25
Bryngeir y Benni siguieron su camino por la calle en dirección al pueblo. Benni tenía curiosidad y le preguntó al visitante el motivo de su estancia en Flatey, pero Bryngeir no se apresuraba a contestar y parecía demasiado ocupado con lo que veía a su alrededor.
—Amigo mío, Benni Ben —le respondió al fin—, la prensa amarilla de Reikiavik no acostumbra a enviar a sus mejores chupatintas a un viaje largo como éste aunque encuentren un puñado de huesos en una isla deshabitada. Pero cuando salió a la luz que los huesos eran de uno de esos especuladores de manuscritos daneses, que había pasado aquí fuera el invierno y olvidó pedirle a alguien que viniese a buscarle, entonces la gente empezó a olerse la noticia. Y cuando yo me enteré de que el muerto se llamaba Gaston Lund y que mi viejo libro favorito, el Codex Flateyensis, formaba parte de este enigma, me ofrecí a venir y resolver el crimen.
—¿Qué te parece tan importante del Libro de Flatey? —preguntó Benni.
Bryngeir miró a su compañero.
—¿Has leído el libro, joven?
—No, es muy largo. Empecé una vez pero me pareció muy aburrido. Además, resulta raro cómo están escritas algunas palabras.
Bryngeir negó con la cabeza.
—Entonces no podré explicarte la magia del Libro de Flatey, chico, del mismo modo que no podría describirle un cuadro de Rembrandt a un viejo mendigo ciego, una magnífica ópera de Wagner a un prestamista que hace oídos sordos a cualquier lamento, o la sensualidad de una joven prostituta marroquí a un eunuco carente de hombría. Pero no sabes lo injusto que me parece que semejante tesoro haya de ser conocido por el nombre de esta miseria de isla sólo porque permaneció aquí unas cuantas décadas, debajo de algún colchón piojoso. Habría sido más apropiado llamarlo Libro de Húnavatn, de Tunga o de Vídidalur, en honor de los hombres de Vídidalstunga que recopilaron y escribieron el manuscrito. Eran unos genios, chico. Unos verdaderos genios. ¡Brindo por ellos, señor Benni Ben! —Bryngeir le dio un trago a la botella de ron.
Ese tema no le interesaba a Benni lo más mínimo.
—Me importa un bledo el título del libro. A lo mejor lo leo más adelante, en algún momento —dijo mirando fijamente la botella con ojos esperanzados.
Se detuvieron en la ladera que bajaba hasta la aldea y Bryngeir observó las casas del lugar. Le preguntó a Benni por cada una de las cabañas y sus habitantes. Benni respondía de mala gana, porque para él aquel tema de conversación no resultaba nada interesante.
Bryngeir mostraba un interés especial por el alcalde.
—Es un buen hombre, se emplea a fondo en la caza de focas y frailecillos pero la siega le da pereza —dijo Benni—. Por lo general, es el profesor Högni el que siega su parte y luego Grímur rastrilla el heno. Después lee la revista Tíminn y discuten sobre política.
—¿Crees que podría haber llevado al danés hasta esa isla? —preguntó Bryngeir.
—No, seguro que no, a pesar de que tiene el mejor barco. El motor está nuevecito. En otoño no lo saca del agua a no ser que la ruta esté completamente helada. Pero ¿de verdad crees que alguien de por aquí ha dejado al tipo danés en esa isla a propósito?
—En el género de periodismo al que me dedico, todo el mundo es culpable hasta que se demuestre lo contrario, chico. Alguna historia tendré que desenterrar, porque la editorial me está pagando esta excursión con un billete de bus y una propina, a la que de hecho llaman dietas y que por algún motivo se esfumó tan pronto como arrancó el viaje.
Bryngeir volvió a beber de la botella y finalmente le ofreció también a Benni.
—¿Crees que podré llevarme algo decente a la boca con esos magníficos anfitriones? —preguntó.
A Benni no le parecía improbable. Siguieron bajando el camino y atravesaron el pueblo hasta la granja Svalbardi, una casa señorial y de madera de una planta, con un sótano de cemento y una buhardilla. Cerca había un almacén, un establo para las ovejas y un henar.
El granjero Sigurbjörn estaba sentado ante la piedra de afilar, fuera, en el patio; la hacía girar con un pie y tenía entre las manos un cuchillo bien grande.
—Aquí se trabajan las armas blancas —le dijo Bryngeir.
—Esto no es más que un cuchillo de cocina de mi mujer, pero siempre es bueno tenerlo a mano por si hace falta defender la casa —replicó Sigurbjörn, sarcástico.
Bryngeir se rio y dijo:
—Aquí venimos en son de paz pero he oído que la gente de esta casa no le niega el techo a un viajero que busque dónde dormir.
Sigurbjörn dejó el cuchillo a un lado y observó atentamente al recién llegado.
—Siempre se puede encontrar una cama para un huésped decente —contestó.
Bryngeir sacó la botella de ron, dio un trago y se la tendió al granjero.
—¿Y puede que hasta algo de comer si el huésped hace alguna aportación? —preguntó.
Sigurbjörn tomó la botella, olfateó el contenido y luego la terminó de un solo trago.
—¿Y esto era toda la aportación? —preguntó devolviendo la botella.
Bryngeir le indicó a Benni que trajese la bolsa.
—Aquí hay otro poco más —sacó una botella entera de la bolsa y desenroscó el tapón.
Sigurbjörn retiró el pie de la afiladora.
—Entremos en casa y echémosle un vistazo a la despensa, muchachos.
—9.ª pregunta: «Le faltaba a Ivar. Primera letra». Ivar el Deshuesado fue rey de Inglaterra durante mucho tiempo. No tuvo hijos porque carecía de deseo carnal, aun cuando no le faltaban sabiduría ni crueldad. Murió de viejo en Inglaterra y allí fue construido su túmulo. La respuesta es «lujuria» y la primera letra es la L…