Capítulo Seis

Maya se quedó mirando la sangre en los labios de Gabriel, y todo en lo que podía pensar era en lamérsela y tragársela. El olor de su sangre asaltó sus sentidos, y reconoció de manera irrevocable, que estaba sedienta… sedienta de sangre. Mientras nunca le había afectado cuando se trataba de sangre… como médico desde luego no podía permitirse ese lujo… a ella nunca le había gustado el olor, y mucho menos sentir el tipo de deseo inexplicable que sentía por la sangre de Gabriel.

Confundida, Maya se retiró fuera de su regazo.

No podía explicarse por qué lo había besado, al mismo hombre que la había asustado la primera vez que lo había visto, que por su deformidad había rechazado. Cuando ella lo miró ahora, sin embargo, no sentía repugnancia. Sólo una profunda atracción hacia él.

Gabriel se levantó y la miró con una expresión indescifrable en el rostro—. Maya, lo sien… —¿Había pesar en su voz, o era vergüenza?

Dio un paso atrás y se alejó de él, antes de que pudiera nuevamente saltar sobre él y tomar de su sangre. Quería hacerle tantas preguntas, pero en su estado actual, no podía garantizar el poder mantener sus manos lejos de él. Y aparte de su frágil ego, lo último que necesitaba ahora, era otra situación embarazosa como la que acababa de suceder—. Fue mi culpa. No volverá a suceder. —Todo lo que había hecho era consolarla, y ella le había mordido en el proceso. ¿Cómo había sido tan ingrata?

Miró hacia la puerta del baño, buscando una vía de escape para estar a solas con sus pensamientos y alejarse de su tentador aroma. Si se quedaba en su presencia por más tiempo, ella sucumbiría al deseo y lo mutilaría como un tigre hambriento—. Necesito tomar una ducha.

Gabriel se aclaró la garganta—. Voy a decirle a Yvette que te traiga ropa limpia. —Ella oyó sus pasos cruzando la habitación, y segundos después la puerta se cerró detrás de él. Estaba sola… Más sola de lo que había estado en toda su vida.

Cuando estaba bajo la ducha, las gotas de agua caliente corrían por su cuerpo como si pudieran limpiarle de la terrible noticia que había recibido. Esperaba con toda esperanza, que todavía estuviera en un sueño… un completo y alocado sueño que no tenía sentido… y que su vida fuera aún la misma: era un médico, uno bastante decente, con aspiraciones de avanzar su carrera hacia la investigación médica y con deseos de hacer una diferencia.

Su investigación en el campo de la sexualidad humana, o más preciso, en las disfunciones sexuales tanto en los hombres como en las mujeres, iba bien. Ella estaba en el proceso de abrir nuevos caminos, y las posibilidades de ganar un gran subsidio federal para apoyar su trabajo, eran altos. No podía flaquear ahora. Esto era la obra de su vida.

Maya tocó sus brazos y piernas, y no podía sentir la diferencia en ellos. Se sentían tan humanos como antes. Y su color de piel era el mismo. ¿No se suponía que los vampiros eran todos pálidos, porque no podían soportar los rayos del sol? ¿O su color se desvanecería con el tiempo?

Maya fijó su vista en la puerta de vidrio de la ducha y vio pequeños arroyos de agua descender a lo largo del mármol blanco por debajo. No había ningún reflejo de ella en el vidrio. ¿Era suficiente para probar que era un vampiro? ¿No habría otra explicación? Como científico de investigación, ella sabía que no debía precipitarse a sacar conclusiones o tomar las declaraciones de otras personas, como hechos. Tendría que hacer frente a toda esta situación, de la misma manera que con su investigación: con la lógica, no con emoción.

Su estómago rugía, recordándole lo hambrienta que estaba. Pero en vez de que su boca se le hiciera agua por un gran filete, sólo visualizaba la sangre en el labio de Gabriel. Ella había visto la impresión en sus ojos, cuando se había dado cuenta de que ella lo había mordido. Gabriel la había mirado fijamente como si se hubiera vuelto loca. Y tal vez lo hubiera hecho, pero ella anhelaba su sangre. Aún ahora, el recuerdo de su olor la hacía babear.

