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El sonido chirriante de las carretas de la cooperativa se colaba en la casa del médico según iban desfilando ante su puerta camino del pueblo. Jóhanna miró por la ventana de la cocina y observó cómo se alejaban hasta desaparecer ladera abajo más allá del cementerio. Aquello significaba que el correo llegaría pronto a la central de teléfonos y ella podría ir a buscar sus periódicos. De todos modos, era mejor esperar un poco. Stína, la jefa de Correos, era muy rápida clasificando los envíos, pero muchos de los isleños se apresurarían a acercarse para recoger su correspondencia y charlar unos con otros. Sin embargo, a Jóhanna no le apetecía encontrarse con nadie aquella tarde. Oyó los pasos de alguien por delante de la casa y luego volvió a reinar el silencio en los alrededores. El archibebe que tenía su nido al borde del camino se tranquilizó y dejó de lanzar su chirrido de alarma. Resultaba extraño que hubiese anidado en un lugar tan incómodo, teniendo como tenían en las inmediaciones suficientes terrenos tranquilos para poner los huevos. Y había venido a anidar al mismo lugar de la primavera anterior.
Media hora más tarde, al oír un ligero gemido en la habitación de al lado, Jóhanna levantó la vista del libro que estaba hojeando. Se puso en pie y fue a ver a su padre.
—¿Te duele, papá? —le preguntó.
—No mucho, pero no estaría mal tomar ahora la dosis de la tarde —respondió él. Estaba en una cama de hospital arropado con un edredón blanco y tenía un aspecto marchito y consumido.
Ella miró su reloj de mano y acto seguido fue a buscar su dosis a la farmacia, un cuartito anexo a la clínica. El padre se quejó apenas cuando le inyectó la dosis en el goteo intravenoso conectado a su brazo, pero los efectos del calmante no tardaron en llegar y cerró los ojos.
—¿Quieres que te lea algo? —le preguntó ella.
—No, voy a descansar un poco.
—El barco del correo ya ha llegado. Dentro de un rato iré a buscar la prensa. Podemos leer los periódicos cuando vuelva. No tardaré.
Él intentó sonreír:
—Me parece que en cierto modo ya he leído suficiente. Creo que no tardaré mucho en ir al encuentro de mi tocayo Snorri Sturluson y del desconocido autor de la Saga de Njáll.
El hombre cerró de nuevo los ojos y cayó rendido. Jóhanna le arregló el edredón y le besó con suavidad en la mejilla.
—8.ª pregunta: «Le trajo el picor a Haakon, conde de Hladir, en el culo. Segunda letra». Thorleif visitó al conde en Hladir la víspera del solsticio de invierno, bajo el disfraz de un viejo mendigo. El conde lo hizo llamar a su presencia y le preguntó cómo se llamaba. «Poco común es mi nombre», respondió aquél, «Rufián del Berreador, originario de los Valles de la Tristeza en la fría Suecia. He viajado mucho y visitado a numerosos caudillos, y he oído mucho de vuestra nobleza». El conde habló: «¿Destacas en algún tipo de arte, pues dices que con tantos caudillos has estado?». Rufián quiso recitar un poema que había compuesto para el conde. Mas cuando el poema hubo concluido, el conde empezó a sentir un picor inesperado que le recorría el cuerpo y se centraba en sus nalgas, de modo que ya no soportaba permanecer sentado. Ordenó entonces que lo rascasen con cepillos, allá hasta donde llegaban, y luego ordenó a dos de sus hombres que tirasen de una tela de saco con tres nudos pasada entre sus nalgas. No le agradó al conde aquel poema… La respuesta es «Thorleif Ásgeirsson», y la segunda letra es la H.
—Aquí el huésped escribe «Rufián el Exacto» —dijo él.
—Entonces la respuesta es la H o la U…