Epílogo
El rostro del cadáver no guardaba el más ligero parecido con mi querido amigo: la boca estaba distorsionada y medio abierta, y dejaba al descubierto unos dientes —de los cuales él, pobre hombre, se había enorgullecido tanto en otro tiempo— descoloridos por completo a causa de los licores; el labio superior estaba sombreado por unos mostachos que conferían un carácter completamente nuevo a aquel rostro; las mejillas aparecían alargadas y formaban bolsas que colgaban sobre la mandíbula; la nariz era prominente en el puente y hundida entre los ojos; las cejas, pobladas y ceñudas; la piel, como pergamino descolorido. No parecía ser Byron.
John Cam Hobhouse, Diarios