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El detective Thórólfur observó a la mujer que estaba sentada frente a él con la espalda erguida. Tenía un aspecto tranquilo y pensativo y no había dicho palabra desde que se habían saludado y ella había tomado asiento. El alcalde Grímur aguardaba atento junto a la puerta.

—¿Deberíamos ir llamando a alguien más? —preguntó.

Thórólfur negó con la cabeza.

—No, vamos a esperar un poco. Ésta va a ser una conversación larga.

Se dirigió entonces a Jóhanna.

—Antes de nada tenemos que hablar sobre el profesor Gaston Lund. ¿Usted recuerda cuando fue a su casa el otoño pasado en busca de pastillas para el mareo?

—Sí, me acuerdo bien.

—¿Se llevó las pastillas?

—Sí. Las tengo en la farmacia.

—¿Qué sucedió después?

—Se fue a coger el barco.

—¿Está segura de que llegó a cogerlo?

—No, no estoy segura. No fui con él.

—¿Estuvo en su casa más tiempo del necesario para comprar una caja de pastillas para el mareo?

—Sí, se quedó un rato conmigo y con mi padre.

—¿Por qué?

—Nos conocíamos de cuando mi padre y yo vivíamos en Copenhague.

—¿Así que fue un reencuentro celebrado?

—Al profesor Lund y a mi padre les alegró tener la oportunidad de volver a verse.

Thórólfur desdobló el papel que tenía sobre la mesa.

—Como es lógico, hay más gente trabajando en esta investigación, tanto en Copenhague como en Reikiavik. Han contactado con algunas personas para tratar de averiguar cuál era la situación de Gaston Lund y Bryngeir. ¿Hay algo en especial que usted quisiera contarnos antes de continuar con esta entrevista?

Jóhanna se quedó mirando a Thórólfur, pero luego negó con la cabeza con una sonrisa apagada.

—Vamos a contar con que sus colegas hayan hecho su trabajo y usted el suyo. Luego veremos qué pasa —dijo.

—Muy bien, si así lo prefiere —Thórólfur levantó el papel—. Aquí tengo el primer mensaje que ha llegado con información sobre el asunto. En Copenhague han estado preguntándole a la gente si habría alguna persona que le guardase una especial animadversión al profesor. Y a todo el mundo se le ha ocurrido el mismo nombre.

—¿Ah, sí?, ¿y de qué nombre se trata?

—Björn Snorri Thorvald. ¿No es ése el nombre de su padre?

—Sí.

—Por tanto, el profesor Lund no habría sido una visita tan bien recibida en su casa el otoño pasado.

—Pues sí, lo cierto es que sí lo fue. De hecho, durante años mi padre y Lund fueron muy buenos amigos y colegas de trabajo en el Instituto Arnamagnaeano. Aquella amistad se empañó un poco en los años de la ocupación de Dinamarca y se convirtió en enemistad al terminar la guerra. Después, cuando el profesor Lund vino a parar a nuestra casa por casualidad el otoño pasado, estuvieron hablando los dos un rato y volvieron a reconciliarse. Creo que ambos se sintieron mejor después de aquello.

—¿Hay alguien más que pueda dar testimonio de ello?

—No, mi padre ha fallecido, como seguramente ya sabrá.

—¿Qué originó aquellas desavenencias en el pasado?

—Mi padre fue expulsado de su puesto en el Instituto Arnamagnaeano y consideraba que en cierta medida había sido culpa del profesor.

—¿Por qué lo expulsaron?

—Estoy segura de que sus hombres de Copenhague pueden encontrar sin problema una explicación razonable al respecto. No han pasado más de quince años desde aquello y alguien debe de acordarse de esa historia.

Thórólfur apretó los puños y se inclinó hacia ella sobre el escritorio.

—Podría acelerar esta entrevista si estuviese dispuesta a colaborar con nosotros —dijo.

Jóhanna sonrió fríamente.

—Sí, probablemente tenga razón. A lo mejor podría explicarles lo que sucedió, ya que dudo que sus hombres tengan la capacidad o la motivación suficiente para llegar al fondo del asunto.

Jóhanna les contó a los detectives cómo creció viajando con su padre por los países nórdicos y Alemania. Cómo su padre continuó viajando a Alemania después de que Dinamarca hubiera sido ocupada y cómo se originó con ello la animadversión de sus colegas del Instituto Arnamagnaeano y la Biblioteca Real. Al final, la guerra terminó y los alemanes se retiraron de Copenhague.

—Aquella mañana, yo acompañaba a mi padre al Instituto, como hacía siempre, pero cuando íbamos a entrar le negaron el paso. Vino algún superior y le anunció que su puesto había sido retirado y que ya no tenía acceso a la colección de manuscritos. Mi padre no recibió ninguna explicación, y cuando empezó a alzar la voz lo expulsaron del edificio. Algunos empleados fueron testigos, entre otros el profesor Lund. No tengo ni idea de cómo habría terminado si Fridrik Einarsson, un islandés amigo suyo, no hubiese estado presente para mediar en el asunto. Nos llevó a su casa y nos ofreció un refrigerio. Le pudo explicar a mi padre que probablemente habían sido los viajes académicos a Alemania lo que había causado aquella animosidad. Poco después nos sugirió que lo acompañásemos a Islandia con su familia, y que viviésemos allí hasta que se calmase el tumulto.

