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La calle que llevaba a Ystakot era un sendero de tierra estrecho y sinuoso, así que iban en fila india, Grímur a la cabeza, seguido por Högni y por último Kjartan. El pequeño Nonni estaba sentado sobre una loma y los vio conforme se acercaban. Salió corriendo escopetado, llegó a la casa y desapareció por la puerta. La cabaña se dividía en tres pequeños frontones con tejado de turba y fachada de madera. Por la parte de atrás, estaba excavada en su mayor parte en la loma. En el frontón de en medio había una chimenea de la que salía humo negro. Había una huerta de patatas en la parte norte, y más arriba una pequeña caseta de tierra, probablemente un almacén. En la explanada de la entrada, unas cuantas parcelas cercadas con madera en las que también habían sembrado patatas, una carretilla boca abajo y un bidón de agua grande con una tapa encima.
Valdi apareció por la pequeña puerta. Tenía que agacharse para poder salir.
—Hola, muy buenos días —saludó Grímur.
Valdi asintió con la cabeza, metió tabaco en su pipa y con el ojo sano escrutó con atención a Kjartan.
Grímur le contó el asunto a Valdi. ¿Podría ser que hubiese escrito en sus notas quiénes habían ido con el barco del correo el sábado 4 de septiembre del año pasado?
Valdi se quedó pensativo.
—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó.
—El reverendo Hannes cree que conoce al hombre que encontrasteis en Ketilsey, pero dice que iba a embarcar hacia Stykkishólmur ese mismo día.
Valdi volvió a entrar en la cabaña, aunque regresó enseguida con una libreta azul en la mano. La estuvo hojeando y leyó en silencio.
—No, alcalde. Ese día no anoté nada sobre la gente que fue al sur.
—¿Y por qué no, Valdi? —Grímur estaba sorprendido.
—Pues ahora mismo no me acuerdo.
—¿No sería porque quizá no había ningún pasajero en el barco? —preguntó Kjartan.
Valdi lo miró.
—Tal vez.
—¿Podemos ver esa hoja? —preguntó Grímur.
Valdi miró primero a uno y luego al otro y acto seguido les pasó el cuaderno y les mostró la página. Las palabras estaban apretadas y a lápiz y junto a la fecha del 4 de septiembre ponía: «Llovizna, brisa leve, 4 grados. Pasajeros de Stykkishólmur, Hákon y Filippía. Estaban en Akranes para ponerse unos dientes nuevos. El hijo de Gudrún de Innstibaer ha venido de visita». Luego había un pequeño espacio en blanco.
Oyeron un chillido que llegaba de dentro de la cabaña. Jón Ferdinand salió cojeando por la puerta con la mano en la boca.
—Ay, ay, ay —se quejaba—. Me he quemado la boca.
—¿Qué demonios te ha pasado? —le preguntó Valdi bruscamente.
—Sólo estaba probando el caldo de los benditos gaviones —dijo el anciano, compungido.
—¿Te has vuelto loco de remate?, ¿cómo se te ocurre beber del caldo cuando está hirviendo a más no poder en la olla? —dijo Valdi, y levantó la tapa del bidón de agua. Metió un cucharón dentro y le ofreció al anciano—. Aquí tienes, bebe algo fresco.
Jón Ferdinand sorbía el agua, pero Valdi miraba a los visitantes.
—Ahora tengo que cuidar de él como si fuese un crío —se lamentó.
Grímur miró los labios del viejo Jón.
—Le van a salir ampollas de la quemadura —dijo—. A lo mejor deberíais ir a ver a la doctora.
—Si tuviese que llevar de la cuerda a mi padre al médico cada vez que se quema el hocico, no podría hacer otra cosa —respondió Valdi bruscamente.
—¿Puedo echarle un vistazo un momento a tu cuaderno? —preguntó Kjartan.
Valdi lo escrutó.
—¿Para qué?
—El sacerdote dice que su huésped vino de Reykhólar el 2 de septiembre. ¿Anotas también en el cuaderno cuándo llega un barco de allí?
—No, no. No hay manera de estar al tanto de todo lo que va y viene del pueblo. Los barcos atracan en muchos más sitios y uno ya tiene suficiente que hacer. Sólo tomo nota cuando llega el barco del correo los sábados. Los ayudo con las amarras porque el muelle me queda muy cerca. Luego empecé a anotar quiénes venían en el barco, para saberlo y como pasatiempo. Nunca antes me había pedido nadie echarle un vistazo a estas notas.
Grímur suspiró.
—Bueno, Valdi, no vamos a insistir más. Si puedes, intenta acordarte de por qué no apuntaste nada en el cuaderno ese día y me lo haces saber luego.
Los tres hombres se despidieron.
»La conservación de los manuscritos medievales de pergamino ha sido muy irregular. Durante el siglo XIII y principios del XIV posiblemente muchos manuscritos se exportasen a Noruega como producto de comercio. No obstante, su valor disminuyó cuando la lengua comenzó a cambiar a pasos acelerados a finales del siglo XIV. A la gente dejaron de interesarle aquellos pellejos que nadie era capaz de leer. En Islandia, por el contrario, se les daba un uso continuo que no benefició a los pergaminos. Los libros se prestaban de mano en mano y se leían una y otra vez hasta quedar para el arrastre. Luego se hicieron transcripciones nuevas que eran más fáciles de leer y ya nadie se preocupó de aquellos antiguos manuscritos destartalados. La Reforma tampoco fue especialmente buena con todos los mamotretos que habían escrito los monjes anteriores…
»Tampoco se sabe quién fue el propietario del Libro de Flatey después de Jón Haakonarson de Vídidalstunga, pero en la segunda mitad del siglo XV estuvo en manos de Thorleif Björnsson, senescal del rey en Reykhólar. Luego pasó a manos del hijo de su hijo, Jón Björnsson de Flatey, que le regaló el códice al hijo de su hijo, Jón Finnsson, que también vivió en Flatey, con cuyo topónimo se conoce el libro…
»En el siglo XVI, la conciencia nacional comenzó a despertar en Europa. Se puso énfasis en el poder nacional y se reforzaron los reinos. Los intereses se centraron en las historias nacionales, y en los países nórdicos los estudiosos sabían que había documentos en Islandia. El rey de Dinamarca envió coleccionistas de manuscritos a Islandia en los siglos XVII y XVIII, y de todos ellos Árni Magnússon fue el más involucrado. Aunque también hubo muchos otros. En las Sagas de Obispos se cuenta que el granjero Jón de Flatey tenía un grueso libro de pergamino con antigua escritura monacal, que contenía sagas de los reyes de Noruega y mucho más, y con esto mismo se estaban refiriendo al así llamado Libro de Flatey…