Capítulo Veintisiete

Hubo un sonido de zumbido y Gabriel se apoyó contra la puerta. En el interior del edificio comercial moderno, se volvió hacia su izquierda, siguiendo las instrucciones de la bruja. Mientras caminaba por el pasillo con sus paredes blancas esterilizadas y el piso de linóleo verde claro, su corazón latía fuerte en su pecho. Quería reclamar a Maya como suya, pero quería hacerlo sin esa deformidad. A pesar de que le había permitido tener sexo con ella, no estaba convencido de que pudiera realmente verlo más allá de esa cosa tan fea. Tener sexo con un hombre que era un monstruo, era una cosa. Casarse… vincularse con sangre con tal monstruo… era otra cosa.

Empujó la puerta que decía: «Laboratorio 87», la abrió y entró en la iluminada habitación.

—Estoy en la parte de atrás —la voz de Francine inmediatamente lo saludó. Siguió el sonido y pasó por delante de las mesas de trabajo, los fregaderos y las centrifugadoras, los grandes refrigeradores y congeladores que se alineaban en el camino hacia una pequeña oficina. En ella, se encontró con la bruja sentada detrás de un escritorio desordenado.

Ella levantó la vista cuando él entró y señaló la silla frente a ella—. Toma asiento.

A pesar de sentirse inquieto, se dejó caer en la silla y se echó hacia atrás—. ¿Tienes alguna respuesta para mí?

Ella chasqueó la lengua—. No hay un: «buenas tardes, ¿cómo estás?».

Él frunció el ceño—. ¿Aún estamos jugando?

—Alégrate, tengo buenas noticias para ti.

Gabriel se irguió en su silla y se inclinó hacia delante—. No me tengas en ascuas. Yo sé que te da placer el verme sufrir, pero por una sola vez ve al grano.

—Realmente deberías desarrollar el sentido del humor, Gabriel. La vida no es toda oscuridad y nada de diversión.

Se limitó a levantar una ceja, lo que indicaba que estaba perdiendo la paciencia.

—Bien, bien. Entonces la noticia. Tú no eres un vampiro de sangre pura. He hecho pruebas de tu sangre y resultaron con…

—¿Qué quieres decir con que: «no soy un vampiro de sangre pura»? Por supuesto que soy un vampiro.

—En apariencia, sí. Pero tienes otros genes también.

—¿Y qué tiene eso que ver con mi deformidad?

Ella sonrió—. Todo.

—¿Y cómo sería eso considerado como una buena noticia?

—Eres un «sátiro», Gabriel, y lo que tienes no es una deformidad. Es un segundo pene.

Gabriel se levantó de su silla—. ¿Qué?

—Justo lo que te estoy diciendo.

—¿Quieres decir que soy una especie de bestia… medio hombre y medio toro? —trató de entenderlo.

—No. Tú estás hablando de un minotauro. Un sátiro es un poco diferente. Un sátiro es una criatura mítica, eres hombre completo, sin embargo también una criatura muy sexual, cuya necesidad de placer carnal, te ha dotado con un segundo accesorio para tener un doble de placer, por así decirlo —explicó la bruja. Había una leve sonrisa en su voz.

Gabriel negó con la cabeza—. Si tienes razón en lo que estás diciendo, entonces, ¿cómo demonios explicas la deformidad? No se parece en nada a un pene. ¡Doble placer, mi culo! —Él se apartó de ella y oyó cómo su silla raspó contra el suelo, mientras ella la empujaba hacia atrás y se levantaba.

—Gabriel, escucha. Hay una razón por la que no se parece a un pene —hizo una pausa—, todavía.

Al escuchar su última palabra se volteó—. ¿Todavía?

Ella asintió con la cabeza—. El segundo pene del sátiro no se desarrolla inmediatamente.

Gabriel soltó una risa amarga. ¿No era suficiente el choque de que era una especie de bestia?— Francine. ¿Tienes alguna idea de cuántos años tengo? Yo te lo diré. Tenía treinta y tres años cuando me convertí, y he sido un vampiro por más de ciento cincuenta años. ¿Sabes cuán viejo hace eso a mi llamado segundo pene? Yo diría que esa cosa es, una flor tardía. ¿Me estás diciendo que tengo que esperar otros cincuenta años para que se convierta en lo que se supone que sea?

Así que todavía era un bicho raro. Bueno, al menos ahora tenía un nombre para eso: sátiro. Ahora era mitad vampiro, mitad sátiro con una deformidad. ¿Y decía que eran buenas noticias?

—No. Yo diría que la transformación ya ha comenzado. Según la leyenda, una vez que un sátiro se encuentra con su compañero de vida, sus genes se ponen a trabajar y cambian el crecimiento. ¿No me dijiste que ya has visto un cambio, como si pareciera estar en crecimiento?