—Entonces, ¿se mudaron a Islandia?

—Sí.

—Pero ¿nunca más volvieron a Copenhague?

—No.

—¿Por qué?

—Mi padre intentó recuperar su puesto desde Islandia con todas sus fuerzas, pero no lo consiguió. Además, yo me resistía a mudarnos porque había conocido a Einar, el hijo de Fridrik, mientras vivimos con ellos en Copenhague y luego viajando juntos en el barco. Fue el primer amigo de mi edad que tuve, y más tarde se convirtió en mi novio. Era un chico estupendo y no podía imaginarme lejos de él. Compartimos los primeros años de instituto y luego murió en un accidente.

Thórólfur anotó algo en su hoja y después preguntó:

—A usted se le encargó examinar los restos de Gaston Lund cuando fue hallado y transportado a Flatey la semana pasada. ¿No es cierto?

—Sí.

—¿Y no lo reconoció?

Jóhanna esbozó una sonrisa apagada.

—Sería fácil para mí decir que no. Nadie podría dudar de ello, teniendo en cuenta el estado del cadáver. Y también me resultaría menos embarazoso atenerme a esa respuesta. Pero no quiero mentir. Reconocí el cuerpo tan pronto como se abrió el féretro.

—¿Por qué no lo dijo?

—Me quedé completamente horrorizada. Y pensé en mi padre. El cáncer estaba muy avanzado y yo sabía que sólo le quedaban unos pocos días de vida. Aun así no estaba sufriendo, porque me ocupé de darle un tratamiento para el dolor. En aquel instante no podía ni imaginar que fuese a pasar sus últimas horas angustiado por el destino de su amigo, así que decidí darme un tiempo mientras me hacía a la idea. No es que influyese en el desarrollo de la investigación, el hombre llevaba muerto muchos meses. Aquel retraso no supuso más que un día, pero bastó. Mi padre murió sin llegar a saber nada de aquel incidente.

Lúkas tosió unas cuantas veces para llamar la atención de Jóhanna. Era su turno.

—Ésa es una gran historia —dijo humedeciéndose los labios—, aunque creo que difiere un poco de la realidad. Por ejemplo: Lund acudió a usted como médica y farmacéutica. Lo que sucedió entre ustedes en un primer momento no lo sé con certeza, pero él quería comprar pastillas para el mareo. Usted le entregó algún tipo de fármaco y le sugirió que se tomase una pastilla enseguida, a lo mejor dos. Él así lo hizo y pronto sintió pesadez y cayó dormido. Usted dispone de somníferos potentes a mano, ¿no es cierto? Sin duda podemos obtener una lista de sus medicamentos.

Jóhanna lo miró espantada.

—Tiene razón, la casa cuenta con una farmacia bien surtida, pero aparte de eso su idea es absurda.

—Bueno, ya veremos. Lund está inconsciente en su salón. ¿Tal vez necesitó darle o inyectarle algo más fuerte para que continuase durmiendo profundamente? Luego, aquella noche, usted lo llevó en barco hasta la isla desierta más remota que conocía en el Breidafjördur. Sabemos que en aquellos días desapareció una cantidad considerable de combustible de uno de los barcos de la isla. Usted sabe llevar un barco, ¿no? Sabe que no me costaría averiguarlo.

—Pues sí, sé llevar un barco bastante bien. Pero no tengo ni idea de en qué parte del fiordo está Ketilsey. Y no tengo tanta fuerza como para levantar yo sola a un hombre inconsciente, ni mucho menos para llevarlo hasta una barca y sacarlo de nuevo.

—¿Tal vez su difunto padre le echó una mano? Tal vez se encontraba más fuerte en otoño que últimamente. Y con ganas de vengarse. Además, también se puede transportar un cuerpo en una carretilla, y hay unas cuantas por aquí en la isla.

—Ahora está usted resultando de mal gusto.

—Sin duda, no es que se puedan contar de un modo bonito todas estas atrocidades. Y todo ese ingenio. La venganza debió de ser memorable y puso un punto final. ¿Cómo cree que se debió de sentir aquel hombre cuando se despertó allí y se dio cuenta de dónde había llegado?

Jóhanna se quedó mirando a Lúkas antes de responder:

