amplias posibilidades a los escritores españoles en ciernes. No obstante, las postrimerías de los sesenta y el inicio de los setenta marcaron el derrumbamiento de la ciencia ficción en España. La colección «Nebulae», tras una larga y penosa agonía, desapareció; lo mismo puede decirse de las demás colecciones que por aquel entonces sobrevivían más o menos precariamente. De hecho, al iniciarse los años setenta, no subsistía ninguna colección especializada en el género dedicada a la publicación de novelas, y lo único que se seguía publicando (de cuyo hecho debo confesarme culpable en una tercera parte) era una revista, nacida en 1968, fruto de un entusiasmo y una afición a toda prueba: Nueva Dimensión, que sigue aún su andadura contra viento y marea, con más de ciento cuarenta números en su haber.
Este panorama desolador, que se prolongó durante más de un lustro, condicionó evidentemente la aparición de nuevos escritores españoles del género. Tras esa primera etapa de los años sesenta que vio nacer al trío que luego se convertiría en quinteto (Ribera/Valverde/Santos + Atienza/Buiza), ¿qué salida tenía el autor español para hacer llegar su obra al público? Cuando se produjo el descalabro había algunos nombres que apuntaban grandes posibilidades: Garci, Lezcano, Alvárez Villar… ¿Pero dónde publicar su obra? Sus relatos cortos aún tenían una cierta cabida; algunas revistas no dedicadas al género los publicaban ocasionalmente, incluso algunos periódicos (recuerdo en particular, en una cierta etapa, el periódico Informaciones, de Madrid). Pero ningún editor quería editar una novela de ciencia ficción, y mucho menos de autor español.
Por este motivo, básicamente, el escritor español de ciencia ficción se ha formado en el relato corto, y sólo muy recientemente ha vuelto a dedicarse a la novela. ¿Para qué pasar —se dice el autor— dos, tres, cinco meses pergeñando una novela, si no hay posibilidad de hacerla llegar al público? Al menos, los relatos cortos…
El primer lustro de los años setenta vio pues la aparición de un conjunto de narradores españoles de cuentos de ciencia ficción. Su principal órgano de difusión fue la revista ya mencionada Nueva Dimensión, en la cual, en sus casi quince años de vida hasta hoy, casi en ningún número ha dejado de aparecer uno o varios relatos de autores españoles o hispanoamericanos (observen que gran parte de los relatos de la antología Lo mejor de la ciencia ficción latinoamericana de Bernard Goorden, publicada asimismo en esta colección, aparecieron también originalmente en esa revista). Pero aparte de Nueva Dimensión había muy pocas posibilidades.
El segundo lustro de los años setenta vio mejorar un tanto las cosas. Empezaron a aparecer nuevas colecciones no tan efímeras como las pocas que habían aparecido en el primer lustro («Rumeu», «Verón»…), y con planteamientos más serios y responsables: la hoy desgraciadamente desaparecida colección de ediciones Dronte, con veintisiete títulos; la colección «Acervo/ciencia ficción» (de la que debo confesarme también responsable), hoy con más de cuarenta títulos en su haber, y ésta que alberga la presente antología, «Super-Ficción», que ha superado los setenta títulos. Obviamente, los autores españoles han tenido poca cabida en ellas. De hecho, curiosamente, cada una ha dado albergue a un solo volumen de autoría española, aunque debo confesar, con un cierto conocimiento de causa, que la no proliferación de autores españoles en dichas colecciones no se ha debido únicamente a falta de confianza por parte del editor en su éxito de ventas; he tenido ocasión de leer bastantes originales españoles ofrecidos a los editores, y la mayoría no alcanzaban siquiera la calidad mínima exigible a una obra de creación, pese a su buena voluntad. Y no culpo de ello tampoco exclusivamente a los autores; cuando no hay posibilidades, el interés decae, el entusiasmo se apaga…
Rozando casi los ochenta, el panorama de la ciencia ficción se animó de pronto en España. No cometeré aquí el error de querer analizar si fue debido a un auge intrínseco del género, si la exhibición de films altamente publicitados (y de estimable calidad, qué duda cabe), como La guerra de las galaxias, ayudó al lanzamiento o si intervinieron otros factores. El hecho está aquí. El interés por el género volvió a despertarse, y el mundo editorial lo acusó. La colección «Nebulae» renació de sus cenizas (aunque esta vez parca en autores españoles), ediciones Luis de Caralt inició la publicación de una serie de antologías de relatos cortos anglosajones y editorial Bruguera, además de lanzar dentro de su colección «Libro Amigo» sus Selecciones de ciencia ficción (cuarenta volúmenes hasta hoy), hizo un desgraciadamente abortado intento de una colección realmente estimable. Como lo intentó también la madrileña editorial EDAF, sin tanta suerte ni tanto éxito.