Él la miró—. Pero no se parece a un pene.

—Debido a que tu transformación final sólo llega una vez que hayas tenido sexo con tu compañera de vida, por primera vez. Pocas horas después de eso, se convertirá en un pene totalmente funcional… con erecciones y todo.

Gabriel dio un paso atrás. Había tenido sexo con Maya hace sólo poco más de una hora. ¿Podría ser que algo ya estuviera sucediéndole?

—¿Qué? —la bruja le preguntó.

—Maya y yo, nosotros… —Gabriel se detuvo. No podía decírselo. Eso era demasiado personal para revelárselo. Pero parecía que no tenía que decir una palabra más.

—Ah, ya veo. Bueno, entonces es sólo cuestión de tiempo.

—Perdóname por un segundo —le dijo Gabriel y luego se giró. Desabrochó sus jeans y abrió el cierre, luego se bajó su bóxer y miró hacia su ingle. No podía creer lo que veían sus propios ojos—. ¡Mierda!

Francine se movió detrás de él—. ¿Puedo verlo?

Extendió el brazo hacia un lado, para evitar que viniera a su alrededor.

—¡No! —Miró con sus ojos nuevamente en el lugar donde su deformidad había vivido durante casi los últimos dos siglos.

Se había ido. En su lugar estaba un pene muy bien formado y perfecto, un poco más corto y más delgado que el otro, pero sin embargo perfecto. Se había retirado la piel y revelado la cabeza púrpura, el pequeño agujero en la punta indicaba que tenía un miembro en pleno funcionamiento.

Rápidamente se subió su bóxer y cerró el cierre, antes de que él se dirigiera a la bruja y sonriera por primera vez desde que había entrado en su oficina.

—Tal como lo has dicho.

Ella frunció el ceño—. Podrías haber dejado que mirara. Nunca he visto a un sátiro de verdad.

—Por mucho que aprecio tu ayuda, la respuesta es no. —La única persona que podría llegar a verlo así de ahora en adelante, sería Maya. Y de seguro esperaba que a ella le gustara lo que viera.

—Hay algo más que deberías saber.

—¿Qué?

—Los sátiros sólo toman a otros sátiros como compañeros de vida. Maya debe ser un sátiro también, ya que ustedes ya tuvieron sexo y dio lugar a que se desarrollara tu segundo pene. Creo que es una prueba suficiente. Eso explicaría muchas cosas.

Gabriel recordaba el expediente médico de Maya—. Ella tiene dos pares adicionales de cromosomas.

—Al igual que tú. Y entrar en celo podría haber sido una reacción a ti. Mientras que una hembra sátiro entra en celo varias veces al año, lo hace con más intensidad y más a menudo cuando está cerca de un macho sátiro. Y luego, por supuesto, está el hecho de que ella bebe tu sangre.

Se sintió abrumado por el conocimiento que Francine le impartió a él—. ¿Qué pasa con eso?

—Bueno, normalmente los sátiros no beben sangre, pero ya que tú y Maya son también en parte vampiros, eso es natural. Pero lo que estoy pensando, es que ya que le diste tu sangre para completar la transformación, sus genes sátiros latentes se despertaron y de inmediato se enfocaron en ti como una fuente para sostenerla.

—¿Eso significa que depende de mí y por eso no quiere beber sangre humana?

Francine negó con la cabeza—. Ella podría beber sangre humana y mantenerse con ella, pero sus genes sátiros están influyendo en sus papilas gustativas. Es por eso que ella la rechaza. A sus genes sátiros les gusta tu sangre, porque eres similar a ella. ¿Eso te molesta?

—Lo que me molesta es pensar que la única razón por la que Maya quería beber de mi sangre, es porque ambos somos sátiros. —Él todavía la quería más que a ninguna otra mujer en el mundo, ¿pero acaso ella tenía otra opción?

—Incluso los sátiros tienen libre albedrío. Sí, son más sexuales que las demás criaturas, y están más impulsados por sus necesidades carnales, pero su corazón todavía les dice quién es el correcto para ellos. No te preocupes. Si la amas, no es porque estás atraído hacia ella debido a sus genes sátiros, sino por lo que ella es en su corazón. Y lo mismo vale para ella.

Gabriel lanzó el aliento que no sabía que había estado conteniendo. Ahora todo lo que tenía que hacer era hablar con Maya y decirle todo y esperar que ella lo amara de la misma forma en que él la amaba.

Tomó la mano de Francine con sus grandes manos y la apretó—. Muchas gracias.

Cuando dio un paso hacia atrás para darse vuelta, ella lo detuvo—. ¿No te olvidas de algo?