—¿Que cómo creo que se sintió? Se lo voy a decir. Las primeras horas estuvo enfadado. Luego, completamente enfurecido. Estuvo gritando y gritando y pidiendo socorro sin parar. Luego sintió frío y cuando cayó la noche empezó a tener miedo. Después tuvo mucho frío y se sintió aterrado y rompió a llorar. Cuando volvió a salir el sol por la mañana, tenía sed y hambre y se encontraba muy cansado. Recogió madera varada y se construyó un refugio apoyando los palos contra una peña. Amontonó piedras y algas para que abrigasen mejor, se metió dentro y se tumbó. Tal vez lograse dormir una o dos horas, pero luego se despertó temblando de frío. Entonces comenzó a llover. Encontró en la orilla una vieja botella de plástico y la usó para acumular el agua de la lluvia que se escurría por la pared de la roca. Se puso a beber y a beber, pero al mismo tiempo la lluvia le iba calando y se guareció dentro del refugio, pero estaba empapado y por la noche tuvo más frío que nunca antes en su vida. Se quedó tumbado, temblando durante muchas horas, hasta que ya no pudo soportarlo más y salió fuera y se puso a correr para intentar entrar en calor. Aquello ayudó un poco, pero seguía lloviendo, así que se caló aún más y después sintió más frío. Al día siguiente cesaron las lluvias y pudo ver el sol. Fue capaz de dormir unas cuantas horas. Luego bajó a la orilla para ver si encontraba algo comestible: levantó piedras, recogió pulgas de mar y desenterró lombrices de arena. Encontró algún marisco, se lo metió en la boca y tomó un trago de agua para pasarlo todo sin masticar. No podía ni imaginarse tener que masticar aquellos bichos. Dispuso las piedras sobre la hierba para formar un enorme SOS. Cuatro días más tarde se encontraba resfriado, al día siguiente no paraba de toser y después contrajo una pulmonía. Entonces recogió piedrecillas y escribió un mensaje con ellas sobre una piedra plana. Siguió tosiendo y tosiendo hasta que vomitó y empezó a tener una fiebre muy alta. Y entonces dejó de temblar. Y luego murió.

Lúkas se había quedado sin palabras. Fue Thórólfur el que al final habló:

—¿Cómo sabe todo eso?

—No es algo que realmente sepa —respondió Jóhanna—. No obstante, puedo imaginármelo y puedo decirle que no he dejado de pensar en él desde que vi su cuerpo en aquella caja. He sufrido mucho por él, he intentado ponerme en su lugar, he intentado convencerme de que en realidad el sufrimiento duró poco y no fue insoportable. Pero lo que han dicho ustedes aquí no es más que pura imaginación. Yo no he tenido nada que ver con que Gaston Lund se viese atrapado en aquella isla. Lo que sucedió en mi casa fue exactamente como se lo acabo de describir.

Thórólfur la miró con escepticismo.

—Bueno, pues cuéntemelo una vez más, incluyendo hasta el más mínimo detalle.

—El profesor Lund llamó a la puerta de nuestra casa y dijo a qué había venido. Lo recibí y, nada más verlo, lo reconocí. Por supuesto, él a mí no me reconoció ya que yo no era más que una niña cuando vivía con mi padre en Copenhague. Yo iba a limitarme a darle las pastillas para el mareo pero entonces vio a mi padre entrar por la puerta. Les llevó un momento decidir cómo tendrían que tomarse aquel reencuentro, pero luego se abrazaron y después todo fue como al principio, cuando se conocieron. Tenían mucho de lo que hablar y poco tiempo. Lund le dijo a mi padre que había ido a la biblioteca para intentar resolver el enigma de Flatey. Tenía respuesta para todas las preguntas, pero no podía probar la solución sin la clave. No era capaz de entender qué había que hacer con ella. Mi padre había pasado muchas horas en la biblioteca y había estudiado aquella serie de letras de la clave. Había descubierto que si las letras se colocaban en un orden concreto, formaban una frase. Si las letras de las respuestas se ordenaban siguiendo el mismo patrón, formaban los últimos versos del poema y con ello la solución al acertijo, el Aenigma Flateyensis. Lund estaba muy centrado en ello y había decidido volver a la biblioteca para probar las respuestas siguiendo aquellas instrucciones. Mi padre le podía dejar la llave. Entonces vimos que ya llegaba por el norte el barco postal desde Brjánslaekur, de modo que no le quedaba mucho tiempo. No volvimos a saber de él, y supusimos que había conseguido embarcar. Yo me pasé más tarde por la biblioteca: la puerta no estaba cerrada con llave y la llave se encontraba sobre la mesa.

—Pero ¿no llegó a coger el barco del correo? —dijo Thórólfur.

—No, por lo visto no. Se marcharía corriendo a la biblioteca, se sentaría y empezaría a ordenar las letras. El barco se iría acercando cada vez más y al final ya no se habría arriesgado a seguir allí. Lo último que hizo fue anotar la clave en un papel para poder continuar más tarde. Encontramos dicho papel en su bolsillo, aun cuando iba contra las reglas del juego.

—Y según la leyenda, a riesgo de caerle la maldición encima —dijo Thórólfur.

—Eso es lo que cuenta la gente, pero yo no creo en esas cosas. Lo cierto es que me parece un juego vanidoso pero completamente inocente. Ponerse a relacionarlo con accidentes y muertes es ir demasiado lejos.

32.ª pregunta: «Augurio de un buen viaje. Cuarta letra». Los hombres del rey Magnus y del conde Erling anclaron junto a los arenales de Bröttueyri, a las afueras de Skipakrókur, y allí desembarcaron. Mas cuando el conde fue corriendo a tierra, cayó de rodillas dándose con las dos manos en el suelo. Dijo entonces: «Una caída augura un buen viaje». La respuesta es «caída», y la cuarta letra es la D…