Pero, refiriéndonos a las posibilidades de los autores españoles frente al público lector, debo destacar el interesante intento, lamentablemente paralizado en la actualidad, aunque no muerto, de la colección «Albia», con un interés predominante hacia la ciencia ficción en castellano. De hecho, precisamente en esta colección han aparecido dos de las novelas españolas más interesantes (a mi juicio) de los últimos años: El señor de la rueda, de Gabriel Bermúdez Castillo, y Los siervos de Isssco, de Guillermo Solana. Sin que ello represente desmerecer las demás obras aparecidas en la colección, de las que algunas poseen una estimable calidad.
Este somero repaso, casi a vuelapluma, de la ciencia ficción de autores españoles en España, ha sido analizado aquí únicamente en función de su incidencia en la futura producción castellana del género. Los condicionantes expuestos son, a mi modo de ver, la causa de que la ciencia ficción española sea, hoy por hoy (es probable que no lo sea en el futuro, ya que la situación está cambiando), una ciencia ficción primordialmente de relato corto. Sólo en la revista Nueva Dimensión, puedo calcular en más de un centenar los relatos publicados y escritos originalmente en lengua castellana; de ellos, casi un ochenta por ciento pertenecen a autores que han publicado un relato, dos…, no más. En la mayor parte de los casos ha faltado continuidad. ¿Por qué? ¿Falta de calidad, cansancio del autor…? Es probable que haya habido un poco de todo. Pero así se efectúan las cribas.
Con todo, algunos de los autores han quedado, han seguido publicando. Y ésos son los que cuentan. La mayoría de ellos están ahora aquí, en esta antología.
Porque también conviene hablar un poco de antologías.
El acceso del autor español de relatos cortos al público lector ha funcionado hasta ahora a través de dos vertientes principales: las revistas (principalmente —casi me atrevería a decir únicamente, aun a riesgo de parecer inmodesto por la parte que me atañe en ella—, Nueva Dimensión) y las antologías.
De las antologías aparecidas en España dedicadas a autores hispanos (seis sin contar ésta), puedo hacerme total o parcialmente responsable de tres.
Cosa curiosa, las tres aparecieron en un mismo año: 1967, un par de años antes del gran descalabro de las colecciones de ciencia ficción. La primera de ellas, recopilada un año antes, en 1966, apareció como un número especial de la colección «Nebulae», y me cabe el honor (relativo, como todos los honores) de decir que fue la primera antología de relatos españoles de ciencia ficción publicada en nuestro país, en un momento en que aún no se creía en los autores españoles de ciencia ficción. Evidentemente, tras veinticinco años, está en gran parte superada; sin embargo, por aquel entonces reunió a todos los autores que en aquel momento eran. En la actualidad muchos de ellos ya no son, otros aún siguen siendo. Mas su publicación, en un momento en que el género estaba dominado por los autores de habla inglesa, sirvió para demostrar contra la creencia generalizada que sí existían escritores españoles de ciencia ficción; dieciocho de ellos fueron incluidos allí, con una obra cada uno.
De la segunda antología, que formó el volumen séptimo de las antologías generales de ciencia ficción que publicaba ediciones Acervo, sólo puedo hacerme parcialmente responsable: del prólogo y de la selección de un cincuenta a un sesenta por ciento de los relatos. La visión que ofreció quizá no fuera tan generalista como la de «Nebulae», pero sí señalaba con mayor exactitud a los autores que en aquel momento estaban trabajando en el género. No incluía un solo relato de cada autor sino varios, lo cual daba una idea más global del conjunto de su obra. La antología incluía en total treinta y cuatro relatos, de nueve autores distintos. Con posterioridad, en sucesivos volúmenes de sus antologías, Acervo incluiría más o menos esporádicamente otros relatos de autores españoles, lo cual animó a muchos de ellos a no perder del todo las esperanzas de seguir publicando.
