23
Durante el mediodía, Thormódur el Corneja permaneció vigilante dos horas enteras en una atalaya de la colina, junto al asta de la bandera que había delante de la iglesia, y luego bajó al pueblo con paso apurado para anunciar solemnemente que ya se divisaba el barco del correo, que venía del sur. Algunos hombres se pusieron en marcha hacia la orilla tirando de dos carretas y precedidos por una manada de niños.
Cuando reparó en la cantidad de gente que se estaba juntando, Benni de Rádagerdi dejó a un lado la brocha de pintar y caminó despreocupado hasta el muelle siguiendo un viejo hábito, sin tener nada especial que hacer allí. La vida en la isla no ofrecía mucha variedad para un muchacho joven y la llegada del barco una vez a la semana se convertía en una especie de evento. A lo mejor conocía a alguno de los pasajeros. Siempre quedaba la esperanza de que viniesen a bordo comerciantes del sur, de camino a las islas interiores.
Para cuando los primeros chiquillos doblaron a la carrera la esquina de la planta de pescado, el barco ya había enfilado los islotes exteriores. Se trataba de un viejo navío de madera de roble pintado de blanco, pesado y lento, aunque el capitán conseguía atracarlo en el muelle con sorprendente habilidad. Valdi de Ystakot los recibió y aseguró en el noray el calabrote que le lanzaron desde proa. Luego el barco fue amarrado por detrás. El pequeño Nonni observaba paso a paso todo lo que hacía su padre, sin prestar atención a ninguno de los otros chiquillos del muelle.
Dos niños con ropa de domingo permanecían de pie en la cubierta del barco del correo, y pronto los llevaron al borde del muelle, seguidos al instante por una maleta marrón bien afianzada con cuerdas. Una mujer los recibió y abrazó a ambos, al tiempo que los llamaba «mis queridos pequeñuelos». Descargaron del barco tres sacas de correos y las colocaron en una de las carretas; luego llegaron cuatro cajas de refresco de malta y dos sacos de harina que fueron a la otra carreta. Aquélla parecía ser toda la mercancía que traía aquel viaje. Lo que había que transportar al sur, a Stykkishólmur, se cargaría a bordo cuando el barco regresara en el camino de vuelta más tarde ese mismo día.
La tripulación del barco lo estaba arreglando todo para partir cuando un rostro cansado apareció por la puerta de proa y un hombre alto con una gabardina sucia de color claro y una visera marrón subió con torpeza a cubierta. Llevaba una pesada bolsa de mano y miró a un lado y a otro del muelle.
—Joven —llamó con voz ronca a Benni, que estaba junto al barco—. Cógeme esto —dijo entregándole la bolsa—. Pero ten cuidado, ten mucho cuidado, que aquí guardo el elixir de la vida —añadió cuando Benni se acercó para recoger la bolsa. El tipo subió entonces al borde del embarcadero y se tambaleó al verse de pie en el muelle; tuvo que agarrarse del brazo de Benni—. Qué mareo del demonio —dijo—. Creo que he echado una cabezada en el viaje. No íbamos a llegar nunca.
Se quedó mirando hacia el pueblo y observando la planta de pescado allí cerca.
—Así que ésta es la isla de Flatey del Breidafjördur, célebre desde los tiempos de antaño. ¿Y esto de aquí son todas las glorias pasadas?
—El pueblo no se ve desde aquí —se disculpó Benni—. Está al otro lado de la isla. Allí están todas las casas.
—Bueno, amigo. ¿Cómo te llamas?
—Benni… Ben.
—Benni Ben. Muy bien. Yo me llamo Bryngeir, poeta y escritor, aunque de forma provisional estoy haciendo de chupatintas para un periódico basura de Reikiavik.
—Es sólo Ben… o Benni —corrigió el chico hablando atropelladamente. Estaba a punto de darse por vencido con aquel nuevo nombre que había decidido utilizar después de haberse quedado la noche en vela leyendo Ben Hur dos semanas atrás. No recordaba siquiera haberlo usado él mismo.
