50

Thórólfur hizo una pequeña pausa en el interrogatorio cuando un tripulante del guardacostas le entregó un grueso sobre que traía consigo. Jóhanna se puso en pie y salió a tomar un poco de aire fresco; ambos policías fumaban y la atmósfera dentro del aula de la escuela estaba saturada de humo. Grímur se levantó de su asiento, salió hasta el pasillo y fue con ella. Högni se había ido a Rádagerdi a buscar a Gudjón para que le ayudase a armar el ataúd de Björn Snorri.

—Sigue lloviendo —dijo ella.

Grímur miró el cielo.

—Alguien dijo una vez: no pidas un aguacero si no soportas mojarte los pies. Los campos se estaban secando demasiado y los manantiales habían bajado de nivel.

—Todavía me queda por aprender que cada tiempo tiene su propósito —dijo Jóhanna.

Se quedaron de pie en silencio hasta que Thórólfur salió para decirle a Jóhanna que la declaración podía continuar. Ella respiró hondo y luego volvió a entrar.

Thórólfur le pidió a Grímur que fuese a buscar a Kjartan para hacer la última declaración. Luego volvió al aula y se sentó enfrente de Jóhanna.

—Acaba de llegar un mensaje de Reikiavik —dijo—. Les enviamos una lista con los nombres de todos los habitantes de la isla y los comparamos con los nombres que salieron a relucir mientras recopilaban información sobre Bryngeir en la capital, y resulta que su nombre ha vuelto a aparecer.

—No es improbable.

—¿Cuándo conoció a Bryngeir?

—Cuando estaba en mi segundo año en el instituto de bachillerato.

—¿Cómo se conocieron?

Jóhanna se quedó pensativa. Al final respondió:

—Yo había escrito un trabajo sobre el relato de Halli el Sarcástico del Libro de Flatey. A veces usaba el códice como tema escolar cuando no tenía ganas de esforzarme. Lo conocía muy bien después de haber oído a mi padre dar seminarios sobre el libro en cinco lenguas distintas, y no tardaba nada en escribir una redacción aceptable sobre el asunto. Aquel trabajo recibió una buena nota y lo publicaron en la revista del instituto. Ese invierno Bryngeir estaba preparando la selectividad y andaba muy centrado en los estudios islandeses. Por aquel entonces se dedicaba a leer la versión impresa del Libro de Flatey todas las noches, y después de ver aquel artículo pensó que tenía que conocerme. A mí no me hacía demasiada gracia la idea porque estaba prometida con Einar Fridriksson, como antes he mencionado. Einar y yo nos habíamos conocido en Copenhague cuando yo tenía quince años y él diecisiete, nos hicimos amigos y cuando tuvimos más edad nos enamoramos. Sus padres estudiaban y trabajaban en Dinamarca. Ya les he contado cómo se mudaron de nuevo a Islandia a la vez que mi padre y yo. En aquella época, Einar cursaba el último año del bachillerato, en la misma clase que Bryngeir.

—Y ha dicho usted que murió, ¿no es cierto?

—Sí, falleció en un terrible accidente.

—¿Qué sucedió?

—Invitaron a Einar a formar parte de un club cultural estudiantil bastante peculiar que se llamaba Amigos de los Vikingos de Jomsborg o simplemente Vikingos de Jomsborg. Se trataba en cierto modo de una sociedad secreta para jóvenes esnobs y vanidosos. A los nuevos miembros de la asociación se los bautizaba conforme a un estúpido ritual, y durante la ceremonia tuvo lugar un accidente horrible y Einar murió.

—¿Qué tipo de accidente?

—La ceremonia estaba inspirada en el escenario de ejecución de los vikingos de Jomsborg después de su derrota en la batalla contra Harald, conde de Hladir. Los miembros interpretaban la escena de la saga, recitando el diálogo entre los vikingos y los soldados del conde como en una obra de teatro. El nuevo iniciado tenía que arrodillarse bajo una espada que luego descendía sobre él. Naturalmente, debía apartarse a tiempo, igual que hizo Sveinn Búason en la saga. En sí, era un juego del todo inocente aun cuando la espada fuese pesada y estuviese afilada. Sin embargo, en aquella ocasión estaban más bebidos de lo normal, algo no salió bien y la espada aterrizó en la cabeza de Einar.

—¿Quién blandía la espada?

—¿Acaso no lo sabe?

—Pues sí, pero quiero oírselo decir a usted.

Jóhanna miró durante un buen rato al policía sin mostrar ninguna reacción y finalmente dijo:

—Fue Kjartan, el representante del gobernador de Patreksfjördur.

Thórólfur esbozó una leve sonrisa.

