49
Después del mediodía se esperaba el informe preliminar de la autopsia de Bryngeir, que había llegado en coche desde Stykkishólmur aquella mañana temprano. Habían enviado a Dagbjartur a recoger los resultados de primera mano, ya que no siempre era fácil descifrar aquellos papeles. Si algo resultaba difícil de comprender, más valía que lo pudiesen explicar in situ. A veces era posible conseguir que un forense hablase extraoficialmente sobre cosas que nunca pondría por escrito, salvo quizá después de varias semanas de investigación. No parecía haber ninguna duda sobre la causa de la muerte del periodista, pero había que constatarlo. Además, podrían salir a la luz nuevos datos, por ejemplo la fuerza corporal del agresor, si se trataba de alguien zurdo o diestro, etcétera.
Dagbjartur se encontró con el forense Magnús Hansen en la sala de autopsias. Había dos mesas de trabajo en medio de la sala y ambas estaban ocupadas por una forma humana cubierta con una sábana. A Dagbjartur le alivió ver que, al parecer, la autopsia ya había acabado. Había ido allí a menudo y la escena nunca era muy agradable. De ser posible, prefería ahorrarse el mirar los cuerpos.
—Os llueven los trabajos —dijo Magnús. Era un hombre alto de unos sesenta y tantos años, con una nariz de gran tamaño y joroba hidalga. Había algo honorable en él mientras miraba a Dagbjartur desde arriba, vestido con su bata y gorro blancos, y delantal de plástico. La mascarilla le colgaba suelta en el cuello sobre el delantal. Llevaba las gafas posadas en la parte baja de la nariz y nunca parecía mirar a través de ellas. En la mano sujetaba unos documentos escritos con letra apretada.
Dagbjartur asintió con la cabeza y dio un paso atrás. Le tenía un respeto mezclado con temor a Magnús, conocido por mofarse de los detectives a los que consideraba demasiado arrogantes.
—¿Tienes algo para nosotros? —preguntó humildemente.
Magnús lo observó por encima de las gafas, pero llegó a la conclusión de que no merecía la pena burlarse de aquella pequeña alma.
—Del primero poco hay que decir. Ha pasado demasiado tiempo como para extraer conclusiones sobre la causa de la muerte. Tenemos poco más que un esqueleto y los restos de piel en torno a las piernas, enganchados a la ropa. Algunos restos de músculo y tejido blando sobre el hueso. Salvo por los picotazos de las aves, por supuesto: en esos puntos sólo queda el hueso. De los órganos internos no hay más que algunos restos del corazón y una próstata enorme, lo que me dice poco de la muerte, aunque el hombre debía de tener dificultades urinarias. Todos los huesos están enteros, de modo que no ha sido víctima de ninguna agresión. He prestado especial atención al cráneo, pero parece que está completamente intacto. Así que no hay nada que añadir al informe del médico del distrito, que sugiere que el hombre murió al quedarse a la intemperie. Por lo tanto, muy probablemente la causa de la muerte sea hipotermia, a no ser que existiese una enfermedad subyacente que saliera a flote al menguar su resistencia.
Magnús calló y se quedó de nuevo mirando a Dagbjartur por encima de las gafas.
—¿Y el otro? —preguntó el detective cuando le pareció que tenía que decir algo.
—El otro es una historia muy diferente —respondió Magnús a la vez que su expresión cobraba vida. Se acercó los papeles a la nariz y ahora sí miraba a través de las gafas—. Éste es un caso muy interesante —dijo—. Primero estuve estudiando las grandes lesiones que tiene el sujeto en la espalda.
Leyó entonces de los documentos:
—Paravertebral, contiguo a la espina dorsal por ambos lados, bilateral, con heridas incisocontusas que perforan el tejido subcutáneo, subcutis, y las costillas, costae, de la tercera a la undécima en el costado derecho, y de la tercera a la décima en el izquierdo, en intersección con la columna vertebralis.
—¿Con qué? —preguntó Dagbjartur.
—La columna vertebral.
—De acuerdo.
—Las fisuras han sido realizadas con dos potentes cortes de cuchillo en el lado izquierdo y tres en el derecho. Yo hablaría más bien de golpes que de apuñalamiento, porque hace falta mucha fuerza para poder cortar de este modo las costillas. Lo más probable es que el agresor sea diestro, y seguramente agarró el arma con ambas manos; debía de tratarse de un cuchillo muy grande y afilado, un machete o incluso un hacha. A continuación, extrajeron los pulmones a través de los cortes; en ellos hay marcadas fisuras superficiales, probablemente causadas por los bordes de las costillas. También se aprecian fisuras en las venas pulmonares, por idéntico motivo.
Magnús se quedó callado y siguió leyendo en silencio.
—¿Crees que murió en el acto? —preguntó Dagbjartur.
Magnús lo miró de nuevo por encima de las gafas.
—¿Tú qué crees?
—Es lo más probable, imagino.
—Pues sí, probablemente habría muerto en el acto de no haber llevado ya un tiempo muerto.
—¿Eh?
—Cualquiera con un mínimo de cerebro habría reparado en ello en el propio escenario del crimen, aunque supongo que no abundan los cerebros donde tú trabajas.
Dagbjartur no respondió ni una palabra. Era consciente de que Magnús ya se había puesto en aquella actitud suya y más valía pasar desapercibido.
—No hay ninguna inflamación en los bordes de las heridas. Hasta un aficionado se habría dado cuenta.
—Tienes razón —dijo Dagbjartur, aunque no estuviese de acuerdo. No estaba seguro de que alguno de sus compañeros fuese a reconocer estas señales.
—Los bordes de las heridas son de color marrón amarillento y están secos. No ha habido sangrado en el tejido adyacente. Son indicios claros de que el hombre no se encontraba con vida cuando las lesiones fueron efectuadas.