—Deja la bolsa con cuidado en el suelo, compañero Benni Ben —dijo Bryngeir—. Tengo que echarle un vistazo a mi elixir de la vida.
Se oyó el tintinear del cristal en la bolsa cuando tocó el suelo del muelle, y Bryngeir se acuclilló, abrió la cremallera y sacó una botella de ron medio vacía. La desenroscó, se sirvió en el tapón y bebió. Luego también le pegó un trago a la botella a morro. Después se puso de pie de nuevo con el apoyo de la farola del muelle.
Benni intentó adivinar la edad de Bryngeir. Su rostro era tosco y demacrado, pero aun así algo parecía indicarle que no era tan mayor como cabría pensar a primera vista. Probablemente andaría por los treinta y tantos. El cabello oscuro no había empezado a volverse cano ni a ralear por ningún lado; sin embargo, una de las cejas era blanca como la nieve, al igual que las pestañas de ese mismo lado.
Bryngeir volvió a servirse en el tapón.
—¿Puedo invitarte a probar el ron, joven? —le preguntó a Benni.
Benni le echó un vistazo al muelle y pudo ver que la gente de la isla ya iba camino del pueblo. No quedaba nadie excepto Valdi, que andaba soltando las amarras del barco. No estaba bien visto entre los isleños que alguien bebiese alcohol en mitad del día, aunque, por su parte, agradecía tomarse un pequeño aperitivo. Después de todo, era sábado.
—Gracias —dijo. Bebió y luego tosió.
Bryngeir sacó un puro a medio fumar del bolsillo de su gabardina y consiguió encenderlo tras varios intentos.
—¿Hay alguna novedad acerca del hombre muerto, ese que encontraron en una de las islas? —preguntó.
—Pues resultó ser danés. Lo van a llevar al sur con el barco en la ruta de vuelta esta tarde —respondió Benni, y se encendió un cigarrillo para hacerle compañía a Bryngeir.
Bryngeir dio un trago a la botella y acto seguido dijo:
—Sí, ya me había enterado de que se trata de un profesor danés, el único y genuino Gaston Lund. ¿Quién lo dejaría tirado en ese escollo?
—Eso no lo sabe nadie. Un tipo de Patreksfjördur está investigándolo.
—¿Un tipo de Patreksfjördur?
—Sí, el representante del gobernador. Se llama Kjartan.
—¿Kjartan, un abogado?
—Sí. Acaba de empezar a trabajar para el gobernador.
Bryngeir dio una calada a su puro y se quedó pensando en el asunto.
—Oye, ¿y ese espía no tendrá por casualidad una cicatriz grande en la frente?, ¿así, desde la ceja izquierda hasta el nacimiento del pelo? —Bryngeir acercó el dedo a la frente y trazó una línea invisible.
—Sí, tiene una cicatriz como ésa.
—Vaya, vaya, ¿qué te parece? Creo que esto ya lo había oído yo también en Reikiavik. Que Kjartan se había ido a trabajar a Patreksfjördur —Bryngeir se quitó el gorro, lo sacudió y se acarició la cabeza antes de volver a ponérselo.
—¿Lo conoces? —preguntó Benni con curiosidad.
—No, no es que lo conozca mucho, pero sí lo suficiente.
—¿Y eso?
Bryngeir evitó responder.
—¿Dónde puede uno encontrar hospedaje en este pueblo? —preguntó.
—¿Hospedaje? —dijo Benni—. Bueno, sólo tienes que encontrar a alguien con una cama libre.
Bryngeir sonrió con una mueca:
—Claro, por supuesto. Los hostales no habrían de existir siquiera en tierra cristiana, escribió algún hombre de Dios que quería viajar barato. Oye, pongámonos en marcha y veamos qué opciones hay. Tú me llevas la bolsa mientras yo me quito el mareo de encima —le dio otro trago a la botella y la metió luego en el bolsillo de la gabardina.