—Sí, fue Kjartan y por ello fue condenado por homicidio y pasó unos cuantos años en la cárcel. Debe de haber sido un duro trago para usted encontrárselo aquí. Al hombre que mató a su prometido, ¿no?

Jóhanna permaneció un tiempo callada.

—Sí, fue difícil pero no en el modo en que se lo imagina —dijo al final.

—¿Y en qué modo, entonces?

—Es una larga historia.

—Me encantan las historias largas.

—Está bien. Tendrá una historia larga. A mí me afectó mucho la muerte de Einar. Era un buen muchacho y tenía mucho talento, y no lo digo sólo porque fuese un amor de juventud. Ahora soy adulta y aún recuerdo el tiempo que pasamos juntos y nuestras conversaciones hasta el amanecer. No ha habido un solo día que no lo haya echado de menos desde que lo perdí.

Jóhanna volvió a quedarse otro largo rato en silencio y no retomó su relato hasta que Thórólfur le hizo una seña con la cabeza.

—Bueno, hubo un funeral y la investigación policial y al final el juicio y Kjartan fue sentenciado. Yo hallé una cierta liberación en odiarlo y me alegré cuando lo condenaron a prisión. Durante aquellos meses, los estudios por supuesto no me decían mucho, aunque me arrastré a clase como pude la mayor parte de los días. Fue Bryngeir quien se ocupó de consolarme. Cuando lo conocí, me pareció más considerado de lo que me esperaba, y yo me sentía vulnerable ante cualquiera que se preocupase de verdad por mí. No podía encontrar mucho apoyo en mi padre por aquella época. El único trabajo que había conseguido era como profesor en un instituto técnico, lo que obviamente echaba por la borda toda su carrera y su talento. Así que cayó en una depresión y además empezó a beber mucho. Bryngeir hizo la selectividad y comenzó la carrera de Literatura en otoño. Yo seguía en el instituto y aquel mismo invierno nos hicimos pareja. Alquilamos un pequeño sótano en el barrio de Melar y nos fuimos a vivir juntos. Duramos cuatro años y la relación casi acaba conmigo antes de terminar.

—¿Y eso? —preguntó Thórólfur.

—En cuanto me mudé con Bryngeir, comenzó a controlar mi vida a cada instante del día. Yo tenía que estar en la escuela en el horario de clase y centrarme exclusivamente en los estudios y en las tareas del hogar, cuando no me necesitaba para el sexo o alguna otra cosa que se le ocurriese. No podía quedar con nadie, a no ser que él también estuviese presente. No podía tener opiniones, a no ser que él estuviese de acuerdo con ellas. No podía tomar ninguna decisión sobre nada en lo tocante a mi vida sin que él tuviera la última palabra al respecto. Cuando acabé la selectividad, decidió que debía estudiar Medicina porque se me daban bien los estudios y si me convertía en neurocirujana tendríamos una buena fuente de ingresos. Nunca me puso la mano encima, pero podía manejarme con las palabras igual que un músico a su instrumento. Con un par de frases era capaz de hacer que me sintiese como si yo fuera lo mejor que le había sucedido nunca, y luego, con unas pocas palabras más, podía hundirme en la miseria. Al final esto último se convirtió en una regla, porque bebía mucho, casi nos arruina y me culpaba de todo lo que sucedía. De repente, una de las cuerdas del instrumento se rompió y me dio un ataque de nervios en medio de una clase en el segundo año de Medicina. Me llevaron a un hospital y me internaron en atención psiquiátrica. Un psicólogo inusualmente intuitivo se dio cuenta de la situación desde la primera consulta y me hizo entender que aquella relación podía costarme la vida. Me fui directa del hospital a casa de mi padre. Él despertó de su autocompasión y empezó a ocuparse de mí. Bryngeir intentó que volviese con él de todos los modos posibles, pero yo ya había recobrado la sensatez tras cuatro años de inconsciencia. Al final, después de varias semanas, se resignó a que nuestra relación hubiera acabado y me dejó pasar por casa a recoger mi ropa y los libros de texto. Por supuesto, le tenía algo de miedo porque me había amenazado con todo tipo de cosas horribles, aunque estaba segura de que no me pondría la mano encima y pensaba que la terapia con el psicólogo ya me había inmunizado contra sus palabras y no podría hacerme daño. Fui sola a encontrarme con él. Craso error.

Jóhanna tomó el vaso de agua, se lo llevó a los labios y lo mantuvo ante su boca un buen rato sin beber. Finalmente, dio un pequeño sorbo y volvió a apartar el vaso.

