Capítulo XXIV
al vez debiera haber un capítulo acerca de la
ceremonia de la coronación, pensará el lector. Los barones, como
era de esperar, se mostraron incrédulos, pero como Verruga colocó y
sacó la espada del yunque tantas veces como se lo pidieron, y
podría haber seguido haciéndolo hasta el día del Juicio Final,
mientras que nadie más que él era capaz de hacerlo, por último
tuvieron que darse por vencidos. Unos pocos galeses se rebelaron y
fueron dominados más tarde, pero en general el pueblo de
Inglaterra, así como los proscritos, en cuyo caso se encontraba
Robín de los Bosques, mostraron deseos de obedecer al nuevo rey.
Estaban hastiados de la anarquía que reinara en el país con Uther
Pendragon, y de tiranos feudales, de barones que hacían cuanto les
venía en gana, de diferencias entre razas, y del gobierno de la
fuerza, como única razón.
La coronación fue una ceremonia espléndida. Recordaba algo al día de la Epifanía, pues todo el mundo trajo regalos a Verruga, por su hazaña de haber extraído la espada del yunque. El perrero y Wat le mandaron una pócima para el catarro, que contenía quinina y poseía un valor inestimable. Lyo-lyok le envió algunas flechas elaboradas con sus propias plumas. Cavall se presentó él mismo, Y entregó a su amo todo su afecto. La vieja niñera del castillo le mandó un remedio contra los catarros y treinta docenas de pañuelos con las iniciales correspondientes. El sargento le obsequió sus medallas de las Cruzadas, que quedarían bajo la custodia de la nación. Hob quedóse sin dormir toda la noche, lleno de congoja, y envió a Cully con caperuza y traílla nuevas, y una nueva campanita de plata. Robín y Mariana salieron a una expedición de caza que les llevó seis semanas, y obsequiaron a Verruga con un manto de pieles de marta. El Pequeño Juan agregó un arco de siete pies, que el joven rey no podía manejar con facilidad. Un erizo que no dio el nombre mandó cuatro o cinco hojas sucias con algunas pulgas. La Bestia Bramadora y el rey Pelinor decidieron ir a escote, y aportaron los más perfectos fiemos que poseían, delicadamente envueltos en verdes hojas de primavera, y dentro de un cuerno dorado. Sir Grummore regaló un conjunto de flechas con los colores de su colegio en las plumas. Los cocineros, sirvientes y siervos del Castillo del Bosque Salvaje, que llegaron a la ceremonia en una carreta tirada por un par de bueyes, obsequiaron a Verruga una reproducción de plata, de gran tamaño, de la vaca Crumbrocke, que había ganado el concurso por tercera vez. Ralph Passelewe, por su parte, cantó lo de costumbre en el banquete de la coronación. Arquímedes mandó a su tataranieto, para que se sentara sobre el respaldo del trono, durante la comida, y dejase caer algunos excrementos en el suelo. El alcalde y los concejales de la ciudad de Londres se suscribieron para la construcción de un zoológico-acuario-terrario en la Torre de Londres, en el que todos los animales deberían guardar dieta una vez a la semana por el bien de sus respectivos aparatos digestivos, y donde debían ir a parar todos los antiguos amigos de Verruga, fueran de ala, pata o aletas, al llegar al otoño de sus felices vidas. Los ciudadanos de Londres aportaron cincuenta millones de libras para el sostenimiento del zoológico, y las Damas Británicas obsequiaron un par de chancletas de terciopelo negro con las iniciales de Verruga bordadas en oro. Kay le envió la cabeza del Grifo con sus mejores deseos.
También hubo muchos otros regalos de buen gusto procedentes de diversos barones, arzobispos, príncipes, landgraves, reyes tributarios, corporaciones, popes, sultanes reales, concejales de distrito, zares, jalifas, mahatmas y otras yerbas. Pero el regalo más hermoso de todos fue para Verruga el que le mandó con todo afecto su querido tutor, el anciano sir Héctor. Este obsequio consistía en un castillo de fuegos artificiales de los que se encienden por un extremo. Verruga procedía a encenderlo, y vio crecer el fuego. Cuando las chispas se hubieron extinguido, Merlín se hallaba de pie ante Verruga, tocado con su capirote de mago.
—Bien, Verruga —dijo Merlín—, aquí estoy de nuevo. Tienes un gran aspecto, con tu corona de rey. No te lo podía decir antes, pero el caso es que tu padre fue el rey Uther Pendragon, fui yo mismo, disfrazado de mendigo, quien te llevó al castillo de sir Héctor, envuelto en tus dorados pañales. Sé todo acerca de tu nacimiento y tu familia, y también sé quién te dio tu verdadero nombre. Estoy al corriente de tus penas y de tus alegrías, y sé que nadie osará volver a llamarte por el nombre familiar de Verruga. En el futuro será tu glorioso sino aceptar la carga y gozar de la nobleza de tu propio título. Por consiguiente, reclamo el privilegio de ser el primero de tus súbditos que se dirige a ti con el nombre de Rey Arturo.
—¿Te quedarás conmigo durante mucho tiempo, Merlín? —preguntó el joven, sin comprender muy bien todo aquello.
—Sí, Verruga —repuso Merlín—. O más bien debo decir: Sí, mi rey Arturo.
EXPLICIT LIBER PRIMUS