Valdi de Ystakot se quedó mirándolos mientras subían por el muelle y anotó algo en su cuaderno. El pequeño Nonni, sentado en un noray, observaba cómo se iba alejando el barco al oeste de la isla, y cómo enfilaba rumbo al norte.
Conforme andaban, Benni iba mirando a hurtadillas el rostro de su acompañante. Al final, no pudo contenerse por más tiempo y le preguntó sin más:
—¿Qué te ha pasado en el ojo? ¿Por qué tienes la ceja tan blanca?
El otro respondió sin siquiera mirar a Benni:
—Fue una mujer, jovenzuelo, una mujer que me echó un maleficio después de que yo la engatusara una noche de San Juan. Me dijo que a partir de entonces yo habría de quedar marcado para que fuese posible distinguirme del resto, para prevenir a todo el mundo. Cuando volví a mirarme en el espejo, se me había quedado la cara así. Debes tener mucho cuidado con las mujeres, jovenzuelo, nunca sabrás cuándo has topado con una bruja.
Pasaron por delante de la planta de pescado y al poco apareció a la vista la casa del médico.
—Esto tiene pinta de ser un hogar excelente —dijo Bryngeir—. ¿Y no podría quedarme aquí?
Benni tenía sus dudas.
—No lo creo, a no ser que estés enfermo. Es la casa del médico.
Bryngeir se detuvo y preguntó:
—¿Y cómo se llama el señor doctor?
—Es una tipa. Se llama Jóhanna —respondió Benni.
—¿Jóhanna la doctora? ¿No será Jóhanna Thorvald?
—Pues sí, exactamente. ¿Es que conoces a todo el mundo?
—No es de extrañar. Me parece que el bando de mis enemigos multiplica sus huestes en estas tierras —dijo Bryngeir pensativo; parecía haber oído la pregunta de Benni—. No, no vamos a pedir alojamiento aquí. Sigamos adelante, mi querido camarada Benni Ben.
Bryngeir dejó atrás a grandes zancadas la casa del médico y Benni fue tras él con la bolsa.
—Oye —dijo Bryngeir—, ¿no se había alojado en casa del sacerdote el difunto Gaston Lund?
—Pues sí.
—¿No tendría entonces que pedir alojamiento allí?
Benni miró la bolsa que sujetaba.
—Eso podría ser un problema. Tanto el reverendo como su mujer pertenecen a la Regla y no soportan las bebidas alcohólicas.
—Tienes toda la razón, amigo. No demos pie a discusiones. Pero, entonces, ¿adónde nos hemos de dirigir, joven? ¿No vive nadie por aquí que agradezca una copita de ron, que sea hospitalario, tenga una cama libre y conozca el antiguo Libro de Flatey?
Benni mostró una amplia sonrisa:
—Pues sí. Sigurbjörn de Svalbardi.
—7.ª pregunta: «Ninguno pudo contener las lágrimas. Tercera letra». En aquel momento levantaron el cadáver y el rey Sverre afirmó que se trataba del cuerpo del rey Magnus. Pusieron un escudo bajo el cadáver, lo llevaron al barco y remaron con él hasta tierra. El cuerpo era fácil de reconocer, pues su complexión no había cambiado, no había mudado el color de sus mejillas ni tampoco su rostro se había crispado. Y antes de que el cadáver fuese cubierto con lienzos, el rey hizo que todos aquellos que antes habían sido vasallos de Magnus acudiesen ante el cuerpo, y les pidió que lo reconociesen y diesen su testimonio. Ellos fueron ante el fallecido y a duras penas pudo ninguno de los vasallos contener las lágrimas. Alguno fue ante él y besó el cadáver. La respuesta es «vasallos de Magnus» y la tercera letra es la S…