—Ya había recogido mis cosas en una maleta y estaba a punto de salir cuando Bryngeir me pidió que me quedase un momento a hablar con él. Dijo que era algo que quería haberme dicho la primera vez que me vio. Había leído mi redacción sobre el relato de Halli el Sarcástico en la revista de la escuela, como he contado antes, y en cierto modo le había resultado sexualmente excitante que una muchacha de dieciocho años escribiese un texto como aquél. Me había buscado en la escuela, y en cuanto me vio decidió que tenía que ser suya. El hecho de que yo tuviese novio resultaba un impedimento para sus planes, aunque encontró una solución. Se ocupó de que invitasen a Einar a formar parte de los Vikingos de Jomsborg, y el día en que se realizó el ritual de iniciación, él llevó una cantidad exagerada de alcohol, así que los chicos iban ya borrachos como cubas cuando a Einar le llegó el turno de postrarse bajo la espada. Bryngeir esperó detrás de él, y cuando Einar iba a apartarse del golpe de Kjartan tal y como era costumbre, Bryngeir le dio un rodillazo y volvió a lanzarlo bajo la espada. Einar murió al instante y el resto fue un juego de niños, porque mi novio ya no se interponía entre nosotros. Esto era lo que Bryngeir quería contarme cuando nos separamos, sólo por el placer de hacerlo, y aunque yo iba preparada para cualquier cosa, aquello no pude soportarlo. Intenté acudir a la policía pero sin duda consideraron que estaba histérica y Bryngeir los convenció de que yo intentaba vengarme porque él había roto nuestra relación. Era mi palabra contra la suya, y él siempre fue muy persuasivo en su trato con la gente. Probablemente debería considerarme afortunada por que no me denunciase y me condenasen por perjurio. No soy capaz de describir con palabras cómo me sentí después de aquello. Cada uno de los recuerdos de aquellos cuatro años de relación había sido igual que una violación espantosa. Volví a acudir al psicólogo, y él, tras una terapia de varios años, consiguió enseñarme a superar aquella tortura. Obviamente, el dolor sigue ahí, pero ya no dejo que tome el control de mi vida y me la arruine.

Jóhanna permaneció en silencio un momento, se tomó un trago de agua y continuó hablando sin mirar a los policías:

—Lo raro es que continué estudiando Medicina. De hecho, Bryngeir andaba en lo cierto en una cosa: yo tenía facilidad para aprender esta disciplina y el único modo que encontré para ponerle riendas a mis pensamientos fue enfrascarme de lleno en mis estudios. No obstante, no continué estudiando neurocirugía, sino psiquiatría.

Jóhanna volvió a callar y se inclinó sobre la mesa. Finalmente, retomó su discurso.

—Algunos años después de poner punto final a mi relación con Bryngeir, mi padre solicitó trabajo en la Universidad Nacional de Islandia. Ya habían decidido que iba a recibir el puesto y se lo habían comunicado cuando aquel demonio vio un punto débil. Bryngeir había dejado pronto la carrera universitaria y había empezado a ganarse el pan con algún tipo de periodismo. Obviamente, yo le había contado todo sobre mi padre cuando vivíamos juntos, así que él escribió un artículo muy retorcido sobre la repentina salida de mi padre del Instituto Arnamagnaeano. No se consideraba muy aceptable que un viejo simpatizante de los nazis impartiese clases en la universidad, así que la oferta de aquel puesto le fue retirada. Con ello, mi padre vio que se le escapaba de las manos la última oportunidad de su vida, se pasó medio año bebiendo sin descanso y al final terminó en un asilo para enfermos psiquiátricos crónicos.

Jóhanna dio a entender que su historia había terminado.

—¿Y qué hace una psiquiatra trabajando como médico de un distrito rural? —preguntó Lúkas.

—Cuando acabé el posgrado, mi padre ya había desarrollado un cáncer incurable. Yo quería ocuparme de él, pero a la vez tenía que trabajar para poder comer, así que decidí solicitar el primer distrito rural que quedase libre. Por casualidad, resultó ser aquí en Flatey, lo que encajaba a la perfección. Nunca antes había venido a este lugar, ni había pensado que en cierto modo mi vida estaba unida a él a través del Libro de Flatey. Nos hemos sentido bien aquí. Soy buena en mi trabajo y le he administrado a mi padre la medicación que le mantenía en un equilibrio mental razonable. A medida que el cáncer fue avanzando, comenzó a necesitar también tratamientos paliativos. Al final recibió la muerte sin rencor.

—¿Cómo reaccionó usted al encontrar a Bryngeir aquí?

—No me lo encontré y no tenía la menor idea de que estaba aquí hasta que el alcalde Grímur me pidió que fuese al cementerio a examinar el cadáver. Me sorprendió un poco.

—¿Le sorprendió un poco?