—Pero ¿cómo murió entonces? —preguntó Dagbjartur.
—He encontrado una mancha en la nuca que muestra una hemorragia en el cuero cabelludo. Todo apunta a que el hombre recibió un golpe de algún tipo en la cabeza, aunque no fue letal. Más bien debió de perder el conocimiento. Por lo que probablemente la causa de la muerte haya sido ahogamiento.
—¿Ahogamiento?
—Sí. El ahogamiento es difícil de determinar, y mucho más cuando se han manipulado los pulmones como en este caso. Pero, en cualquier caso, el cuerpo muestra todos los indicios de un ahogamiento si se saben buscar —Magnús leyó—: «Espuma en laringe, larynx, tráquea y bronquios, trachea y bronchi».
Dejó de leer y miró a Dagbjartur por encima de las gafas.
—De hecho, esto puede ser también indicio de insuficiencia cardíaca o de intoxicación por monóxido de carbono, así que he tenido que descartarlo mediante otros métodos. Pero después busqué otras señales de ahogamiento.
Dagbjartur asentía con la cabeza para mostrar su interés.
Magnús siguió leyendo:
—«Pulmones demasiado hinchados, hyperinflatio pulmonum, con hendiduras en la superficie, indentationes, por las costillas. Edema pulmonar, oedema pulmonum, y derrame pleural, hydrothoraces bilaterales. Líquido en las cavidades craneales y en los senos, ethmoidal y sphenoidal, y congestión sanguínea en los huesos en torno al canal auditivo». Por supuesto, no son más que indicios más o menos fiables, pero una vez tomados todos juntos en consideración, estoy bastante seguro.
Dagbjartur estaba confuso, y después de pensar un poco preguntó:
—¿Primero lo dejaron inconsciente, luego lo ahogaron y finalmente lo mutilaron?
—Eso no lo sé. He recibido el resultado de los análisis, que muestran que el hombre se encontraba en un completo estado de ebriedad. Sus niveles de etanol eran de 3,02 en sangre y 2,56 en orina. Puede haberse caído y haberse causado esta lesión en la nuca poco antes de ahogarse.
Dagbjartur siguió pensando en aquellos datos.
—¿Se ahogó en el mar? —preguntó.
Magnús pensó un momento.
—¿Sería posible?
—Sí, muy probable —respondió Dagbjartur—. Sucedió en una pequeña isla completamente rodeada de mar.
Magnús se volvió y dio dos pasos hacia una de las mesas. Levantó la sábana con cuidado descubriendo el rostro del cadáver y le indicó a Dagbjartur que se acercase. Ahora pudo ver el policía a Bryngeir por primera vez. La ceja clara era muy llamativa. El forense se inclinó y observó con atención los ojos de aquel cuerpo.
—No, dudo que se haya ahogado en el mar —dijo—. El agua salada es muy irritante para la córnea: tendría los ojos más rojos. Seguramente se ahogó en agua dulce.
Magnús volvió a cubrir el cuerpo con la sábana.
—Debería añadir que el hombre padecía una cirrosis hepática avanzada y que habría muerto en pocos años de no dejar la bebida.
—Hay algo que no entiendo —dijo Dagbjartur—. El informe de mis compañeros, que viajaron a la isla, dice que el cuerpo estaba cubierto de sangre en la escena del crimen. Pero si estaba ya muerto cuando fue mutilado, entonces no debería haber ninguna hemorragia, ¿no es cierto?
—Precisamente —dijo Magnús mostrando reconocimiento en su voz—. Todo indica que murió tumbado de espaldas e incluso con las piernas en alto. La sangre se acumuló en la espalda, de modo que luego se liberó con los cortes. Las arterias también se rasgaron, así que es de suponer que perdió mucha sangre.
—¿Se te ocurre cómo podría haberse ahogado en semejante postura? —preguntó Dagbjartur.
—No tengo ninguna explicación que pudiese escribir sobre papel con la conciencia tranquila.
—Pero ¿podrías decirme algo extraoficialmente?
Magnús miró al detective por encima de sus gafas y se quedó pensativo.
—Una vez, en una revista especializada, leí algo sobre un hombre que había asesinado a tres de sus esposas en un lapso de unos cuantos años —dijo al fin—. Las cogía a todas cuando estaban en la bañera, las agarraba por la pantorrilla y les levantaba las piernas. De este modo, la cabeza les quedaba sumergida y se ahogaban sin poder defenderse. No se encontraba lesión alguna en los cuerpos, por lo que siempre se consideraba un accidente. Aquello sucedió en tres ciudades distintas y nadie sabía una palabra de la anterior esposa cuando moría la siguiente. Al final, alguien vio la conexión entre los casos y se abrió una investigación. La policía probó aquella técnica: pidieron a una buena nadadora que se tumbara en una bañera y luego le levantaron las piernas. La mujer casi se ahoga con el experimento. No menciones que te lo he comentado yo, pero algo así podría haber sucedido: quizá dejasen al hombre tumbado con las piernas en alto durante algún tiempo. El hematoma de la nuca pudo causarlo el borde de una bañera.
—33.ª pregunta: «¿Qué quebró con tanto estruendo? Primera letra». Entonces habló el conde con Finnur Eyvindarson: «Dispárale a aquel hombre en la proa». Finnur respondió: «No se puede disparar a un hombre que no está destinado a morir. No obstante, puedo romper su arco». Finnur disparó su saeta, que dio en mitad del arco de Einar cuando éste lo estaba tensando por tercera vez hasta el límite. Quebró entonces el arco con gran estruendo. Preguntó el rey Olaf: «¿Qué ha quebrado con tanto estruendo?». Einar respondió: «Noruega en vuestra propia mano, majestad». La primera letra es la N…