Abrió su boca y dejó que sus dedos se deslizaran sobre sus dientes superiores. Seguían siendo los mismos, sólo había…, uno de los incisivos que se sentía puntiagudo. Se frotó contra ellos, tratando de ver si alguien había pegado un poco de plástico para hacerlo puntiagudo, pero no pudo detectar nada malo… el diente estaba intacto. ¿De verdad tenía colmillos? Tal vez el diente había sido siempre así y nunca se había dado cuenta realmente.

Tocó con el dedo a los dientes por el otro lado de la boca, y sintió la misma estructura. Pero el filo no era suficiente como para calificarlo como un colmillo. Recordó no haber visto colmillos a Gabriel o a ninguno de sus amigos. ¿Podría ser que los colmillos no siempre se mostraban y sólo salían cuando los necesitaba?

Maya cerró los ojos y pensó en su hambre, visualizó una vez más la sangre de Gabriel. Para su sorpresa, sintió una tensión en la mandíbula. Algo estaba pasando. Poco a poco, los dos incisivos se alargaron y mostraron puntas afiladas. Sus ojos se abrieron. ¡Esto no podía estar pasando! No, tenía que haber otra explicación.

¿Era realmente un vampiro?

Ella tenía los colmillos, colmillos para morder a las personas, colmillos que ya había utilizado para morder a Gabriel. ¿No era eso prueba suficiente? Ella lo había mordido, probado su sangre y le había gustado… no, le había encantado. ¿Qué clase de criatura haría tal cosa sino un vampiro?

Maya trataba de no pensar acerca de lo que la había llevado a morderlo, pero era difícil no recordar el beso que habían compartido. Bueno, tal vez compartir no era la palabra correcta… básicamente se había arrojado sobre él, como una adolescente hambrienta de atención.

Ella siempre había sido agresiva a la hora de las citas y el sexo, pero la forma en que había actuado con Gabriel, había sido puramente arbitraria. Sus brazos habían sido lo suficientemente suaves como para confortarla y consolar a un niño, sin embargo, había reaccionado con lujuria y pasión. Recordó cómo su beso había sido con dudas, cómo de mala gana, había accedido a sus avances. Pero cuanto más se había frenado, más se había ido detrás de él, apretándose contra su musculoso cuerpo como una perra en celo.

Las lágrimas que había derramado en sus brazos, le habían enseñado una cosa: que no estaba muerta. Lo que sea que fuera ahora… vampiro o no… su corazón dolía tanto como el de un ser humano, y sus emociones eran tan profundas como siempre, si no es que más.

Lo que resultara de su nueva vida, no lo sabía, ni siquiera lo quería adivinar en este momento. ¿Qué iba a decirle a su familia? Pensaba en sus padres. Ella era hija única. ¿Por cuánto tiempo sería capaz de esconderles lo que le había pasado? Se preguntó si sería un peligro para ellos, si los atacaría cuando tuviera hambre, como ella había prácticamente atacado a Gabriel.

¿Tendría que permanecer lejos de sus padres para mantenerlos a salvo? ¿Nunca los volvería a ver? Ella no podía hacer eso. Amaba a sus padres. Ellos le habían dado todas las oportunidades en la vida, apoyándola en todos sus esfuerzos. No podía divorciarse de ellos. El solo pensarlo dolía demasiado.

¿Y su trabajo? Si ella era realmente un vampiro, podría darle un beso de despedida a su trabajo, no podría seguir siendo un médico si al ver la sangre tendría hambre y le haría pensar en la cena. Con sólo recordar las pocas gotas de sangre en los labios de Gabriel, se le hacía agua la boca. Nunca había olido algo tan delicioso. Su estómago gruñía ante la idea. Oh Dios, cómo quería sangre. Esto era más grave que cualquiera de los antojos que había tenido antes con el chocolate.

Además, ¿quién querría un médico que sólo podía trabajar cuando era de noche? No sería capaz de servir a sus pacientes cuando la necesitaran. Tendría que esconder lo que era. Por supuesto nadie querría acercarse a ella, una vez que supieran que era un vampiro. Maldición, ni ella misma querría acercarse. No podía culpar a nadie más.

Ellos la verían como un monstruo que haría daño a las personas. ¿Y no era eso lo que tendría que hacer? En lugar de ayudar a la gente, tendría que cazar y alimentarse de ellos. Un escalofrío helado le recorrió por toda la espalda con el perturbador pensamiento. Probablemente esa era la intención que había tenido Gabriel, cuando le había susurrado que él se ocuparía de ella y le enseñaría todo lo que necesitara saber. ¿Le enseñaría a morder a los humanos?