—Sí. A Bryngeir siempre le había fascinado esa costumbre ancestral de cortar águilas de sangre en la espalda de los enemigos. Me pareció una extraña coincidencia encontrármelo en esas mismas circunstancias.

—¿Está familiarizada con este tipo de mutilación?

—Nunca antes lo había visto con mis propios ojos, pero las descripciones del Libro de Flatey se me habían quedado bien grabadas en la memoria. Era evidente lo que habían hecho.

—Un testigo afirma que Bryngeir tenía pensado ir a visitarla la tarde en que fue asesinado.

—No lo hizo. En realidad, yo no estaba en casa, así que no sé si intentó entrar.

—¿Dónde se encontraba esa noche?

—Salí a dar un paseo y fui a leer a la biblioteca.

—¿Estaba con alguien?

—Kjartan se pasó por allí.

—¿Cuánto tiempo permanecieron en la biblioteca?

—Bastante. De hecho, hasta después de que amaneciera.

—¿Tanto tiempo? ¿Qué estuvieron haciendo?

—Le estuve hablando a Kjartan del Libro de Flatey.

Grímur asomó la cabeza dentro del aula.

—Disculpe, Thórólfur. No encuentro al representante del gobernador.

—¿Que no encuentra al representante del gobernador? —Thórólfur sonaba enfadado.

—No, es como si se hubiese desvanecido —dijo Grímur desconcertado—. He pasado por casi todas las casas y he enviado el recado a las otras.

—¿Ha ido a la casa del médico? —preguntó Thórólfur.

—Sí, pero no había nadie.

Thórólfur se giró hacia Jóhanna.

—¿Sabe algo de Kjartan?

—Sí, me visitó esta mañana y yo le propuse que se diese un baño caliente. Hay una bañera en la casa, la única en la isla. Se relajó un rato. Los acontecimientos de los últimos días han sido un poco difíciles de asimilar para él y ha tenido problemas de sueño. Consiguió dormir, y estaba dormido cuando Högni vino a buscarme antes. Yo preferí dejarlo descansando. Quizá se haya despertado y haya ido a alguna parte.

Thórólfur la miró desconfiado.

—Espero que no le haya hecho nada.

Ella se levantó repentinamente.

—¿Ha de continuar tratándome así? ¿Acaso piensa que lo he atado a algún poste y le he arrancado las entrañas o algo parecido?

Salió apresurada por la puerta.

Thórólfur le indicó a Lúkas que fuese tras ella y luego miró a Grímur.

—¿Qué ha querido decir con eso?

Grímur se encogió de hombros.

—Podría estar refiriéndose al asesinato de Ásbjörn el Magnífico.

—¿El asesinato de quién?

—Está en el Libro de Flatey.

—¿Otra vez ese condenado libro? Descríbame ese asesinato.

Grímur se lo pensó.

—No es que me sepa todo el libro de memoria como mi colega Sigurbjörn de Svalbardi, pero lo intentaré, no hace mucho que le eché un vistazo al texto. Ásbjörn Virfilsson el Magnífico acabó en las garras del gigante Brúsi. Éste le abrió las entrañas a Ásbjörn, le agarró las tripas y las ató a un poste de acero. Luego hizo girar a Ásbjörn alrededor del poste hasta el final de sus tripas. Mientras lo hacía, Ásbjörn iba recitando gran cantidad de poemas y bien largos. Al final perdió la vida con mucho coraje y mucha valentía. Luego Orm Stórólfsson mató al gigante Brúsi y le marcó un águila de sangre en la espalda, pero toda esa parte ya la sabes.

Grímur terminó su relato y se volvió a encoger de hombros.

Thórólfur sacudió la cabeza.

—Tan sólo espero que el representante del gobernador todavía conserve las tripas dentro.

34.ª pregunta: «Tal precio pone el rey a su hacha. Tercera letra». El rey tenía un hacha en la mano, toda ella decorada con oro, y el mango estaba revestido de plata y la parte superior del mango, decorada con una cenefa grande de plata y una piedra preciosa engastada. Halli el Sarcástico no dejaba de mirarla. El rey se percató de ello enseguida y le preguntó si le gustaba. Él le respondió que así era. «¿Has visto algún hacha mejor?». «No lo creo», respondió Halli. «¿Aceptarías que te sodomizaran a cambio de esta hacha?», preguntó el rey. «No», respondió Halli, «pero puedo entender que queráis vender del mismo modo en que comprasteis». «Así será, Halli», dijo el rey, «tómala y dale el mejor de los usos, a mí me fue regalada, así que del mismo modo la entrego». Halli se lo agradeció al rey. La respuesta es «sodomía» y la tercera letra es la D…