Él la miró. ¿Qué estaba diciendo? ¿Podría desear un abrazo? Cuando él se acercó para darle un abrazo amistoso, ella negó con la cabeza—. Tu don. Vas a dejarme utilizarlo.

Gabriel se sacudió hacia atrás y soltó una risa nerviosa. Se había olvidado por completo de eso—. Por supuesto. Seguro. —Hizo una pausa y miró a su alrededor—. ¿Dónde podemos encontrar la persona a la que quieres que le haga esto? —Miró su reloj—. Tengo menos de tres horas hasta el amanecer.

Yo soy esa persona.

—¿Tú?

—He perdido algo muy valioso. Te necesito para entrar en mi memoria y encontrarlo.

Gabriel se relajó, aliviado de que no tendría que violar la privacidad de alguna pobre alma sin su consentimiento—. No es problema. ¿Qué estás buscando y cuánto tiempo hace que lo perdiste? —Era toda la información que necesitaba para explorar sus recuerdos de forma rápida.

—Es un encanto para alejar el mal. Tengo que recuperarlo.

—Siempre y cuando no lo uses en mi contra… —Gabriel murmuró para sí mismo.

—Escuché eso… y no, no eres el mal que siento.

***

El golpe en la puerta, irrumpió a Maya de sus pensamientos. Ella se había vestido después de ducharse y aún se preguntaba cómo hacer que Gabriel la aceptara de la forma en que era, incluso si eso significaba que no podía tener, de acuerdo con Yvette, todo lo que los vampiros machos querían.

—Adelante.

La puerta se abrió y apareció Carl, con un montón de papeles en la mano. Ella ya lo había detectado. Había un olor hogareño en él a pesar de la cáscara externa formal que reflejaba.

—Un fax llegó. Es de Thomas… son los registros telefónicos. —Carl le entregó los papeles.

—Gracias, Carl, es muy amable de tu parte traérmelos.

—Si necesita cualquier otra cosa, simplemente llámeme.

Maya sonrió mientras él salía de la habitación. Revisó a través de las páginas. Había por lo menos, treinta o cuarenta de ellas. ¿Había realmente hecho y recibido tantas llamadas en seis semanas? En los últimos días, no había hecho ni una sola. Lo que le recordó… que no había llamado ni siquiera a sus padres todavía.

Pero no podía hacer eso ahora tampoco. Para empezar, era justo pasada las cuatro de la mañana, y además, aún no sabía qué decirles.

Con un suspiro, se inclinó sobre los registros de su teléfono. Cada fila tenía un número de teléfono y nombre, junto con una fecha de cuándo se hizo la llamada. Ella comenzó a examinar los nombres y reconoció a muchos de los nombres de sus pacientes, de sus colegas, y de la clínica. Vio muchas veces el número de sus padres, así como los teléfonos celulares de Paulette y Bárbara. A continuación, una variedad de amigos, la pizzería cerca de su casa cuando había pedido comida para llevar y el restaurante indio a la vuelta de la esquina. Su banco estaba en la lista, y también lo estaba la oficina de su dentista.

Leyó página tras página. En el momento en que ella estaba a medio camino a través de la pila de papeles y todavía no había visto ningún nombre desconocido, escuchó la puerta de la entrada abrirse. Maya miró el reloj sobre la chimenea. Por fin. Gabriel probablemente se enojaría si se enteraba cuánto tiempo le había tomado a Yvette llegar hasta ahí. Bueno, ella no iba a delatarla.

A medida que continuaba leyendo la lista de nombres, escuchó la voz de Carl—. No te esperaba a ti, Ricky.

¿Ricky? Estaba segura de que Gabriel le había ordenado a Yvette llegar a la casa. Maya agudizó los oídos para escuchar la conversación, su sensibilidad auditiva recogió la mayor parte de los sonidos.

—Sabes lo que pasa con las mujeres. Yvette no se lleva bien con Maya, por lo que me pidió que la cubriera —fue la respuesta de Ricky.

Maya se sentó, una cierta inquietud la comenzó a invadir por dentro. Ella e Yvette se estaban llevando bien, sobre todo desde que Yvette la había protegido en el hospital. ¿Por qué de repente se quejaría de que no se llevaban bien?

Ella sacudió la cabeza con incredulidad y volvió a mirar el fax. Claramente, había juzgado mal a la otra mujer vampiro, justo cuando pensaba que había encontrado una amiga en quien podría confiar.

Sus ojos se movieron por las filas de los nombres. Como si el piloto automático los leyera: Bill Shaw… un paciente, Martha Myers… otro paciente, Richard O’Leary…

Ricky…

Con un pequeño jadeo, los papeles se deslizaron de su regazo y cayeron al suelo.