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Ya casi había terminado el día; el barco postal tenía que estar a punto de regresar desde Brjánslaekur, camino de Stykkishólmur. Thormódur el Corneja subió con su carreta hasta la puerta de la iglesia, donde ya se encontraban los tres: Grímur, Kjartan y Högni. Era hora de llevar el cuerpo al muelle. El reverendo Hannes llegó poco después ataviado con su sotana. Esta vez sí iba a acompañar a su huésped hasta el barco. Grímur y Högni entraron en la iglesia en busca del féretro y lo colocaron sobre la carretilla. Había también un saco de correos sellado que parecía de todos modos prácticamente vacío. Stína había aprovechado este viaje hasta el muelle para llevar de paso el correo al barco.

Se pusieron en marcha y de nuevo volvió a suceder lo mismo que la primera vez que habían atravesado la isla trasladando la caja: el pueblo parecía desierto. Los habitantes se habían esfumado, y Kjartan se preguntó cómo era posible que todo el mundo pudiese estar tan bien coordinado. Era como si una mano invisible pasase por la aldea y fuese recogiendo a cada uno de los isleños y metiéndolos en sus casas al mismo tiempo.

No obstante, había dos hombres en la orilla, observándolos conforme bajaban. Kjartan pudo distinguir a uno de ellos, Benni de Rádagerdi, pero al otro no podía reconocerlo desde tanta distancia.

—¿Quién es ese que anda con el muchacho? —preguntó dándole con el codo a Grímur y señalando hacia atrás.

Grímur volvió la vista.

—Es un reportero de Reikiavik. Al parecer estaba bien achispado cuando llegó hoy en el barco y se ve que la situación no ha ido a mejor. Me parece que ha encontrado un compañero de borrachera.

—¿Crees que habrá venido para escribir algo en los periódicos sobre Gaston Lund? —preguntó Kjartan.

—Primero tendrá que dormir la mona. Creo que se va a quedar en Svalbardi, con Sigurbjörn, mientras esté por aquí.

Ya podían ver cómo el barco postal se aproximaba desde el norte de la isla, y los portadores del féretro apuraron la marcha. No era necesario hacerle esperar.

Valdi de Ystakot, el viejo Jón Ferdinand y el pequeño Nonni eran los únicos que se encontraban en el muelle cuando la carreta de Thormódur el Corneja dobló la esquina de la planta de pescado. El barco estaba atracando y en esta ocasión sólo echaron un calabrote desde la regala. Los habitantes de Flatey tenían manos rápidas. Lanzaron a bordo la saca del correo y luego el reverendo Hannes recitó un texto mientras los otros cuatro alzaban la caja de la carreta y la subían a bordo. Dos tripulantes la recibieron mientras el capitán observaba desde la ventana del puente de mando con una pipa de fumar en la comisura de los labios, y el gesto serio.

—¿Quién paga luego el flete? —gritó uno de los marineros que habían recogido la caja.

Todos miraron a Kjartan.

—El gobernador de Patreksfjördur pagará la factura —respondió tras un instante de vacilación.

Luego el barco volvió a apartarse del muelle y Valdi soltó amarras.

—La gracia y la paz de Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo sean con vosotros —dijo el reverendo Hannes rematando su discurso y haciendo la señal de la cruz al barco postal.

Cuando vieron cómo se alejaba rumbo al sur, fue como si a todos ellos les quitasen un peso de encima.

Benni y su compañero de borrachera habían estado observándolo todo desde la esquina de la planta de pescado, pero se dieron la vuelta y desaparecieron tan pronto como la comitiva del difunto regresó con la carreta vacía.

El alcalde Grímur estaba de buen humor y hablaba por los codos. Ahora la vida podría seguir su curso habitual en la isla. Sin duda era todavía un enigma cómo había ido a parar Gaston Lund a Ketilsey, pero aquello era una nimiedad en comparación con tener el cadáver de un desconocido esperando en la iglesia. Agarró a Högni y a Kjartan de los hombros y dijo:

—Bueno, muchachos. Esta tarde nos la tomamos libre y echamos unas partidas con Imba y mañana vamos a la misa de Pentecostés del reverendo Hannes —miró entonces a Kjartan y le preguntó—: Sabrás jugar a las cartas, ¿no?

—Pues sí, supongo —respondió Kjartan, y sonrió ampliamente por primera vez en muchos días.

Cuando regresó a casa, el alcalde Grímur tenía un largo telegrama de la brigada de detectives de Reikiavik aguardándole. Informaba de los detalles que habían averiguado aquella jornada. No es que hubiese nada nuevo, excepto que Gaston Lund probablemente había tenido un hijo no reconocido en Islandia en 1927, del cual no quería saber nada. Tal vez la madre aún se la tuviese jurada. Todavía no se sabía nada sobre aquella familia, pero la investigación tenía que continuar. Se solicitaba que el alcalde comprobase esta parte del caso.

11.ª pregunta: «Nada le podrás ocultar. Primera letra». Thormódur se acercó al cocinero, cogió una morcilla, la partió en dos y se comió la mitad. El cocinero dijo: «Pocos reparos tienen los siervos del rey, no le placerá a su majestad si se entera de lo que haces». A lo que respondió Thormódur: «A menudo hacemos cosas que no son voluntad del rey. Él a veces se entera, pero a veces no». El cocinero dijo: «Nada podrás ocultarle a Cristo». «No tengo intención de hacerlo», replicó Thormódur, «pero o bien nos separa a Cristo y a mí mucho más que una morcilla, o podemos estar perfectamente de acuerdo». La respuesta es «Cristo» y la primera letra es la C…