Frustrada, Maya golpeó su puño contra la pared de azulejos. En ese instante, este se agrietó. Aturdida sacó el puño hacia atrás. Con horror se quedó fijamente viendo la pieza, y luego a su puño. No sintió dolor cuando claramente el impacto debería haberla lastimado un poco. Era demasiado fuerte. Ella fácilmente podía herir a alguien sin querer, sin saber lo que estaba haciendo. No, nunca podría ver a sus padres de nuevo… ¿qué tal aplastaba a su madre sólo con abrazarla?

Contuvo sus lágrimas, no quería desmoronarse de nuevo. De alguna manera tenía que lidiar con eso, adaptarse a su nueva vida. Gabriel y sus amigos parecían estar bajo control. Por lo tanto, de alguna manera tendría que lograr hacer frente a su suerte. No había ninguna razón por la que no pudiese hacerlo. Ella sabía muy bien que dolería, que la transición no sería fácil, pero ella era una mujer fuerte. De alguna manera tenía que intentarlo.

Maya tragó saliva. Tenía que olvidar lo que había sido su vida anterior. Cuanto más llorara, más difícil sería establecerse en esta nueva vida. Trató de animarse al recordar que el ataque… del cual no tenía ningún recuerdo… podría haberla matado.

Por más que lo intentaba, sin embargo, no podía recordar lo que había sucedido. Lo único que recordaba era el sonido de sus tacones sobre el pavimento, la espesa niebla de la noche, la oscuridad. Incluso recordándolo, un escalofrío le recorrió la columna vertebral a pesar de que el agua de la ducha estaba caliente. ¿Por qué no podía recordarlo? ¿Había estado tan traumatizada por el ataque, que su mente había bloqueado los recuerdos sobre ello?

Había oído hablar de los pacientes que habían perdido temporalmente la memoria luego de un evento traumático. ¿Era eso lo que le había sucedido? Cerró sus ojos y obligó de nuevo a su mente a recordar esa noche. Había estacionado el coche, entonces ella había entrado al edificio de su apartamento. Y luego, nada. Sólo niebla, oscuridad… una luz quemada. Maya se concentró y volvió a intentarlo hasta que su hombro se tensó, se dio la vuelta y abrió los ojos. El blanco de los azulejos era todo lo que vio.

Tomó la llave del agua y la cerró. Era inútil esforzarse demasiado. Las cosas regresarían a ella cuando estuviera lista, estaba segura. Iría un día a la vez. O tal vez era una noche a la vez: el día probablemente estaría fuera de su alcance de ahora en adelante.

Tenía preguntas, cientos de ellas, y sería mejor que alguien se las respondiera muy pronto.

A medida que se secaba, oyó la puerta del dormitorio abrirse y unos ligeros pasos hacían eco en la habitación. Un olor cayó en sus fosas nasales: no era Gabriel. Ella habría reconocido su olor en cualquier lugar. Era extraño y fascinante como su sentido del olfato, así como su sentido del oído, eran mucho más fuertes ahora.

Maya envolvió la toalla alrededor de su torso y entró en el dormitorio.

Yvette estaba al lado de la cama y puso unas piezas de ropa sobre ella. Sin volverse, habló—. Eres casi de la misma talla que Delilah. Estoy segura que no le importará si usas algunas de sus cosas.

—Gracias. ¿Yvette?

La mujer se volvió y Maya tuvo otra oportunidad de admirar su belleza. Su aspecto de modelo, disminuía sólo por la mirada ligeramente amarga en su cara— ¿Sí?

Maya pasó de un pie al otro—. Tengo sed. —Se sentía como si acabara de confesar que necesitaba una inyección de heroína. Y para sus propios ojos era precisamente eso: algo prohibido y oscuro.

En vez de darle una mirada de disgusto, Yvette le sonrió. Maya podría imaginarse fácilmente, cómo los hombres acudían a ella cuando encendía su encanto—. Eso es de esperarse. Te he traído un par de botellas.

¿Botellas de qué?— Quiero decir, al menos eso creo… que quiero un poco de sangre.