La tercera antología de las preparadas por mí es la que considero que pudo ser más meditada, completa y sistemática…, si hubiera aparecido íntegra. Fue el último número de la revista Anticipación, un ambicioso proyecto de revista de ciencia ficción que se malogró a los siete números por culpa del editor pero de cuyas cenizas nacería, un año más tarde, Nueva Dimensión. Dicha antología estaba programada en cuatro partes que daban, a través de las introducciones parciales a cada una de ellas, una visión general histórica de la aportación castellana al género: los precursores (clásicos), los pioneros (la avanzada), la segunda generación (los nuevos valores) y las nuevas promesas (los que empezaban). Sin embargo, fue mutilada en su parte final, la más interesante, para hacerla encajar en un determinado número de páginas. Aunque los relatos suprimidos aparecieron más tarde en las páginas de Nueva Dimensión, la antología, como una unidad, quedó en cierto modo coja. No obstante, es una antología de la que aún me siento plenamente satisfecho…
Posteriormente, tras esas muestras pioneras, han aparecido otras tres antologías dedicadas a autores españoles. En general, y quizá para hacer volumen (el número de autores dedicados en España a escribir ciencia ficción no era por aquel entonces tan grande como para fomentar el optimismo), dos de ellas incluyeron a una serie de nombres cuya relación con el género es más bien discutible, y algunos de los cuales amanecieron y anochecieron rápidamente en el misterio. De todos modos, sirvieron para llamar la atención al público lector sobre la existencia de una corriente española del género, y eso es lo importante.
La característica principal de estas tres antologías fue el aparecer en colecciones no especializadas, lo cual era interesante en el sentido de que llegaba a un sector del público que normalmente no leía ciencia ficción. En 1972, la editorial madrileña PPC, en su colección «Vida Nueva», publicó en dos volúmenes su Antología española de ciencia ficción, seleccionada por Raúl Torres, la cual incluía cuarenta y siete relatos de treinta y cinco autores diferentes. Y en 1974, en su colección «Básica», Miguel Castellote editor publicó, también en dos tomos, su Antología de la ciencia ficción en lengua castellana, seleccionada por José Antonio Salcedo, e incluyendo nada menos que sesenta y cuatro relatos, aunque los autores representados fueran esta vez sólo veintidós. En ambos casos, buen número de los relatos eran originales, es decir no habían sido publicados en otro sitio con anterioridad.
También Carlos Buiza, en las postrimerías de su etapa de euforia productiva, produjo en 1972 una interesante antología, más modesta que las anteriores, incluyendo tan sólo once autores con un relato cada uno de ellos, aparecidos todos con anterioridad en otros lugares. La antología fue editada en la editorial ZYX, en su colección «Se hace camino al andar». De acuerdo con la política muy definida de la editorial, la antología llevó el título de Antología social de ciencia ficción, aunque el factor social de algunos de los relatos fuera más bien difuso; no obstante, la calidad general era más que apreciable.
Y llegamos así finalmente a esta antología. Con ella he pretendido, más que dar una muestra más o menos exhaustiva de lo que hay en el campo de la ciencia ficción escrita originalmente en lengua castellana, hacer una recopilación de lo mejor que ha producido hasta el presente esta ciencia ficción, tanto en textos como en autores. Por supuesto, como ocurre en todas las antologías, es probable que no estén todos los que son, pero sí, como ocurre (o debería ocurrir) en todas las antologías también, son todos los que están. Y lo son tanto por su nombre como por la importancia de su obra. Se trata pues de una muestra representativa de lo mejor que ha dado hasta hoy la ciencia ficción española, tanto en autores como en obras, limitándonos, por supuesto, al relato corto.
Sin embargo, la ciencia ficción española está hoy más viva que nunca, y eso me ha ocasionado ciertos problemas. Me refiero a los nuevos valores que están surgiendo hoy, ahora mismo, aquí en nuestro país. Preparando la antología y revisando viejos textos he podido comprobar, no con sorpresa pero sí con curiosidad, cómo los autores que en viejas antologías figuraban como «nuevas promesas» son hoy una espléndida realidad, y cómo en este momento son importantes nombres que por aquel entonces ni siquiera existían. Además, como un género vivo que es, la ciencia ficción se mueve sin cesar. Y actualmente están surgiendo con mayor empuje que nunca nuevas generaciones de autores con ansias de llegar. Están, por citar algunos ejemplos, Rafael Marín en el sur, Roberto Rodríguez Toyos en el norte, José Vicente Rojo en levante… y muchos otros. Hoy por hoy, todos ellos son tan sólo promesas; su producción no es aún lo bastante intensa como para poder incluirlos aquí. Pero dentro de dos, tres, cinco años, es probable que hayan desbancado a algunos de los actuales exponentes. Esta antología pues, como todas las antologías, aunque pretenda ser representativa es tan sólo coyuntural. Señala la situación de un momento dado. Dentro de unos años necesitará evidentemente una renovación, una actualización.
O quizá mejor aún: dentro de unos años puede que necesite una complementación. Otra antología paralela, independiente de ésta (que se convertirá así en una antología «histórica»), y que albergue a todos esos nuevos valores que ahora están empujando fuerte y que para entonces ya habrán llegado.
Cuando eso ocurra, me encantará, realmente me encantará, hacer esa nueva antología.
Domingo Santos