—Lo sé. Ahí están. —Yvette señaló hacia la mesita de noche. En ella, había dos botellas con contenido irreconocible.

Maya se acercó. Mientras se acercaba, leyó las etiquetas. Lo único impreso en ellas era O-Positivo. ¿Era eso lo que ella pensaba que era?— Es eso…

Yvette respondió antes de que ella tuviera oportunidad de finalizar sus pensamientos—. Sangre humana. En realidad no todos nosotros salimos a morder humanos. Hemos evolucionado.

¿Bebían la sangre de las botellas? ¿No mordían? Por primera vez desde que había despertado, una sensación de alivio se propagó dentro de ella. No se convertiría en un animal que atacara a seres humanos.

—¿No muerden a la gente?

—No, no para comer de todos modos.

Maya decidió que Yvette no le explicara su comentario. Pensando en su beso con Gabriel, su instinto le decía que morder, no estaba reservado para el propósito de alimentarse solamente. Y ahora no quería pensar más en lo que había sucedido con Gabriel.

Tomó una de las botellas y desenroscó la tapa. Ella olió y sintió el olor metálico. Su estómago se retorció. El olor no tenía nada que ver con la sangre de Gabriel. Eso no era lo que quería su cuerpo.

—Huele horrible —comentó.

—¿Horrible? —El tono incrédulo de Yvette se pausó—. Pensé que tenías sed.

Maya asintió con la cabeza—. Me muero de hambre. Pero esto no es lo que quiero. —La sangre de Gabriel olía deliciosa, y el paquete atractivo en el que había venido… bueno, ella no quería ni pensar en él o correría hacia abajo y trataría de encontrarlo para conseguir lo que quería.

Yvette negó con la cabeza—. Todos bebemos de esta. Es de primera calidad; Samson sólo compra lo mejor. Bebe.

Maya llevó la botella a sus labios. En el momento en que la sangre tocó su lengua, prácticamente la amordazó. Trató de tragar, pero no pudo sostener el repulsivo líquido en su garganta. Escupió.

—Es espantoso.

Una mirada de asombro se dibujó en el rostro de Yvette—. Pero tú tienes que beber sangre humana: sin ella, no podrás sobrevivir. Todos nos alimentamos una vez al día, a veces más a menudo, si estamos lesionados o se gasta más energías.

Maya aún tenía el vil sabor de la sangre en su boca. Todo lo que podía pensar era en deshacerse de eso. No le importaba lo que hicieran los demás… ella no iba a beber ese líquido asqueroso—. Voy a vomitar.

Ella corrió al baño y abrió la llave del agua para limpiar ese sabor de su boca. Cuando se volvió, vio a Yvette en la puerta.

—Tal vez se equivocaron. Tal vez no me convertí.

Yvette negó con la cabeza—. Las señales están ahí. Y además, puedo sentir tu aura.

Maya no le entendía. ¿Qué tipo de adicto a la nueva era, era ella?— ¿Qué aura?

—Cada vampiro tiene una cierta aura inconfundible. Sólo otros vampiros o criaturas sobrenaturales lo pueden ver. Es la forma en que se reconocen entre sí.

—No lo entiendo —Ella no podía ver ningún aura.

—Tú lo harás. Estás débil en este momento porque no te has alimentado aún. Una vez que te hayas recuperado, poco a poco encontrarás tus nuevos sentidos. Así que come o voy a llamar al doctor y decirle que algo anda mal contigo —dijo Yvette.

Eso era todo lo que necesitaba Maya: no sólo era un vampiro, no, ahora algo andaba mal con ella. No lo podía aceptar—. Déjame intentarlo otra vez.

Cuando Yvette le entregó la botella abierta, Maya contuvo el aliento. Tal vez si no respiraba el aroma, sería capaz de tragar. Una vez más, puso la botella en sus labios y bebió un trago. Un segundo más tarde, arrojó el líquido rojo en el mostrador de mármol blanco y sobre el inmaculado espejo. Las gotitas en el espejo, creaban pequeños ríos y corrían hacia el mostrador, creando un patrón inquietante de cadenas largas con intención de atraparla y atarla. Como una red en la que se sentía capturada.

—Voy a llamar al doctor —fue el único comentario de Yvette.

Maya se apoyó en el mostrador—. Tal vez necesito sangre humana real.

—Esta es sangre humana. Está fresca, está embotellada. No hay nada malo con ella. —Como para demostrarlo, Yvette tomó un sorbo y lo ingirió—. ¿Ves?

No había forma de negarlo. Yvette bebía la sangre sin problemas.

—Tal vez yo soy alérgica. ¿Hay alguna otra marca? —Incluso como humana, ella tenía ciertas alergias a algunos alimentos, así que quizás eso era todo lo que pasaba: una alergia a un tipo de sangre.

—¿Alérgica? Imposible. Nunca he oído hablar de un vampiro que fuese alérgico a la sangre. —La negación de Yvette se produjo sin ninguna duda.

—¿Es la única sangre que hay? —preguntó Maya desesperada. Ella se moría de hambre, y su cuerpo le decía que necesitaba algo para comer, beber, o como lo llamen los vampiros.

—Samson mantiene algunos O-negativo en alguna parte. Déjame ver con Carl. —Ella se dirigió hacia la puerta—. Vístete, mientras tanto.

Al momento que Yvette salió de la habitación, Maya se puso la ropa que le había traído. Quienquiera que fuera Delilah, Yvette había tenido razón. La talla de Delilah era casi la misma que la de ella. Los jeans desteñidos le quedaban casi perfectos, y la suave camiseta roja se esculpía alrededor de sus tonificados bíceps.

Para cuando terminó de vestirse, Yvette estaba de regreso con otra botella. Maya leyó la etiqueta cuando la tomó: O-negativo. Rezó para que esa tuviera mejor sabor que la botella anterior y desenroscó la tapa. El olor era aún más asqueroso del que había escupido sólo unos minutos antes. ¿Esperaba que bebiera eso? ¡Nadie en su sano juicio podría beber esa cosa horrible!

Empujó la botella de vuelta en la mano de Yvette—. No puedo. Esta es incluso peor que la otra.

Yvette le dio otra mirada escéptica—. Esta es la mejor sangre que hay. ¿Tienes alguna idea de lo caro que es conseguir la O-negativo? Es como una botella del mejor champagne.

—No me importa lo que cueste. No me gusta —espetó Maya—. ¿Por qué no te la tomas ?

Yvette levantó una ceja—. Creo que lo haré. La botella está abierta. No tiene sentido desperdiciar lo bueno.

El estómago de Maya volvió a gruñir, y se abrazó tratando de contrarrestar el hambre—. Quizás no soy un vampiro.

Yvette chasqueó la lengua—. Sé que es algo difícil llegar a entenderlo, pero la negación no te llevará a ninguna parte. Eres un vampiro, al igual que el resto de nosotros. Acostúmbrate a eso.

—Pero entonces ¿por qué no puedo… beber sangre humana? No puede estar bien. ¿Alguna vez has oído hablar de un vampiro que no beba sangre humana?

Yvette frunció los labios—. Yo no, pero tal vez el doctor sepa. Vamos abajo y esperémoslo.

—¿Cuál es su especialidad, el vampirismo?

Yvette se encogió de hombros—. Me temo que todo lo que tenemos por aquí es un psiquiatra. Por estos lugares es un poco calmado. En Nueva York, podríamos encontrar un médico real, pero en San Francisco, él es el único.

—Hay un montón de médicos en San Francisco.

Yvette le dirigió una mirada significativa—. Seguro que los hay, pero no uno que sea un vampiro.

Por supuesto, Yvette estaba en lo cierto. Maya no podía ir a un médico de verdad. ¿Cómo diablos iba a explicar su sed de sangre, por un lado, pero la negativa de su cuerpo para beberla, por el otro? Tenía que ver a un doctor vampiro. Cómo un psiquiatra pudiera ayudarla, no se lo podía imaginar, a menos que pudiera hipnotizarla para que se tomara esas cosas horribles. Tal vez eso era a lo que quería llegar Yvette.

Por supuesto, él debería haber oído hablar de casos como el suyo. Si no, su propia teoría tenía mucho más sentido: no podía ser un vampiro de verdad, si ella no quería beber sangre humana. Lo habían interpretado todo mal… ella no se había convertido. Todavía era una humana. Tal vez su fuerza monstruosa y la falta de reflexión, era sólo temporal. Todavía había esperanza de que esta pesadilla de la que todavía no despertaba, terminara.